Chapotear en la ciudad

Urbanismo
A ver cómo integramos aquí a los hombres veganos, transdeportistas, raperos, de entre 35 y 45 años, de menos de 80 Kg, que se sienten mujeres lesbianas y crían periquitos.

Me van a permitir que les enseñe una calle de mi ciudad. No es que sea precisamente una de las más conocidas ni sale en las guías de turismo como de obligada visita, pero no es esa la razón por la que la traigo hasta aquí.

La cosa viene a cuento porque no es raro que como argumento para defender una hipertrofiada e invasiva administración pública, se alegue la necesidad de expertos que estudien las necesidades de los ciudadanos y decidan qué es lo mejor para ellos. El argumento en sí es viejo, por supuesto, y viene de las viejas nociones aristocráticas sobre unos cuantos elegidos, superiores intelectual y moralmente, que saben lo que conviene al resto de la chusma ignorante, y se ven en la obligación moral de actuar para mejorar la vida de los pobres desgraciados.

Vale, quien defiende esa idea no la expresará con esas palabras, pero cuando se quitan las flores y las mariposas del discurso, y se hurga tras los términos de moda, el contenido viene a ser el mismo.

De modo que en general se ha asumido la idea de que necesitamos departamentos y organismos que estudien cómo usan los ciudadanos de su libertad para desplazarse, estar en el parque o charlar con los amigos. Así, esos supuestos sabios benéficos, tras hacer los sesudos estudios, deciden no sólo cómo se camina por las calles o se sienta uno en los bancos del parque, sino cómo debiera hacerse, en aras de un futuro mejor para todos, y establecen cómo deben modificarse nuestras ciudades para tal fin.

También tienen derechos.
También tienen derechos.

En esos estudios donde se entremezclan el “ser” con el “deber ser”, se incluyen factores de todo color, pero que tienen como denominador común el ser absolutamente arbitrarios pero sustentados en alguna ideología política. Supongo que saben a lo que me refiero. Por ejemplo, está ahora de moda el criterio del género, existiendo incluso una rama del urbanismo orientado a ese aspecto. Modificar las ciudades en función de las preferencias sexuales de sus ciudadanos, viene a ser como hacerlo sobre la base de sus gustos en el calzado. Aquellos que calzan más de un 42 y gustan de usar usan sandalias con calcetines, tienen el mismo derecho a tener calles apropiadas a su identidad calzar (supongo que se dirá así) que los que usan zapatillas de deporte o tacones de aguja. De hecho, éste último criterio me parece más relevante a la hora de diseñar calzadas, aunque prefiero no dar ideas.

Pero volvamos al ejemplo, que es a lo que iba en un principio. Les presento la calle Trajano. Una bonita calle muy representativa de las del centro de Sevilla, por la que camino a menudo. Con un sólo carril para el tráfico y dos aceras pequeñas, aunque no de las más estrechas de la ciudad.

Calle Trajano, en Sevilla.
Calle Trajano, en Sevilla.

Hace algún tiempo, a algunos concienciados expertos de urbanismo (me imagino) del ayuntamiento, se les ocurrió sin duda que había que tomar medidas para facilitar el tránsito a personas con movilidad reducida. Hasta ahí no veo inconveniente. La solución fue meter a unos tipos con excavadoras durante un par de meses y reformar parte de las aceras, de modo que en unos tramos (sólo unos tramos, porque por el resto supongo que sólo caminan atletas olímpicos) se rebajaron todas las aceras hasta ponerlas al mismo nivel de la calzada.

Sin embargo, es de suponer que alguno de esos expertos se acordó de los malvados conductores. Nótese que últimamente se ha creado la dicotomía entre ciudadano y conductor, como si no pudiesen concurrir ambas cualidades, y éste último fuera una suerte de malvado invasor extraterrestre, empeñado en fastidiar al pobre ciudadano-peatón como única finalidad de su existencia. Ante la sospecha que tan malévolos seres aprovechasen la inexistencia de escalón entre el acerado y la calzada para estacionar sus vehículos en la acera, al tiempo que modificaban la calle se instalaron bolardos (esos chirimbolos de bronce ideados para que los despistados como yo tengamos un bonito color morado en las espinillas) en la acera a intervalos de pocos pasos.

