¡Llamen a un psicólogo! Los animalistas y su patología

Las muestras de júbilo de los llamados “protectores de los animales”  que recorrieron hace unos días las redes sociales generan a bote pronto algunas  preguntas, dudas: el torero, ¿pierde su derecho a la vida por el hecho de ser torero? ¿Gana el toro algún tipo de dignidad por ser un toro de lidia? Si todos los animales tienen los mismos derechos que el toro de lidia, ¿porqué no se organizan grandes manifestaciones sociales contra la masacre de hormigas cometida por los senderistas? Estas formas de discriminación son de difícil comprensión mediante una evaluación basada en el conocimiento de las relaciones naturales. Permítanme un intento de explicación.

Buena parte de las teorías freudianas han sido debatidas y declaradas como obsoletas. Sin embargo, no podemos meter en ese saco su teoría de las neurosis. Las neurosis – a diferencia de la psicosis – son fundamentalmente sólidos mecanismos para protegerse de la ansiedad y situaciones de estrés psicológico.

Las proyecciones.

En este contexto, la proyección es la herramienta de la que nos servimos para dar expresión adecuada (socialmente aceptable)  a diversas “soluciones” frente a situaciones de ansiedad, incluso a determinados deseos que podrían ser sancionables. Freud escribió que: «la proyección consiste en trasladar  los propios problemas sobre los demás.»

Todas las proyecciones tienen en común una relación triangular. De un lado el proyector, es decir, la persona que percibe deseo, rechazo o miedo. Enfrente está el observador. Este  puede ser un individuo o el público en general. Y en medio tenemos aquel o aquello sobre lo que se proyecta.

En cualquier caso, el observador es una instancia mental real cuya reacción no es en absoluto insignificante para el proyector y que podría incluso sancionar la puesta en práctica de los deseos de aquél, o simplemente la comunicación de la intención de hacerlo.

Si el proyector manifestase abiertamente sus deseos e instintos, podría sufrir  un trato desfavorable por parte de los observadores, al menos desde el punto de vista de aquél. El proyector resuelve el problema proporcionando al observador una superficie de proyección sobre la que transmitir sus propios deseos e instintos.

Un ejemplo.

Una madre inscribe a su hijo, poco o nada musical, en clases de piano. Ella misma siempre ha querido dominar este instrumento. Ahora implementa sus propios intereses en la instrucción del niño. Si decidiese ser ella la que, según su deseo, se inscribiese en las clases de piano, encontraría probablemente incomprensión. «Eres demasiado mayor», «como adulto, ya no se puede aprender bien a tocar el piano», … y mil argumentos más.

Al igual que los deseos y pasiones, también podemos proyectar  odio y rechazo.

Otro ejemplo.

El niño menos dotado de una clase muestra a su profesor de arte un dibujo. El rechazo del profesor (el dibujo es francamente horrible) frente al trabajo del estudiante no puede ser expresado directamente sin ser sancionado por los otros niños o por los padres del  “artista”. Por esta razón, limita su crítica a los aspectos técnicos del dibujo: la falta de perspectiva, la ausencia de sombreados, la falta de volumen, … cuando en realidad piensa que ese niño es un lastre para la clase en general.

Las proyecciones son guerras psicológicas para evitar el desarrollo de un conflicto  emocional en el plano de la realidad. Desde una perspectiva neuronal, podemos concebir la proyección como la delicada relación de equilibrio entre el centro intelectual de la corteza cerebral y el centro emocional situado en el sistema límbico de nuestro cerebro. Nuestro centro emocional nos permite percibir atracción o rechazo con gran intensidad. Al mismo tiempo,  nuestra superestructura intelectual y ética impide que estas emociones salgan al exterior. El centro intelectual las canaliza –mediante proyecciones, como vemos- para aliviar nuestra psique, evitando al mismo tiempo sanciones sociopsicológicas.

Y entonces nos comparamos con los animales. O viceversa.

