Las campañas electorales son tediosas. Tanto más, cuanto más entrado en años está uno. Al menos así me lo parece. Las promesas y debates se me figuran cada vez más lejanos y extraños a mi realidad cotidiana. Me resulta cada vez más inverosímil la puesta en escena. Todo es de un pésimo cartón piedra.
No obstante, y pese a quien pese, muchos aspectos de nuestra vida cotidiana se supeditan, en mayor o menor medida, a las decisiones de aquellos que alcanzan el poder político. Por lo tanto, no resulta descabellado que sean muchos los que siguen con pasión real y sincera los avatares y vicisitudes que rodean el circo político. En esta ocasión, además, la infección político-bacteriana de la vida de los catalanes de a pie, justifica sin ninguna duda el interés que muchos ciudadanos, no solo de Cataluña, si no de toda España, tienen en los comicios.
Sin embargo, y en buena lógica, la infantilización de la sociedad española, que se intrinca en todos los estratos del país desde ya hace unos años, ha producido, produce y producirá, sin duda esta vez también, esa suerte disonancia cognitiva electoral, por la que, excepto aquellos que protagonizan el lance y por lo tanto acaban trincando del presupuesto, no queda un solo elector sin ese regusto amargo que le queda a quien, de nuevo, y van cuarenta años, ha sido defraudado por su elección. Las expectativas de los electores rara vez son colmadas, no digo al 100%, ni siquiera al 50%. Y ahí seguimos, tropezando con la misma piedra, elección tras elección. Allá por la Transición se nos pudo acusar de electores bisoños. Hoy en día, poner demasiadas expectativas en el comportamiento de los políticos es de una ingenuidad supina.
Este descontento, el que crece periódicamente por el incumplimiento reiterado de los políticos, es el que nacionalistas o populistas utilizan para llenar las calles y jugar a eso de “quítate tú, para ponerme yo” convirtiéndose rápidamente en los que reiteradamente incumplen. El juego político obliga a la falta. El pacto obliga a la cesión y por lo tanto al incumplimiento. Las expectativas son personales. No existen las expectativas de la Gente o el Pueblo. Tal cosa es un imposible. Por eso necesariamente se llega al desencanto. Por eso en las llamadas democracias maduras el nivel de participación suele ser bajo. Votan los que viven del presupuesto, los fanáticos de alguna idea o partido y algún despistado más. Salvo en situaciones extremas, como la que tenemos delante y donde los electores mayoritariamente ven seriamente peligrar su estatus, el nivel de compromiso con un proceso electoral es bajo. Supongo que esta vez en Cataluña el nivel de participación será excepcionalmente alto.
Las elecciones pasarán y muchos electores, esta vez también, quedarán defraudados. Los cambios sociales deben producirse de abajo arriba. De la sociedad hacia la política. Cuantos menos campos riegue ésta, menos defraudará. Así de sencillo. Mirar al Cielo, esperando el maná, no ha vuelto a funcionar desde el Éxodo. Más bien hay que poner en práctica el ora et labora o, más castizamente, a Dios rogando y con el mazo dando. El político, yo mismo, tiene sus propias expectativas y, por mucho que queramos pensar que es un señor especial que va a mirar por nosotros, es un ser de carne y hueso que no puede traer todos los regalos que les hemos pedido a los Reyes Magos de las Urnas. En este caso los votos no son los padres. Somos nosotros, cada uno de nosotros. Los políticos, en realidad, no existen.
Hace tiempo, casi desde el comienzo que los partidos políticos se han convertido en Sociedades Anónimas con mas o menos asalariados que viven del presupuesto. No me parece mal, en mi comunidad también pagamos un administrador para que gestione el día a día de la comunidad, recaudar las cuotas y pagar los gastos. Lo que si que es inadmisible es que ese administrador se extralimite modificando mi modo de vida y el de mis vecinos. Y eso es lo que permanentemente tratan de hacer esas SA en que se han convertido los partidos políticos. En mi comunidad de vecinos hay unos estatutos que limitan lo que se puede o no hacer. Creo que es necesario ir modificando la constitución de forma que los administradores públicos estén limitados a simplemente recaudar los impuestos imprescindibles para gestionar los gastos en seguridad, sistema judicial, sanidad y educación.
En tu comunidad (y en todas), son los propios interesados los que aprueban los estatutos y las cuotas. Y todo lo demás. Ahí la diferencia.
La política es frustrante para el ciudadano porque los políticos, que sí que existen, y en demasía, primero velan por ellos, después por el partido, y si queda algo, por los ciudadanos (por eso de que los vuelvan a votar). Y bien que se encargan todos a una en evitar que el ciudadano tenga herramientas para cambiar esta situación desde abajo. La única herramienta (el voto) de que disponemos, está bien controlada para que como mucho, caiga algún partido, pero nunca el sistema, que en esencia se mantiene estable.
