El 23 de Marzo de 1992 fallecía en Freiburg uno de los más grandes pensadores del siglo XX: Friedrich August von Hayek. Uno de los más importantes representantes de la Escuela Austriaca de Economía, ganador del ‘Premio Nobel de Economía en 1974 y que con su «Camino de servidumbre», publicado en 1944 al mismo tiempo que Karl Popper publicaba su «La sociedad a bierta y sus enemigos», se convirtió en el referente intelectual de la lucha frente al colectivismo y la estatolatría. Hayek es el ejemplo a seguir cuando de denunciar y perseguir con argumentos la irresponsable arrogancia de intelectuales, filósofos y políticos se trata. Irresponsable arrogancia que les lleva a creer que con acciones únicamente bienintencionadas y diseñadas por algún tipo de «ciencia» es posible procurar la felicidad de todos.
Soy consciente de que la inmensa mayoría de mis contemporáneos jamás han leído ni una sola línea escrita por Hayek. Nada que yo escriba aquí podrá servir para paliar ese lamentable déficit. Permítanme sin embargo, dejarles un ramillete de citas, en homenaje a uno de mis padres intelectuales, pero también en un intento de provocar su curiosidad: leer y repensar las propias ideas desde el espejo que nos facilita Hayek es, sea cual sea el resultado, un acto de higiene intelectual.
No podemos censurar a nuestros jóvenes porque prefieran una posición asalariada segura mejor que el riesgo de la empresa, cuando desde su primera juventud han visto aquélla considerada como ocupación superior, más altruista y desinteresada. La generación más joven de hoy ha crecido en un mundo donde, en la escuela y en la prensa, se ha representado el espíritu de la empresa comercial como deshonroso y la consecución de un beneficio como inmoral, y donde dar ocupación a cien personas se considera una explotación, pero se tiene por honorable el mandar a otras tantas. (Camino de servidumbre. Madrid: Alianza, 2003, p. 169.)
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Que en un sistema totalitario no se consienta la investigación desinteresada de la verdad y no haya otro objetivo que la defensa de los criterios oficiales, es fácil de comprender, y la experiencia lo ha confirmado de modo amplio en cuanto a las disciplinas que tratan directamente de los negocios humanos y, por consiguiente, afectan de manera más inmediata a los criterios políticos, tales como la Historia, el Derecho o la Economía. En todos los países totalitarios estas disciplinas se han convertido en las más fecundas fábricas de mitos oficiales, que los dirigentes utilizan para guiar las mentes y voluntades de sus súbditos. No es sorprendente que en estas esferas se abandone hasta la pretensión de trabajar en busca de la verdad y que las autoridades decidan qué doctrinas deben enseñarse y publicarse. (Camino de servidumbre. Madrid: Alianza, 2003, pp. 201-202.)
