Cualquier científico o filósofo dedicado en los últimos decenios al estudio de las funciones de los genes o el significado de estas para el desarrollo de la vida en nuestro planeta es consciente de la vital importancia del objeto de su trabajo. Importancia traducida en reverencia, dado que se trata de la base de nuestra existencia y de la existencia de todo lo que nos rodea y consideramos “vivo”.
Los demagogos del movimiento anti-transgénico han conseguido en apenas unos años revertir la reverencia y aminorar la importancia de la genética mediante la adjetivación negativa de la palabra GEN. Ahora no hablamos de GENES, hablamos de TRANSGENES: plantas transgénicas, semillas transgénicas, leche transgénica, carne transgénica, … larguísima lista de “nombres” para aquellos productos que ellos, difamadores de la realidad, consideran peligrosos para nuestra salud y la del planeta.
Hoy en día la gran mayoría de la población apoya tales afirmaciones, situándonos ante el mayor éxito (bueno, lo del Calentamiento Global Acojonante también es un exitazo) de una campaña demagógica desde el fin de la Segunda Guerra Mundial. Un grupo de interés ha logrado una victoria por goleada, consiguiendo que sus puntos de vista y la manera de nombrarlos formen parte del lenguaje cotidiano y entren en el vocabulario de los medios de comunicación de forma habitual. Si hablamos de huevos procedentes de gallinas alimentadas con soja transgénica, hablamos de “huevos transgénicos” . No existe ningún método científico que permita distinguir los huevos así producidos de los que provienen de gallinas sometidas a cualquier otro tipo de alimentación. No hay resultados contratables, según los cuales los huevos “malvados” tengan ingredientes no deseados o que supongan riesgos para la salud de quien los consume. Sin embargo, el mensaje de los huevos «contaminados genéticamente», o simplemente «Huevos-Transgénicos» ha calado entre los “normales”. La insinuación de la contaminación genética es una idiotez y la gente razonablemente educada cae en la cuenta de que sólo puede tratarse de una alarma sin fundamento. Pero es embargo eficaz y alcanza a grupos muy amplios de la población.
De términos como «contaminación genética» no es complicado pasar a «genética peligrosa» y viceversa, un aumento de grado considerable que sirve para que los promotores del “movimiento voluntario por la liberación del medio ambiente” y sus correligionarios no duden en dar apoyo abierto o clandestino a determinadas acciones vandálico-terroristas, como la destrucción de campos cultivados con plantas transgénicas. En este caso, el contenido demagógico de la palabra «liberación» es transparente, mientras que lo de «voluntario» tampoco se explica en ninguna parte. TODOS estamos obligados a perseguir el BIEN de los nuestros y nuestro planeta.
Un ejemplo. En Alemania está prohibida la importación de la llamada “miel transgénica canadiense”. El contenido de polen en esa miel canadiense es de aproximadamente 0,1 a 0,5 por ciento y una miel de este tipo con polen procedente de cultivos transgénicos es bien tolerada en todo el continente americano. Incluso los funcionarios de Alemania que, obviando cualquier lógica científica, ordenaron la destrucción de los envases localizados en el país y la prohibición de su importación, afirman que estos productos no suponen peligro alguno para la salud. Pero el término engañoso «contaminación genética» fué suficiente para generar la alarma y justificar la medida adoptada.
Más sutil y de gran éxito es el uso demagógico del concepto «manipulado genéticamente». La palabra «manipulación» originalmente era el término usado para describir ante todo un trabajo realizado con las manos (del latín manus= mano) y, en este contexto, de valor ético absolutamente neutral. Si el término “manipulación” se usase de forma natural, tendría que ser aplicado a todos los cultivos, ya que cualquier trabajo encaminado a mejorar las condiciones de crecimento de un cultivo es una manipulación. En nuestros días deberíamos decir “maquinación”, tal vez. Sin embargo, el término “manipulación” se utiliza normalmente con valor negativo, en conexión con números falsos en los resultados y estadísticas o el sabotaje de equipos técnicos. Si hablamos de opinión manipulada nos referimos a una opinión falsamente influenciada. El término «manipulación genética» fue acuñado con intención difamatoria y es tan sutil que casi nadie se da cuenta. Ha pasado a ser de uso general, incluso en la prensa. Yo he experimentado varias veces en algunos debates con colegas que incluso aquellos a favor del uso de la biotecnología agrícola hablan de «plantas genéticamente manipuladas». La estrategia de desorientación promovida desde las ONG’s anti-transgénicos ha calado incluso –al menos en lo que al lenguaje se refiere- entre los partidarios de la –atención, ¡les traigo el concepto!- INGENIERÍA GENÉTICA.
