No pocas veces nos encontramos con «la contaminación» como ejemplo del fracaso del mercado libre (del capitalismo). Permítanme que les de un par de ideas sobre la afirmación generalizada de que los mercados son los responsables de las llamadas externalidades negativas de la actividad humana al tiempo que les explico un poco el teorema de Coase. El teorema de Coase fue descrito en 1960 por Ronald Coase en el artículo, ,El problema del costo social «. En él Coase trata sobre todo las llamadas externalidades negativas.
¿Qué demonios son las externalidades?
En economía se conoce como externalidad impacto sobre terceros no compensado de las decisiones económicas de los participantes del mercado. En términos simplificados, el impacto que nadie paga o por el que nadie recibe una compensación. Las externalidades negativas son un impacto negativo, por el que nadie recibe una compensación. Por ejemplo, el humo de las fábricas contamina las propiedades y el aire de los residentes locales, y nadie recibe una compensación por ello. Huelga decir que el estado ve esto como un fracaso del mercado y lo utiliza para justificar intervenciones de todo tipo y ampliar aún más su esfera de influencia. En la norteamérica (o la Alemania) de la década de 1830 y 1840, cuando existía un concepto de derecho cuasi-libertario, esta contaminación de las casas habría dado lugar a un proceso judicial en el que el dueño de la casa tendría que probar que la fábrica y sus humos dañaban su propiedad y su salud. Si el dueño era capaz de probar esto, los dueños de las fábricas hubieran tenido que pagar por los daños y, si se negaban, habrían terminado en la cárcel o rechazados por la sociedad, lo que equivaldría a una multa o mayores costos de oportunidad.
Como resultado de esta forma de aplicar la ley, había pocos casos de contaminación ambiental, la «mano invisible» del mercado libre se habría encargado de, por ejemplo, que las fábricas usasen carbón más limpio aunque éste fuese más caro que el carbón con mayor proporción de compuestos del azufre. Otro ejemplo serían los incendios de terrenos privados provocados por los trenes debido a la emisión de chispas ígneas; el libre mercado, gracias al principio de responsabilidad por causar daños aportó la solución vía acción judicial, de manera que los fabricantes de locomotoras y proveedores de servicios ferroviarios se vieron obligados a reducir la emisión de chispas, protegiendo así la propiedad privada de los colindantes con las vías férreas.
El principio de responsabilidad.
Debido a la acción reguladora de los gobiernos, el principio de responsabilidad de quien contamina ha quedado poco menos que en agua de borrajas y el uso del carbón limpio o filtros de humo, etc. ya no provoca un aumento de la competitividad o una reducción de los costes. Desparecida la amenaza de elevados costes de compensación a «daminificados» , la asunción de costes adicionales obligatorios por parte del empresario (con conciencia ecológica o no) sólo suponen un encarecimiento del producto y pérdida de competitividad. Esto es siempre una desventaja para el consumidor. Vean el ejemplo de la industria de la generación de energía y las constantes subidas del precio de la luz. Son los habitantes de un monopolio territorial estatal quienes, vía impuestos y mayores precios asumen los costos adicionales, y no quien realmente contamina. Hablar del fracaso del mercado es absurdo por cuanto vemos que se trata del fracaso de los gobiernos.
Si los derechos de propiedad en una sociedad no son siempre absolutos, aparecen arbitrariamente bienes públicos para subsitituir aquellos que supuestamente el mercado ofrece en cantidad insuficiente o a precio excesivo, con lo que se justifica la intervención del gobierno como la única manera de asignar mejor los recursos. Este es el principio en el que se basa toda la ideología «sandía» (verde por fuera, rojo por dentro). La justificación para el intervencionismo estatal la proporciona el teorema de Coase.
Coase y la eficiencia.
El teorema de Coase nace con la ambición de lograr la mayor eficiencia y garantizar los más bajos costos de transacción posibles. Este objetivo, de acuerdo con el teorema, no podía ser alcanzado por el mercado mediante los precios y la libertad de sus millones de participantes que se esfuerzan por conseguir su propio interés de la manera más eficaz (barata y accesible), sino que es el estado el que debe garantizar el menor costo posible y dirigir la asignación de recursos al productor «más adecuado» para que éste pueda producir los servicios y productos de manera especialmente eficiente. El problema del teorema radica en las asimetrías de la información: nadie puede saber qué recursos son los necesarios ni dónde su uso será más eficiente.
