Con pocas excepciones, hasta el final de la Segunda Guerra Mundial no aparece el concepto de diginidad del hombre en ninguna constitución del mundo. Es en la Carta de las Naciones Unidas de 1945, que se cita de forma explícita la dignidad del hombre y su defensa como uno de los propósitos fundacionales de la ONU: “to reaffirm faith in fundamental human rights, in the dignity and worth of the human person”. Basándose en esta declaración han ido naciendo – o siendo reformadas – las constituciones de la mayoría de los países occidentales, inluyendo en ellas la dignidad humana como bien a proteger, intocable, inalienable. La nuestra también:
TÍTULO PRIMERO
De los Derechos y Deberes Fundamentales
Artículo 10
1. La dignidad de la persona, los derechos inviolables que le son inherentes, el libre desarrollo de la personalidad, el respeto a la ley y a los derechos de los demás son fundamento del orden político y de la paz social.
La cuestión es, ¿Qué es la dignidad del hombre?
Por lo general, el origen la idea de la dignidad humana se atribuye a Cicerón De Officiis. En ella Cicerón define las obligaciones del ser humano, que se corresponden con las cuatro «personae» que lo configuran, a saber: origen, dotación física y talento, la personae que cada uno elige para sí mismo y, en cuarto lugar, y por último, la personae que es, simplemente, la que hace que un ser humano sea tal y no un animal: la capacidad de razonar y comprender lo bueno y correcto. Para los problemas relacionados con las obligaciones de conducta, sobre todo como un ser humano y en contraposición a los animales, Cicerón usó repetidamente la palabra latina dignitas.
Sólo aquellos que son capaces de comportarse adecuadamente según su personae, presentan un comportamiento digno. Según esto, para Cicerón la dignidad como ser humano significa: el hombre debe comportarse racionalmente, que según su concepto de moral no es otra cosa que despreciar cualquier placer físico y en su lugar realizar una vida de «moderación, autodomino y sobriedad.»
La tradición filosófica occidental se desarrolló más tarde en función de la visión cristiano-judía: aparece la asociación cristiana de la dignidad humana al hombre como imagen de Dios y su capacidad de creación. La patrística recoge el «modo» estóico del concepto ciceroniano y pasa a hablar de los derechos conferidos por Dios a la dignidad humana. Esta comprensión de la dignidad humana se extiende a través de la historia de la teología cristiana hasta hoy. Esto ayuda a explicar por qué a los políticos y juristas cristianos que participaron en la elaboración de las modernas constituciones les resultó tan sencillo aceptar una mención a la dignidad humana en los títulos prncipales de las diferentes Leyes Fundamentales, así como en los documentos pertinentes de la ONU.
La razón por la que no es posible basar la comprensión de la dignidad humana en la tradición cristiana del hombre como imagen de Dios es, por supuesto, que el significado ético de la dignidad humana debe ser independiente de cualquier convicción religiosa. Respetar la dignidad del hombre no es un acto inmanente a la religión, como lo serían santificar el domingo o no comer carne de cerdo.
Y ahí es cuando aparece Kant. El filósofo de Könisberg, en sus obras «Fundamentación de la metafísica de las costumbres» y «Principios metafísicos del Derecho» utiliza, como soporte de la dignidad de la persona humana el argumento según el cual
«…Los seres cuya existencia no descansa en nuestra voluntad, sino en la naturaleza, tienen, cuando se trata de seres irracionales, un valor puramente relativo, como medios, y por eso se llaman cosas; en cambio, los seres racionales se llaman personas porque su naturaleza los distingue ya como fines en sí mismos, esto es, como algo que no puede ser usado como medio y, por tanto, limita, en este sentido, todo capricho (y es objeto de respeto). Estos no son pues, meros fines subjetivos, cuya existencia, como efectos de nuestra acción, tiene un valor para nosotros, sino que son fines objetivos, esto es, realidades cuya existencia es en sí misma, un fin…».
La dignidad significa para Kant -tal y como expresa en la «Metafísica de las costumbres»- que la persona humana no tiene precio, sino dignidad:
«Aquello que constituye la condición para que algo sea un fin en sí mismo, eso no tiene meramente valor relativo o precio, sino un valor intrínseco, esto es, dignidad».
