Acabo de terminar la lectura del libro de Daron Acemoglu y James A. Robinson «Por qué fracasan los paises«. Una obra brillante, se lo aseguro. Algunos pasajes se me antojaban de una lógica tan convincente que por breves momentos pensaba que era capaz de entender el mundo. Como si lograse ensamblar mentalmente todas las partes en un todo aprehensible, no se cómo explicárselo. Banal, pero complejo.
La línea básica argumental de la obra impregna todos sus capítulos y sus diversos apartados históricos y se repite casi como un tema musical con diversas variaciones tonales. Los autores plantean inicialmente la pregunta de cómo explicar los diferentes y divergentes niveles de prosperidad de las naciones. Detallan las teorías existentes para refutarlas con ejemplos históricos y desarrollar su propia explicación.
¿Por qué, por ejemplo, se han desarrollado las Américas en sentido completamente opuesto? ¿Qué pasa con África? A pesar de décadas de ayudas al desarrollo y asistencia económica, que se han tragado miles de millones de dólares y euros, no ha sido posible extender allí la prosperidad y la democracia. Muy al contrario – cada año surgen más focos de conflicto, los países están sumidos en la corrupción y la miseria o la anarquía y el caos.
Analizar estos fenómenos desde una óptica puramente ideológica no nos ayuda más que a enlodazanos en luchas de trinchera sin perspectiva de alcanzar en ningún momento una solución al problema.
¿Por qué algunos estados y sus élites dirigentes nadan en dinero, mientras que otros estados y sus poblaciones siguen siendo pobres? ¿Por qué la población normal de una nación vive en relativa prosperidad, mientras que en la nación vecina los pobres diablos apenas tienen para comer? ¿Por qué nunca logramos exportar la prosperidad y la democracia mediante las ayudas al desarrollo?
Los dos economistas Acemoglu y Robinson proporcionan una explicación razonable. Especialmente loable es que han logrado describir desarrollos históricos desde la sobria reflexión, sin molestarse con hocus-pocus ideológicos o religiosos.
Haciendo uso de numerosos acontecimientos históricos aclaran cómo la causa de la riqueza o la pobreza de una nación se encuentra en la naturaleza «extractiva» o «inclusiva» de sus instituciones políticas, que a su vez determinan la naturaleza de las instituciones económicas. «Extraer» e «Incluir» son sus palabras clave.
Instituciones «inclusivas» son las que, de tendencia democrática, promueven la prosperidad, protejen los derechos de propiedad y por lo tanto ofrecen incentivos económicos y la igualdad de oportunidades para grupos sociales amplios.
Las Instituciones «extractivas», sin embargo, están caracterizadas por la corrupción, la represión y el nepotismo, extraen activos y capital, gravan a las personas y obstaculizan el desarrollo económico libre y de una sociedad pluralista.
Las naciones cuyas instituciones políticas y económicas tienen carácter extractivo, siguen siendo pobres y, a menudo, se rigen por déspotas o élites corruptas, mientras que la población en los estados donde se han desarrollado las instituciones inclusivas puede alcanzar una prosperidad duradera en condiciones libres y democráticas.
Comprenderán que, durante la lectura del libro, no he podido evitar comparar – y aplicar- las teorías de Acemoglu y Robinson a nuestra España de hoy. Tanto la difícil situación europea como la más difícil aún situación de la población española (carga fiscal creciente, disminución de los ingresos, el aumento de la vigilancia y padrinazgo estatal, etc.) quedan bastante bien explicadas a la luz de esta obra.
Podríamos pensar que las instituciones políticas y económicas en España y Europa aplican los rincipios de la «inclusividad», aunque en realidad están cambiando cada vez más para convertirse en «extractivas».
Es fácil encontrar elementos extractivos en nuestras instituciones económicas y políticas. Comenzamos con nuestro sistema electoral: en lugar de elecciones directas de nuestros representantes, celebramos un ritual electoral basado en listas cerradas que los propios partidos diseñan y nos ofrecen como única alternativa. Estas listas están llenas de nombres cuyo mayor mérito para formar parte de las mismas es el de la fidelidad absoluta a la línea general del partido que representan. En algunos casos más dramáticos, son amigos y familiares quienes ocupan lugar en ellas, reafirmando el carácter nepótico de las mismas. El ritual de las «elecciones» es, dada la ausencia de alternativas reales, apenas un sinsentido pseudodemocrático.
Una vez que los elegidos ocupan el poder, se apresuran a mostrar su agradecimiento a amigos, familiares y financiadores, otorgándoles los pertinentes privilegios, puestos administrativos o ventajas fiscales al uso.
