Garzón ni quita ni pone rey, pero sirve a su señor. Envuelto en la toga que teóricamente garantiza su neutralidad y su afán justiciero, Garzón cultiva simultáneamente dos de sus pasatiempos favoritos: el narcisismo casi onanista y la lucha incansable por el avance de su ideología política. En este terreno, Zapatero ha encontrado a un inmejorable «tonto útil» que le haga de forma gratuita (o sin más premio aparente que su dosis diaria de autobombo) el trabajo que para él mismo resultaría demasiado sucio, o en todo caso en exceso evidente, descarado. ¿Alguien cree sinceramente que detrás de este mecanismo diabólico no está la mano de Zapatero y sus muchachos de la agitprop?
La maniobra es inteligentísima, desde esa perspectiva zapaterina que consiste precisamente en lo que Rosa Díez ha definido certeramente: la democracia, para el PSOE, es que no haya oposición. Con esta maniobra se consigue que se hable de la guerra civil y de la maldita memoria histórica durante meses, sin que parezca que el gobierno tiene nada que ver con ello. La Justicia , ya se sabe, es independiente, y si alguien la impulsa es un grupo de familiares espontáneamente reunidos en torno a la causa común de encontrar a sus muertos hace setenta años. El gobierno puede encogerse de hombros y decir que nada puede hacer (tal es su respeto, tantas veces demostrado, por la división de poderes), pero que por supuesto simpatiza con el afán justiciero de estos descendientes de las víctimas de la derecha, que han encontrado en Garzón al idóneo y receptivo canalizador de sus ansias. Y mientras, la máquina de picar carne que es la propaganda izquierdista en sus diferentes divisiones (televisión, radio, prensa, cine, literatura), se dedica a establecer inverosímiles conexiones entre la sublevación franquista y el Partido Popular, que por cierto es de los pocos que no existía por entonces.
Y así se da la paradójica circunstancia de que, mientras gobiernan España partidos que administraban con científica eficacia las checas en las que en la guerra civil se torturaba y asesinaba a ciudadanos por el simple hecho de ser de derechas, o católicos, o empresarios, o militares, o hijos de todos ellos, o en simple aplicación del muy jurídico principio de “mans fines, coll a terra”; mientras administran el poder los mismos que en los años previos al estallido de 1936 toleraron e indujeron la violencia revolucionaria contra media España, el partido que es sucesor natural del que gestionó el tránsito a la democracia tiene que irse zafando cada día de acusaciones absurdas mientras carga con el sambenito de autoritario y poco menos que fascista.
Eso será así mientras no se pase al contraataque. Dice el refrán que más vale ponerse una vez colorado que cien amarillo. La izquierda pretende precisamente que tengamos eternamente el semblante amarillento, y eso, que parece un círculo vicioso tan difícil de quebrar, no lo es en realidad. Bastaría con reconocer abiertamente que sí, que somos la derecha de toda la vida, y que eso nada tiene que ver con el franquismo, y sí en cambio con Sarkozy, con Reagan, con Thatcher, con Kohl y tantos otros. Y que evidentemente no nos avergonzamos de ello, puesto que ellos, que sí son herederos directos, y hasta continuadores en las siglas de aquellas bandas de asesinos disfrazados de revolucionarios, no tienen empacho en proclamarse de izquierdas de toda la vida. No estará mal recordar que el líder de la oposición de derechas de toda la vida fue amenazado en el propio Congreso por la izquierda de toda la vida, y la amenaza se cumplió al ser asesinado poco después. Y que el otro líder se salvó porque no lo encontraron en casa. Y que los sicarios eran la guardia personal del presidente del gobierno, de izquierdas de toda la vida, por supuesto. ¿Se proclama nuestra izquierda contemporánea, la de toda la vida, heredera de aquellos mandatarios tan democráticos?
Quizá habría que alcanzar el atrevimiento máximo de acabar reconociendo que, entre la derecha de toda la vida que se adaptó al nuevo régimen democrático y la izquierda de toda la vida que sigue con la mirada puesta en la turbulenta y desastrosa II República, pues sí: los nuestros ganaron la guerra civil. Y aunque de aquella sangría nadie puede sentirse orgulloso, nosotros miramos hacia delante mientras la izquierda de toda la vida sigue anclada en el pasado. Ante un planteamiento como éste la bronca sería monumental, pero duraría lo justo. De otro modo, seguimos sin negar la mayor, continuaremos con la cabeza gacha mientras Garzón se dedique, tal vez durante años, a desenterrar huesos por las cunetas para restregárnoslos por la cara. Mejor una vez colorados que mil amarillos. A ver si ellos son capaces de hacer lo mismo.
Germont
Nota del editor: Sobre Garzón pueden leer cosas muy interesantes en Spanish Pundit y en Cine y Política, por cierto
En fin, todo contribuye a que mi estado de ánimo cada vez sea peor… 🙁 Cómo puede ir todo tan mal.
Gracias, Luis, por acordarte de enlazar el post.
¡¡¡Qué hermoso!!! A partir de ahora será invitado a grandes conferencias con sus pingües beneficios, como Gore. La Diva de la Audiencia estará pensando que si le dieron el Nobel de la PaZZZZZZ a un paZZZZZifista como Arafat, u otro gran luchador por los DDHH como fue Stalin fue nominado dos veces, ¿cómo no va a serlo este gran juez estrellado?
En otras palabras, lo que aquí llamamos «Willkür», que en español sería arbitrariedad (en la primera acepción).
No ya que tengamos que sufrir la voluntad más o menos teledirigida de una mayoría más o menos incualificada; en ausencia de esa «ética politica extraordinariamente exigente» hemos de soportar también el capricho del oligarca de turno.
… y nadie se mueve …
En abstracto resulta muy sistemático pensar en tres poderes mutuamente independientes que se neutralizan entre sí en orden a posibles demasías (Siete anillos para los enanos, tres anillos para los hombres…) , pero si el partido ganador de unas elecciones no sólo goza de mayoría absoluta o de baratísimas alianzas en el legislativo sino que forma un gobierno monocolor en el ejecutivo y además influye en la provisión de cargos en el judicial, la teoría de Montesquieu se convierte en el Señor de los Anillos y la forma de gobierno en una oligarquía de facto. Y si los oligarcas no profesan una ética politica extraordinariamente exigente, se llega a situaciones pintorescas como que desentierren curas fusilado porque los fusilaron los malos o que reconstruyan Numancia por ver si hubo igualdad de sexos durante el asedio
Si Goebbels levantara la cabeza se pondría amarillo de envidia al ver como sus pupilos, socialistas como él, han perfeccionado y perpetuado sus técnicas…
La izquierda «vive» de sus muertos. Experta en enterramientos, sepulturera del siglo XX, se afana en desenterrar a los que cayeron de entre los suyos, que siempre son víctimas, por bárbaros y destructivos que fueran.
La frase que tan acertadamente titula el post, no lo olvidemos, fue pronunciada tras un asesinato. Sólo con muertos -sus víctimas propiciatorias y sus ejecutados sumariamente- toma el poder. Los muertos del 11-M, su penúltima hazaña. Ahora toca la Guerra Civil.