Prohibir

Sabíamos que no se podía pisar según que césped, que la industria de la lujuria estaba recluída a zonas lejos de miradas indebidas, que películas , libros y palabras heterodoxas terminaban pudriéndose en un índice censor. Las prohibiciones que hoy nos amenazan (algunas ya hechas realidad) son bien distintas. En las zonas sin humo, se extiende la niebla venenosa de un Estado más preocupado por los presupuestos de Sanidad que por la salud de sus administrados. Nuestros cuartos no deben ser iluminados por bombillas comunes, en las pantallas de los pc’s no es bueno seguir disparando contra píxeles coloreados, la crítica ha de ser susurrada desde la corrección política y el domingo debemos dejar el coche en el garaje. Los súbditos modernos notamos de manera creciente el yugo de los apóstoles de la salud, los inspectores de la tolerancia, los guardianes de los hábitos y los sacerdotes del clima.

No debemos tomar nunca la propaganda de la prohibición de forma literal. No siempre se trata de nuestra seguridad, de la protección del clima o de la salud pública, de la protección de minorías amenazadas o de mayorías enfermizas. Parece como si, de pronto, los humanos hubiésemos caído en el agujero negro de la inconsciencia, retrocedido cinco mil años en nuestra evolución y tuviésemos que ser protegidos de nosotros mismos en gesto redentor y generoso. Las políticas prohibicionistas ya no se detienen ante la frontera de lo particular, fiscalizando incluso el patio de lo discutible y el ejercicio de la opinión.

En la mayoría de los casos, los motivos y argumentos oficiales para justificar esta nueva ola prohibicionista no son más que un pretexto para camuflar la cruzada individual de algún político y la gula del Estado, consumidor insaciables de la libertad de todos . El régimen prohibicionista contempla antes que nada la extensión del poder y su influencia. Las prohibiciones son órdenes. Exigen la obediencia absoluta. El Estado de Derecho «dirigiendo» y «educando» a la sociedad. No la comunidad de los individuos, sino la «justicia» emanada del poder es la que determina sobre todo aquello que los hombres podemos y no podemos hacer.
La libertad siempre ha sido un concepto sospechoso para “la autoridad” y sus administradores desde el regocijo que les produce comprobar día a día el manejo del poder. Tras cada contrariedad, resuenan inmediatamente sus voces reclamando nuevas disposiciones adicionales, cambios legislativos y nuevas propuestas de ley. Los censores del juego, los inspectores del tráfico bueno (han leído aquello de “a más de 150 kmh es el fin”?) y los maîtres dietistas aprovechan cualquier ocasión para proclamar su misión. No dudarán ni un segundo en restringir la ingesta de alcohol, azúcar o materias grasas, publicando nuevas disposiciones sobre “Alimentación Sana”. Nadie debe, nadie puede entregarse a la gula o la lujuria en esta sociedad de hombres sanos y fuertes. ¿Acaso no asoman entre cada párrafo de una ley el vicio, el pecado, el rostro del mal?
Las políticas prohibicionistas se sirven de falsas conclusiones de forma específica: que algo no esté prohibido no significa, ni mucho menos, que esté permitido. Lo que no se recomienda por ley, tampoco está permitido; permitido es sólo aquello que se debe. En un mundo legal cerrado, no hay exención, no existe el ámbito no regulado. Cada laguna jurídica actúa sobre la “autoridad” como un mal que debe eliminarse inmediatamente. Dónde no hay norma, amenaza el crimen, la incorreción, el exceso.

El mismo día en que el Estado conquistó a los ciudadanos llegó el fin de su libertad. Los ciudadanos ya no están seguros de su poder. Ellos mismos caen en la trampa, cada vez más inseguros de sí mismos y más abandonados a las medidas de vigilancia. La generosidad y la paciencia se han convertido en valores tan imposibles como la confianza en nuestra capacidad de autoregulación en caso de conflicto. La inflación reguladora y legislativa se ha convertido en algo tan natural, que el ciudadano medio ya es incapaz de percibir la pérdida de libertad a la que está sometido. Las prohibiciones determinan la velocidad de nuestros desplazamientos, dónde podemos aparcar y cómo acceder a las ciudades. Cientos de reglamentos regulan los tiempos de consumo y compra de un producto, prohíben trabajos libres de impuestos, el juego no normado. Se nos amonesta advirtiéndonos de los peligros escondidos tras los placeres y el éxtasis en el que nos abandonamos de tiempo en tiempo para aliviarnos de nosotros mismos. Los argumentos de una moral obsoleta convertidos en moderna norma de ley.