Y para redondear, Kant nos dice:
«…supongo que admtís que existe una naturaleza humana, y que esta naturaleza humana es la misma en todos los hombres. Supongo que admitís también que el hombres es un ser dotado de inteligencia, y que en tanto tal, obra comprendiendo lo que hace, teniendo por lo tanto el poder de determinarse por si mismo a los fines que persigue. Por otra parte, por tener una naturaleza, por estar constituido de una forma determinada, el hombre tiene evidentemente fines que responden a su constitución natural y que son los mismos para todos…».
Perdonen que les haya obligado a leer estos pirmeros párrafos soporíferos. Pero me parecio importante, a la luz de lo visto, leído y oido ayer durante las #MarchasPorDignidad22M, dejar primeramente claro qué es lo que se esconde tras el concepto DIGNIDAD. Así es más fácil hablar de la INDIGNACIÓN, que es otra cosa y no tiene nada que ver.
La mayor parte de los, digamos que fueron 50.000, manifestantes que ayer ocuparon las calles de Madrid participaron en el acto de forma voluntaria, convencidos de que con ello pueden sensibilizar a otras personas, y a los políticos en particular, sobre los graves problemas que asolan su día a día y el de otro muchos, millones de conciudadanos. El suyo fué, por tanto, un acto profundamente DIGNO, por profundamente humano.
Las centurias-checas (creo que CENTURIA-CHECA es la terminología perfecta) que al terminar la manifestación cívica se dedicaron a destrozar el fruto de los impuestos pagados por todos, parte del patrimonio de todos, propiedades particulares y a agredir a los agentes de seguridad (pagados por y al servicio de todos) se comportaron de forma no sólo perfectamente INMORAL, también absolutamente alejada de la DIGNIDAD, por atentar contra la cualidad SOCIAL del hombre, también parte de su DIGNIDAD.
Ellos, y muchos de los que no participaron activamente en los disturbios, no lo ven así. Su lucha es digna y justificada, creen. Están equivocados. La barbarie, la agresión, no están nunca justificadas moralmente, y no son dignas. En absoluto. No son dignas porque atentan contra la dignidad de otros!
EL ser humano no necesita para ser digno una forma de estado: el humano digno encontrará junto con otros hombres dignos la mejor forma posible de convivencia. Lo único necesario para ello es eliminar todo intento de ingeniería social que premie unas formas de dignidad sobre otras, una percepción de dignidad sobre otras.
El ser humano no necesita para ser digno el robo o la extorsión. En palabras de Hans Hermann Hoppe:
Sabemos que ningún impuesto es justo, ya sea de tasa progresiva o de tasa plana y proporcional. ¿Cómo pueden el robo y la extorsión ser justos?. El “mejor” impuesto es siempre el más bajo de los impuestos – sin embargo, incluso el impuesto más bajo sigue siendo impuesto.
Casi todos los filósofos profesionales de hoy en día son consumidores de impuestos. No producen bienes o servicios para que los consumidores de filosofía compren en el mercado, bien sea de forma voluntaria, o no. De hecho, a juzgar por la demanda real de los consumidores, el trabajo de la mayoría de los filósofos contemporáneos debe ser considerado como insignificante, sin valor. Mejor dicho: casi todos los filósofos de hoy se pagan con fondos provenientes de los impuestos. Viven de dinero robado o confiscado a los demás. Si su sustento dependiera de los impuestos es probable que, por razones fundamentales, usted no se opondría a la institución fiscal.
El ser humano, para ser digno, necesita ser libre, necesita poder hacer uso de su vida y su libertad para poder trabajar. Necesita el fruto íntegro de su trabaj para poder intercambiarlo con otros humanos dignos, y así poder aspirar a tener una casa mejor, un coche mejor, una escuela mejor, una sanidad mejor, una policía mejor. LAs casas, los coches, las escuelas, los hospitales no son dignos o indignos. Son suficientes o insuficientes para satisfacer las necesidades de cada uno de nosotros, que sí somos dignos, y por ello intocables.
En 1948, cuando se adoptó en la Asamblea General de NAciones Unidas la Carta de Derechos Humanos, también apareció uno de los libros más vendidos y leidos de todos los tiempos: el 1984 de George Orwell. Hacia el final de este libro, después de las incontables agonías sufridas por el héroe, Winston Smith, su torturador se toma el tiempo de mirar hacia el futuro del malvado constructo Estatal en el que ambos viven:
“If you want a picture of the future, imagine a boot stamping on a human face—for ever.”
La antítesis exacta de aquello que nosotros debemos entender como respeto por la dignidad humana.