Stephen Hawking en uno de sus últimos libros “El gran diseño” afirmó sorprendentemente que la filosofía había muerto. Sostenía que las preguntas fundamentales sobre el universo y la existencia debían ser abordadas a través de la física y la matemática, en lugar de la filosofía tradicional.
Mientras que estoy de acuerdo de que, si una pregunta puede ser respondida de manera científica, es decir, aportando pruebas y resultados experimentales, dicha respuesta es mucho más objetiva que una especulación filosófica. Esta es la superioridad del conocimiento epistémico o científico.
Pero el debate de filosofía o ciencia es un debate falaz, porque en realidad ambas pertenecen a aspectos importantes del conocimiento humano y no existe una ciencia pura desprovista de cualquier forma filosófica. Es más, la mezcla entre ciencia y filosofía dará́ lugar a una mejor interpretación del mundo. En este artículo pretendo mostrar los aspectos más fundamentales y útiles que nos aporta la filosofía y porque dejarlos de un lado harán que nuestro mundo sea un lugar peor.
Voy a empezar por definir lo que podríamos considerar como “filosofía”. Aunque no soy partidario de usar la etimología para definir conceptos, si puede ayudar a su contextualización. En el sentido etimológico, filosofía es “amor al saber”. Para mí la filosofía es la búsqueda de la verdad, es decir, encontrar las interpretaciones que mejor se ajustan a la realidad. Como ya puso de manifiesto Karl Popper, esto es una “búsqueda sin término” y verdades actuales pasaran a ser sustituidas por “verdades” superiores y así́ sucesivamente. El conocimiento es complicado porque no existe la evidencia definitiva a favor de ninguna afirmación, sino que tan solo contamos con la evidencia en contra a las afirmaciones. Es decir, nunca podemos concluir que estamos definitivamente ante algo totalmente cierto, pero si nos es posible concluir que afirmaciones no son ciertas. Por tanto, como Karl Popper teorizaba, el conocimiento solo progresa a través de la falsación de teorías en una búsqueda sin termino. Nos iremos aproximando a la verdad sin nunca alcanzarla en toda su plenitud. Esto es importante entenderlo para poder vislumbrar cual es la utilidad del conocimiento, de la ciencia y de la filosofía.
Dado que la filosofía tal y como la hemos definido trata de buscar la verdad y dicha verdad es inalcanzable, la filosofía consiste en una actividad continua de planteamiento de problemas, hipótesis y argumentos que se colocan en las fronteras del nuestro conocimiento. Por ejemplo, Sócrates mantenía diálogos con sus discípulos a los que les preguntaba en qué consistía la justicia. Cada uno de ellos respondía de forma diferente y Sócrates encontraba contradicciones y errores en todas y cada una de las respuestas de sus discípulos. Posteriormente, Sócrates admitía que la tampoco tenía una respuesta definitiva. El filósofo Kant afirmaba que la filosofía termina cuando la definición de un concepto está plenamente acabada, pero admitía que la definición exacta y definitiva nunca era alcanzable, pero si es posible alcanzarla de forma asintótica. Es decir, la filosofía es el progreso continuo sin termino en adaptar nuestro conocimiento a la realidad, identificando aquellos conceptos erróneos y mejorando la definición de nuestros conceptos.
Esta es la función de la filosofía y el motor más importante para ello es el escepticismo. El escepticismo permite plantear hipótesis que contradicen la “verdad” imperante o las teorías propuestas. El escepticismo es una herramienta que permite “falsar” teorías, plantear límites al conocimiento científico y reducir el grado de “certidumbre” o confianza que podamos depositar en nuestro conocimiento actual. Por eso para mí́, filosofía equivale a escepticismo. El escepticismo es una capacidad humana que cualquiera puede utilizar y por ello afírmanos anteriormente que la filosofía y la ciencia no están desconectados, ya que un científico sin ningún grado de escepticismo se podría considerar como un mal científico, pues sin escepticismo su capacidad de plantearse hipótesis alternativas a sus propias investigaciones es muy limitada. No obstante, una pequeña diferencia que cabría resaltar entre las ciencias y la filosofía es que las ciencias tienen un grado muy elevado de especialización y un foco muy elevado en materias concretas, mientras la filosofía tiene una visión más global de los asuntos. Esto quiere decir que, para un ingeniero, por ejemplo, ciertos avances puedan ser muy positivos en su campo, pero tienda a poner menor énfasis en las consecuencias que sus avances tengan en otros campos del ser humano. Por ejemplo, es menos probable que un ingeniero que trabaja en mejorar un algoritmo para extraer datos de la población ponga el foco de su trabajo en qué consecuencias dichos avances tengan para la libertad y para el ser humano a largo plazo. La visión global escéptica del filósofo es importante para resaltar los problemas colaterales que determinados conocimientos tengan en otras esferas del ser humano. En definitiva, el escepticismo con visión global o filosofía es esencial para decirle al científico “no te hagas tantas ilusiones”.