Las normas se convierten en las barricadas protectoras de la normalidad, esta zona donde no hay sitio para los malos espíritus y sus veleidades. Los deseos incontenibles e incontenidos, las risas burlonas, las caricaturas de mal gusto, el desprecio a lo “social”, todo lo impuro y pensar sobre ello, el derroche de energía – prohibido!. La base de las políticas prohibicionistas es una paradoja mágica, casi homeopática. Puesto que lo malo siempre actúa de forma contagiosa y con alto grado de virulencia, incluso el más pequeño foco de infección ha de ser eliminado. La prohibición ha de ser entonces disuasoria, amenazando incluso a los autores potenciales de un “mal” con el castigo correspondiente. De este modo, gracias a las prohibiciones, eliminamos el temor de los ciudadanos frente al “mal” cambiándolo por el temor al castigo. Cuantas más prohibiciones haya, más temor. Y cuanto más acerbo encuentre el clima de preocupación máxima, más prohibiciones. De este modo se retroalimentan las prohibiciones en su paradógica orgía del MIEDO.
Y cuando el que domina es el miedo, todos los factores de riesgo han de ser prohibidos. Las políticas prohibicionistas se autoatribuyen la bondad de velar por contextos sociales claros y definidos. En su crisol cristalizan de igual modo el crimen y lo deleznable como el exceso de velocidad, fumar, comer hamburguesas o lo casual, todo aquello que sobrepase la frontera del trabajo y la disciplina. Las prohibiciones dividen el mundo en dos frentes: aquí el bando de la seguridad absoluta normada, del otro lado el reino oscuro y tenebroso de los libertinos, ese que, a pesar de las homilías parlamentarias, todos los días nos seduce. La tentación descarga un primer chorro de adrenalina. Pisar el césped prohibido, fumar el pitillo escondido, beber el alcohol prohibido, comer la grasienta carne a la parrilla, viajar a Alemania para poner el coche a 220 y comprobar que “no es el fin” se convierten en los nuevos deportes extremos. La desobediencia es un deseo propio e inherente a la condición humana.

No hay mejor camino para convertir en deseable una “falta” que prohibirla. No hay prohibición que no pueda ser superada. Prohibir provoca la infracción, ya que la prohibición existe para ser ignorada. La estupidez de los hiperlegalistas radica en su fe: creen que prohibiendo se puede crear un mundo mejor. Y resulta que ocurre justamente lo contrario. Una política inteligente prefiere combatir indirectamente el mal, fomentando el bien.
Las prohibiciones exigen una vigilancia constante. El Estado se convierte en depositario y administrador de la moralidad – campo fértil en el que crecen como setas los alarmistas, los delatores y los demandantes. No hay norma sin castigo. El efecto de disuasión es, no obstante, escaso (hay datos sobre la disminución en el consumo de drogas prohibidas?). Los infractores especulan contínuamente con no ser descubiertos. Los verdaderos culpables de mis vicios (fumo) son siempre los demás (las tabaqueras). Cuantas más normas, más delitos; cuantos más delitos, mayor el aparato burocrático para controlarnos. El verdadero objetivo de las políticas prohibicionistas no es mejorar las costumbres de los administrados, sino el crecimiento del aparato estatal.

Para muchos ciudadanos, las prohibiciones son uno de los principales medios de la civilización. No es ésta, pues, una idea exclusiva de los prohibicionistas conservadores, de quienes ven en la represión la panacea para solucionar nuestros problemas. No son infrecuentes las ocasiones en las que las gentes de buena fe, ante un revés en sus vidas, reaccionan con rabia reclamando medidas draconianas. Si se demuestra que una inclinación humana no es corregible por la vía de la prohibición, la resaca moral es enorme. Sin embargo todo parece indicar que nuestra especie es en ciertos aspectos incorregible: ni con educación o asesoría permanente, ni con buena voluntad. Pero las prohibiciones tampoco han sido capaces de erradicar los males de la libertad, el hombre subyugado también sueña con ser alguna vez distinto de como es, con hacer lo que no hace. A largo plazo aún nadie ha podido ser corregido por obligación. Las prohibiciones son un recurso incluso más pobre que los discursos vanaglorificadores de los valores más elevados. La acción de los hombres, en general, no viene determina en función de las normas impuestas. Lo que a uno le conviene, no se lo dicta el deber, sino la virtud. Pero la virtudes están en descrédito desde hace tiempo, justamente desde aquel momento en el que empezamos a transferir nuestra responsabilidad al Estado para que fuese él quien combatiese el mal a golpe de prohibición.

