Acabo de terminar el libro de Peter Sloterdijk «What Happened in the 20th Century?«, que pretende ser una crítica al racionalismo extremo que, según el autor, marcó el devenir del siglo XX. No les oculto que la obra del filósofo alemán me ha dejado más dudas que respuestas. Pero hay una idea, una especie de leit-motiv en su escrito, que abre muchas puertas a habitaciones inexploradas. Escirbe Sloterdijk:
No sabemos que desarrollos serán posibles si geosfera y biosfera son coordinados por un tecnósfera inteligente y la noosfera. No se excluye a priori, que de esta manera se produzcan efectos inesperados, que supondrían una especie de multiplicación de la tierra.
En esta casa siempre hemos sido muy conscientes de que la multiplicación de los recursos naturales por medio de la innovación y la inteligencia humanas es un hecho. Una pena que Sloterdijk no profundice más en el concepto de tecnología como algo inherente a la condición humana, igual que lo son el lenguaje o las culturas.
Ser humano significa, entonces, la comprensión de la tecnología como parte del yo, como una constante natural que permite al hombre trascender sus limitaciones en la realidad. La tecnología no sería sólo una respuesta a los problemas reales o imaginarios, o una herramienta para hacer realidad los deseos, sería parte constitutiva de nuestra esencia como individuos de una especie, más allá de un algo culturalmente aprendido. La tecnología sería un instinto del ser humano.
La consciencia y la cultura pueden facilitar este instinto o impedirlo, tal como sucede por ejemplo con la sexualidad, o las necesidades dietéticas. Los instintos e impulsos se modifican y canalizan culturalmente. Pero tras toda estrategia para resolver problemas el hombre recurre a la tecnología, desde mucho antes de bajar de los árboles creo. Es su instinto el que le lleva a desarrollar técnicas una vez que se detecta un problema. Ciertamente las corrientes culturales pueden (lo hacen) modular el uso de los instintos, pero sólo durante un cierto tiempo: los mecanismnos de la evolución y la adaptación también afectan a las formas culturales (y las sociedades), y al final será la cultura que mejor sepa hacer uso de sus instintos la que terminará predominando.
Si realmente creemos que los recursos de la tierra se acaban, multiplicamos aquellos necesarios para nuestro desarrollo, para nuestra adaptación a la realidad. Esta es la tarea que siempre hemos resuelto mediante la tecnología. El deseo de multiplicación de lo que es, sobre todo de lo que parece escaso, es también una constante antropológica. Tal vez por eso las corrientes culturales que limitan o detienen el crecimiento, la multiplicación de lo que es, están condenadas al fracaso. Mientras no existe una tecnología disponible con el fin de incrementar los recursos escasos, mientras estamos ocupados desarrollándola, los humanos recurrimos a herramientas simbólicas, como las danzas de la lluvia para combatir la falta de agua, por ejemplo. Por eso las culturas más exitosas son aquellas que confiaron más en la tecnología que la religión y aprendieron a gestionar el agua para poder regar, beber y lavarse siempre que lo necesitaban.
La tecnología es al ser humano como el lenguaje: parte indisociable de nuestro ser. Y la evolución no ha eliminado este instinto, todo lo contrario: nos ha traído hasta aquí.
Hola Luís. Dices:
«Ciertamente las corrientes culturales pueden (lo hacen) modular el uso de los instintos, pero sólo durante un cierto tiempo: los mecanismnos de la evolución y la adaptación también afectan a las formas culturales (y las sociedades), y al final será la cultura que mejor sepa hacer uso de sus instintos la que terminará predominando.»
Me gustaría creerte, pero no puedo (aunque me gusta lo que dices). La Historia está llena de culturas más elevadas (superiores en casi todo menos, tal vez, en «instinto»), que han sido destruidas y enterradas para siempre por otras directamente salvajes. Casi diría que es la norma.
Lo que me dice la experiencia de la Historia es que en la naturaleza todo se hace viejo y desaparece, y no sólo en función de su capacidad; el hazar tiene un papel impresionante e impredecible.
La idea de convertir la tecnología en «instinto» es también un tanto chocante, aunque entiendo que la intención es «humanizarla» para defenderla del oscurantismo que siempre la ha atacado como a su mortal enemiga, pero no creo que necesite esa ayuda: se vende sola. Ningún pueblo atrasado reivindica ni su lanza, para la guerra, ni su brujo para su enfermedad (quiere la última tecnología). Lo que suelen reivindicar son sus prejuicios, que son otra cosa, bajo cualquier disfraz. Para mí la tecnología sólo es un efecto más de la racionalidad humana. Y son los seres humanos los que permanecen más allá de sus civilizaciones, y como todos están dotados de racionalidad, las culturas seguirán surgiendo (malas, buenas y mejores), mientras haya hombres. Lo único que podemos hacer los individuos es arrimar el hombro para empujar, dentro de nuestras circunstancias, en la dirección que creamos más conveniente, que invariablemente solemos confundir con la que más nos interesa..
Gracias por el comentario. Sólo dos apuntes:
– no se trata de humanizar la tecnología, se trata de entenderla como lo que es: una característica del ser humano igual que lo son el lenguaje, la empatía social o la necesidad de trascendencia.
– cierto, algunas culturas cayeron a manos de otras más violentas, menos tecnificadas, más viscerales. Pero el camino, a pesar de esas piedras, no ha dejado de ser el mismo: civilización. Fíjate, Leibnitz, Kant, el mismísimo Einstein, son herederos de aquellos bárbaros que destrozaron Roma. Porque, culturas hay muchas, civilización parece que sólo hay una, y es la que nos ha permitido ser la especie mejor adaptada en nuestra época.
Sí, pero que se lo expliquen a los que vivieron durante la caída y en el intermedio. Lo que quiero decir, es que no cabe confiar mucho en la superviviencia de las culturas, sino en la de individuo como ente, Lo cual es irrefutable hasta su extinción. ¿Y después qué importa? Otros o algo vendrá ante la más absoluta indiferencia del Universo. E igual, hasta son «más» mejores y sostenibles.