Los británicos empezaron a sentir desafección montillana por su monarquía cuando vieron caer las bombas alemanas enviadas por un miembro de la familia Gotha a otro miembro de la familia Gotha. Que toda la familia real británica estuviera compuesta por apellidos germanos y daneses cuando no fueran directamente nacidos en el rival bélico, acentuaba el riesgo de supervivencia de una familia que había visto y negado ayuda por este mismo temor a sus parientes directísimos rusos, los Romanoff. Todo el mundo conoce el triste final del primo Nicolás del rey Jorge V, esposa y descendientes directos con el advenimiento de los soviets.
Como tantos mitos nacionales, la Casa de Windsor es un invento sobrevenido que nace para limpiar los vestigios foráneos que la relacionan con los enemigos de la patria de la que era entonces primera potencia mundial. Al estar cercano en el tiempo, tan próximo prácticamente como el tiempo en que Sabino y Luis Arana se inventaron su bandera de Vizcaya, es fácil restar misticismo y fascinación a reyes y banderas. No sé si alguien recuerda el astracán de Bossi en Italia el día que fundó la Padania. Con el paso del tiempo, reyes, banderas y astracanadas se tiñen de leyenda y todo resulta encantador y muy entretenido por falso que sea. Generalmente, se vuelve confuso o incomprobable.
La monarquía es absurda. Un accidente sexual. Algo que mirado con un mínimo de coherencia intelectual no tiene argumentos. Pero ésta ausencia de lógica aparente debe tener un fuerte fundamento biológico pues resulta ser un instrumento que funciona fenomenalmente en el cerebro para generar sentimientos de afinidad y rechazo entre desoconocidos. Nada como jugar de niño a los piratas y tener tu bandera negra con su calavera y sus tibias. La pompa y circunstancia crean el sustrato de los cuentos de hadas que dan solemnidad y eso que llaman “cohesión” a la arquitectura nacional.
Negados para la seducción
La derecha española, en su rol tradicional de defensa de la “españolidad”, ha fracasado desde 1978 en encontrar una forma de crear un artefacto de ilusiones y sentimientos que haga que donde no quieren ser españoles (y esto es mucho más que respetable: uno se hace de un equipo de fútbol sin saber por qué y lo es toda su vida), quieran serlo. En realidad, puede decirse que ni lo ha intentado.
Por el contrario, los que no querían ser españoles han sido mucho más hábiles en construir una cadena de realidades y relatos míticos que dan ilusión. Lo tenían más fácil, todo hay que decirlo. Aquí no importan las deformaciones o mentiras directas porque, básicamente, todos intentan lo mismo se elija la patria que se elija. Rasgarse las vestiduras con la cuestión del adoctrinamiento escolar cuando tras cada ley de reforma del desastre educativo realmente existente lo más sonado es la lucha por enseñar religión o eso de los “valores”, no parece intelectualmente defendible: aquí adoctrinar quiere hacerlo todo el mundo.
Criticar que se tiene una televisión que pone mapas del tiempo donde sale hasta Alguer o algún pueblo perdido del País Vasco francés, tampoco es edificante cuando, básicamente, derechosos e izquierdosos con una autonomía de por medio (qué decir del estado), se han inventado una tele en nombre de un extraño derecho del pueblo a estar informado y la han llenado de su propaganda.
Así que teniendo todos teles y colegios para sus propósitos de dominación de la conciencia, resulta obvio el fracaso o ausencia de los estrategas ideológicos de España en crear suficiente afecto en un número de suficiente de personas y que, encima, parece ser decreciente donde importa. Que se argumenten mentiras y se demuestren, no parece una gran estrategia como demuestra el hecho de que Trump sea presidente de EEUU o que la mayoría de británicos votara por el Brexit, por ir por otros derroteros.
Heridos emocionales
Iñaki Anasagasti, que siempre ha sido algo tontín pero simpático, agudo en la crítica y creo que bastante decente como individuo, suele contar que su primer recuerdo de España es la detención de su madre al llegar en barco desde Venezuela porque en una proyección de películas para niños se coló inintencionadamente una con una ikurriña. La identidad es producto de las humillaciones, contaba Ignatieff en su biografía de Isaiah Berlin acerca del día en que Berlin tomó conciencia de ser judío. Anasagasti, un tipo que siempre parece vivir en un relato del pasado en el que los malos siempre son los mismos, se quejaba amargamente de que el ahora convicto marido de la hija del Rey emérito no hubiera puesto nombres eusquéricos a sus hijos. Y no encuentro un enlace, tómenme la palabra.
Miren, tiene razón sin querer. Sin querer porque al menos este servidor de ustedes entendió que lo decía por aquello de que Urdangarin renunciaba a su legado familiar y cultural muy probablemente por su incoporación a la Familia Real. Anasagasti tiene una pésima relación con los borbones, lo cuál no es un demérito. Pero tiene razón si lo que sugiere es que la máquina de símbolos de lo que se supone que es la monarquía española no ha mostrado ningún detalle inteligente (olvídense del “Tranquil, Jordi, tranquil” del 23-F) que demuestre que les preocupa generar ganchos emocionales con quienes no acaban de ver que ser español sea un premio para sus emociones. Frases huecas, las que quieran: de esas de “es más lo que nos une que lo que nos separa”.
