No acabo de decidir si es circunstancial o consustancial a la política española comportarse como el burro de la noria. No es que el sistema democrático que nos rige – nos subyuga más bien – garantice demasiadas cosas, pero con mimbres parecidos otros no muy lejanos tejen mejores herramientas para engranar la convivencia de los ciudadanos. Es bien cierto es que, ante la corrupción sentada en el banquillo del PP, por fin, adelanta por el extremo centro Ciudadanos a los de la gaviota y a los de la rosa. Tan cierto como aquella Alianza Popular, transmutada por Aznar y los suyos en Partido, pasó por encima del PSOE cuando éste se convirtió en un saco de ladrones pestilentes y terroristas de Estado. Cuando se necesitaba un cambio profundo, una revisión de todos y cada uno de los tótems y emblemas del país, solo se produjo la alternancia, que, acompañada de un cambio de ciclo económico, se dedicó a meter la basura bajo la alfombra y dejar las cosas como estaban. Es lo que me temo que pasará ahora, si tiene que pasar. Quizá entonces, hace ya veinte años, como el maldito tango, la Constitución estaba aun lozana. Ahora que ya entró en la crisis de los cuarenta, seguro que se apunta al gimnasio un par de meses para olvidarse de los buenos propósitos en menos que canta un gallo.
El empalago que me produce la adulación de los de Rivera en los medios de comunicación me retrotrae a los tiempos de Barrionuevo y Vera, de Filesa, Malesa y Times Export, de Juan Guerra y Luis Roldán y de un salvador de la patria con bigote y padre de sus hijos políticos, marianos, montoros, sorayos y un largo etcétera. No es pues dulzura pues, sino hartazgo lo que me produce el comprobar que el muestrario de propuestas no es más que maquillaje cuando lo que hace falta es cirugía. De ahí que me dé por mirar hacia otros lugares y comprobar, a veces con envidia, aunque no siempre, que las operaciones que llevan a cabo tienen mayor calado, mientras en España nos dedicamos al agua oxigenada y un par de tiritas.
Estamos en el tacticismo electoral, legítimo desde luego. Olvidamos de plano las propuestas de calado, por lo tanto. Estamos en las batallas dialécticas y baldías. Dejamos de lado las propuestas ideológicas, los argumentos filosóficos, instalados todos en lo políticamente correcto. No hay que desviarse demasiado de la agenda que marcan los medios de siempre y políticos de siempre, para ganarles la mano y el sillón. Juegan al mismo juego, cuando lo perentorio es cambiar las reglas, seguro, si no el juego entero.
Una vez los morados han enseñado el colmillo y tratan de parar la vía de agua abierta en su caladero de votos, para probablemente convertirse en la reedición de IU, que es lo que siempre debieron ser y de lo que nunca debieron pasar, parece que la cosa pinta naranja. Y no pinta bien por varias razones. La primera la mencionada en los párrafos anteriores. Maquillaje. La segunda es inherente al juego político de las democracias. Pactos y concesiones. El reparto de poder. De eso han demostrado ya los secuaces del de La Caixa habilidad y salero en la Andalucía del PSOE. Sólo queda ver como lo hacen si finalmente la batuta la llevan ellos.
La esperanza no muere, sin embargo, y queda tanto el recuerdo y, con un poco de suerte, la reedición de aquel año que estuvimos con gobierno en funciones. ¿Se acuerdan? El año que vivimos tan ricamente y empezamos a salir de la crisis mientras ellos se peleaban por la carnaza.