Si analizamos el problema del conocimiento con algo más de profundidad, nos damos cuenta de que uno de los problemas fundamentales es el problema de la inducción. El problema de la inducción explica por qué podemos tener evidencia en contra de una afirmación, pero nunca afirmación a favor. Por ejemplo, si observamos siempre cisnes blancos nunca podremos afirmar que todos los cisnes son blancos. Con tan solo una observación de un cisne negro, ya es suficiente para descartar la afirmación de “todos los cisnes son blancos”. De la misma forma, un médico puede realizar un análisis a una persona en búsqueda de signos de cáncer y concluir que no ha encontrado ninguna observación que lleve a concluir que hay cáncer en su cuerpo, pero siempre existe la posibilidad de que el análisis no haya incluido todas las posibilidades existentes. Y aun contemplando todas las posibilidades, el cuerpo está en constante cambio y tampoco es posible descartar que justo después del escáner o durante el proceso, ciertos signos de cáncer se estén produciendo. Por tanto, un médico no puede afirmar que “no hay cáncer” pero puede afirmar que “no hay evidencia suficiente de que haya cáncer”. Por eso el conocimiento científico está fundamentado en la probabilidad y no existen las afirmaciones rotundas. Ahora bien, la probabilidad también está sujeta a sus propias limitaciones y la mayor de todas es suponer que la realidad se ajusta a una supuesta distribución de probabilidad. Por ejemplo, la distribución normal, pero al igual de lo que ocurría con los cisnes blancos, no existe ninguna evidencia absoluta de que la realidad siga dicha distribución.
Por tanto, el problema de la inducción consiste en concluir a partir de una serie de regularidades en nuestras observaciones de que en el futuro vamos a seguir observando la misma regularidad. Por ejemplo, si observamos durante muchos años que los cisnes son blancos, podremos inducir que todos los cisnes son blancos. El problema de la inducción es que, con tan solo una observación de un cisne negro, nuestro supuesto inicial está equivocado y nos obliga a replantarnos nuestro modelo o interpretación de la realidad. La inducción nunca puede llevar a una conclusión definitiva de la realidad. El filósofo para hacer bien su función debe de tener buena imaginación para poder imaginar todo tipo de hipótesis y alternativas que cuestionen las teorías preponderantes planteadas por inducción, es decir, el filósofo es útil cuando pone su atención en los cisnes negros, en los problemas del conocimiento, en el problema de la inducción. De nuevo, un mensaje para el científico: “No te hagas tantas ilusiones y no te creas tanto tus propios supuestos”.
Obviamente en el mayor de los casos la inducción es útil y funciona y por ello la ciencia ha tenido mucho éxito. Hemos sido capaces los seres humanos de detectar ciertas regularidades en el universo y saber aprovecharlas a nuestro favor para desarrollar predicciones y mejorar nuestra interpretación del universo. Esta idea es tan obvia y aceptada que no merece la pena profundizar mucho sobre ella. La cuestión que tratamos es que la filosofía (o escepticismo global) es esencial para remarcar los límites del conocimiento lo cual nos lleva a limitar nuestros errores o al menos el grado de daño de nuestros errores y ser conscientes de la infinitud de nuestra ignorancia.
Los cisnes negros existen y se ha visto que el cerebro humano no está preparado para tratar bien con ellos. El cerebro intenta reducir la dimensionalidad de la realidad para poder entenderla y existen un numero de formas que el cerebro utiliza para ello. Es imposible observar la realidad pura sin ningún tipo de prejuicio ni alteración que nuestro cerebro introduce para simplificar dicha realidad y poder tratar con ella. Sin embargo, dicha simplificación no deja de ser una alteración (aunque útil) de la realidad que conviene tener en cuenta. Esta alteración de la realidad es la que da lugar a “cisnes negros”, eventos improbables que no fueron considerados en ningún modelo y que termina sucediendo. Es más, el mundo tal y como lo conocemos está formado por una serie de eventos impredecibles. Los expertos coinciden en que la vida como tal es altamente improbable, pero nosotros somos producto de ello. Quizá un modelo del universo simplificado no consideraría la posibilidad de vida, lo que para nosotros no tendría ningún sentido. El ser humano quizá tampoco existiría en su forma actual si no se hubiesen extinguido los dinosaurios, probablemente debido a un evento altamente improbable o “no-inducible”. Estos son ejemplos extremos, pero podemos seguir imaginando a nuestro alrededor que casi todo lo que existe viene explicado por eventos que ocurrieron a pesar de ser altamente improbables. Y digo más, si observamos todas las predicciones sobre el futuro, la abrumadora mayoría de todas ellas siempre se equivocan constantemente. Es decir, que, si hacemos caso a nuestros supuestos y prejuicios, estaríamos constantemente equivocándonos sobre el mundo. Y, aun así, una gran cantidad de personas siguen sorprendiéndose por la ocurrencia de eventos imprevistos y no considerando tan siquiera la posibilidad de su ocurrencia tarde o temprano.