Tomemos el ejemplo de un robo con el fin de ilustrar la teoría de Coase. Resulta que he robado una cartera y me llevan preso al juzgado donde el juez aplica justicia según el teorema de Coase. El juez me pregunta cómo llegué a la cartera y yo, que soy ladrón honesto, respondo que se la he robado a alguien. En lugar de castigarme de alguna manera o de condenarme a reponer lo robado a las víctimas, la siguiente pregunta del juez será sobre qué pretendía hacer con el dinero robado. Si yo ahora digo que pretendo usar el dinero para algo de uso útil como, por ejemplo, hacer una carretera y la víctima del robo dijese que iba a utilizar el dinero para comprar drogas , entonces el juez deberá absolverme según Coase, porque mi uso del dinero es mucho más útil que el que le quería dar la víctima y tiene el costo más bajo posible para mí. Aquí se pone de manifiesto cómo el teorema de Coase se utiliza para violar los derechos de propiedad y para poder extender el poder de la política y el estado. Los ataques de los gobernantes a cualquier propiedad están sujetos a la opinión arbitraria sobre un supuesto mayor beneficio para el mayor número de personas y por lo tanto cimienta la aparición de un sistema totalitario de gobierno en el que no hay lugar para la libertad del individuo.
¿Y la contaminación?
El punto de partida es, dos vecinos están en sus pisos y el vecino A mete ruido, pero no tan fuerte como para que el vecino B se de cuenta de nada. Un buen día el vecino B decide cambiar el dormitorio a otra habitación y entonces sí: ahora el ruido del vecino A sí le molesta. ¿Cómo sería el enfoque del tribunal según el teorema de Coase? El tribunal debería dar la razón a la parte que vaya a soportar en el futuro el costo más bajo. Debido a que estos costos s¡olo pueden ser estimados, pero nunca sabidos como ciertos, cada decisión así tomada sería arbitraria. El enfoque liberal- libertario en una sociedad de derecho privado, podría ser que, mediante la asignación de derechos basada en el „first come, first serve“, el derecho de hacer ruido ruido del vecino A sea el que prevalezca. Ello no le excluye de las otras consecuencias de su acción, como son la exclusión social, por lo que el contaminador que abusa con su ruido, sufrirá las consecuencias de la negativa de intercambio con él. Por ejemplo, viendo cómo le prohiben usar ciertas carreteras, ya que el propietario de la carretera, no tolerará que las personas que se comportan como el vecino A usen su carretera, o le impondrá una tasa de peaje mayor por ser un alborotador. Si en lugar de ruido hablamos de humos tóxicos, el caso es más gráfico si cabe: todos los afectados denunciarían por daños y perjuicios contra su salud y su propiedad, siendo el contaminador condenado a pagar indemnizaciones multimillonaris, de manera que su «producto» pierde atractivo en el mercado, obligándole, o a cerrar, o a eliminar la emisión de humos. Además, en el mercado, el comprador tiene siempre su papeleta de voto y su identificación de juez: su cartera. Es fácil llevar a una empresa a la quiebra no comprando sus servicios.
No existe ninguna excusa que justifique la coerción y la violencia aplicadas por los estados para alcanzar propósitos tales como mayor eficiencia o mejor asignación de los recursos. Es el carácter arbitrario y apriorista de ambos «deseos» el que convierte a la acción estatal en arbitraria, apriorista y totalitaria.
El principio de «first come, first serve», como cualquier otro principio, es una buena solución en ciertos casos, una pésima solución en otros e inaplicable en otros tantos.
Hace poco planteé el siguiente problema (por cierto absolutamente real) en el blog del liberal posiblemente más popular de España (J.R. Rallo):
España quiere hacer una presa en su tramo del río Duero, a la que Portugal se opone. ¿Como se resuelve el conflicto de intereses?
La respuesta de uno de los ancap del blog fue, literalmente, que: ¡¡¡¡¡¡ Habría que ver quien llegó primero a la península Ibérica!!!!
lo cual, como broma, creo que es con la que más me he reído desde hace mucho tiempo, con la particularidad de que el tipo hablaba no sola y completamente en serio sino que lo hacía siguiendo a pies juntillas el principio liberal de «first come, first serve».