No hay nada negativo en el hecho de proyectar sentimientos humanos en animales. Nuestro mundo está lleno de comparaciones y transferencias entre humanos y animales. Tenemos que dar expresión a nuestros sentimientos, cuando se trata de seres vivos con los que tenemos una relación.

Estamos rodeados de antropomorfismo, y no solo en la literatura. Pensemos en nuestra percepción del “zorro inteligente” o del «león cobarde», del «león noble» o de la «urraca ladrona». En todas estas ideas juzgamos animales desde los parámetros de nuestro propio mundo. Sin este tipo de comparaciones o transferencias nuestro lenguaje sobre los animales sería más pobre, analítico, aburrido, sin sentimientos.

Pensemos en alguna de las fábulas populares, como esta:

Dijo un día una liebre a una zorra:

— ¿Podrías decirme si realmente es cierto que tienes muchas ganancias, y por qué te llaman la «ganadora» ?

— Si quieres saberlo — contestó la zorra –, te invito a cenar conmigo.

Aceptó la liebre y la siguió; pero al llegar a casa de doña zorra vio que no había más cena que la misma liebre. Entonces dijo la liebre:

— ¡ Al fin comprendo para mi desgracia de donde viene tu nombre: no es de tus trabajos, sino de tus engaños !

Esto es pura proyección. En  la naturaleza no existe el concepto de “ganancia”, ni el de “invitación a cenar”; todos sabemos que las liebres no hablan con los zorros, que los animales no “trabajan” y que los “engaños” en la naturaleza no son nunca fruto de un plan, sino del instinto. Todo ello nace únicamente de la cabeza racional del autor de la fábula y se recrea con placer en las de los lectores de los últimos 2400 años. Bajo aspectos artísticos, no encuentro objeción alguna al uso de las proyecciones y el antropomorfismo.

El lado oscuro de las proyecciones.

animalesmalvadosSin embargo, las proyecciones tienen otra cara, menos amable. Cuando los “animalistas” proyectan su propia visión del mundo humano sobre el reino animal,  dotan a este de cualidades que no tiene. Además, su forma de comunicar esa proyección nace del convencimiento de que sólo la suya es la única correcta, la única creencia concebible. La forma de presentar el debate actual sobre los “derechos de los toros de lidia” es un buen ejemplo de ello. Nada justifica el júbilo ante la muerte de un ser humano. Nada. En realidad, se trata simplemente de proyectar el odio hacia los toreros (en este caso) porque no comparten su cosmovisión, a través de la acción “vengativa y justiciera” del toro: ellos no pueden decir abiertamente que matarían a los toreros, pero se alegran de que un toro lo haga.

Las proyecciones tienen un gran poder en nuestra mente. Y nos hacen olvidar, en ocasiones, la mismísima realidad: que el derecho es una creación exclusiva del hombre y algo totalmente desconocido fuera de la sociedad humana. Para un animal o una planta no existe nada parecido a  un “orden jurídico”.

Siguiendo los argumentos (las proyecciones) de los animalistas, podríamos pensar que los representantes de los toros de lidia, elegidos en asamblea en la dehesa salmantina, se concentran todos los lunes frente al Parlamento reclamando con pancartas su «derecho a la vida». No, así no podemos llevar adelante una discusión sensata acerca de la naturaleza y nuestro papel en ella.

Necesitamos una visión científica de la naturaleza.

Cuando se trata de lidiar con la naturaleza, entonces debemos recuperar el valor de observarla con rigor estrictamente científico, absolutamente alejados de nuestro sistema límbico. Pretender imponer a los animales nuestros valores o dotarles de nuestros derechos no es un modelo de futuro.

Luis I. Gómez
Luis I. Gómez

Si conseguimos actuar, pensar, sentir y querer ser quien soñamos ser habremos dado el primer paso de nuestra personal “guerra de autodeterminación”. Por esto es importante ser uno mismo quien cuide y atienda las propias necesidades. No limitarse a sentir los beneficios de la libertad, sino llenar los días de gestos que nos permitan experimentarla con otras personas.