Luis I. Gómez
Luis I. Gómez

Si conseguimos actuar, pensar, sentir y querer ser quien soñamos ser habremos dado el primer paso de nuestra personal “guerra de autodeterminación”. Por esto es importante ser uno mismo quien cuide y atienda las propias necesidades. No limitarse a sentir los beneficios de la libertad, sino llenar los días de gestos que nos permitan experimentarla con otras personas.

Artículos: 3201

23 comentarios

  1. Le dice Jerjes a Efialtes aquello de… «Leónidas es un rey cruel: Te pide que te alces, con el daño que eso supone para ti. Yo, en cambio, como soy un rey bondadoso, solo te pido que te arrodilles».
    Atención, pregunta: ¿Se ha reencarnado Jerjes en tantos y tantos políticos y dirigentes actuales…?

  2. Me encanta, Don Luis. Gracias.

    Yo no fumo, ni bebo una gota de alcohol si voy a tener que conducir, pero me gustan los coches con «reprise», y si tengo visibilidad, voy al límite de la velocidad permitida, y maldiciendo esas leyes restrictivas «por mi bien «.
    Y más aún : estoy convencida de que, de aquí a poco, nos obligarán a los viejos a abandonar nuestras casas , demasiado grandes para calentar y mantener una vez que se han ido los hijos , con aquél dicho » Aunque tú puedas permitírtelo, España ( aquí cambiar por Europa, o por La Tierra ) no puede » y a irnos a morideros donde nos junten con los demás viejos, y nos emboben con programas de televisión basura…
    ¡ En Fin !

  3. La troupe de Alicia no valdría para dirigir un MacDonalds, pero la verdad del asunto es que los españoles venimos padeciendo sucesivos gobiernos conservadores de lo malo.

    Lo irónico que tuvo eso es que al seguir todo igual, es decir, de mal en peor, se notaba un apaciguamiento en las cosas públicas, siquiera relativamente…

    …pero siempre hay consecuencias, y aquí las tenemos.

    – La tensión creciente,

    – El odio y el resentimiento,

    – La insolidaridad de todos con todos, es decir, de todos con todos.

    – …Y lo más característico: el descenso y ahogamiento de la creatividad en todos los órdenes.

    … No seamos negatifos, incluso podría producirse un repentino frenesí, un estertor, pero sin creatividad alguna, y confundirse ésta con la tendencia a una sospechosa volatilización generalizada del valor, como ahora sucede…

    Todo ello viene siendo índice de anquilosamiento intencionado en una determinada forma de organización, que empieza a ir contracorriente de la marcha debida de la evolución histórica de… lo que sea ¿De qué iba el post? Ah sí, los curas, eso.

  4. Si no me falla la memoría, y últimamente no es que vaya muy fina, me da la impresión que la extinta RDA era comunista ¿no? ¿Soy yo comunista? ¡No! Luego, sinceramente, a mí no me pidas que defienda regímenes totalitarios, si no es mucho pedir.

    Los principios que nombras son «universales», compartidos por todas las ideologías, incluyendo las totalitarias, decir eso y no decir nada es todo lo mismo. Yo, en cambio, defiendo el modelo del Estado del Bienestar, cuya función redistributiva de la riqueza garantiza una razonable reducción de las desigualdades sociales en un modelo capitalista. Claro que eso para algunos profetas del apocalipsis es poco menos que el infierno de Dante en la Tierra de Promisión, pero eso es otra enfermedad, creo.