Si la monarquía es un juguete ridículo y un oficio poco respetable en cuando a la forma de ser retribuido, cabe pedirle ese tipo de sacrificios porque si no, ¿para qué mantener una obra de teatro?. A Jorge V no se le ocurrió llamarse a sí mismo y su familia “Windsor”, fue la astuta idea de su secretario. Un aristócrata, sí, pero dedicado al oficio defender a la monarquía. Institución que se supone que la derecha española no ha dejado de defender y que la izquierda institucional española ha comprado para no discutir y que ahora tiene pánico de modificar o suprimir. Siendo honestos, lo normal ante tanta falta de liderazgo y cualidades intelectuales es que deshacerse del Rey sería un problema engorroso.
Si te llamas Felipe VI ( V + 1) y lo único que has hecho en tu vida es hacer caso a tu padre en sostener la cajita de música de la mística real, aburrido como un hongo y jodido por no poder tener públicamente amores como los del resto de las personas con la señora que te gusta, quizá debieras hacer algo para parecer el rey que le hace ilusión a todo el mundo.
Cosas como nombres no castellanos, residir parte del año en cada dichosa autonomía histórica e incluso tener hijos suficientes para que cada uno hable una lengua cooficial en su educación (oigan: es cooficial y se supone que españolísimas) bien puede considerarse el trabajo de gente que tiene todo resuelto por disfrazarse de cuento de hadas todos los días. Boberías simbólicas como inventarse juramentos en Guernica y reconstruir leyendas seguro que le generarían diarrea a los ideólogos de quienes no quieren ser españoles al ver que las niñas del rey pueden leer un discurso y llamar por teléfono al presidente de la autonomía de turno y hablarle en su lengua local y, sí, oficial. A Maragall lo echaron a los perros por pedir que las instituciones estatales se repartieran por todo el territorio. Sí, él pensaba en Barcelona y se hizo la inmensa chapuza de la CMT, ¿pero por qué negarse a que las instituciones del gobierno y los ingresos para las ciudades no se las quede siempre el mismo? Parece un precio muy barato para comprar afectos infantiles.
It’s Britney, bitch
Elegir las lenguas y los nombres de los infantes es sólo un ejemplo por la sensibilidad extrema que tienen esas poblaciones a lo que consideran su identidad, ese señuelo. Porque, de otra forma, ¿qué sentido tiene todo? La monarquía, eso de la “unidad de España” ¿de qué sirve si nadie es feliz? A Josep Lluis Carod-Rovira un asistente del público de esos programitas donde se le da la voz al pueblo, le dió por llamarlo José Luis burlándose de su nombre catalán en medio del regocijo y la algarada de muchos. Hacer chistes de catalanes o manifestar el rechazo a la catalanidad, su sonido, o ser feliz con los tópicos culturales y reforzar un estereotipo negativo, sugiere más bien que no te gusta cómo es la gente. Y si los otros te lo devuelven pensando que eres un franquista y un vago ladrón de su esfuerzo en una ciudad de funcionarios, sólo puede sugerir que, en realidad, nadie se soporta. ¿Por qué vivir juntos entonces?.
Claro, uno por uno, no todo el mundo es igual. Por supuesto, hay argumentos prácticos para los intereses reales de la gente (aquí nadie ha recordado que la Unión Europea es un club donde el número de votos lo decide la población y que España tiene unos cuantos más votos que Holanda o Portugal), pero ya hemos visto que la razón importa poco.
Que la familia Pujol y sus acompañantes, sean tan corruptos como las estructuras del PP (qué vamos a decir del partido de Filesa, aunque alguien se lo debería explicar a esos millennials tan seguros de que PePé es sinónimo de corrupción) o que sea mentira el cuento de la lechera del Espanya ens roba, lo único que viene a demostrar es que las naciones son un cuento chino por el cual la gente está dispuesta a saltar, brincar, cantar y, por supuesto, a matar sin atender a razones mínimamente defendibles. Así que, tener la razón legal no va a bastar. Que exista un protofascismo en las masas enfurecidas que creen que están oprimidas y que no les parece que deban respetarse las bases legales, tampoco resuelve la cuestión del afecto o la tranquilidad de los símbolos y el lenguaje.
Parece poco esperable del Rey Padre, del Rey Hijo y de la Esposa Real la reinvención de su dinastía para limpiarse de los símbolos que no sirven. Sobre todo porque si los discursos se los corrige La Moncloa, poca cosa se puede hacer. Aunque, si piensan así, bien podrían encontrar en el Lord Mountbatten que fue último virrey de la India británica algún lenguaje de símbolos para generarse credibilidad.
