La violencia en parejas homosexuales supone un problema teórico importante para el feminismo o, en general, para la teoría de la socialización, que propone que toda la violencia de pareja se debe al machismo, el cual es transmitido por la socialización. La violencia en parejas homosexuales es, por lo menos, tan frecuente como la violencia en parejas heterosexuales y tiene las mismas características: celos, control de la pareja, riesgo mayor de homicidio cuando un miembro quiere dejar la relación, etc. Si os pusiera aquí unos casos clínicos con iniciales y sin referirme al sexo de las personas implicadas no podríais distinguir la violencia heterosexual de la homosexual.
¿Cuál es el problema? El problema es que definiciones tradicionales de machismo dicen cosas como que machismo es “la actitud o manera de pensar de quien sostiene que el hombre es por naturaleza superior a la mujer” (Wikipedia) o “actitud de prepotencia de los varones respecto de las mujeres”(RAE). Es decir, que el machismo parece que va (en principio, ahora veremos que estas definiciones pueden estirarse) de algo que los hombres hacen a las mujeres y por lo tanto no tendría mucha utilidad para explicar algo que las mujeres hacen a otras mujeres o los hombres a otros hombres. El término violencia de género (considerado sinónimo de violencia machista) se acuñó en la Plataforma de Beijing en 1995 para explicar que se trata de una violencia específica que sufren las mujeres por el mero hecho de ser mujeres. Pero desde entonces ha continuado el debate a la hora de encontrar un término para la violencia que se produce en el seno de la pareja: violencia doméstica, familiar, violencia masculina contra las mujeres, etc. La más usada hoy en día en artículos científicos es violencia íntima de pareja (VIP) (Intimate Partner Violence). La OMS en 1997 la definió como “el rango de actos coercitivos físicos, psicológicos y sexuales usados contra mujeres adultas y adolescentes por sus parejas o ex-parejas”. Pero en 2002 amplió esta definición de VPI reconociendo que puede ser perpetrada tanto por mujeres como por hombres como se ha demostrado en muchos estudios. Pero que la violencia de género es una violencia que se ejerce sobre las mujeres por el mero hecho de serlo es lugar común en todos los medios y conversaciones junto con aspectos como que es un mecanismo de control de todas las mujeres, estructural y demás. Por supuesto, se da por demostrado que el proceso de socialización de género es el que crea las diferencias actualmente existentes entre hombres y mujeres, concepto que ya critiqué en una entrada anterior.
La violencia en parejas homosexuales, en principio, se sale de este guión ya que es violencia ejercida por hombres sobre hombres o por mujeres sobre mujeres. Para entender el problema, voy a hacer una analogía. El racismo consiste en la ideología que defiende la superioridad de una raza sobre otra, o sobre otras. La violencia del Ku Klux Klan, por ejemplo, es racista porque se basa en esa ideología. Pues bien, querer explicar con el machismo la violencia en parejas homosexuales (se la suele denominar también violencia intragénero) supone un problema parecido, a mi modo de ver, a querer explicar la violencia de un blanco contra otro blanco o de un negro contra otro negro con el racismo. Algo complicado.
Ante este problema cabe una primera solución que sería separar ambas violencias, decir que la violencia intragénero no tiene nada que ver con la de género y problema solucionado. Pero esto tiene un inconveniente considerable que consiste en que el estudio de la violencia intragénero encontraría una serie de causas multifactoriales para explicarla, causas que también se dan en la violencia de género, y que pondrían en jaque todo su edificio teórico. El feminismo tendría que defender que las explicaciones encontradas para la violencia intragénero no se aplican a la de género, cosa francamente difícil siendo iguales. Así que la otra vía que queda es decir que la violencia intragénero es una variedad de violencia de género y que son las mismas bases del sistema patriarcal machista las que también propician la violencia entre homosexuales.
¿Cómo se puede defender esto? Yo voy a comentar dos argumentos entrelazados que maneja Carlos García en su libro La Huella de la Violencia en Parejas del Mismo Sexo, autor que se sitúa dentro de la teoría feminista. El primer movimiento es decir que la violencia de pareja no consiste tanto en una violencia de hombres sobre mujeres sino en una violencia de lo “masculino” sobre lo “femenino”. Es decir, movemos la cuestión del sexo al género: el rechazo del patriarcado no se produce sobre la mujer sino sobre todo lo considerado femenino. Cuando le planteas este problema a la gente de la calle, lo primero que suele decir son cosas del estilo de “las mujeres homosexuales asumen el rol masculino y los gays el femenino” “los homosexuales tienden a tener el rol del sexo contrario” y otras cosas por el estilo con lo que se da por zanjado el asunto.
