Milady,
Hoy he viajado en el Metro. He estado una hora bajo tierra en unos vagones llenos de gente, caminando por túneles llenos de gente, subiendo y bajando escaleras llenas de gente. Habida cuenta de mi ligera claustrofobia he decidido entretener mi mente con un libro y he leído un par de cartas de Escrutopo a Orugario.
Cualquier pequeña capillita, unida por algún interés que otros hombres detestan o ignoran, tiende a desarrollar en su interior una encendida admiración mutua, y hacia elmundo exterior, una gran cantidad de orgullo y de odio, que es mantenida sin vergüenza porque «la Causa» es su patrocinadora y se piensa que es impersonal.
Levanto la vista. Caras cansadas, malhumoradas, sin más causa que llegar a casa, llegar a fin de mes, llegar… De las quince personas más próximas a mi, solamente hay tres españoles: una joven con hierros en la boca y la ceja, rastas en el pelo, y con claros signos de no conocer el agua y el jabón; su acompañante es un joven estudiante, de barba cerrada y hablar adolescente, sus ropas pseudo-pandilleras no ocultan que es lugareño. Solamente tengo que imaginarle rapado al cero y aparece su verdadera procedencia. Yo soy la tercera española, exiliada y todo reconozco mi lugar de origen. Y este Metro no lo es. No reconozco mi país ni mi gente.
De repente entra una bandada de personas con bufandas, gorras, camisetas y banderines. ¿Fútbol o elecciones? No existen más posibilidades. La política en estos lares, Milady, se ha convertido en una suerte de charlatanería para tontos. Pero funciona. No hay políticos de raza, no hay electorado que lo merezca. Miro de nuevo a mi alrededor. Este es el público de Zapatero. Todos los sectores subvencionables están aquí representados. Lo único que puede hacer cualquier partido o proyecto de partido político que pretenda oponerse al que detenta el poder es aprender el oficio de vender duros a cien pesetas. Sé que Milady considera que el Partido Popular no hace nada diferente del PSOE. Os tengo que decir que mis últimas lecturas de gurús (les llaman asesores políticos, son libros de auto-ayuda llevada a la política) me ha hecho reflexionar al respecto:
Conocer a fondo el punto más fuerte del adversario y encontrar allí una debilidad implícita. Apuntar allí, en esa zona reducida y estrecha. Tal vez éste sea el secreto mayor.
En política no se toman prisioneros en materia de imagen. El ataque debe ser tal que no quede réplica posible. Si no es devastador, entonces hay que atenerse a las consecuencias.
Cuando se decide atacar hay que tener mucha solidez. Hay que estar preparado para recibir un ataque similar y sobrevivir a él.
Puntería, contundencia y respaldo… tres cosas de las que la oposición carece. Pero también dice Eskibel algo más:
…muchos políticos, tal vez demasiados, atacan a su adversario sin poder diferenciar su propio malhumor de una estrategia política efectiva. Atacan como quien da palos de ciego…
¿Será eso lo que le pasa al PP? ¿Atacan como si descargaran su malhumor? Retomo a Escrutopo y recuerdo que las causas cuando generan capillismo -y Milady sabe lo fácil que es eso-, por creer que son impersonales, infunden el alma del incauto con las llamas del orgullo. Y ya lo dijo Plutarco: los dioses ciegan con orgullo al que quiere perder.
Mientras sigan los sectarismos, no habrá oposición en España. Reinarán los vendedores de pócimas milagrosas, y mis compañeros de vagón las comprarán. Por mi parte, como Milady, soy partidaria de la revolución… de la personal, de la de cada individuo, que decide apagar la televisión, decide decir en alto que Bernat pierde aceite, que todos mienten, engañan, plagian y roban; el individuo para quien las ideas preceden a la acción, no se quedan dando lustre al ego en ninguna parte. Esa revolución que no es una utopía porque pasa en lo más profundo de muchas personas, pero que no se nota porque no es un fenómeno de masas, ni del que se hagan anuncios publicitarios, sino que lo percibe cada uno.
Me bajé al borde del desmayo. Demasiada gente junta para mi. Estoy pensando seriamente hacerme con una bicicleta. Ya os contaré,
María Blessing
Nuestro dos de mayo lo protagonizó J.M.Aznar defendiendo los derechos adquiridos por su país en la Union Europea frente a las pretensiones francesas de reducirlos y amagando con alinearse con EEUU al margen de la hegemonia francoalemana.
En vez de cargas de mamelucos o fusilamientos tuvimos 191 muertos, 1500 heridos, un vuelco electoral, unas españas en categoria de independencia e incapaces de cooperar, seguidismo a la francesa, multiculturalismo a la marroqui…
En fin, estamos vendididos. Era demasiado pedir que teoricos de la oligarquía a la gabacha como este que publica ABC guardasen las formas y celebrasen el dos de mayo.
Todavía otro enlace:
Nuestro Etna
España no se rompe. Se muere. Por el hijoputismo presente en todo acto. ETA nos pone frente al espejo en el que nos vemos frente a nosotros mismos. Y no nos gusta lo que vemos. Nada. El reflejo sólo nos muestra las diferencias de lo que fuimos, de lo que somos y aún peor de lo que podríamos ser. Tanto odiamos el reflejo que tenemos que romperlo como sea, aún rajándonos las manos. Y ya no es ETA. Es la puta España. Que es España coño. Todo el mundo al suelo, coño. Tarados. Todos tarados. Y yo la quiero tanto.
O
No, no era ningún tonto Joan Valls.
La gente absorbe la «hype», el discurso del estado útero, máximo, dispensador de valores y beneficios, todopoderoso y más allá y salen a la vida albergando expectativas desmesuradas.
Esperan más allá de toda esperanza, pero cuando encuentran lo que la mayoría encontramos, dan en defensas pues como un poquito esquizo-paranoides, de escisión de objeto.
Quiere decirse que para poder seguir fiándose ingenuamente de las gratificaciones que unos políticos sin escrúpulos prometen – y poder descargar sin culpabilidad la agresividad acumulada sobre otros -, para no morir de depresión, necesitan encontrar encontrar mutuamente enfrentados «objetos» buenos, buenísimos y «objetos» malos, malísimos.
Y no puede ser así, sino que todos los objetos (=situaciones, personas y procesos) son ambivalentes).
Hasta para los hipócritas.