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12 comentarios

  1. No se por qué no sale un comentario mío, quizá porque puse un enlace. ¿Puedes mirarlo cuando tengas oportunidad Luís? Gracias

  2. Creo que no importa lo que realmente siente el animal. Importa lo que nosotros sentimos… y muchos de nosotros nos sentimos muy mal viendo maltrato a animales. Pero, como le apunto a Plaza más arriba, y dejo claro en el articulo, sentir compasión, incluso vergüenza moral, no significa que debamos otorgar «derechos» a los sujetos que despiertan en nosotros esos sentimientos.

  3. Yo creo que los «animalistas» sólo hacen una proyección, y está bastante justificada. La proyección del dolor. Las cantidades y sensibilidad no serán iguales (tampoco los son entre los humanos), pero dolor es dolor. Y utilizar el dolor para tu espectáculo y placer no es una proyección, sino una definición.

    La propuesta «animalista» es una propuesta moral. O sea, algo que pretende regular la conducta de los humanos. No tiene nada que ver con «lidiar con la naturaleza», ni tiene nada que ver con la ciencia. Con lo que tiene que ver es con impedir a los otros humanos disfrutar con el dolor sin pedir permiso. Ojo, no significa que el disfrute sea el dolor, pero sí que el dolor es necesario para el disfrute (sea este por el motivo que sea).

    Lo de los «derechos de los animales» sólo es una frase engañosa. El quid no está ahí. Por ejemplo, no prohibimos comer los cadáveres de los enemigos en el campo de batalla por un «derecho de los cadáveres», ni por un «derecho de los familiares de los cadáveres». Son el enemigo después de todo, y ninguna norma moral nos ha impedido quitarles la vida, que es lo máximo que tienen. No; el principio de prohibir comerse los cadáveres es el principio de «no somos antropófagos». Y el principio de los «animalistas» es el principio de «no somos sádicos». Y si tienes problemas con extender el sadismo a la tortura de animales, imagina un nota quemando perros vivos en una hoguera, y me cuentas. Darle dos hostias sería tu primer impulso.

    Por supuesto que siempre vas a encontrar contradicciones y absurdos con una norma moral si la sacas de su contexto y función. ¡Pero eso ocurre con toda norma moral! (Haz la prueba).

    Nota: Esto no quiere decir ni que esté de acuerdo ni en desacuerdo con los «animalistas». La moral no es algo que se acuerda. Lo que quiero decir es que si no entiendes la película, no puedes entender lo que están haciendo, ni diciendo. Y no puedes entender que esa guerra, la del toro, la tienen ganada. En términos morales, y en nuestro entorno moral.

    • Llevas en varias cosas mucha parte de razón, Plaza. Ocurre que, como tú bien describes, dejamos de hacer muchas cosas por considerarlas inmorales sin que por ello otorguemos derechos a los objetos de esas acciones a las que renunciamos.
      Y justamente ahí radica la cuestión que planteo: una cosa es sentir compasión, incluso vergüenza moral, frente a actos brutales contra animales (a lo que me apunto, sin diudarlo) y otra muy diferente es hacerles sujetos de derecho. No tiene nada que ver.

      La propuesta animalista no es una propuesta moral, es una propuesta de derecho, que pretende cambiar el ordenamiento jurídico por el que nos guiiamos los humanos, otrogando derechos a especies (no a todas, curiosamente) que no pueden ser sujeto de derecho, …. aunque sí de compasión… vergüenza moral, … llamémoslo equis.

      • La propuesta animalista no es una propuesta moral, es una propuesta de derecho, que pretende cambiar el ordenamiento jurídico por el que nos guiiamos los humanos, otrogando derechos a especies (no a todas, curiosamente)

        ¿Tienes algún ejemplo de la legislación que se propone? De hecho ya hay legislación de ese tipo. En cada comunidad autónoma. Suponemos que Andalucía será ortodoxamente progresista, y miramos el planteamiento:

        exige se acabe con los malos tratos, la falta de atención o las torturas a los animales que conviven con el hombre, y al mismo tiempo servir de instrumento para aumentar la sensibilidad ciudadana hacia unos comportamientos más civilizados y propios de una sociedad moderna.

