La fecha exacta no la recuerdo; pero era verano y yo pasaba mis vacaciones escolares en casa de mis padres, en un pequeño pueblo suizo del cantón Turgau, inventando paliativos al aburrimiento, que incluían cosas tan peligrosas como jugar con el mercurio de un viejo termómetro y ver como el oro perdía su color amarillo, para desesperación de mi madre.
En uno de mis grandes logros, a juzgar por el volumen de la bronca, convertí todo el sótano de la casa en una cueva abandonada durante milenios, llenándolo de telarañas, a base de disolver poliestireno expandido en acetona y pulverizarlo con la pistola de sulfatar los rosales. 
En algún momento entre dos desastres escuché, en la radio, la noticia de que los norteamericanos estaban diseñando una lanzadera espacial que aterrizaría ayudada de un paracaídas. Mirando atrás eso debió de ocurrir en el verano del 72 o del 73.
El hecho es que conseguí construir un paracaídas capaz de maniobrar y aterrizar siempre de panza, en un momento en el que casi nadie conocía las alas delta, con las que guarda cierto parecido.
Como veis, la idea, que explicaré someramente a continuación, tiene pasado. Si tiene o no futuro, dependerá de si alguien más cree en ella.
Se trata, utilizando ese paracaídas como ala, de construir un avión biplaza, de geometría variable, con una elevada capacidad de planeo y de carga, que será capaz de despegar y aterrizar en cincuenta metros. Un tercio de la longitud que necesita un avión ligero actual.
En la Página del proyecto hay un documento .pdf (Proyecto_ESP), descargable, con información gráfica y técnica. También contiene las instrucciones para construir una maqueta, con un folio A4 y probar las características… y jugar un poco.
Autor: Secundino Fernández
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