El resultado, como ocurre siempre y sin excepción alguna con este tipo de actuaciones, ha sido un éxito absoluto e incontestable, y un triunfo del Bien sobre la oscuridad. En determinados y puntuales tramos de la calle (no en toda, por alguna razón que a mi, como simple ciudadano no tocado por la divina mano de la Administración, no puede menos que escapárseme), alguien en silla de ruedas, por ejemplo,  puede cruzar de una acera a otra sin el estorbo de un escalón. A pesar de que en esos tramos no existen pasos de peatones, pero la infracción del código de circulación no parece ser un aspecto a tener en cuenta a la hora de trabajar por una ciudad Mejor.

Lo que tampoco se ha tenido en cuenta, como de costumbre, es una serie de consecuencias que la medida ha traído consigo. Por ejemplo, al instalar los bolardos en la acera, en la práctica lo que se consigue es disminuir su anchura, con lo que se perjudica el tránsito a pie a todo el mundo, incluido a las personas de movilidad reducida a las que se pretendía ayudar. Detalles, detalles. Lo importante no son los detalles, ya lo sé, sino el Bien Superior que se quiere conseguir. El Modelo de Ciudad Justa, Integradora, Accesible y Sostenible que Deseamos. Pero no es lo más llamativo.

Lo peor es que al allanar la calle, en cuanto caen unas gotas, el agua cae desde el asfalto hacia los lados, donde están los desagües. Pero al no encontrarse con ningún bordillo de acera que la obstaculice, sigue corriendo, hasta empantanar e inundar el acerado. Los coches circulan sobre una calzada casi seca mientras que los peatones (todos, independientemente de su grado de movilidad) se fastidian debiendo chapotear en un arroyo mientras son salpicados por cada vehículo que pasa.

Y da igual que desde tiempos de los romanos ya se hubiera comprobado que levantar el acerado era una medida eficaz para evitar que los transeúntes se pusieran como una sopa cuando llueve, y canalizar el agua y el fango hacia las alcantarillas. Una administración pública que se precie debe tomar medidas ante cada problema, real o imaginado, y por definición, si la intención es buena, las medidas también lo serán, independientemente de su resultado real.

Ejecución práctica de una partida presupuestaria cualquiera.
Ejecución práctica de una partida presupuestaria cualquiera.

Porque al final, tenemos unos señores cuyo trabajo, pagado con nuestro dinero, es imaginar problemas e inventarse soluciones. O al revés. Y da igual que el resultado sea exitoso o no. Ese detalle no va a tener ninguna consecuencia para ellos. Lo único que necesitan es justificar su existencia, y para ello deben tomar medidas cada cierto tiempo. Tomar medidas acerca de lo que sea, pero que se note.

Justificar la necesidad de pagarles un sueldo sin tener que demostrar utilidad práctica alguna, porque saben que en realidad cuando un ciudadano, ayudado de su muleta, camine por la calle con el agua por los tobillos, no se acordará de ellos, sino que maldecirá el cambio climático. Al fin y al cabo, en sus tiempos se podía caminar por esa calle sin mojarse los pies cuando llovía.

 

Miguel A.Velarde
Miguel A.Velarde

Ejerzo de Abogado en Sevilla, además de estar implicado en algún que otro proyecto.

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4 comentarios

  1. No me atrevería a asegurarlo, pero así, a ojo, yo diría que al menos el 40% del trabajo burocrático de la Administración sólo sirve para justificar su puesto de trabajo (que se inventan con prodigiosa prodigalidad). Creo que si simplemente les pagaramos el mismo sueldo para que se quedasen en casa, sin molestar, las cosas mejorarían muchísimo. El otro 60% se podría estandarizar, informatizar, etc. hasta límites insospechados, pero eso también enviaría a casa (cobrando, que no quiero ser cruel), a otro buen montón de expertos en palos en las ruedas. Y apuesto que con el ahorrillo hasta podríamos con la deuda y las pensiones.
    Son ya muchos años bregando con la Administración.

  2. Es que los dirigentes municipales son muy sabios y han comprobado que por cada multa que ponen a coche aparcado sobre la acera, voto que pierden, así que han decidido que con los bolardos se evitan tener que estar multando coches aparcados sobre las aceras.

  3. Estoy convencido de que los sesudos funcionarios municipales han debido fiarse de esos estudios que predicen sequía permanente generalizada en España y en Andalucía en particular. Evidentemente, por el cambio climático, cómo no. Entonces, ¿a cuento de qué preocuparse por la lluvia en Sevilla, esa maravilla? ?

    • Es que ya sabes que el cambio climático es la excusa perfecta. Por aquí, que en verano haga calor, en invierno frío, y que en otoño y primavera llueva, todos los años es por culpa del cambio climático. Así, la culpa nunca la tienen quienes meten la pata.

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