La demagogia es particularmente exitosa allí donde las personas usan el lenguaje para discernir entre el bien y el mal. Las personas que trabajan contra la ingeniería genética, se refieren a sí mismos como «ambientalistas», pero si ganan su dinero con ello, se consideran «expertos en ingeniería genética». Si destruyen campos de forma criminal atentando contra la propiedad de otros, son «ambientalistas». Este uso del lenguaje no es cuestionado y casi todos los medios de comunicación ya lo han adoptado. Y no importa qué avances o nuevos descubrimientos se evitan con ello. Los activistas que quieren evitar el sembrado de la patata cisgénica de BASF «Fortuna», son “ambientalistas” por definición, aunque sembrar patatas «Fortuna» evitaría la aplicación de polvo de cobre –que es un contamiente real- en los terrenos a cultivar, tal y como se viene haciendo hasta ahora. Sí, incluso cuando los vándalos arrojan gasóleo de calefacción sobre un campo cultivado en pruebas con el fin de sabotear un ensayo de campo, arruinando una zona agrícola permanentemente y envenenando las aguas subterráneas, los protagonistas serán descritos en la prensa como «ambientalistas» o “miembros de grupos ecologistas”.
Los políticos de la mayoría de los partidos callan, o toman partido por los delincuentes, ya que nadie puede darse el lujo de perjudicar su propia reputación posicionándose en contra de los «ecoligistas/ambientalistas», especialmente si se trata de «expertos» ¿Quiénes son los expertos? De acuerdo a la opinión popular, la mayoría de las personas que trabajan desde hace muchos años en un campo determinado y han adquirido una gran cantidad de conocimientos en él. Poseen una amplia visión global sobre su disciplina y han aportado notables resultados científicos en su especialidad personal. En el campo de la ingeniería genética podríamos citar aquí ganadores del Premio Nobel como Paul Arber, Ingo Potrykus, Inge Broer y Hans Jörg Jacobsen. Pero estos son, en el idioma de los opositores de ingeniería genética, apenas «cabilderos de los transgénicos», en nigún caso “expertos”. Me he cansado de buscar “expertos” similares en “Ecologistas en Acción” o en “Greenpeace”.
Lo verdaderamente vergonzoso es que la prensa y los políticos les hagan el juego a estos demagogos.
Si desde el bando de los opositores de la ingeniería genética, un propagandista que encima se coloca laureles de profesor, aparecen imágenes deratas con tumores de gran tamaño y falsamente se alega que estos fueron causados por la alimentación con «maíz manipulado genéticamente», la prensa enseguida se hace eco y la gente entra en pánico. Los científicos que pretenden mostrar que la “noticia” se basa en un diseño experimental científicamente inaceptable, plagado de errores y que no hay evidencia que asocie el maíz transgénico y los tumores apenas reciben la atención de los medios. De hecho, no la recibieron. Les reprocharon que debían, primero, explicar cómo es un diseño experimental adecuado. Es inútil. Los científicos serios están obligados a probar sus alegaciones. Un trabajo de investigación científica para refutar una afirmación falsa propagada en un par de horas por la prensa puede durar varios años. Y cuando se proporciona la evidencia, tal vez ya no sea interesante para los medios.
Cuando en el año 2008, un grupo de investigación de Viena publicó la noticia de que el maíz transgénico limitaría la fertilidad de los animales de laboratorio, Greenpeace inició de inmediato una campaña de miedo y pánico: «Imagine que las parejas tienen que enterrar su deseo de tener hijos porque el consumo de alimentos genéticamente les hace estériles», palabras de Marianne Künzle, autoproclamada «experta en ingeniería genética». En este caso, la insostenibilidad del estudio fue descubierta inmediatamente por otros científicos, porque los datos estaban disponibles y fue suficiente un nuevo cálculo de los mismos. Los autores retiraron el estudio inmediatamente, pero quien pensó que Greenpeace revisaría su declaración alarmista esperó en vano.
