Desde que los astronautas de la NASA fotografiaron por primera vez desde el negro espacio la frágil bola azul, preciosa que es nuestro planeta, el temor por su subsistencia (y la nuestra) entró definitivamente en el corazón de los humanos. Antiguamente, nos dicen, la naturaleza estaba en perfecto equilibrio. Luego llegamos los humanos y se acabó el paraíso. Ya en 1798, Thomas Malthus tenían clara en su mente la bomba de crecimiento humano. Si seguíamos multiplicándonos como conejos, los recursos no podrían crecer al mismo ritmo, calculó el bueno de Malthus. La catástrofe malthusiana sería inevitable. Con el progreso de la industrialización, la sensación de desastre se intensificó aún más: explotación de recursos, la contaminación, la carrera de armamentos, los residuos nucleares, el agotamiento del ozono, la extinción de especies, el calentamiento global, la manipulación genética. Cuando parecía que íbamos a superar el problema, aparece en 1968 “The Population Bomb” escrito por Anne y Paul Ehrlich: íbamos a morir todos.
En 1972, Dennis L. Meadows predijo el futuro de la Madre Tierra por primera vez usando un modelo computacional. El “Club de Roma” resumió los resultados del estudio “Límites del crecimiento” de la siguiente manera: “La tierra tiene cáncer y este cáncer es la humanidad”. y desde entonces nuestro “reloj de la catástrofe” no ha dejado de marcar las doce menos cinco. Qué digo menos cinco! Menos dos y medio … o menos. Y una vez abierta la caja de Pandora de los modelos oraculares ya no hay vuelta atrás: todo el mundo modela su apocalipsis favorita, la publica y, si tiene detrás un lobby potente, la pone en manos de los políticos, únicos seres angelicales capaces de salvarnos de nosotros mismos.
Pero, se han parado a pensar cuántas de esas profecías se han cumplido? Veamos:
- La nueva edad de hielo no ha llegado. Todavía.
- El bosque Europeo no ha desaparecido bajo la lluvia ácida.
- La tierra es cada vez más verde. Un 14 por ciento más verde entre 1982 y 2011, lo que corresponde a un “nuevo continente verde” el doble del tamaño de los EE. UU. El 70 por ciento de este crecimiento se debe al aumento de CO2, porque el dióxido de carbono no es veneno, sino alimento vegetal.
- La producción de alimentos está creciendo más rápido que la población humana (que pronto dejará de crecer a medida que más y más personas prosperan cada vez más y mejor). La situación alimentaria mundial es mejor que nunca, con la misma superficie cultivada.
- El recurso agua no parece disminuir, ni aumentan las epidemias globales.
- El agujero de Ozono es cada vez más y más pequeño.
- … por no hablar de que no “logramos” alcanzar peaks ni con combustibles fósiles, ni con metales u otros recursos.
En la antigüedad, las inundaciones y las plagas de langostas eran el castigo divino por nuestro orgullo, hoy son la subida del nivel oceánico y los mosquitos portadores de malvadas enfermedades. Los oráculos, sabios y científicos de toda época representan el futuro siempre y “fiablemente” de forma pesimista. Ocurre que todos ellos son…. solo humanos, las incertidumbres también aumentan sus imperfecciones. Claro, a veces es útil ser travieso y aventurado y está claro (lamentablemente) que una religión secular parece funcionar en nuestros días. La fe, en última instancia, significa creer en algo para lo que no sólo no hay prueba o evidencia, ni siquiera hay indicios. Abstenerse de este tipo de pensamiento, lo reconozco, es difícil y agotador. Muchas personas nunca tienen éxito, muchos ni siquiera lo intentan o, simplemente, no lo ven necesario. Querer creer está profundamente arraigado, al parecer, en lo más profundo de nuestro ser.
“Querer creer está profundamente arraigado, al parecer, en lo más profundo de nuestro ser.” Así es. Las creencias son constitutivas del hombre. El primer principio de una antropología realista sería admitir que el hombre es un ser de creencias y que este es su modo natural de apropiarse del mundo, de vivir. La utopía racionalista se ha empeñado en lo contrario y realizó una crítica devastadora de las creencias de la religión. El resultado histórico no es otro que la ciencia tienda a fungir como creencia y por tanto a destruirse como ciencia. Las creencias religiosas se referían al más allá y eran bastante neutrales hacia el más acá, al que intentaban influenciar en lo moral y la modulación de las pasiones. Pero las creencias “científicas” aspiran a modelar el aquende operando de modo radical mediante la política. No tienen un más allá.
Divulgar:
Desde hace muchos siglos plantear peligros y promover la salvación ha dado buenos frutos. Pero en esos casos las amenazas transitaban por la senda esotérica. La novedad en cuanto a las nuevas amenazas es que están de por medio cuestiones científicas, y en ciencia la verdad no es lo que se pregona muchas veces.
Todo esto nos recuerda el famoso cuento de “que viene el lobo”.
Si algún día hacen una “profecía” que resulta ser cierta, nadie la habrá tomado en serio
Son curiosos y aparentemente contradictorios algunos sesgos del cerebro de los Homo Sapiens.
A nivel personal, uno de los sesgos cerebrales más conocidos y estudiados es la tendencia a olvidar los propios recuerdos tristes o negativos y recordar los alegres o positivos.
Por el contrario cuando el cerebro humano se ocupa del resto del mundo, sufre el sesgo contrario: inevitablemente nos llaman la atención las malas noticias, hasta el punto de que podríamos definir los periódicos como un compendio de malas noticias.
Mi opinión personal es que esos sesgos responden y fortalecen al imperativo biológico nº 1: el egoísmo de cualquier ser vivo por su propia supervivencia.
El primer sesgo mediante el que recordamos preferentemente las cosas buenas, nos hace sentir que somos afortunados y que vivir merece la pena. El segundo sesgo hace la misma función por contraste: “comparado con lo mal que está el resto del mundo, ¡¡¡que afortunados somos!!!”.
Megusta el artículo de Don Luis, y me gusta el comentario de pvl. Pero tengo una pega, ( que seguro que es estúpida, porque yo ya estoy bastante gagá ) :
– El sesgo de recordar las cosas buenas de la vida de uno, y sentirse afortunado, lo acepto al 120% , como decía aquél.
– Pero, con el segundo sesgo: a partir de cierta edad, el egoísmo propio se convierte en egoísmo por sus hijos y nietos. Y no consuela gran cosa pensar que estemos mejor que los de alrededor. Que a nosotros nos queda poco recorrido. Que lo que nos importa es que los que queremos, y por los que nos hemos matado a trabajar, para que con la ayuda de nuestro empujoncito tuvieran una vida tan buena como la nuestra, nos parece que el mundo de alrededor se lo va a impedir.
( A base de impuestos mortis causa cada vez myores, de gravar el patrimonio aunque no dé beneficios, etc etc . )