El servicio «público» de radiodifusión -no importa si nacional o autonómico- se alimenta de los impuestos de todos, ajustándose sus presupuestos a la cuantía prevista a recaudar o la capacidad de endeudamiento del gobierno sobre el que informar. Radiotelevisiones puestas en manos de un pequeño grupo de elegidos, debidamente blindados y alejados de cualquier intento de control de su gesti¡on por parte de los televidentes/oyentes, lo que permite el crecimiento de un pulpo gigantesco al servicio del gobierno de turno. La connivencia de los medios privados, asegurada mediante las dádivas de la llamada «publicidad institucional», asegura la ausencia de competencia.
El contribuyente se convierte en corresponsable de, por ejemplo, todos aquellos bancos y entidades financieras que cuenten con el debido «certificado de inportancia» extendido por el gobierno.
Permítanme que también mencione la extracción y redistribución socialmente injusta, económicamente absurda y estructuralmente perjudicial de capital privado (el nuestro) que supone la subvención de determinados sectores de la industria, como puede ser el de las energías renovables. El mercado de la energía en España no es tal.
La clase política española ha sabido dotarse de un sistema en el que no se dan casos de corrupción: el sistema es corrupto en sí mismo. Las sucesivas leyes de financiación de partidos políticos y sus enmiendas, las disposiciones referidas a la subvención de sindicatos, patronales, a los sueldos de concejales, alcaldes, diputados, secretarios de estado, asesores, … conforman un sistema legal exclusivamente diseñado para desviar de nuestros monederos los medios económicos que ellos necesitan para la subsistencia de la casta política. Los favores, el amiguismo, el derroche, la prevaricación son inmanentes a nuestra estructura pol¡itica nacional.
Aplicando la definición de Acemoglu y Robinson llego a la conclusión de que nuestra nación, sin duda, está plagada de instituciones extractivas o elementos que tienen un efecto anti-riqueza, saqueando al pueblo, privando a los ciudadanos de la igualdad de oportunidades, regulando para crear incentivos económicos que promueven la corrupción y el corporativismo y en última instancia, erosionando la nación misma.
Lo que falta ahora es explicar las causas por las cuales las sociedades eligen aplicar, total o parcialmente, alguno de ambos tipos de instituciones. Ello llevará seguramente a aplicar trasfondos ético-filosóficos que los aclaren más.
Quizás las variantes en la «naturaleza humana» de cada zona tengan una influencia importante.
En Europa, por ejemplo, curiosamente los países mediterráneos («los países del sur») son los que más institucionalizada tienen la corrupción y la picaresca, mientras que los países nórdicos son más serios en este aspecto (o al menos lo disimulan mejor).
Y es que el carácter del español medio, se parece bastante al de un italiano o un griego, pero tiene poco o nada que ver con el de un Finlandés.
Recuerdo que cuando estuve de Ersmus en Holanda, el tráfico de bicicletas robadas era copado precisamente por españoles e italianos, mientras que muchos «ingenuos» holandeses o estudiantes de otros países nórdicos todavía dejaban sus bicis sin candar.
Yo siempre he dicho que si renováramos absolútamente todos los cargos públicos y tomáramos 2000 españoles escogidos al azar (con un mínimo de nivel formativo) para que ocupen esos cargos, en cuestión de un plazo no muy largo de tiempo, al menos 300 de ellos acabarán cometiendo algún acto de corrupción (sin contar los enchufes).
Sin embargo, estoy seguro de que esa proporción en un país como Noruega o Finlandia será bastante más baja, pero más alta en muchos países de América Latina.
En una sociedad donde la población se corrompe fácilmente, las instituciones que son ocupadas por personas procedentes de esa sociedad tenderán a corromperse inevitablemente.
¿Alguien se ha planteado estudiar la correlación entre clima y corrupción/picaresca? ¿Es simple casualidad que precisamente la corrupción aumente según nos acercamos a climas tropicales?
Intersante comentario. Me trae al recuerdo que sobre eso ya había escrito yo algo. Al menos en esa línea argumentativa: https://desdeelexilio.com/2005/06/30/individualismo-y-colectivismo/
Completamente de acuerdo: al final la moral individual que esta insertada y se adapta a una cultura colectiva, que a su vez se desarrolla a través de la Historia, es la que define en última instancia los comportamientos de las sociedades o grupos humanos, por simple acumulación estadística de morales individuales que a su vez conforman la moral colectiva.
Por eso la Historia tiene una influencia decisiva en los comportamientos sociales: porque el individuo, va a comportarse por regla general como se ha comportado el «promedio» de los individuos de su grupo a lo largo de la Historia.
Y eso explica lo mucho que cuesta cambiar las dinámicas y los comportamientos de los grupos y no digamos ya de los países.
Muy buenas reflexiones Luis. Intentaré conseguir el libro.
Merece la pena, son 600 páginas, pero se hace muy ameno.