El aparato de desinformación surte efectos. Casi ningún político en Alemania o el resto de Europa se atreve a mostrarse a favor del desarrollo de técnicas de mejora de alimentos mediante ingeniería genética. Mientras tanto, en los países donde los agricultores tienen libertad de elección, la tasa de crecimiento de la producción agrícola es de alrededor del 8 por ciento al año.
La población mundial continúa su natural crecimiento, marcando el ritmo de la necesidad de más y mejor superficie cultivable.
Los políticos y los medios de comunicación volverán a abrazar la biotecnología agrícola cuando la superficie cultivada en el mundo alcance el 20 por ciento, el doble de la actual. Tal vez sea entonces, del mismo modo que ahora prohíben el uso de bombillas ineficientes, que quieran prohibir todas las formas de agricultura ineficaz, para salvar la selva tropical, que también nos beneficia, de la deforestación. Aquí, en la rica Europa, nadie piensa en las regiones de África y el Lejano Oriente plagadas por el hambre, absolutamente necesitadas de plantas resistentes a la sequía, fuertemente resistentes a las plagas de insectos y mejoradas en contenido de proteína y vitaminas, … todavía.
Una pregunta, ¿y qué sucede con los animales «hormonados»?
¿Tienen algún efecto sobre los consumidores?
Hola Juan Cano,
Esto me parece muy completo y muy bien documentado:
Uso de hormonas en la producción ganadera
A mí lo de la manipulación para conseguir cosechas más resistentes y eso, me parece muy bien. ( No me gusta tanto lo del ganado alimentado con piensos compuestos, llenos de harina de pescado y esas cosas, que luego resulta que los huevos puestos por gallinas alimentadas así, saben fatal, como a pescado … O que las vacas alimentadas con proteínas animales, procedentes en parte de reses sacrificadas por estar enfermas, acaben «locas», y puedan transmitir su «locura» o sea el Creutzer Jacobs -no sé si se escribe así -, a los humanos aficionados a la carne roja.).
Lo que me parece indignante, es que a la gente que tenga campo cerca de los campos sembrados con semillas especiales, les obliguen a pagar licencias, aunque ellos no usen esos granos, con el cuento de que los pájaros y el viento les traen a sus campos semillas de esas… Y como los dueños de las licencias son compañías poderosas, sus vecinos están indefensos ante ellos.
Saludos Viejecita.
Lo de la alimentación de ganado con cosas raras no tiene nada que ver en esto 🙂
Lo de las licencias sí que me parece indignate. Es lo que tiene el corporativismo: los políticos haciendo leyes para sus protegidos.
«Greenpeace inició de inmediato una campaña de miedo y pánico: “Imagine que las parejas tienen que enterrar su deseo de tener hijos porque el consumo de alimentos genéticamente les hace estériles”»
¡Pero si en Greenpeace estarían encantados de que las parejas humanas fueran estériles! ¡Si no hacen más que alertar del peligro de la superpoblación!.
Ya, pero ese día ese mensaje no tocaba, Zuppi. ellos son así. No pidas coherencia a esta gente. Ejemplo: en los prospectos de Los Verdes o Greenpeace los combustibles «bio» procedentes de soja como biomasa ya no son «bio».
Estimado Luis… el otro día hablando con una compañera de trabajo, suelo dar la murga con cosas como éstas, así me va, le acabé preguntando cómo era posible que se creyera mas las consignas o recomendaciones que dicen prevenir males que aquellas que le anuncian beneficios sobre todo si chocan con anuncios tremendistas y agoreros. Y la respuesta fue tan simple que asusta: Es que si se equivocan los agoreros no pasa nada, pero si se equivocan los optimistas entonces si.
En una ocasión en una respuesta que no olvidaré nunca a un comentario de nuestro añorado Germánico y sus fabulosas entrevistas y artículos sobre estos asuntos y ciencia en general, le comenté que el estudio del que hablaba el entrevistado era auténticamente maquiavélico porque estudiaba el cómo lograr que el mensaje catastrofista del calentamiento global calara más aún en la población. Germánico se me puso a la defensiva, y razón tenía, porque él lo veía por la parte científica y no por la ideológica.
El caso es que tanto en la experiencia cotidiana como en la científica en muchos campos hay una razón por la cual las personas suelen aceptar mucho más las consignas catastrofistas que las optimistas. El ser humano busca la protección y la seguridad por encima de la aventura y la incertidumbre… En general. Afortunadamente siempre hay arrojados y valientes que asumen riesgos y logran el avance de la sociedad, pero eso no quita la verdadera realidad a la que nos enfrentamos.