Este primer movimiento tiene muchos problemas. Un primer problema sería explicar de dónde salen hombres con roles femeninos y mujeres con roles masculinos si la socialización es tan poderosa y educa desde la cuna a los niños para ser hombres y masculinos y a las niñas para ser mujeres y femeninas. Pero esto ya lo tragamos en la entrada sobre la socialización. Otros problemas son que sencillamente esto de los roles no es cierto de todos los homosexuales; es verdad que hay un subgrupo de hombres homosexuales con roles y preferencias “femeninas” y un subgrupo de lesbianas con preferencias y roles más “masculinos” pero no se puede generalizar. Además es caer en el estereotipo de que en las parejas formadas por personas del mismo sexo “uno de ellos hace de hombre y otro de mujer” algo que los homosexuales llevan mucho tiempo combatiendo. Carlos Garcia dice en su libro:
“En efecto, una de las preguntas a las que numerosas/os homosexuales se han enfrentado alguna vez y cuya formulación puede considerarse como otra microhomofobia es: ¿Quién hace de hombre y quién de mujer en vuestra relación?”
Y a continuación inserta este párrafo de Carrascosa y Saez:
“Otra convención muy implantada entre la cultura heterosexual es concebir a la pareja gay bajo sus mismos patrones, esa estupidez que nos preguntan tan a menudo cuando ven a una pareja de maricas: “Entonces, entre vosotros,¿quién hace de hombre y quién de mujer?”. Esta pregunta, por supuesto, encierra un montón de absurdas presuposiciones: primera, que los gais tenemos que reproducir la rígida y limitada cultura sexual hetero donde cada uno siempre tiene que hacer un papel (el hombre penetrar/ la mujer, ser penetrada). Segunda: que el ser penetrado equivale a “ser mujer” y que penetrar equivale a “ser hombre”. Tercera: que los heteros no se penetran entres sí.”
Así que este argumento no parece que tenga las piernas muy largas pero si lo aceptáramos deberíamos cambiar todo el planteamiento actual. En vez de hablar de violencia machista o de género deberíamos hablar de “violencia contra lo femenino” y aceptar dentro de la Ley de Violencia de Género la violencia que se cometiera tanto contra hombres y mujeres que tengan un rol femenino por parte tanto por hombres como mujeres con un rol masculino.
Como esta solución no es satisfactoria, y a Carlos García no se lo parece, hace un nuevo movimiento que es pasar del género al poder, algo muy foucaultiano y postmoderno, y ampliar de nuevo la definición de “masculino” y “femenino”. Así que “el fenómeno de la violencia doméstica del mismo sexo ilustra que la rutina, la intimidación intencional a través d actos y palabras abusivos no es cuestión de género, sino cuestión de poder” (MIley y Renzetti). En toda relación hay un ejercicio de poder, de dominación-sumisión y la dominación estará inevitablemente asociada a características masculinas y la sumisión a características femeninas. Pero entonces, a mi modo de ver, la cosa se nos va de las manos. Como señala Viñuales: “las relaciones de poder carecen de género o de orientación sexual y nadie escapa a ellas”. O como dice García: “¿No existe dominación y sumisión en los entornos laborales o en la esfera personal entre padres e hijos, entre hermanos o entre amigos?”. Con esta consideración de lo masculino como dominación y lo femenino como sumisión explicamos todo (la violencia padre-hijo, la laboral, la de la Mafia, la de los terroristas suicidas, la violencia contra los animales…) y cuando algo explica todo es que en realidad no explica nada.
