Antes de que los países centroeuropeos decidan cerrar sus propias fronteras ante la avalancha de refugiados, se alcanzan acuerdos de pago a otros países para que lo hagan «ellos». Turquía, por ejemplo. Y si el dinero es mucho, estarán encantados de hacerlo. Luego podemos dudar sobre la efectividad de la medida, pero la transferencia ya estará consumada. Es la lógica ilógica de nuestros políticos actuales: si en Turquía construímos campamentos de refugiados de lujo con el dinero de los impuestos de los europeos, entonces estos campamentos ya serán atractivos y los nuevos refugiados se quedarán allí.
Creo que el anterior ejemplo define perfectamente la esencia de la acción política europea de hoy. Y de la española también. A golpe de buenas intenciones hacen las cosas mal, tiran un montón de dinero por el retrete, no logran ninguno de los objetivos fijados, y es entonces cuando, de repente, justificándolo con algún acontecimiento robado de las noticias del día, deciden «adaptar» las políticas buenistas en otras que dicen «mejores». Los alemanes, por ejemplo, suelen ser muy realistas a la hora de corregir la estupidez de sus medidas anteriores, algo que, aunque resulte carísimo, les salva de la mediocridad en la que estamos inmersos los españoles. Los españoles no tenemos escapatoria, pues nuestros políticos sustituirán medidas buenistas carísimas e inefectivas por nuevas medidas inefectivas carísimas y buenistas.
Y no hay visos de que nada vaya a cambiar: no terminamos de salvar el clima, ni de reducir el paro al 10%, ni hemos salvado al 100% a la economía griega. Tampoco hemos fomentado el crecimiento de una red industrial y tecnológica de empaque, ni sacamos tres premios nobel al quinquenio. Pero, y a pesar de la ausencia de resultados, en los nuevos presupuestos generales del estado con los que el Partido Popular quiere ganar las próximas elecciones o en los programas de los partidos aspirantes al trono, nos venden más de lo mismo: quieren hacer «el bien» con un montón de dinero -el nuestro-, y se niegan a presentarnos las medidas desagradables y realmente necesarias para sacar el país adelante. Seguiremos pagando infraestructuras innecesarias, un aparato estatal hiperdimensionado, contribuyendo al «rescate» de la economía griega, al de los bancos «amigos» y las autopistas en quiebra, a la salvación del clima, evitando la reestructuración de las leyes que limitan el mercado laboral, … pero si incluso hay quien propone nacionalizar los bancos!
Ellos son unos cobardes, y nosotros unos ilusos. Y si encima trabajamos y pagamos impuestos, unos siervos obedientes. Pero claro, a todos nos gusta soñar con una sociedad en armonía, sin paro, sin obligaciones -excepto la de pagar al fisco-, subsumidos en la madre naturaleza, sonrientes, generosos, …los «buenos», vamos. Soñar es gratis, dicen. Pues no. Soñar deja de ser gratis cuando los sueños se convierten en decretos y leyes, en programas de gobierno y diatribas de oposición.
Los habitantes del precariado también reciben viajes del Inserso y algunas palomitas de maíz. A propósito: acabo de notar el aumento del «Kindergeld» en mi cuenta bancaria. el estado me devuelve cuatro euros más al mes por hijo. Bueno, llegará para las palomitas de esta noche.