Hay quien ve la belleza en las pequeñas cosas de la vida. Yo lo procuro y quizá convengan conmigo en que es muy aconsejable. En cada pequeña cosa, no obstante, podemos encontrar, además de la belleza, muchas otras cualidades. A veces encierran la bondad, la maldad o la estupidez. Todas, algunas o varias de estas u otras condiciones. Quién sabe.
El entrenamiento hace maestros. Y uno que suscribe se entrena mucho y acaba por adivinar en no pocas ocasiones la alargada sombra del Estado en esas pequeñas vicisitudes. Cuanto peor funcionan las cosas más probables es que el Estado ande detrás. Así que empecemos por el principio. Pongamos de manifiesto la necedad del invento.
Lo primero que hay que hacer notar es que echar las culpas de nevadas (o incendios o terremotos) y de su gestión a quien ostenta el poder en ese momento me parece un absurdo ejercicio de demagogia. Al Partido Popular le han sacado los colores por ejercitarse en tan funesta práctica. Y al PSOE, más pronto que tarde, le pasará lo mismo, si no se lo comen las urnas antes. No hay más que ver que después de Gürtel vienen los EREs y así hasta el infinito – y más allá, por desgracia. Nadie está preparado para todas y cada una de las contingencias que puedan ocurrir. Nadie. El gobierno, menos.
Que unos niñatos en mangas de camisa se pongan el mundo por montera y pidan ser rescatados porque les apetecía irse de excursión al monte más empinado de la Vuelta Ciclista a España bien podría entenderse como que ya que pago mis impuestos, los pongo a trabajar. No los disculpo. Ya eran mayorcitos, por supuesto. Pero si eran mayorcitos para saber donde se metían, lo son para pagar impuestos y si pagan, mandan. Y exigen su rescate. Qué carajo. Esta es la contradicción flagrante de la estatolatría. Te cobran por unos servicios que no has pedido un precio que no puedes negociar y, cuando solicitas dichos servicios se ríen en tu cara, esta vez con razón, pero en tu cara. Estos niñatos creyeron que Papá Estado estaba ahí para limpiarles las cacotas, cuando solo está para sacarles la pasta.
Habrá quien diga que había que rescatarlos y luego cobrarles el rescate, de alguna u otra manera. Estamos en las mismas. Reclamaciones al defensor del consumidor por cambios en las condiciones de contrato de su proveedor de telefonía sí. Reclamaciones a su proveedor de todos los servicios que nunca pidió pero que le cobran, ya si eso vuelva usted mañana. Lo mires como lo mires, se buscaron la jodienda y jodienda que les dieron. Sus abuelos o sus bisabuelos difícilmente hubieran subido al Angliru en noche de nevada, básicamente porque no esperaban que nadie fuera a por ellos. La existencia del Estado, tal y como lo conocemos hoy, no sé si promueve la estupidez, pero desde luego que no produce incentivos para evitarla. Total, ya está el 112.
Quizá alguien pueda echar la culpa a todos los servicios de rescate o a todos los conductores, quizá guste de hablar en colectivo. La realidad más aproximada es que hay profesionales buenos y malos en todas partes. En la DGT o en la Guardia Civil. Con quitanieves o con una azada. Trabajen para el bien o para el mal. Y hay conductores que saben poner las cadenas y otros que ni las llevan. En el caos, todos están en el mismo saco, en la misma autopista, luego los tribunales dirimen. Dirimen y dictan sentencia y suelen culpar a los concesionarios de las autopistas. Luego el gobierno, elegido democráticamente, las exculpa. Una tras otra las acciones de los representantes de todos los ciudadanos contra los propios ciudadanos. Cuando realmente crees que algo puede ser por tu bien, están metiendo la pata. No falla. Y no reclames que, si se dan cuenta de que están metiendo el zanco, vas a ser tú el que lo pague. Siempre.
Estoy de acuerdo con Ud. y además simpatizo con el P-lib, eso primero que nada. ¿Habrá algún día, algún siglo de éstos, que la gente caiga en la cuenta que el Estado no es otra cosa que una gran cueva de Alí.Baba, y los cuatrocientos mil ladrones?. No sé, a lo mejor a la gente lo que le mola es que la roben, que la saqueen, que la engañen, que la traten como idiotas toda la vida, es una posible explicación. Por mi parte ya hace tiempo que caí en la cuenta, como algunos más, de que, ni quiero que me roben, ni que me engañen, ni que me traten como un imbécil, por eso mismo defiendo el liberalismo y estoy contra el Estado, esa perversa máquina de fabricar dependientes a sueldo, entre otras cosas.
No sé hasta que punto, porque habría que ir probandolo poco a poco todo antes, el Estado es necesario – filosóficamente hablando, para mi es impepinable que no sirve para nada, pero del dicho al hecho hay un trecho – y tiene una cabida aceptable en la sociedad. Lo que desde luego es lago claro es que solo puede ser entendido como un mal, necesario o no. Para que haya movimiento es imprescindible el rozamiento, es decir, algo que se oponga al movimiento. ¿Para que haya Libertad tiene que haber Estado? Lo dudo. Lo dudo mucho.
«La existencia del Estado, tal y como lo conocemos hoy, no sé si promueve la estupidez…»
Yo creo que lo que produce, como todos los seguros más o menos voluntarios es riesgo moral, tan inherente a la naturaleza humana.
Acentuado por la propia naturaleza del Estado, que es una especie de pulseríta de todo incluido que en realidad no incluye nada, pero como llevas la pulserita, te crees la ficción.