Parece ser que las únicas vías para cambiar algo serían dos: primero la clásica revolución, de resultados imprevisibles e inviable hoy en día porque las revoluciones no se hacen por ideas (aunque se disfrazan de ellas), sino por el profundo malestar material de la ciudadanía que hoy no se da en niveles suficientes. En segundo lugar, creando un partido político que tenga la firme voluntad de llegar al poder incorrupto, y desde él, cambiarlo.
Esta segunda hipótesis ya ha sido intentada sin éxito varias veces desde la democracia. He participado personalmente en la creación de un partido que ya toca poder, pero mucho antes de alcanzarlo ya repetía, a su nivel, todos los defectos de los partidos establecidos. Más de lo mismo. Por eso me fui. Y es que parece que el poder, hasta en sus dosis más pequeñas, deforma instantánemanente la visión y cierra los oídos de cualquiera que lo toque, de modo que inevitablemente comienza a anteponerse a todo. Y de nuevo el denominador común: todos los interesados prefieren dirimir sus diferencias eliminando a los que no son de la suya, en lugar de preguntar a sus bases qué quieren que hagan. En esto todos de acuerdo.
Ahora lo intento de nuevo (no mucho). Seguramente porque detesto rendirme, aunque tengo pocas esperanzas que perder. Intento que el partido se cambie a sí mismo antes de que intente cambiar nada. La tendencia a la repetición es muy fuerte. Y no es fácil. Y eso que somos poquitos pero honrados. No es difícil la virtud sin tentaciones. Diré el nombre por si hay curiosidad: dCIDE.
De todas formas ya no tengo edad (y antes tenía cosas más interesantes). Pero por ayudar que no quede.
No existen los políticos prohombres preocupados única y exclusivamente del bienestar del ciudadano. 🙂
Sólo pido que se preocupen por los ciudadanos en primer lugar, pero me conformaría con menos: bastaría conque cumplieran su palabra.
Ud como persona decente que es imagino que tendrá entre sus prioridades la familia, los amigos o el trabajo.
Piense dos cosas:
La primera es que es frecuente que las prioridades de uno o de su familia o de sus amigos entren en conflicto con las del resto de ciudadanos. Es humanamente natural elegir alguna vez a su familia o amigos antes que al resto de los ciudadanos.
La segunda es que en todos los gobiernos, y en España mucho más, para mantener el «trabajo de político» es más fácil y eficiente contentar lobbys o compañeros de partido y hacer buena propaganda que contentar al conjunto de la ciudadanía y hacer lo correcto, máxime cuando es imposible contentar a todos siempre y lo que para unos es correcto, para otros no. Cumplir la palabra dada es algo meramente accesorio.
Parece, por lo que se ha dicho en este blog, que los dos somos autónomos añejos, así que en eso de contentar a nuestros clientes debemos saber algo. Y en ese juego, cumplir con la palabra es algo esencial, y faltar a ella algo que no suele ser perdonado. Además de que para muchos, la palabra es pundonor.
Y es verdad que no siempre se puede contentar a todos, pero siempre se pueden dar las razones, con honradez, para no hacerlo. En esa situación la gente suele aceptar mucho mejor las contrariedades. Incluso los perjuicios.
Me temo que la visión de los políticos es bastante más corta que eso. Incluso a veces brilla por su falta de inteligencia. Y es que la política, un trabajo que debería ser de los más honrosos, creo que cuenta con el mayor desprecio social de todas las profesiones (incluída esa tan injustamente vituperada que se ejerce desde hace tanto). Igual por ello tanta gente capaz huye de ella.
En fin. ¿Nadie va a decir nada sobre Cataluña?
Tiene toda la razón, solo que los «clientes» de los políticos no son los ciudadanos, son las redes clientelares que forman, que así se llaman por algo. Por eso las cosas funcionan como funcionan.
Tiene toda la razón. Por eso me molesta tanto que se llamen «nuestros representantes».
En mi opinión, para muchísima gente existe cierta afinidad a un partido político que es totalmente irracional. Me atrevería a decir que exactamente igual que ser seguidor de un equipo de fútbol.
No importa que tu equipo juegue de pena un partido o una temporada entera y que resulte aburrido cualquier partido que juega, tampoco te quita el sueño que ciertos jugadores sean unos guarros que simulan faltas o son muy agresivos. Es tu equipo, son tus colores, y lo aceptarás todo.
Todo empezó un día que, no sabes como, empezaste a fijar en ese equipo de fútbol. Quizás porque por aquel entonces te gustaba cómo jugaba, porque habían unos jugadores con carisma a los que admirabas, porque en tu familia ya se admiraba antes a ese equipo…
Tengo la impresión que la afinidad con un partido político sigue la misma lógica. Un día ves un partido con cuyo discurso te identificas en mayor o menor grado, y empiezas a seguirlo. Sus adversarios son tus adversarios, que cuando atacan a ese partido están atacando a tu manera de entender ciertos aspectos socio-económicos. Pronto surge algún vínculo emocional que te une ese partido. Tarde o temprando descubrirás miserias de ese partido, o cosas que hacen (o dicen) chocan con lo que tú piensas. Se crea esa disonancia cognitiva que, en el momento en que aprendes a «corregir» o reducir, te has convertido ya en un forofo de ese partido.
