Es el tema de moda. La socialdemocracia europea está en crisis profunda y nadie parece otear en el horizonte signos de recuperación. La anámnesis realizada por Manuel A. Hidalgo para Letras Libres sobre el auge de los «populismos» me parece acertada en líneas generales. Digo que su «Más allá de la globalización. Otras causas económicas del auge del populismo» es una buena anámnesis porque describe con acierto los síntomas que padece la socialdemocracia de nuestros días, fruto de los cuales nacen los neopopulismos. Pero creo que no atina en el diagnóstico final. Efectivamente, los populismos ganan adeptos, y lo hacen siguiendo los mecanismos descritos por Hidalgo, no de forma lineal sino sistémica, con diferentes causas para diferentes realidades sociales. Sin embargo, a los humanos nos cuesta pensar en clave sistémica, preferimos el relato lineal y nos empecinamos en la búsqueda de una causa capaz de explicar diferentes fenómenos con similar resultado. Tal vez exista, tal vez no.
En ninguna parte del mundo encontramos un partido socialdemócrata que realmente lleve las riendas de gobierno. Por supuesto, en algunos sitios los encontraremos solos o en coalición dentro del gobierno, véanse Dinamarca, Suecia, Alemania y Francia, pero esto sucede casi por casualidad y es por lo general más debido al fracaso de los partidos conservadores. Además, los socialdemócratas gobernantes tienden a plasmar políticas de austeridad, aunque sea en sus formas más light. Ningún partido socialdemócrata tiene una agenda intelectual y organizativa capaz de generar confianza en el militante, y sus proyectos políticos son incapaces de generar alternativas significativas. El futuro se presenta muy sombrío. ¿Por qué?
Las causas no son difíciles de identificar. La socialdemocracia es una construcción del siglo XIX. Pudo protagonizar algunos éxitos en el siglo XX, pero en el siglo XXI se muestra irremediablemente obsoleta. La razón es la desaparición paulatina de todas las fuerzas que una vez hicieron fuerte a la socialdemocracia. La experiencia colectiva de la guerra, la todavía creciente, bien organizada y unida clase obrera y la presencia sombría de la Unión Soviética – una amenaza a los mercados libres occidentales, temerosos de una revolución en casa, y que arrancó del empresariado importantes concesiones – forjaron el caldo de cultivo necesario para que las estructuras capitalistas alcanzaran temporalmente compromisos históricos con los partidos socialdemócratas. Por otro lado, la socialdemocracia reconocía finalmente que la promesa de igualdad debía ser reformulada teniendo en cuenta los efectos de la desigualdad generados por una economía dinámica y no maniatada. Se concreta el marco moderno de las leyes redistributivas y nacen los «estados de bienestar social». La única variable resultante fué la relación entre regulación y libertad económica; un modelo que los europeos han terminado por asumir como «de todos» (gracias también a décadas de invasión de los sistemas educativos) y que en manos de los conservadores convierte a éstos en no tan conservadores, provocando que la socialdemocracia pierda la exclusividad en una de sus características elementales.
Hoy los partidos socialdemócratas pretenden ganar nuevo lustro decorando sus programas con proclamas dedicadas a los movimientos de emancipación, al nuevo centro, al movimiento ecologista y la sostenibilidad, al feminismo post-feminista de la clase media intelectual, a los moralistas de la vida cotidiana predicadores de lo políticamente correcto – todos ellos pertenecientes a la sociedad acomodada. Los principios de la socialdemocracia del siglo XIX o del siglo XX no se pueden aplicar a una generación que ya no los considera plausibles, por innecesarios. Los partidos socialdemócratas son incapaces de alcanzar programáticamente a los votantes del medio urbano, una sociedad más femenina y más educada, una generación que no se quiere organizar (ni quiere que la organicen), y cuyas necesidades elementales están más cerca de la seguridad, el bienestar individual y la perspectiva de poder alcanzar las metas personales que de la lucha de clases, la redistribución y la eleminación de la pobreza. Argumentos estos últimos, ocupados ya por los populismos de izquierdas, por cierto.
Jose María Marco escribe hoy también sobre el tema (La socialdemocracia en crisis). Y da en el clavo:
El problema consiste más bien en que la perspectiva redistributiva que es la propia de la socialdemocracia tropieza con una realidad que los socialistas se niegan a tener en cuenta. Y es que hemos llegado al punto que la “redistribución” impide el crecimiento. ¿Qué se puede redistribuir si no se crece?
Y usted, estimado lector, qué opina?
Cuando tu inteligencia choca con tus slogans….. malo. Hay
Estoy de acuerdo con lo indicado por Pvl y añado que en España es evidente que el lugar típico de la socialdemocracia lo ha ocupado el PP. El de la izquierda clásica Podemos y el de la «Social Liberal» Ciudadanos. Al PSOE no le queda mas silla que la única que no usará nunca, la del Liberalismo. La silla que sigue libre en España desde hace milenios.
Por otra parte el mantra de «Subir impuestos a los ricos» también tiene poco recorrido. Cada vez se hace mas evidente que esos impuestos al final los pagamos todos nosotros. ¿Dónde estaba el euro que paga Telefónica de impuestos, por ejemplo, hace un par de meses? en el bolsillo de alguno de sus clientes evidentemente.
Estoy de acuerdo con el diagnóstico del art.: prueba de que la socialdemocracia no puede hacer sombra a los partidos conservadores en cuanto a gestores capaces de promover el crecimiento económico son los reproches que utiliza para criticar a sus hasta ahora principales adversarios políticos: el más famoso que recortan el Estado del bienestar creado por ellos, junto con el de que la derecha recorta las libertades.
Es decir, ya nunca dicen: con nosotros la economía irá mejor porque la trola es demasiado evidente (recordemos por ejemplo la negación de la crisis económica por parte del gobierno del PSOE de ZP) y se contentan en materia económica con el más difuso mensaje de que ellos reparten mejor.
Pero este mensaje tiene el evidente problema que cualquiera que paga impuestos a lo que le suena es a: «con nosotros pagaras más impuestos» por lo que incluso en campaña electoral suelen jurar y perjurar que en cualquier caso los únicos que van a pagar más son los ricos y las empresas ( las grandes porque ellos son firmes defensores de las pymes). Así que como casi único eslogan les queda el etéreo de que la derecha recorta las libertades que es como hablar del sexo de los Ángeles.
Por cierto, para ver la importancia de la economía y por lo tanto de la gestión que de la misma hacen los políticos, a la hora de decidir el voto, basta con comprobar que los neocomunistas populistas de Podemos, ponen exquisito cuidado en recalcar una y otra vez que la subida de impuestos solo afectará a ricos y grandes empresas, ya que ellos al igual que sus parientes socialdemócratas también son grandes partidarios de las pymes.
Esto demuestra que, al fin y a la postre, al votante progre, tan solidario de boquilla, le cuesta rascarse el bolsillo para beneficio de Hacienda esxactamente igual que al resto de los «marditos franquistas».