Piensa por un momento en tu ambiente cotidiano, aunque lo mismo vives con gente siempre dispuesta a probar nuevas cosas, que muchas veces se está esperando a que otro pruebe tal o cual producto nuevo, tal o cual concepto nuevo, para ver cómo funciona si es rentable o …. seguro. Es aquello de aprender en cabeza ajena.
Eso nos lleva a que quien estudia, como digo antes, con interés maquiavélico los mecanismos de aprendizaje social han descubierto la fuerza del miedo, no es nuevo, ya lo sabemos, el milenarismo no es de hoy, a la hora de imponer doctrinas a la sociedad.
La cuestión, pues, no es tanto el conocimiento del mecanismo sino el saber cuál es la motivación que esconde a todos aquellos que usan ese mecanismo en esas direcciones, qué interés político, el económico, no lo olvides, no lo ignoro, existe, pero es sólo una consecuencia que suma intereses a la causa, al interés por parte del poder detrás de todo esto no que hace que en muchas ocasiones aparezcan consignas, memes, altavoces y correveidile que amplifican todas estas noticias e ideas en ese sentido y que ignoran, desprecian o se burlan de ellas, e incluso llegan a pedir la excomunión o directamente el fusilamiento, de aquellos que se apartan de la línea marcada….
¿Qué hay detrás?
No me puedo creer, aunque pueda parecer un poco paranóide, que esto surja sin una intención y sin un fin.
Querido Bastiat, nos movemos al filo de la paranoia 🙂
Sin duda, el motor principal en este tipo de cosas es el de la «seguridad», real o ficticia, frente a nuestros miedos. Hay miedos ancestrales, y otros no tan ancestrales que aparecen en función de lo que vamos «descubriendo». La evolución de la civilización humana es fruto de un equiilibrio dinámico entre los dos polos: el aventurero (temerario que dirían unos) y el conservador (razonablemente seguro que dirían los mismos). Hay procesos que, una vez puestos en marcha, son imparables, y ello a pesar de los temores, las camapañas de denuncia y los «intereses ocultos». Y ello ocurre en el momento que vemos cómo el beneficio obtenido supera con creces el riesgo asumido.
Esto es más sencillo cuanto mayor es el nivel de información y menor el de propaganda. En otras palabras: cuanto mayor es el nivel de razón y menor el de emoción.
Vivimos tiempos de emociones, tras los procesos de secularización y racionalización post-ilustración asistimos a un renacimineto de los atavismos emocionales… basados en los nuevos miedos.
Nassim Nicholas Taleb (autor de los libros The Black Swan y Antifragile, entre otros) reconoce abiertamente estar en contra del desarrollo de organismos genéticamente modificados, o GMO, y lo argumenta en un pequeño ensayo que enlazo: http://www.fooledbyrandomness.com/pp2.pdf
¿Cuál sería su opinión al respecto?
Hola Carlos, bienvenido a Desde el exilio.
El principio de precaución es aplicable a todos los campos de la ciencia. Sin embargo, este jamás debe ser utilizado como arma anticiencia, pues es parte de ella.
Nassim Nicholas Taleb utiliza el famoso argumento “del miedo a que se rompa la presa”. Si cualquier investigación o avance científico lleva consigo peligros añadidos -y los lleva en muchos casos- y por ello debe ser prohibida, llegaríamos a la conclusión de que debemos prohibir muchas de las tecnologías que hoy utilizamos, dado que su posterior desarrollo puede acarrear consecuencias negativas en el futuro. Las manos, sus manos, pueden ser usadas para cometer un asesinato. Prohibimos su uso? Las cortamos todas? La lista de tecnologías de uso común que pueden ser usadas para fines no éticos sería enorme. No viene a cuento. El ser humano lo es precisamente, entre otras razones, porque posee la capacidad de decidir cómo usar una tecnología en provecho de todos.
Y ello es aplicable a las mejoras de nuestros nutrientes. Sigo buscando un trabajo fundamentado que demuestre que los alimentos transgénicos aprobados y en uso son perjudiciales para la salud o para el medio.