Por supuesto, que otra muchísima gente, cuando vota, no lo hace en base a vínculos o afinidades con partidos políticos. Simplemente lo hace pensando en qué «línea ideológica» quiere que tenga mayor presencia en el gobierno, o la que NO quiere que gane.
Por ejemplo, si yo soy de centro-derecha y sólo hay un partido de centro-derecha con opciones reales a gobernar (o tener representación parlamentaria), es posible que vote a ese partido simplemente para evitar que sea un partido con una línea ideológica que aborrezco el que gane protagonismo.
Es lo que se suele decir habitualmente: «votar al menos malo». Es como si tuvieras que dejar entrar en tu casa a una persona sí o sí para que se haga cargo de ella mientras tú no estás, y en la puerta esperando a las siguientes personas:
– Un tipo que es conocido por ser «amigo de lo ajeno». Se conoce que es cleptómano.
– Un tío con cara de loco, que en la mano sostiene una garrafa llena de gasolina, y en la otra tiene un mechero de la marca zippo.
– Un tío que no conoces muy bien, pero que viene cogido de la mano del pirómano y le has oído hablar con él diciéndole que intentaría ayudarle a entrar.
Y si no escoges a nadie para que vigile tu casa, durante tu ausencia puede entrar cualquiera de ellos. ¿A quién escogerías para entrar en tu casa?
Muchos lo último que quieren es que entre un pirómano en su casa. Si hace falta, para eso contratarán a un vigilante cleptómano si no hay otra opción que ofrezca un mínimo de garantías para evitar al pirómano. Ello no quiere decir que estén dispuestos a dejarse robar.
La analogía con el equipo de fútbol me parece plenamente aceptada.
No obstante (y esto es una opinión simplemente basada en mi observación e intuición) el que pronto empieza a votar por el menos malo acaba no votando a nadie. Al menos un alto porcentaje de ellos.
Lo que está claro es que si el voto estuviera al menos basado un 80 o 90% en la racionalidad y no en la pasión tendríamos muchos menos incumplimientos de programas electorales o muchos más vaivenes en los partidos con crecidas y bajadas y apariciones o desapariciones de partidos políticos.
Si el voto estuviera » basado un 80 o 90% en la racionalidad y no en la pasión» lo que tendríamos es «muchos más vaivenes en los partidos con crecidas y bajadas y apariciones o desapariciones de partidos políticos»
Si un 80-90% de los votantes lo hicieran de forma racional el PSOE habría desaparecido tras Filesa, Malesa, Boe, … y dejar España hundida en el 92
y el PP tras incumplir todas y cada una de sus promesas con Rajoy, rendir el Estado a ETA y salirle otros tantos escándalos financieros.
Me temo que la gente es forofa en el 80% o así… por eso cuando sale el desastre de los robos del PSOE este cae un millón o dos como mucho de votos… y lo mismo en el PP.
Nunca entendí porque los partidos no caían fulminados tras groseros incumplimientos de sus programas. Eso en la vida real no existe (y además, a parte de despedirte, te exigirían responsabilidades). El reciente caso de los nacionalistas catalanes es paradigmático. Les han mentido en todo. No tenían ni plan A ni plan B. Y siguen votándolos. Como le dije yo a un amigo «indepe»: no te pido que cambies tus objetivos, pero sí que despidas a los chapuzas que os han llevado a este punto y los cambies por otros más inteligentes y responsables, que los hay, y muchos.
Pero no. Están convencidos de que cuando se encarcela a uno de estos insidiosos golpistas se les encarcela a ellos. Son un solo cuerpo. Parecen zombies, pero en otros terrenos son hasta brillantes.
A saber a qué oscuras frustraciones personales responde su ceguera.
Tampoco creo que se trate de racionalidad o irracionalidad. Muchos de los votantes también dejan un poco de lado el aspecto emocional y tiran del lado pragmático.
Al final, encima de la mesa hay un numero de opciones muy limitadas con posibilidad de gobernar o tener peso en el parlamento.
Una vez ya no tienes ninguna preferencia por ningún partido, lo que gana peso es el no querer bajo ningún concepto que gobierne determinado partido o coalicion de determinada línea ideológica, y eso es lo que guíe el voto de muchos.
Uno puede pensar, » si para evitar que gobierne X tengo que dar mi voto a Y, pues voto a Y aunque tenga trapos sucios, y ya será la justicia la que poco a poco quite de enmedio las manzanas podridas»