Volviendo a los sesgos que nuestro cerebro tiene para poder simplificar la realidad uno de ellos es el sesgo de confirmación, que consiste en enfocarse en aquellas evidencias que apoyan mis propios prejuicios y no buscar las evidencias en contra. Este es uno de los mayores enemigos de la búsqueda de la verdad, de la filosofía. Recordemos que tan solo una observación en contra sería suficiente para desterrar una teoría, aunque este apoyada por millones de observaciones a favor. Otro sesgo que el ser humano utiliza para simplificar el mundo es la “falacia narrativa” que consiste en una estrategia para buscarle una conexión lógica que tenga sentido a los hechos que acontecen en el mundo. Así nuestra razón entiende mejor lo sucedido y puede conectar los hechos de forma lógica y ayuda a recordarlos mejor. Sin embargo, muchos de estos hechos no tienen por qué tener ninguna conexión lógica, simplemente suceden por azar y coinciden en el tiempo. Esta falacia narrativa da la impresión de que entendemos el mundo y aumenta nuestra confianza en nuestro sesgo de confirmación, dándonos certidumbre a nuestras inducciones. En caso de observar un cisne negro que destierre nuestros prejuicios, la reacción más normal sería una gran sorpresa que nos rompería todos nuestros esquemas, en el mejor de los casos. En el peor de los casos, nos encontraríamos con una negación de la realidad, la cabezonería y el seguir usando nuestras inducciones falaces, apoyadas en el sesgo de confirmación.
Esto es muy humano y de hecho existe una “disonancia cognitiva” cuando se nos presentan hechos que contradicen nuestra visión del mundo, es decir, nos produce malestar e incomodidad psicológica. La búsqueda constante de teorías que contradigan nuestra visión del mundo y nos cuestionen nuestra realidad es poco natural. De hecho, se ha comprobado experimentalmente, que el grado de dopamina en el cerebro está relacionado positivamente con un menor grado de escepticismo. He aquí la gran utilidad de la filosofía, que nos ayude a quitarnos la venda de los ojos y nos ayude a resaltar nuestras propias limitaciones.
El buen filosofo, con una visión global y con un elevado grado de escepticismo buscara encontrar aquellos casos que apuntan en contra de las teorías preponderantes o los prejuicios existentes. Su función es similar a la de los grandes maestros de ajedrez, que constantemente buscan cuales son los movimientos más débiles, los puntos más flacos del juego. La tarea del buen filosofo consiste en reducir la certidumbre en nuestras inducciones, de introducir cierto grado de escepticismo sano en nuestro conocimiento, una tarea complicada ya que nuestro cerebro suele estar diseñado para hacer todo lo contrario. Aquí voy a ser muy taxativo: el buen filosofo es aquel que no tiene sentido común, aquel que rompe los esquemas existentes. Entendiendo por sentido común el conjunto de prejuicios o conjunto de reglas heurísticas y sesgos compartidos para poder interpretar la realidad.
A mi modo de ver, para poder acercarnos a la realidad y reducir nuestro grado de error, debemos resistir esta tendencia natural a emitir juicios, resistir una interpretación de los hechos basada en explicaciones lógicas, enfocarse en las observaciones que contradigan nuestros prejuicios y no al contrario.
Para terminar, me gustaría hacer una conexión de lo que hemos dicho hasta ahora con el “principio de Pareto”. Es necesario hablar sobre ello ya que el principio de Pareto, aplicado sin criterio, da lugar a una exacerbación de los errores de inducción que hemos planteado y nos deja en un lugar increíblemente vulnerable a las sorpresas y a los “cisnes negros”. El principio de Pareto o también denominado principio 80/20 establece que generalmente el 20% del esfuerzo provoca el 80% de los resultados. Numerosos libros de autoayuda proclaman la aplicación del principio de Pareto para mejorar nuestra eficiencia. Aquí también conviene introducir un grado de escepticismo y resaltar cuales son los peligros del principio de Pareto y porque puede ser tan peligroso.
Es evidente que normalmente enfocarse en aquello que ha dado más resultado en el pasado puede ahorrarnos recursos y provocar una mejora de la eficiencia a largo plazo. Pero esto también nos deja muy vulnerables a acontecimientos imprevistos. Es decir, que la mejora en eficiencia se ve mermada a largo plazo por todos los imprevistos y cambios que vayan sucediendo a largo plazo. En este sentido la aplicación continua del principio de Pareto es similar a la de un jugador de apuestas deportivas que apuesta grandes sumas de dinero a eventos muy probables.