En el epílogo a su libro, García insiste en lo que comentábamos al principio de que la violencia en las parejas homosexuales tiene las mismas características que la que se produce en las parejas heterosexuales. Es violencia tanto física como sexual y psicológica y con parámetros idénticos: control, celos patológicos, amenazas, humillaciones, aislamiento, manipulación, etc. Dice: “Nos encontramos, por tanto, con que la violencia intragénero es una problemática social real cuya dinámica presenta unas características muy similares a las de la violencia de género y a la que se está proporcionando una muy escasa respuesta desde los servicios sociales y desde el tercer sector en España (…) La violencia que se produce en las parejas formadas por personas del mismo sexo se encuentra invisibilizada como consecuencia de los mitos acerca de los roles de género”. Yo, en cambio, creo que la razón de esa invisibilidad es la hegemonía del discurso feminista. La violencia en parejas homosexuales da jaque mate a la teoría feminista y su discurso.
¿Y cuál puede ser la respuesta real?. A mi entender, como ya he dicho con anterioridad, tenemos que aceptar que la violencia de pareja es multifactorial y que, además de las causas sociales y culturales, tenemos que añadir el punto de vista psicológico y biológico. Mientras no pasemos de la ideología a la ciencia no vamos a poder realizar un buen diagnóstico del problema. Y sin un buen diagnóstico no se puede plantear un tratamiento adecuado.
Referencia:
Carlos G. García. La huella de la violencia en parejas del mismo sexo. Gomilex Editorial 201
Saliéndome un poco del tema concreto de la violencia «doméstica», yo creo que parte del grueso del asunto está en que actualmente vivimos en la época de las etiquetas.
Cualquier situación debe poder ser descrita mediante una etiqueta fácil pero potente…y con unas pocas etiquetas debe ser suficiente para describir un relato.
Etiquetas como: franquista, fascista, machista, homófobo (por no decir «elegetebefobo»), comunista, marxista, rojo, etc….
Es más fácil colgar una etiqueta que entrar en detalles.
En el caso del machismo, tenemos que se cuelga la etiqueta «machista» a cualquier acción o actitud negativa que un hombre pueda tener hacia una mujer. Por ejemplo, lo que toda la vida a sido ser un maleducado o un grosero que dice cosas inapropiadas a una mujer, ahora se le dice que es machismo. Cuando un hombre que tiene muy mal gusto a la hora de llamar la atención de una mujer para ligar, se le llama acoso machista (aunque la palabra «acoso» implica insistencia y no siempre es el caso en esas situaciones descritas como tal).
Lo que hoy llaman directamente «violencia machista» hace unos años simplemente se llamaba «violencia doméstica». Las presiones del lobby feminista han conseguido que se estandarice la etiqueta «machista» también en este caso.
El objetivo es claro. Que veamos la etiqueta «machista» por todas partes, para que así crezca la sensación de que el machismo está terriblemente presente en nuestra sociedad y así conseguir que se legisle en favor del lobby feminista.
Tengo un trabajo que me obliga a analizar determinadas situaciones de los trabajadores de mi empresa. Esta tiene diversas oficinas y debimos a acudir a una de ellas porque uno de los compañeros tenía derminado problema. Varón, 60 años, muy delgado. Cuando se habló con aquellos que trabajaban con él nos contaron que desde hacía muchos años al mujer le pegaba. Habían visto sus moratones, en ocasiones había estado allí actuando de forma que lo anulaba mientras él reaccionaba de forma sumisa.
Leo el artículo y me preguntó ¿entonces él es el femenino y ella el masculino? ¿Me lo pueden aclarar?
Esta frase que extrae el autor de un tal Carrascosa y Sáez es una joya -«…la rígida y limitada cultura sexual hetero…» -Bueno, gracias por la información. Ahora sé que la evolución bordó su pertinaz tarea en la que supondo, debe ser, «flexible e ilimitada cultura sexual homo», quizás por una inconsciente ley de las compensaciones: -ya que no podeís procrear… ¡gozad más, al menos! ¡Santa evolución! ¿O fue creación?
En mi nada profesional opinión, creo que a las parejas (de cualquier tipo) que les va bien lo suyo (que son la inmensa mayoría, incluso las que se divorcian, que lo pueden hacer, no porque fracasen, sino porque cambian, como todo en el tiempo,y sus intereses divergen) el problema de la violencia de pareja (que es como se le debería llamar si no se buscaran intereses espurios) es algo anecdótico con mucha representación en prensa (también por otros intereses espurios).
La violencia, de cualquier tipo, se ejerce siempre desde el poder y es motivada (cuando sucede) por la insatisfacción, y no hay ser que no carezca de algo de esas dos cosas. Yo no le pondría sexo a uno ni a otra.