  5. Socialdemócrata, vivo en Leipzig, antigua República Democrática Alemana. Si le cuentas eso a mi vecino corres el riesgo de que no te dirija nunca más la palabra. Polarización social, dices? Este señor, perseguido años por los Stasi, condenado a no poder tener coche (ni siquiera un trabante) por no ser de la cuerda socialista, a vivir en una vivienda de 60 m² con su mujer y sus tres hijos… sí, mi vecino podría contarte miles de cosas sobre polarización social y distribución de riqueza (los prebostes comunistas sí tenían coche y casa con jardín, no lo sabías?)
    Estoy de acuerdo en que el sistema capitalista tampoco es perfecto, en que hemos de encontrar una solución a las desigualdades. Pero yo abogo por principios como responsabilidad, solidaridad, mérito y libertad. Otros prefieren dirigismo, igualitarismo, cuotas y coerción. Cada uno lo suyo.

  6. De ese liberalismo que dice «el Estado nos prohibe». Claro que lo que no dice ese liberalismo es que, de no mediar el Estado, la distribución de la riqueza generada por el modo capitalista de producción genera polarización social, como consecuencia de las profundas desigualdades sociales que el normal funcionamiento del sistema produce, y conduce, como señalaba Marx – y así lo entendio Keynes – a la autodestrucción, por insostenibilidad, del propio capitalismo. Pero, claro, hay a quien sólo le interesa la «vertiente coercitiva», que le impide seguir acumulando capital.

  7. Y ahora entrando en materia. Para el liberalismo el Estado no es un «absoluto» en absoluto. Al contrario. El estado es un aparato que se arroga el monopolio legislativo, impositivo y de orden. No es un absoluto per se, en cuanto que emana, como bien dices, de la corriente de poder hegemónico en un momento dado y esta cambia a lo largo de la historia. Y es ahí donde precisamente entra el liberalismo como corriente crítica, postulando la devolución de ese poder a sus depositarios soberanos: los individuos.

    De qué liberalismo me estás hablando tú?

  8. #Socialdemócrata: dónde digo yo que las unas esten «bien» y sólo las otras sean represivas? Moviola de dos comentarios más arriba, donde escribo:

    «…Si ello es así (que el nombre del estamento de poder es intercambiable), no estás reconociendo intrínsecamente que las formas de prohibicionismo de Iglesia y Estado son idénticas? Y si lo son, no deberíamos de reprobar ambas?«

    De mi último comentario:

    «… Te parece bien el artículo? Te parece mal? Por qué? O te vas a quedar en haber emitido un juicio de valor aventurado (en este caso totalmente erróneo, no soy creyente) y ya esta?»

    Tú mismo.

  9. Yo lo único que pretendía señalar son las coincidencias argumentativas que en mi opinión se dan a la hora de evaluar el papel del Estado y de la Iglesia Católica. Es evidente que se trata de una falacia «in termini», puesto que si bien la Iglesia Católica es un «absoluto», el Estado no lo es, por lo que la comparación resulta, cuando menos, ociosa. Sin embargo, a vosotros no os da para tanto, cegados por la deslumbrante luz de la libertad, que sí es un «absoluto», se os difumina el bosque hasta perderlo de vista. El Estado, como digo, es un instrumento político y, por lo tanto, inconsistente «per se», una caja vacía que se llena con la ideología del poder hegemónico en cada momento histórico; esto no es discutible en tanto que empíricamente verificado.

    Como en el comunismo totalitario, el liberalismo también postula el concepto Estado como «absoluto», en la absurda creencia de que la entidad tiene personalidad propia intrínseca, ideología inherente. Falso de raíz y sesgado ideológicamente. Pero, en fin, en un mundo dominado por el maniqueismo, donde el bien se contrapone al mal, entendidos ambos como conceptos dogmáticos, y el ying al yan, las prohibiciones de la Iglesia son «bien» y las leyes de un Estado Democrático, Social y de Derecho, son represivas. ¡Anda ya!

  10. En otras palabras, Socialdemócrata, no sería más interesante que nos explicases cuales son, a tu juicio, las ventajas y desventajas del prohibicionismo o del estatalismo? Te parece bien el artículo? Te parece mal? Por qué? O te vas a quedar en haber emitido un juicio de valor aventurado (en este caso totalmente erróneo, no soy creyente) y ya esta?

  11. #Socialdemócrata: Por si tienes intención de reconducir esto a lo que debe ser: me puedes explicar a que viene la mención a un estamento de poder en particular – en este caso la Iglesia Católica – que ya no lo tiene? Si ello es así (que el nombre del estamento de poder es intercambiable), no estás reconociendo intrínsecamente que las formas de prohibicionismo de Iglesia y Estado son idénticas? Y si lo son, no deberíamos de reprobar ambas?