Saludos, gracias por la bienvenida, aunque llevo bastante tiempo leyendoos no recuerdo haber comentado con anterioridad.
El argumento de Taleb no prescribe un «evitemos tomar riesgos», sino «evitemos tomar riesgos que permitan un escenario del que no podamos recuperarnos», que es un tema principal en sus trabajos antes citados. El argumento es comparable a otros que sobradamente conocemos, como el principio de imposibilidad del socialismo o la teoría austriaca del ciclo: es imposible conocer los estados futuros de un sistema complejo, por lo que es imposible una planificación satisfactoria del mismo, y pretenderlo acumula riesgos debido a los errores que inevitablemente se cometen y que eventualmente desencadenan en el colapso del sistema.
La crítica que traigo contra los GMO no es, por tanto, que los alimentos sean perjudiciales para la salud, sino que un ecosistema de GMO carece de la suficiente variación genética que le permitiría responder frente a imprevistos sin nuestra ayuda. Básicamente, que estamos intentando sustituir la evolución por una suerte de diseño inteligente.
Que conste, yo no tengo tomada una postura clara al respecto, sólo pretendo enfrentar argumentos.
Hola Carlos,
dices:
que es un buen resumen de lo que escribe Taleb. Bueno, llevamos haciéndolo desde que empezamos a cultivar cereales y seleccionar para su cultivo sólo los más eficientes. Es decir, unos cuantos miles de años. Dónde hay hoy ecosistemas basados en trigo salvaje? Las técnicas de ingeniería genética nos permiten únicamente acelerar ese proceso de «selección» en el tiempo. Como tampoco hablamos de aplicar cambios genéticos a TODAS las plantas, sino sólo a aquellas que utilizamos para comer, reduciendo la superficie cultivada entre otras cosas, no veo yo cómo evitar que el maíz/trigo/cebada/patata/loquesea «salvajes» sigan su normal desarrollo evolutivo.
Por otro lado, si somos incapaces de pronosticar escenarios favorables tras una intervención «humana», tampoco somos capaces de hacer lo mismo con los escenarios desfavorables, excepto si la aplicación experimental de la intervención resulta destructiva. Y no es el caso. Considero tan irresponsable un «vamos a hacer esto que todo irá bien» como un «no podemos hacer esto porque todo puede ir muy mal». Lo responsable es «hacemos esto, validamos y cotejamos resultados -> aprendemos y tomamos decisiones». No se si me explico 🙂
Se explica, se explica, y en eso estoy de acuerdo. No es lo mismo una planificación estática que otra dinámica. Lo difícil, como siempre, es vencer la soberbia del planificador.
De todas formas, hemos llegado al punto del paper de Taleb que más polémica admite. Dice (pág. 3, punto 13.1):
Top-down modifications to the system (through GMOs) are categorically and statistically different from bottom up ones (regular farming, progressive tinkering with crops, etc.) There is no comparison between the tinkering of selective breeding and the top-down engineering of arbitrarily taking a gene from an organism and putting it into another. Saying that such a product is natural misses the statistical process by which things become ”natural”.
What people miss is that the modification of crops impacts everyone and exports the error from the local to the global. I do not wish to pay—or have my descendants pay—for errors by executives of Monsanto.
Hay varias conclusiones sin aclarar en la cita, pero la más importante en mi entender la he destacado en negrita. Aunque claro, haría falta el argumento completo para ver cómo de válido es y poder criticarlo.
No hay comparación metodológica, evidentemente. Tampoco si efectivamente nos limitamos a implantar genes exógenos. Pero la mejora de los fenotipos autólogos es hoy el campo con más proyección que existe, tanto en plantas como en animales.
Por otro lado, siendo métodos diferente e incomparables, sigo sin ver las razones por las que uno es reprobable y el otro no. Y si hablamos de limitación de riesgos, para eso está los trabajos experimentales de campo.
Interesante ensayo. No obstante creo que falla en el punto clave ya que, creo que, cuando dice que la ingeniería genética introduce modificaciones top-down está considerando que la alternativa es «regular farming, progressive tinkering with crops, etc.» y eso me da la impresión que es por cierto desconocimiento de la mejora genética «tradicional» (o no transgénica), en particular por lo del «etc.».