La derecha española, que es de una pobreza estratégica rayana en la indigencia, debería entonces (si quiere su rey, si quiere su patria y su mito nacional) encontrar una forma de crear su propio Windsor para los Borbones y su papel como soldaditos de plomo capaces de henchir corazones como los de los niños que se acercan al árbol de Navidad. La izquierda española debería convencer a la derecha de hacerlo o inventarse una república que no genere urticaria cuando se saca una bandera tricolor. Porque los otros no lo van a hacer: ya han encontrado sus lehendakaris y sus 1714s, todos trampantojos, pero que son mucho más entretenidos como cuento para niños. Todos deberán curarse de espantos jurídicos porque, ¿por qué lo que es bueno para Navarra – el territorio de más soberanía propia real por decirlo así – no es bueno para otros, si somos todos españoles?.
Y, si no, pues es fácil: se pactan separaciones como quien pacta un divorcio, se da uno la mano y a seguir, que más se perdió en Cuba. Pero estar toda la vida tratando de demostrar que las balanzas fiscales son mentira al tiempo que no dejan de llamarte facha sin tener las narices de preguntar nunca si quiere usted seguir conmigo (con todas sus consecuencias reales) no parece tener mucho sentido.
Parece que los estrategas de la patria nunca entendieron o aceptaron que los líderes de las “minorías” que reconoció la Constitucion del 78 nunca creyeron que fuera un acuerdo satisfactorio: sea justo o no, sea traicionero o no, lo cierto es que han ido ganando sus votos y convenciendo a más gente de que no les basta. Y, ¿saben qué? Que no se les puede reprochar en ningún plano moral: ser de otro equipo de fútbol es una opción totalmente personal y legítima.
¿Y dónde quedan los catalanes no nacionalistas perseguidos por los catalanes independentistas desde hace años, con aumento exponencial según se acercaba el reférendum del 1-O? ¿Y dónde queda lo mismo de los vascos no nacionalistas, menos evidente en este momento pero igual de real? ¿No importan las libertades individuales de esas personas? Porque yo pensaba que el liberalismo era eso, defender las libertades individuales. Tal vez no, y ahora soy yo el que poco a poco está viendo que el rey liberal va desnudo.
Yo le pediría al articulista que demuestre sus dotes de seducción con la muchachada batasuna, cupera o simplemente podemita, a ver que que tal se le da eso de crear lazos, complicidades y todos esos topicazos vacíos de los que hace gala el art. con especial mención a la conclusión final de que el problemon político y social que han creado los indepes catalanes, tanto en Cataluña como en el conjunto de España, es simplemente una cuestión de forofismo futbolístico.
Pd: se ve que conceder a Cataluña y País Vasco el mayor nivel de autogobierno de toda su historia es un ejemplo del poco interés que tiene España y sus gobiernos para que las regiones se sientan a gusto dentro de la nación. Que curioso que a Franco no le montarán estos numeritos.
>> -Y, ¿saben qué? Que no se les puede reprochar en ningún plano moral: ser de otro equipo de fútbol es una opción totalmente personal y legítima.
Pues si ésta es la conclusión de su análisis, le diría que no hace falta tanto texto. Con decirla ya está igual de fundamentada (o sea nada). Por cierto, que no encuentre nada que reprochar a los nacionalistas sólo indica que no ha sido su víctima (o que es un victimario). Y ponerse equidistante con eso de que todos «adoctrinan», pues suponiendo que sea cierto (que no), según cuál sea la doctrina, puede que te hagan un favor o que no. De modo que tampoco es cierto que adoctrinar sea malo en sí (aunque mejor sería enseñar a pensar), porque es sabido (o debería), que casi todos nuestros actos son consecuencia de prejuicios (no sería económico pensarlo todo continuamente), así que una sabia doctrina puede ser positiva. Y seguramente, imprescindible.
Pero se le ha quedado en el tintero hablar de otra clase de ciudadanos: los que aspiran a una sociedad, en un territorio (cuanto mayor mejor), con un contrato legal razonablemente consensuado que implique, como mínimo, la igualdad ante la ley, la libertad de expresión y la propiedad privada. Los sentimientos quedan totalmente al margen, y no dan derecho a nada salvo a ser respetados cuando no atenten contra el contrato. Y si eso llega a ser algún día una realidad, dará igual si se llama nación, país o manolo. E importará muy poco, a efectos de convivencia, de qué equipo es cada cuál.
Por último (por poner sólo un reproche que resulta evidente): no han «convencido» a más gente. A muchos los han comprado, curiosamente con el dinero de todos. Eso se llama prevaricar. Y a los que han «convencido», salvo los «adoctrinados de cuna», lo han hecho utilizando también los medios públicos que supuestamente se crearon para informar imparcialmente. Y por otra parte, tampoco son más, como vimos en las últimas elecciones «plebiscitarias», donde de no mediar la ley D’Hont, la relación de escaños se habría invertido.
Completamente de acuerdo. Lo acabo de compartir en mi Twitter (con eco a mi FB).
Vamos, que la cosa va de mitos, en resumen. Que inventarse una nación propia con teatralidad impostada es tan inocente como ser de un equipo de fútbol.
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