Por ejemplo, un millón de euros a que no haya más de 10 goles en un partido de futbol, poco a poco siempre ira ganando algo de dinero, pero de repetir esta apuesta las suficientes veces, tan solo una ocurrencia de un partido con 11 goles es suficiente para perder todo el dinero disponible.
El problema es que las reglas que explicaron el pasado no tienen por qué seguir existiendo, sobre todo en la sociedad ya que la mayoría de las relaciones son altamente complejas y no-lineales y dí́ixiles de comprender, donde las posibilidades de sorpresa o de cisnes negros son muy elevadas.
El problema con el principio de Pareto es el ámbito de su aplicabilidad. Existen ́ámbitos que el principio de Pareto puede llevar a destrucciones enormes (aplicabilidad destructiva) y ámbitos donde el principio de Pareto limita la mejora positiva de la realidad (aplicabilidad no-constructiva. Vamos a detenernos en ambos casos:
Aplicabilidad destructiva. Esto es un ámbito donde es altamente peligroso aplicarlo donde un fallo (por muy improbable que sea), destruye por completo todo el valor obtenido por las mejoras en eficiencia que el principio de Pareto haya podido provocar inicialmente. Esto sucede sobre todo en ́ámbitos donde la seguridad es muy importante y donde el 100% de los resultados es imprescindible para poder tener un resultado positivo. Por ejemplo, recordemos el caso del submarino “Titan” donde los emprendedores que estaban al cargo diseñaron un nuevo sistema más eficiente y ligero con materiales que no estaban lo suficientemente probados. Para estos empresarios, la probabilidad de que ocurriese un accidente era reducida (aunque no la descartaban al 100%) ya que habían probado el prototipo ellos mismos en algunas ocasiones. Sin embargo, juzgaron que merecía la pena dicha equilibro entre eficiencia y seguridad y se lanzaron a la expedición submarina, con tan mala suerte que sus prejuicios iniciales se demostraron erróneos y que tan solo un pequeño fallo de seguridad es suficiente para destruir por completo cualquier ganancia en eficiencia o en rentabilidad. Cualquier otro ejemplo de seguridad donde existan probabilidades de catástrofe (por muy bajas que sean) lleva a la conclusión de que el principio de Pareto es una receta garantizada para la catástrofe. En prevención de riesgos, la mentalidad de no dar nada por sentado y de asegurar el 100% es la estrategia ganadora a largo plazo.
Aplicabilidad no-constructiva. El principio de Pareto no solo puede llevar a la destrucción, sino a la parálisis, es decir a perpetuarnos en el statu quo, un mundo sin creatividad, sin mejoras y sin avances. Esto es especialmente grave en ámbitos donde la creatividad es clave, como por ejemplo la investigación científica, el arte, la composición musical, la inversión, entre muchos otros. El progreso de la sociedad se ha producido por mejoras inesperada, impensables, sorpresivas. A veces suceden incluso por accidente. El aplicar reglas heurísticas simples que suponen repetición de las reglas ya conocidas, limitan toda la esfera de posibilidades que el futuro y los “cisnes negros” tienen para nosotros. De hecho, si ampliamos la vista lo suficiente nos daremos cuenta de que a largo plazo todo esta explicado por acontecimientos inesperados. En sectores muy competitivos de la sociedad donde la creatividad es el factor disruptivo y diferenciador, el principio de Pareto es muy probable que juegue en contra. Por ejemplo, en el arte como la música o la pintura, muchas veces el factor diferenciador es la calidad que viene explicada por el grado de talento y esmero. Leonardo Da Vinci hizo suya la máxima “ostento rigore”, buscando continuamente la perfección y la belleza con obstinación, dedicando un gran número de horas a detalles que podrían parecer muy pequeños. Este esmero extra que el creativo dedica, provoca una mejora, un descubrimiento que le hace diferenciarse el resto de los paradigmas que han existido hasta el momento. Es decir, que una pequeña mejora puede provocar una revolución, compensando por mucho el grado de esfuerzo o “ineficiencia” inicial. Desde este punto de vista, esmerarse e intentar conseguir resultados extraordinarios y perfectos (más allá del 20% propuesto por Pareto) es lo que explica la realidad que nos rodea y lo que ha hecho progresar a la sociedad. La aplicación total del principio de Pareto no nos hubiera hecho progresar ni construir nuestra especie.
Por tanto, la utilidad de la filosofía consiste en centrarse en las debilidades de nuestro conocimiento, en señalar allí donde podríamos equivocarnos, ofrecer una visión global a largo plazo con altura de miras que nos permita contrarrestar en cierta medida nuestros sesgos humanos y sobre todo reducir los peligros tan enormes que tiene el tener una confianza desmesurada en nuestros propios prejuicios, señalando la infinitud de nuestra estupidez.