Me autocito de otro sitio donde hablaba también de este asunto (http://plazamoyua.com/2011/11/05/ecologistas-y-ecologos/)
»
La mejora tradicional no es solo no comerte lo que tiene mejor pinta para sembrarlo, sino que hay mucho más. Los cruces entre variedades de bancos de semillas […] pueden provocar cruces que nunca se habrían dado en la naturaleza.
[…]
Por otro lado […] he supuesto que existían variedades de la misma especie con las que cruzar, pero ¿y si no existieran?. Entonces se procede a cruzar variedades de distintas especies (aunque haya que hacerlo en el laboratorio para conseguir fertilidad de la descendencia). Y, si aun así no se encuentra siempre se puede tirar por la mutagénesis química a dosis letal 50 para crear nuevas variedades que contengan la característica que se busca y retrocruzar. Como podeis suponer ambos intentos tienen el componente de incertidumbre de resultado muy, muy, muy acusado. Sin embargo nadie dice que eso conlleve un riesgo.
»
Para el caso del ensayo del que hablamos las mejoras que implican la liberación al ecosistema de variedades que no pueden obtenerse con cruces clásicos es una modificación top-down por ello tienen exactamente el mismo riesgo que la creación de un transgénico. Y, afortunadamente, disponemos de un amplio número de casos con los que estudiar entonces este efecto (digamos que ya vamos para el siglo contando desde los trabajos de Muller en 1927 sobre mutagénesis y siglos si contamos la obtención de variedades que no pueden obtenerse en la naturaleza por razones simultaneas como distancia geográfica y filogenética)
Por lo tanto, de admitir que debe aplicarse el principio de precaución a la obtención de variedades transgénicas, debería aplicarsele también a la obtención de variedades por muchos otros métodos y que están considerados bajo el nombre «mejora tradicional» (que, obviamente, suena mucho mejor que geneticamente manipulado).
Muy interesante su post, me agrado mucho leerlo, y apoyo firmemente su idea, los transgenicos en realidad serán el futuro de el mundo, y nuestra salvación… incluso podemos mejorar las condiciones ambientales con estos productos.
Saludos Fabricio, bienvenido a Desde el exilio.
No lo se. Del mismo modo que nos es muy difícil pronosticar con seriedad escenarios negativos, es difícil pronosticar escenarios positivos. Sólo hay una cosa que sí se ha demostrado que el camino no es el más equivocado:
Se calcula que los trabajos de Norman Borlaug han salvado la vida (o evitado la muerte por inanición) a millones de personas. Para saber más:
EL HOMBRE QUE MÁS VIDAS HA SALVADO EN LA HISTORIA DE LA HUMANIDAD
Cuando el mercado es intervenido por el poder la competencia sale de éste y se traslada al marco político. Eso trastorna todos los marcos de referencia, desaparece la satisfacción de las necesidades del cliente como máxima, la ciencia y el pragmatismo quedan relegados a planos secundarios, todo al final depende de tener una organización lo bastante fuerte y efectiva como para imponer sus intereses al resto de la sociedad mediante el aparato del estado.
Así tenemos medios que encuentran más barato contentar a un político que a un público. Es más rentable y fácil de gestionar la subvención que vender miles de periódicos o suscripciones cada día.
Así tenemos empresas invirtiendo más en abogados y en lobbys que en I+D+i. Alcanzada una posición fuerte en el mercado es más fácil y barato defenderla con leyes y reglamentos que innovando y adaptándose a las cambiantes necesidades de los clientes.
Así tenemos un mercado obvio entre poder y empresarios imposible de controlar ante la carencia total de limitaciones al poder y el estímulo que ello supone para ostentarlo. Encima el pueblo espera la llegada de un buen señor en lugar de proclamarse en tal, el adoctrinamiento añejo nacido hace siglos sólo ha variado las formas, nada del fondo.
No importa la verdad, no importa qué es mejor. Sólo cuenta el juego de salones en los que los poderosos beben gin-tonics subvencionados y comercian con nuestras vidas, libertades y patrimonios. Mientras tanto el ciudadano de a pie ignora su responsabilidad y se apunta a una u otra tribu esperando que si ésta logra el poder él pueda vivir del sudor de otras frentes…
¿Dónde hay que apuntarse para ir a algún sitio donde el poder sea algo más pequeño?
Das en el clavo,Juano.
Lo peor: no hay escapatoria. Apenas podemos huir en nuestro sentido común. Eso sí, sin pregonarlo a los cuatro vientos.