Pero más allá de las risas que me eché a su costa, la anécdota ilustra lo complicado de pretender resolver conflictos reales de intereses aplicando principios teóricos, y más si encima se pretende aplicarlos de forma «doctrinal».
Ciertamente, por eso digo «podría ser», yo tampoco creo que sea la solución para muchos casos. Creo que las soluciones contractuales con pagos de indemnizaciones se ajustan mejor a este tipo de casos.
Si Luis, pero resulta que en el problema real que planteo, España no necesita ni tiene porque tener ningún acuerdo o contrato con Portugal: sencillamente porque controla y actuaría sobre su propio territorio y es tanto o más poderosa que Portugal.
Cosa distinta es que a su vez Portugal, si tiene poder para ello, reaccionara y aplicara sanciones (las que sean) a España y en consecuencia España decidiera avenirse a negociar con Portugal.
Pero en tal caso, lo esencial, desde mi punto de vista, es darse cuenta que en última instancia y lo disfracemos como lo disfracemos, estamos hablando de relaciones de poder, que es la esencia de las relaciones biológicas y no de soluciones contractuales teóricas.
Un magnífico ejemplo reciente de lo anterior lo tenemos en Ucrania: mucha diplomacia, mucho derecho internacional y mucho bla-bla-bla, que solo sirven para camuflar la cuestión fundamental: el poder relativo de los contendientes, tal y como ha sido y será, desde el origen de los tiempos para todos los bichos, humanos incluídos.
Yo hecho de menos en la teoría liberal el reconocimiento de ese hecho objetivo, y en mi opinión inapelable, de la importancia decisiva del poder en la resolución de los conflictos de intereses, y por lo tanto, de la obviedad de que lo primero que hay que hacer para aplicar una política liberal (como cualquier otra) es disponer del poder para hacerlo y para defenderse de los que sientan (ya sea real o subjetivamente) que esa política liberal va contra sus intereses.
Esa es la principal razón por la que la pretensión ancap de acabar con los estados me parece no solo utópica sino suicida.
Bueno, yo creo que sí lo hace. Por ejemplo Alexis de Tocqueville, en La democracia en América:
En nuestros contemporáneos actúan incesantemente dos pasiones contrarias; sienten la necesidad de ser conducidos y el deseo de permanecer libres. No pudiendo destruir ninguno de estos dos instintos contrarios, se esfuerzan en satisfacer ambos a la vez: imaginan un poder único tutelar, poderoso, pero elegido por los ciudadanos, y combinan la centralización con la soberanía popular, dándoles esto algún descanso. Se conforman con tener un tutor, pensando que ellos mismos lo han elegido. Cada individuo sufre porque se le sujeta, porque ve que no es un hombre, ni una clase, sino el pueblo mismo quien tiene el extremo de la cadena. En tal sistema, los ciudadanos salen un momento de la dependencia, para nombrar un jefe, y enseguida vuelven a ella.
Y justamente de ahí nace la idea de limitar el poder de cualquier estructura estatal. Se nos presenta un problema de «base». Sin llegar a defender los argumentos anarcocapitalistas, y reconociendo que el liberalismo clásico ha fracasado en su internto de limitar el poder de los monarcas vía gobiernos representativos, creo que cuanto mayor sea el ámbito de poder de los individuos sobre sus propiedades menor será el poder real de las insitituciones. No me preguntes por la «medida justa», pues la desconozco.
En el caso del uso de las aguas de Duero, si el litigio se plantease entre particulares, su resolución vía contratos sería más justa, rápida y efectiva. Los de A quieren hacer una presa, los de B usan el rio más abajo como transporte y la presa les privaría de hacerlo al disminuir el caudal. Ese perjuicio debe ser indemnizado. Es un ejemplo.
