Nos cuenta Sannon Moffett en su libro sobre el enigma del cerebro que el equipo del neurocientífico John Gabrieli ha descubierto, a través de la técnica de Resonancia magnética funcional, que «la inhalación de sustancias químicas puede afectar al cerebro sin que estas sean olidas conscientemente».
Aunque el ser humano es eminentemente visual, y tiene el sentido del olfato, en teoría, mucho menos desarrollado que otras especies (el cerebro olfatorio se transformó casi por completo en sistema límbico), los olores juegan un papel más importante entre nosotros de lo que hasta ahora se creía. En el plano inconsciente, que representa más del 90% de lo que somos y hacemos, los olores, antes de serlo, es decir, antes de convertirse en qualia conscientes, producen efectos, y las sustancias químicas que no llegan a ser «olidas», sentidas, también. Así, cuestiones hasta ahora inexplicadas o explicadas solamente con dudosos expedientes filosóficos, podrían aclararse. Pienso por ejemplo en las feromonas y la atracción sexual, así como en la vinculación a largo plazo con una pareja. Se suele hablar mucho de la vasopresina y la oxitocina, neurotransmisores, pero poco del mecanismo de activación de los circuitos neuronales (así como de su composición) del erotismo y del amor. Parte de ello podría ser explicado por la «química» volátil que entra por nuestra nariz.
Pienso también en el rechazo incomprensible, irracional, que nos producen ciertos lugares, personas o circunstancias. Es bien sabido, ya desde los experimentos de Pavlov, que una experiencia muy desagradable o directamente traumática quedará asociada, en nuestra mente, en nuestro cerebro, a los estímulos que la rodeen. Esto se debe a que la experiencia se graba con todo su contexto. Dentro de ese contexto puede haber estímulos tanto conscientes como inconscientes, y los olores inodoros (discúlpese la contradicción) podrían estar entre ellos. Así, al estar en una determinada situación social, en cierto lugar y/o con ciertas personas, uno podría sentir un fuerte rechazo y un grave malestar que no sabría muy bien a qué atribuir. Parte de ese malestar podría ser explicado también por la «química» volátil que entra por nuestra nariz.
Nuestro cerebro tiene razones que nuestra razón no comprende, y algunas de ellas son suscitadas por sustancias cuyo seductor o repugnante aroma escapa a nuestra consciencia.
Bueno, ya has olido a esa persona, dime: ¿hay química?.
¿Y qué me dices, Pablo, de la poesía que hay en la química, y de la química que subyace a la poesía?…..
Philipp, me importa un bledo.
Para aromas, el del queso manchego. Sin duda.
http://hojamanchega.blogspot.com/2008/05/daniel-rodrguez-herrera-y-red-liberal.html
X-DDDDDDDDDDDDDDD
Hay química…
.. pero ¡diablos! también hay poesía.
😉