        O sea, lo que te estoy diciendo. No es una preocupación por los animales, sino por la conducta de los hombres.

        http://faada.org/imagenes/legislacion/ANDALUCIA.pdf

        Es verdad que cita una vez lo de los derechos de los animales. Concretamente al mencionar la Declaración Universal de los Derechos de los Animales, UNESCO.

        http://www.fundacion-affinity.org/sites/default/files/derechos_animal.pdf

        Que, efectivamente, es una imbecilidad colosal. Y haces bien en criticar. Pero la ley se limita a mencionarla como ejemplo del espíritu de los tiempos; no la usa. Y hay que entender la función o dinámica de la cosa. Si el espíritu de los tiempos es la «defensa de los animales», eso sólo es una frase incompleta. En realidad se trata de «la defensa de los animales de las putadas de los hombres». No les preocupa si un tigre se come una cabra. Lo que les preocupa exclusivamente es la conducta humana. Que es de lo que trata la moral.

        Es verdad que vemos distinto quemar perros que quemar hormigas. Pero es que lo «vemos» (moral), no es una manía de los animalistas. Y puede haber cierta proyección ahí. También puede haber cierta «ciencia», ya que estamos más «emparentados» con un perro que con una hormiga. Y somos más parecidos funcionalmente.

        Me parece que es una perspectiva necesaria para entender la discusión. Y para entenderse, simplemente.

        • A ver Plaza, que no hablo de «manías», hablo de «derecho». Critico la intención manifiesta de los animalistas de introducir en nuestro cuerpo legal «derechos» que no lo son (como muchos otros, pero eso ya es otro tema) y leyes que protegen su religión y sus becerros de oro.

          En la legislación alemana ya hay varios ejemplos, pero no me voy a poner a traducir. Sí te invito, e invito a los lectores de esta casa, a darte una vuelta por la web «Observatorio Justicia y Derecho Animal» (así, con mayúsculas), para que nos demos perfecta cuenta de la estupidez de estos individuos.

          • Estoy seguro que hay muchos planteamientos estúpidos. Pero el planteamiento moral no es estúpido, y el paso de la moral a la ley es un paso natural. Si la ley dice «derechos de los animales» será estúpida, pero dudo que haya muchas que lo digan.

            En todo caso, lo diga cada ley como lo diga, lo que estará haciendo es regular (prohibir) unas conductas humanas que es fácil defender que son «inmorales» en el entorno moral que nos movemos. O sea, nada especial. Que le llame «derechos de los animales» en vez de «prohibiciones para los humanos», si lo hace (que no creo), sólo es una chorrada muy propia, también, de los tiempos.

            ¿Esa es la discusión? ¿Hacer lo mismo, pero cambiando la definición o motivo? ¿Es una discusión semántica? No lo parecía.

    • Sin embargo esto de «no somos sádicos» choca con otra de las máximas de los animalistas: la caza.

      1.- La muerte del animal no suele ser muy «dura», en muchas ocasiones casi instantánea, sin embargo están en contr de la caza.

      2.- Los humanos hemos sido cazadores desde hace milenios, por lo tanto no se puede decir que «no somos cazadores».

      Sencillamente consideran que el hombre «asesina» a un animal que tiene sus derechos, dándole una especie de «alma»… incluso en muchos casos por encima de los derechos de los hombres, ya que la mayoría está a favor del aborto y les preocupa poco las guerras o asesinatos de hombres.

      • Vale. Yo no estoy discutiendo «el animalismo», sino este caso / argumento concreto. Supongo que con la caza se puede hacer un ejercicio parecido, pero no me voy a poner ahora. El esquema es el mismo. Cambia «sádico» por «matador».

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