La gente normal procesa razonablemente su poder y sus insatisfacciones (lo que diríamos dosis tolerables de violencia e insatisfacción), y gracias a eso, el mundo va tirando. Pero tenemos un pequeño porcentaje que se extralimita que sirve de excusa para que un colectivo de ¿profesionales? proyecte esos abusos sobre el común, como si todos fuéramos culpables, o potencialmente culpables, de la cosa (la vieja táctica de crear una culpa para poder vivir de administrarla bajo cualquier forma de sacerdocio). Para mí no hay más. Afortunadamente, la mayor parte de la gente se enamora de lo que más le gusta e intenta -y lo suele conseguir- llevar una vida juntos. Inevitablemente eso conlleva problemas y aparecerán formas, generalmente matizadas, de salirse con la de cada cual, y normalmente la cosa se equilibra bastante o no funcionaría. Los hombres suelen ser más fuertes físicamente, y un insignificante porcentaje de ellos se aprovecha de esa circunstancia, pero las mujeres tienen otras armas que tampoco desaprovechan. Y eso no me parece mal, ni siquiera un obstáculo si media el amor, el cariño o el simple interés, si extendemos la relación afectiva a cualquier otro tipo de relación. Siempre hay un equilibrio o la cosa no funciona. Y en los casos en que no funciona hasta el punto de aparecer la violencia, probablemente será porque el agresor se siente, generalmente sin razón, especialmente perjudicado, o especialmente impotente y necesitado de quien lo deja (y a quien en realidad parasita), y por miserias por el estilo, que tampoco tienen nada que ver con el sexo. Probablemente la violencia la ejerza, en la pareja, la parte más débil como ser humano.
Y todo eso, estoy de acuerdo en que se debe tratar y estudiar, pero sin criminalizar a nadie. Si no, no es Ciencia sino ideología. Suscribo totalmente el último párrafo del autor.
JJI: Impecable tu comentario.
En el para mí imprescindible en estos temas «La Evolución del deseo», su autor David. M. Buss, demuestra con estadísticas reales y razonamiento evolucionista, que tanto la violencia de pareja como la violencia sexual son fenómenos universales de la especie humana, y por tanto de imposible erradicación, cuyo análisis y explicación general (que no solución) solo tiene sentido en el marco de una teoría general sobre las estrategias de emparejamiento de la especie humana que es precisamente el contenido del citado libro.
Por citar solo alguna de otras cuestiones que el libro demuestra, en contra de lo actuamente políticamente correcto, es el valor igualmente universal que los varones otorgan a la belleza física de las mujeres frente a la valoración femenina del «estatus» de los varones.
Si me meto en estos berenjenales, basándome sólo en mi experiencia de la vida, es porque desde hace tiempo que tengo la desagradable sensación de que la sabiduría popular (el sentido común), que viene del conocimiento personal y heredado de la gente de a pie, está siendo desautorizado sistemáticamente, infantilizándonos, por los supuestos profesionales de cada cosa que se les ocurra, en territorios que antes se dejaban al exclusivo parecer del individuo o de su colectivo más cercano (la familia). Hoy parece que sin hacer un master en pedagogía, sociología, etc., cualquier individuo es un incompetente para la vida, y sin embargo, no tengo la sensación de que actualmente, que estamos en manos de infinidad de supuestos profesionales de la cosa, se eduque mejor a los jóvenes que antes (de hecho son mucho más incapaces de salir adelante y hasta peligra su sustitución biológica), o que las parejas actuales sean más felices o menos violentas que antes cuando de estas cosas ni se hablaba. Y como no veo los resultados, pero sí la desautorización del ciudadano de a pie, que se monta su vida, o lo pretende, como el cree, pues me sale el punto rebelde y excéptico ante lo que probablemente no pase de ser sino «charlatanería ilustrada».
Y repito que estudiar estos asuntos, como todos, es algo que se debe hacer, pero desde la Ciencia, no desde el interés político o ideológico. Y mostrando siempre el máximo respeto hacia el individuo, sin intentar desautorizarlo, infantilizarlo o criminalizarlo como veo que se hace de modo general. Ya se sabe que convencer es más difícil, pero es lo que la Ciencia hace.