Luis, efectivamente el dilema que plantea Tocqueville es real. Yo prefiero verlo como una vertiente más de la búsqueda de eficacia por medio de la especialización: dado que es eficaz que cada individuo de un grupo se especialice en una tarea, es eficaz que alguno lidere al grupo que simplemente es otra de las funciones necesarias para que el grupo funcione. Esta necesidad se manifiesta en cuanto tienes a un grupo de gente interactuando: es la misma necesidad si se trata de una emperesa, una asamblea de propietarios o un equipo de fútbol: si no tienen un lider o este es un incapaz, los grupos no funcionan. Por descontado tampoco funcionan si, a pesar de tener un líder competente, los integrantes del grupo se niegan a acatar el liderazgo.
Si no me equivoco eres biólogo de formación. ¿Crees que nuestra especie, al igual que otras muchas, tiene entre sus características la de ser jerárquica?.
Esa es desde mi punto de vista, la base para la construcción de cualquier teoría de tipo social: admitir y conocer las características biológicas de los homo sapiens, igual que conocemos y no se nos ocurre pensar en cambiar, las de los chimpances, los lobos, o las hormigas.
En las sociedades animales jerárquicas, los zoólogos han llegado a la conclusión de que el poder del líder o macho alfa no es absoluto, sino que al igual que ocurre con la especie humana, se basa en relacciones más «bidireccionales» de lo que a primera vista puede parecer.
Por lo tanto esa aversión absoluta del liberalismo hacia la jerarquía, al menos en su vertiente ancap que al parecer es la que esta de moda actualmente, me resulta tan equivocada y por tanto condenada al fracaso como la pretensión comunista de construir un «hombre nuevo».
Desde este punto de vista, el Estado es simplemente la «infraestructura» que permite a los líderes ejercer su liderazgo: no hay nada intrínsecamente «diabólico» en ello, al igual que no hay nada que objetar a que el cerebro (la «administración» y «liderazgo» del individuo) consuma más energía que el resto de órganos.
Por lo tanto, la cuestión fundamental, desde mi punto de vista debería ser: ¿como conseguimos la mayor eficacia del Estado a la hora de liderar la sociedad al menor coste posible? en vez de ¿como nos cargamos al Estado porque damos por sentado que no admitimos a ningún líder?.
Una cuestión que encuentro interesante sobre el liderazgo:
la misión básica de un líder es doble: por un lado, la más evidente, dirigir al grupo hacia la consecución del objetivo, y por otro, aunque parezca una perogrullada u obviedad, mantener su liderazgo. Podríamos llamarlo «política exterior» y «política interior».
En la Naturaleza vemos claramente éstas dos funciones del liderazgo: por ejemplo, el macho alfa de una manada de lobos, por un lado dirige la caza o la lucha contra manadas rivales hacia el objetivo de la supervivencia de su propia manada y por otro se dedica a defender y afianzar su liderazgo dentro de su propia manada: manteniendo a raya a sus rivales, «camelándose» a los otros miembros para que le apoyen, etc.
En términos biológicos, tal y como lo expone de R. Dawkins, ambas facetas del liderazgo actuando en, o siendo dirigido por, el beneficio de su carga genética.
La cuestión clave es que si fracasa en cualquiera de ambos aspectos se acaba su liderazgo: si fracasa al dirigir la caza o la lucha contra clanes rivales su manada desaparece y con ella su liderazgo. Tres cuartos de lo mismo si fracasa en su «política interior» y otros rivales se hacen con su puesto.
No es difícil ver que en tiempos de «paz» o «bonanza», que son la regla general, y más si hablamos de sociedades humanas desarrolladas, como es lo que se conoce como Occidente, en el que los países funcionan casi «por inercia», la política interior es la ocupación prioritaria del líder, mientras que en tiempos de «guerra» o «crisis», el grupo tiende de manera natural a reforzar el liderazgo, liberando al líder de la tediosa política interior para que pueda centrarse en la política exterior.
Lo anterior, aplicado a naciones democráticas, produce que en tiempos de paz o bonanza el voto se disgregue y los liderazgos sean débiles, mientras en tiempos de guerra o crisis el voto se concentre y los liderazgos sean fuertes. También explica el hecho de que los líderes, cuando ven cuestionado o amenazado su liderazgo, a menudo recurran a la identificación real o inventada por ellos de enemigos exteriores.
No es que lo anterior sea ninguna novedad, pero no veo que en los análisis liberales (y más cuanto más ancaps), este tipo de cuestiones básicas se tengan en cuenta.