Antes de encender las antorchas quiero aclararte, lector, que comprendo y comparto la preocupación por el planeta dadas las condiciones lamentables en que el ser humano acostumbra dejar aquellos lugares por donde pasa (véanse el Mar de Aral, la Isla de Basura, el Prestige, etc.). Lo que ya no comparto, es ese alarde de superioridad moral, ese fariseísmo, que acostumbra a acompañar a determinados sectores ecologistas de mentalidad mesiánica. Uno de estos sectores está conformado por individuos que se hacen llamar vegasexuales, cuya premisa es no tener relaciones sexuales con otros individuos que coman carne. Esto, desde luego, no es criticable, la sexualidad no se escoge. Pero aquí no voy a hablar de preferencias sexuales, sino de un movimiento específico que defiende el rechazo sexual hacia otros congéneres por el hecho de que coman carne ya que no quieren verse «contagiados» por fluidos de otros seres humanos que contengan restos de animales muertos. Este rechazo demuestra una clara muestra de superioridad moral que puede derivar en una previsible condescendencia o en una repugnante compasión, esa compasión que tanto criticaba Nietzsche en sus escritos y que les viene al pelo a estos héroes verbales, a estas águilas implumes, cuando dice que «siempre las estupideces más grandes han sido cometidas por los compasivos». No obstante, habrá quien diga que no pasa nada, que les deje en paz, que no hay por qué alarmarse, que sólo buscan «el bien común» (aterradora expresión, por cierto), y demás, pero lo cierto es que si de algo desconfío y sospecho profundamente es de aquellos que llevan la palabra Mesías tatuada en la frente. Y bueno, para algo hago este artículo, para mostraros algo muy divertido, y es la asombrosa semejanza que hay entre esta clase de discursos aparentemente inofensivos y la descripción del enemigo que hace Plutarco en «Cómo sacar provecho de los enemigos»:
«El enemigo está siempre acechando y velando tus cosas y buscando la ocasión por todas partes, recorriendo sistemáticamente tu vida, no mirando sólo a través de la encina, como Linceo, ni a través de ladrillos y piedras, sino también a través de tu amigo, de tu siervo y de todos tus familiares, indagando, en lo que es posible, lo que haces, y escudriñando y explorando tus decisiones. Pues muchas veces, por nuestro abandono y negligencia, no nos enteramos de que nuestros amigos están enfermos y se mueren, pero de los enemigos nos ocupamos incluso de sus sueños» Véase que al negarse a tener relaciones sexuales por las razones expuestas se está negando implícitamente el acceso a la vida familiar, y dado que la vida familiar es el núcleo de la comunidad, también de ésta. Este condicionamiento conlleva necesariamente una vigilancia, porque no deja de ser una norma ineludible, por lo que siempre habrá alguien pendiente, como en cualquier legislación por modesta que sea, de que el individuo la cumpla, pues su incumplimiento conlleva la intromisión de una lacra en la comunidad, es decir, algo que afecta a todos y por lo tanto de vital importancia. Lo que me lleva al segundo punto: «Y así como los buitres son arrastrados por los olores de los cuerpos muertos, pero no captan el olor de los limpios y sanos, así las cosas enfermas, malas y dolorosas de la vida mueven al enemigo, y contra éstas se lanzan los que nos odian, las atacan y las despedazan.». No digo nada nuevo cuando afirmo que una ruptura amorosa es de lo peor que tenemos a lo largo de nuestra vida pues aunque haya razones de peso siempre es doloroso. El hecho de que algo así pueda darse en una pareja, o de que pueda darse una crisis, por el hecho de comer un producto animal lleva a tal límite la superioridad moral, que me parece innecesario incluso haberlo mencionado. Comento por último un fragmento que me parece el más descriptivo de todo esto, y es que por estos aires tiende a ser el perteneciente a tales imperativos quien más cautela tiene para con sus allegados afines, y si algún día éste errara y comiera producto animal daríase un embarazo inmenso ante los vegasexuales que no tendría ante congéneres sin aires de grandeza, pues ya nos comenta Plutarco que «es propio del vicio, avergonzarse ante los enemigos más que ante los amigos, por los errores que cometemos».
Algo confuso, aunque ofrece un tema para meditar y exprimir.
Por otro lado, eso de que «el bien común» es en verdad un concepto bastante horripilante es un hallazgo bien logrado. Lo recordaré.
O sea que entre vegasexuales, misionero y poco más, dado su rechazo visceral a la carne.