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El error característico de los racionalistas constructivistas a este respecto estriba en que intentan basar sus argumentos en lo que se ha denominado la ilusión sinóptica, es decir, en la ficción de que todos los hechos relevantes son conocidos por alguna mente, y de que es posible construir a partir de este conocimiento de los particulares un orden social deseable. A veces la ilusión se expresa con un toque de conmovedora ingenuidad en los entusiastas de una sociedad deliberadamente planificada, como cuando alguno de ellos sueña con el desarrollo del “arte del pensar simultáneo: la capacidad de abordar a un tiempo una multitud de fenómenos interrelacionados, y de integrar en un solo esquema los atributos tanto cuantitativos como cualitativos de estos fenómenos”(Lewis Mumford). Tales sujetos parecen ignorar completamente que este sueño esquiva el problema central que plantea cualquier esfuerzo por comprender o conformar el orden de la sociedad: nuestra incapacidad para reunir como conjunto abarcable todos los datos que integran el orden social. Todos aquellos que están fascinados por los bellos planes que resultan de tal planteamiento porque son “tan ordenados, tan visibles y tan fácilmente comprensibles”(Jane Jacobs), son víctimas de la ilusión sinóptica y desconocen que estos planes deben su aparente claridad al hecho de que el planificador deja a un lado todos los hechos que desconoce”… (Derecho, legislación y libertad. Tomo I , Unión Editorial, Madrid, 1978)
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Todo el aparato (colectivista) para difundir conocimientos: las escuelas y la prensa, la radio y el cine se usarán exclusivamente para propagar aquellas opiniones que, verdaderas o falsas, refuercen la creencia en la rectitud de las decisiones tomadas por la autoridad; se prohibirá toda la información que pueda engendrar dudas o vacilaciones. (Camino de servidumbre. Madrid: Alianza, 2003)
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La defensa de la libertad tiene que ser dogmática, sin concesión alguna al oportunismo, aún cuando no sea posible demostrar que, al margen de los efectos positivos, su infracción pueda comportar algunas consecuencias perjudiciales. La libertad sólo puede prevalecer si se acepta como principio general cuya aplicación a casos particulares no tiene necesidad de justificarse. Por tanto, acusar al liberalismo clásico de haber sido demasiado doctrinario es fruto de una pura incomprensión. Su defecto no fue haber defendido demasiado obstinadamente unos principios, sino más bien no haber tenido principios suficientemente definidos que pudieran orientar claramente la acción, por lo que con frecuencia dio la impresión de limitarse a aceptar las funciones tradicionales del gobierno y oponerse a posibles funciones nuevas. La coherencia sólo es posible si se aceptan principios bien definidos. Pero el concepto de libertad utilizado por los liberales del siglo XIX era en muchos aspectos demasiado vago para poder proporcionar una orientación precisa. (Derecho, legislación y libertad. Tomo I , Unión Editorial, Madrid, 1978)
Hayek ha sido sistemáticamente acallado en España. Por el estudio de la escuela austríaca no se pasa en las facultades de económicas, o se hace de refilón. No interesa a los guardianes del bien que no han pisado la realidad en su vida, que jamás han intentado, por ejemplo, salir adelante por si solos emprendiendo, y que no sólo no lo han intentado: o lo desprecian o les da miedo (muchas veces, ambas cosas). Lo mismo pasa con Ayn Rand, preguntad a los de Filosofía. Ahora hay más acceso, pero en el pasado me he visto obligada a encargar los libros de estos autores y esperar. En concreto, de Ayn Rand, hace años sólo había una edición hecha en Argentina por la editorial Grito Sagrado disponible en España. El acallamiento del liberalismo en España debería hacer saltar todas las alarmas, y si a eso le sumamos el esfuerzo por alinearlo con el conservadurismo (a veces no hay más remedio), eso nos da una idea del miedo que da la libertad. Y es que la libertad -la de verdad- es sólo para valientes.
Hayek también escribió sobre la diferenciación con los conservadores. El sabía perfectamente que son posiciones opuestas (liberales y conservadores), y que todos los intentos por fusionarlas solamente acaba por reforzar a los conservadores, y desdibujar por completo el pensamiento liberal. Yo pienso que tenía toda la razón en este punto, y lo podemos comprobar todos los días, prácticamente en toda Europa, donde los llamados liberales, o son simplemente conservadores, o están en la pura marginalidad después de haberse asociado con los conservadores. El liberalismo que haría falta hoy, por otra parte, tendría que ser (como diría Juan Pina del P-Lib) diferente al del siglo XIX, un liberalismo desacomplejado, y con unos posicionamientos de defensa de la Libertad en todos los ámbitos, no sólo en el económico. Yo personalmente me identifico con los postulados del P-Lib, simpatizo con la filosofía de Ayn Rand, y creo que, en este mundo actual super-estatalizado, se debería andar en sentido contrario. Tenemos muchos países que implementaron ya políticas liberales o libertarias, y después de pasarlo mal al principio, el crecimiento y desarrollo experimentado después fue espectacular. No hay peor ciego que el que no quiere ver.