    A mi, Socialdemócrata, es que me fastidia mucho lo de «y este otro más». Por cierto, el de Adolf lo tengo también repe y manido. Como el de Stalin. No te das cuenta que esa en una batalla absurda? Ahora me vendrás tú con Pinochet. Y los dos nos olvidamos que, probablemente, ni tú defiendes el estalinismo, ni yo soy un malvado dictador de derechas. Absurdo.

  12. El Socialdemócrata sigue con su consigna. Que poco original eres, querido. Tiene gracia que consideres que los liberales tenemos dos «tótems sagrados: Estado y Religión». Que pocos sabes del liberalismo. Claro, tu fuente de aprendizaje debe de ser el blog de Pepiño.

    Ya te lo han explicado arriba, pero la diferencia entre las prohibiciones de ZP y las del Papa es que si decido no obedecer al Papa no pasa nada, pero si decido desobedecer a ZP me meten en la cárcel. Te lo he puesto con palabras claras, a ver si hasta un tipo como tú es capaz de entender la diferencia.

  13. No, si yo lo decía por ese anhelo de libertad que anida en vuestros corazones, que debéis de estar ardiendo en deseos de ver desaparecer las cadenas que oprimen a la humanidad, ya sabéis, vuestros tótems sagrados: Estado y RELIGIÓN, pero ya veo que estaba equivocado, que sólo os oprime el Estado, no el Vaticano, que debe de ser la mar de liberal y comprensivo.

    • Hace años que a mí, personalmente, no me oprime El Vaticano. Y te aseguro que tuve mi época anticlerical, pero hace tiempo que no me ensaño contra quien me deja en paz. Especialmente en tiempos, como los que corren, en que se han inventado nuevas religiones tan peligrosas como en su día lo fue la Católica y que son de rabiosa actualidad y mucho más peligrosas. Ya sabes, toda religión inventa un mal, un bien, un premio y un castigo. Crea una culpa que intenta inculcar a cuantos más mejor, y a vivir de ello. El mecanismo es siempre el mismo.

      Lo que me sorprende actualmente -o no, que ya peino canas hace tiempo- es la inquina contra la iglesia católica por tanta gente, supuestamente correcta, que pasa olímpicamente de los peligros de otras religiones (y no me refiero sólo a alguna antigua), mientras se ensaña cobardemente contra una en vías de extinción que más me recuerda a una vieja desdentada, a veces patética en su complejo de culpa, humillándose, de vez en cuando, ante bárbaros de mucho más calado disfrazados de victimismos varios.

      Por cierto, hace muchos años que me pregunto donde se meten ahora los que antes se metían a curas. ¿Lo sabe usted?

      • Por cierto.Escribí mi anterior comentario antes de leer el resto. Me alegro de que se pase por aquí un socialdemócrata. A veces nos aburrimos un poco entre nosotros mismos. No se desanime, ni sea muy duro, y socialice un poco sus ideas en el blog.

  14. No te esfuerces, Crispal. Algunos socialdemócratas, en su afán de defender su baal-estado han perdido definitivamente cualquier forma de objetividad. Otros no, pero la traicionan, esbirros de la disciplina de partido. Ojo! esto también vale para muchos cristianodemócratas.

  15. ¡Qué manía con la Iglesia Católica! ¿Por qué no nos dejan en paz ahora que ya no nos metemos con nadie? ¿Qué pasa, que como no somos musulmanes y no nos defendemos nos tienen que atacar en todas partes? A mí no me afecta lo que diga el Dalai Lama, y de la misma forma a los no católicos no debería afectarles lo que diga el Papa ¿no? Sale gratis meterse con la Iglesia, pero vente una temporadita a vivir a Arabia para que veas lo que es represión.

  16. Es que el cromo de la «Católica» ya lo tengo repe y gastado. Me lo cambias por el de Fidel? O el de la Unión Europea? Además, este es un artículo de actualidad, no una reseña histórica. Y se da el caso que a mí, hoy por hoy, la Iglesia Católica no me intimida, ni me coarta, ni me prohibe nada (como a la mayoría de mis paisanos, no lo sabías?). En mi país las leyes no las dicta el Papa. En el tuyo si? De ser así, cambia, cambia.

Los comentarios están cerrados.