Morir por la causa es estar dispuesto a dar lo que más valor tiene, que es la propia vida, por algún ideal de grupo. Uno muere para que sus hermanos y hermanas del grupo X o Y tengan mejores oportunidades de mejorar su situación. Es la entrega altruista suprema. Es lo que está dispuesta a hacer la activista saharaui Aminatu Haidar: entregar su vida. Y mientras, los terroristas de Al Qaeda en el Magreb no dudarán en cortar las cabezas de los tres cooperantes humanitarios catalanes por su causa, el Califato Universal.
Morir por la causa
Germanico
No hay aprendizaje sin error, ni tampoco acierto sin duda. En éste, nuestro mundo, hemos dado por sentadas demasiadas cosas. Y así nos va. Las ideologías y los eslóganes fáciles, los prejuicios y jucios sumarios, los procesos kafkianos al presunto disidente de las fes de moda, los ostracismos a quién sostenga un “pero” de duda razonable a cualquier aseveración generalmente aprobada (que no indudablemente probada), convierten el mundo en el que vivimos en un santuario para la pereza cognitiva y en un infierno para todos, pero especialmente para los que tratan de comprender cabalmente que es lo que realmente está sucediendo -nos está sucediendo.
Entiendo, Gavion, que para ellos la diferencia está en la causa política, la que da título y sentido a mi artículo.
Pero como señalaba Losantos esta mañana en su «mañana», los mismos que ahora claman por salvar a Amitu en otras muchas ocasiones han defendido el Régimen Cubano, bajo cuyo poder muchos mueren de hambre, algunos en defensa de la libertad.
¿Por qué razón los mismos que gritan alto al aire el derecho a decidir una muerte digna están como locos porque el juez obligue a alimentar forzadamente a una persona que pide, en perfectas condiciones mentales, que no lo hagan?
GAVION