Se observa una curiosa tendencia en el mercado de trabajo conforme la política va penetrando prepotente el tejido social y económico. Las cualificaciones demandadas por las empresas privadas son cada vez mayores y mejores, mientras que los que viven del Estado son cada vez más inútiles, de forma tal que al final se van a la calle los profesionales razonable pero no excesivamente cualificados. Sobreviven los “mejores” y los peores (entrecomillo lo de mejores por tratarse de algo relativo a una función social concreta, nada tiene que ver con la calidad humana. Lo de peores no precisa entrecomillado). No creo que esta polarización se corresponda muy bien con los ideales de igualdad socialistas, cuya persecución –al menos nominal- llevó a este desastre
En este contexto de crisis terrible las declaraciones de la Bibi, más conocida como Ministra de Igual-da (Ijon Tichy dixit), o Igualdad (al estilo sociata arriba expuesto), hieren la sensibilidad de cualquiera que aspire a ganarse el pan con el sudor de su frente sin convertirse en un esclavo del trabajo. Es posible que su Ministerio represente solo un 0,02 % del total de los Presupuestos del Estado, como ella señala en la entrevista que concede a la Agencia Efe, pero eso representa muchos millones de euros tirados a la basura. Son trabajos inútiles que desplazan a otros útiles. Dice la Aído, citando a Machado, que “no hay nada más necio que confundir valor con precio”. Si, desde luego. Por ejemplo no saber lo que es un precio. Uno tiene que tener una idea aunque sea aproximada de lo que es. Se trata de un indicador que, si no viene impuesto por un monopolio, refleja las preferencias de la gente o resulta “ser caro”. Pero ¿qué clase de “precio” existe en el confortable Estado del bienestar (para los que están dentro, claro)? El coste. En el Estado todo son costes. Precisamente como gran parte de su producción de bienes y servicios no puede ser valorada en el mercado a través del mecanismo de los precios, se considera nada más lo que cuesta. Lo otro no se puede valorar. Para ella y los suyos lo que hacen tiene un gran valor, que no debe confundirse con su “precio”, el que ella paga en nombre de todos, es decir, su “coste”. Pero para quienes consideren que su labor no sirve para nada, todo es coste, no hay beneficio alguno, ni tangible ni intangible, salvo para aquellos para los que el coste es precio, es decir, los que cobran por hacer la actividad inútil, sea en forma de nómina o facturando.
No obstante Aído nos vende su producto. Reporta grandes beneficios a la sociedad. Van a aprobar la Ley del Aborto, están desarrollando la Ley de Igualdad efectiva y tienen 21 motivos de esperanza en los 21 casos menos de muertes de violencia de género del 2008 al 2009, que bien pudiera tratarse de una fluctuación estadística no correlacionada con las acciones legales emprendidas por el Estado.
No sé que valor tiene la Ley del Aborto. Lo que sí sé es que un engendro que se llame Ley de Igualdad efectiva sólo puede llevar a la bancarrota a los ámbitos en los que se aplique.
Mientras tanto las personas corrientes, como yo, las pasamos putas. Gracias Bibi, gracias ZP.
Hola Raulius,
Es que si uno pronuncia la palabra autoridad es tachado de inmediato de autoritario, cuando no de fascista.
La autoridad en la educación supone el reconocimiento de una desigualdad natural, la que se da entre el que enseña y el que aprende. Los profesores deberían disponer de autoridad, no para que «la letra con sangre entre», ni para inculcar «los principios del régimen», sino dentro de su parcela de conocimiento, en particular, y como fuente de mayor conocimiento y experiencia en general.
Pero es difícil en una sociedad en la que se santifican la juventud y la diversión y el corto plazo transmitir valores de respeto a lo más viejo, lo más serio o aquello que implique mirar más allá de las propias narices y abarcar nuevos y más amplios horizontes.
Lo peor de gente como la Aido es que son un modelo social, como Belén Esteban o similares. En la universidad donde doy clases es muy difícil inculcar a los alumnos cualquier conocimiento o actitud que conlleve un mínimo esfuerzo. Sólo se consigue algo de los alumnos negociando, igualándote a ellos (no soy una persona poco accesible ni arrogante)y con muchísima mano izquierda. La institución, por cierto, también nos desautoriza y desprecia. Es absolutamente desmoralizador realizar un trabajo vocacional en estas condiciones.