«[…] En la primavera de 1971 llegaron [a Islandia procedentes de Dinamarca] losdos primeros y más celebrados manuscritos. Eran el Libro de Platey y el Codex Regiode los poemas édicos, que llegaron a Reykjavík en un barco de guerra danés acompa-ñados por una delegación de ministros daneses y miembros del parlamento. En la mañanadel 21 de Abril el barco atracó en el puerto de Reykjavík Miles de personas se habíancongregado en el muelle, y a lo largo de las carreteras por las que los visitantes ibancamino de la ciudad, se aglomeraban niños con banderas danesas e islandesas […]».
Así es como Jónas Kristjánsson, el director del «Instituto Arnamagneano» enReykjavík, describe el triunfo de los islandeses en la guerra de los manuscritos conDinamarca (1980: 89-90). Añade en otra publicación:
«[…] desde entonces han estadollegando ininterrumpidamente más manuscritos, y ahora tenemos en nuestro poder unos novecientos, junto con muchos otros documentos» (1982: 25). La disputa de los manuscritos entre Islandia y Dinamarca estuvo precedida por una guerra de la misma naturaleza entre Dinamarca y Suecia unos trescientos años antes. Competiciones sin escrúpulos para conseguir los manuscritos, e incluso actos tan beligerantes como hun-dir un barco cargado de ellos, no fueron hechos insólitos en el siglo diecisiete. Sinembargo, en la Islandia del siglo diecisiete, la gente no se preocupaba demasiado porlos manuscritos, «cuyas páginas eran recortadas una por una de las vitelas y utilizadaspara distintos propósitos» (Kristjánsson, 1982: 24),
como por ejemplo decorar ropa.
Es fácil suponer que ni en el siglo diecisiete ni en el siglo veinte las disputas sobre los manuscritos tienen que ver con ellos en cuanto objetos. No era su entidad física lo que en realidad se deseaba. En el siglo diecisiete eran generalmente los contenidos previstos en ellos lo que hacía codiciar su posesión de manera tan especial: cada uno de los reinos escandinavos esperaba encontrar allí una preciosa información que pudiese reforzar sus pretensiones de grandeza y poder. En cuanto al siglo veinte, la reclamación de los manuscritos significó para los islandeses el último estadio en la legitimación y confirmación de su independencia nacional. En ambos casos, las acaloradas disputas afectaban a profundos sentimientos de la propia identidad. Lo que entraba en juego era una «identidad colectiva». Precisamente los mismos conceptos que adivino detrás de las reclamaciones del siglo ventiuno, más próximas éstas a nosotros por cuanto que afectan a la historia reciente de Cataluña y España. Si los gobernantes de Cataluña han leído a Kristjánsson, cosa que es muy posible, habrán descubierto no sólo la forma de utilizar documentos escritos para el enrarecimiento político, sino también un nuevo argumento para su ideario nacionalista. Expoliemos Salamanca, porque es nuestra «identidad colectiva como nación» la que está en juego.