Estaba yo tranquilamente sentado en mi jardín, disfrutando de un pitillo, la agradable temperatura y la inestimable compañía de mi perra Tara cuando en la pantalla de mi tableta apareció un artículo publicado en PLOS One con el llamativo título «Environmental impacts of food consumption by dogs and cats«. Justo en ese momento ocurrieron dos cosas: mi perra dejó caer una flatulencia larga y sonora y yo recordé que debía ir a comprar su comida al día siguiente sin falta. Ninguno de los dos acontecimientos logró sustraerme de la lectura del trabajo de Gregory S. Okin, perfectamente bien desarrollado, bueno en sus cálculos (para no haber decidido contar todos los perros y gatos que realmente viven en USA y conformarse con los datos de la American Pet Products Association) y apasionante en sus conclusiones:
Los perros y los gatos generan una considerable producción anual de gases de efecto invernadero, sobre todo a través de su consumo de carne. Sólo en los Estados Unidos, generan un impacto climático equivalente de unos 64 millones de toneladas de dióxido de carbono al año.
Sesenta y cuatro Millones de Toneladas de CO2!! (Equivalentes, ojo: en el paper los «malos» son el metano y los NOx) Para que se hagan una idea, eso es lo que generamos 13 millones de españoles en un año. En la discusión de su paper, Okin nos deja muy clara la perspectiva desde la que debemos interpretar su trabajo:
The calculations presented here indicate that these pets comprise a significant proportion of US energy and animal-derived product consumption, with the consequent environmental impacts, including greenhouse gas emission and feces production.
Los cálculos presentados aquí indican que estas mascotas representan una proporción significativa del consumo de energía y de productos derivados en los Estados Unidos, con los consecuentes impactos ambientales, incluyendo la emisión de gases de efecto invernadero y la producción de heces.
Insostenible! Insoportable! Irresponsable! La invasión de las mascotas debe terminar ya mismo! Mi perra, entre tanto, se había puesto cómoda al sol, a mordisquear una oreja de cerdo ahumada que tenía por ahí guardada (debajo del rododendro, la muy ladina!) y empezó a mirarme con cara de «yo no se nada, a mí que me registren».
Está claro que si extrapolamos las cifras de Okin al resto de países occidentales/capitalistas/abusadores de animales los 64 millones de toneladas anuales de CO2 se multiplican por varios factores. Ya no les digo nada de la invasión de heces caninas/gatunas en nuestras calles, casas, jardines, depósitos de agua, … Hemos de hacer algo. Podemos prohibir (y sacrificar, claro) todas las mascotas en los EE.UU. por razones de protección climática- medida que enfrentaría a los animalistas con los alarmistas del clima – o, alternativamente, podemos hacer una lotería para sortear a los 13 millones de españoles a los que les prohibiríamos la reproducción sexual durante una generación , medida ésta que no supondría derramamiento de sangre y con la que tanto animalistas como alarmistas climáticos estarían de acuerdo.
Mientras estas medidas drásticas pero necesarias se ponen en marcha, podríamos por lo menos prohibir la comida en lata para los gatos limitándoles únicamente a una dieta a base de ratones cazados en la naturaleza salvaje (el consumo de especies de pájaros protegidos estaría, lógicamente, prohibido). Algunos dueños de gatos pueden quedar horrorizados ante tal medida, pero eso es exactamente lo que los gatos hacían antes (y la temperatura también subía y bajaba – pero esto sería ya un tema diferente). Para los perros, una dieta a base de lombrices de tierra, caracoles, escarabajos, moscas y similares sería una magnífica alternativa. A más largo plazo, sería concebible una «conversión» de gatos y perros al veganismo mediante manipulación genética. Si el fin último es salvar el clima, la gente buena seguramente hará la vista gorda ante semejante atentado a la diversidad natural y el equilibrio de Gaia: uno no debe renunciar nunca a la esperanza de la sostenibilidad. Cueste lo que cueste (principios incluídos)
Queda un dilema por resolver: si hemos renunciado a tener hijos (ya sea por estupidez, prohibición o sorteo), no podríamos quedarnos con nuestras mascotas? Son tan monas!
Tara ha vuelto a tumbarse plácidamente a mi lado. Me mira mientras vuelve a expeler una considerable dosis de metano a la atmósfera y yo, humano, proyecto mis propias ideas/deseos/expectativas en su mirada: » oye Luis, no tendrás por ahí otro trozo de oreja porcina, verdad?» En realidad, Tara no piensa nada: soy su animal alfa, el jefe de su manada, le garantizo techo, comida, agua y protección ….
…. anda …. eso me suena a algo …
¡ Qué desgraciaos !
Se meten con los perros y los gatos para disimular.
Que, a los que están deseando sacrificarnos es a los viejos ; que no somos rentables, que tenemos achaques y salimos caros en medicinas y cuidados , que además , los jubilados tienen pensiones altas ( el resultado de lo que les han quitado para eso, durante 40 años de trabajo o más ), y que, para colmo de males, somos mayoritariamente ¡ DE DERECHAS !
Hace tiempo que dejé de preocuparme por el cambio climático. No sé si será verdad o no, hay tantos argumentos a favor y en contra que uno ya no puede estar seguro de nada, de lo que sí estoy seguro es de que me niego a ser victima de ese catastrofismo que venden los ecologistas.
Sí, estamos contaminando. También estamos desperdiciando recursos, lo admito.
Ya reciclo cada lata, tetrabrik o botella que consumo, hago lo que buenamente está en mi mano, lo que no puedo hacer es pegarme los viajes que me exige el trabajo en bicicleta, o atender a mis clientes empapado en sudor porque el aire acondicionado es malo para el planeta.
Ahora van y se meten con mi perro y mis gatos.
Ya podrían darle la vara a Obama, para que no tire tanto de jet privado. O a Bono de U2, a ver si cambia el yate de lujo por una kayak, que es mucho más ecológico.