Mi admirado y estimado Francisco Capella escribe un artículo comentando el escrito que Mario Vargas Llosa publicó ayer en el diario El País bajo el título “Liberales y liberales”. Capella titula su artículo “Mario Vargas Llosa sobre los liberales” y apunta un par de, a su juicio, errores o afirmaciones problemáticas en los que cae el insigne literato.
Efectivamente, nada hay más peligroso para la libertad individual que dejar en manos del estado algo tan fundamental para el desarrollo del propio criterio y el pensamiento como es la educación. Buena prueba de ello la encontramos en la falaz tendencia, aprendida a base de repetirla en escuelas, facultades universitarias y podios políticos, por la que no dudamos ni un segundo en adjetivar alegremente la libertad. Hablar de libertad económica, libertad social, libertad política, libertad cultural, …. como si de objetos reales se tratara es un vacuo ejercicio acedemicista que en realidad nos aparta de la verdadera esencia de la libertad: es individual e indivisible.
Capella cae en el error asociativo en el que caemos todos: creemos que adjetivar una cosa substancia mejor su esencia, representa mejor sus cualidades y calidades. Ocurre que no todos los adjetivos cumplen esa función. Y Capella cae en un segundo error en el que caemos todos: confundimos nuestra imagen de “sociedad deseable” con libertad. Por eso defiende que la libertad es compartimentalizable. Por supuesto, existen condiciones sociales que impiden el ejercicio de la libertad. De ahí que sea perfectamente legítimo involucrarse en la defensa de modelos sociales que mejor permitan la apertura de oportunidades vitales para tantos ciudadanos como sea posible. Incluso en ocasiones será inevitable sacrificar un poco de libertad por un poco de seguridad. Sin embargo, y cito a Isaías Berlin:
Nada se gana con la confusión de los términos.
Un sacrificio no aumenta lo que se sacrifica, la libertad en este caso, por muy grande que pueda ser la necesidad moral para ello o el beneficio moral resultante. Las cosas son como son: la libertad es la libertad, no la igualdad, ni la equidad, ni la justicia, ni la cultura, ni la felicidad humana o la paz de la mente.
La eliminación de los males sociales puede ser un objetivo deseable, para mí lo es, pero no es libertad. Creo, más bien, que es el precio de la libertad. Eliminar mediante herramientas sociales/políticas todo aquello que no deseamos en nuestra vida social es, irremediablemente, eliminar la libertad.
Ese es el punto: la libertad no es divisible, ni en «positivo» ni en «negativo» – no admite calificativos. Lo que normalmente se entiende por «libertad positiva» es esclavitud. Y tal redefinición de la libertad es el certificado que millones de burócratas estatistas utilizan para hacerse pasar por administradores de toda moral, moralizando la política y la ley, dictando las normas de una vida recta y educando a las personas en la represión de sus actos concretos en nombre de lo que es socialmente deseable.
En nombre de la moral han corrido ríos de sangre, se han justificado los medios más cuestionables. La moral usada por el poder siempre ha sido excluyente. La moral manipulada por el poder hace que el indignado a menudo se comporte como si fuera una víctima, aunque jamás haya sufrido él mismo aquello que denuncia. El poder, investido en la moral, presume de ser el verdadero y único portavoz de todas las víctimas, como si éstas le hubiesen tranferido el derecho de hacerlo. En política lo vemos todos los días. Es la forma de actuar de todos los estados, confundir la libertad con el bien común, dando pasos silenciosos hacia el despotismo. Los adjetivadores de la libertad actúan taimadamente, imperceptiblemente, usando adjetivos y más adejtivos. Hablan de protección social, ecológica, preservación, seguridad, ética… ¿Eso los hace mejores que aquellos a quienes quieren enseñar y guiar?
No, estimado Paco, la libertad no es divisible, ni admite adjetivos. Y los adjetivos no sustancian la libertad. Son nuestros actos, Paco. Y por eso me resulta tan complejo admitir como conducta liberal la que se basa en adjetivos y morales a imponer antes que la que se basa en la tolerancia y el laissez faire.
Pero ése no debe ser tu problema (el suyo tampoco, estimado lector). Es el mío.
Actl.: Paco, no podía ser menos, ha tenido a bien escribir una respuesta: La libertad sí que entiende de compartimentos
Y usted qué cree?
Pues no sé si es compartimentable, pero sí que es una cuestión de grado. Es decir, se puede ser más o menos liberal.
Lo que también creo -al contrario que Capella- es que el liberalismo es una cuestión de principios, no de eficiencia. Hete aquí que puede resultar que además las sociedades pueden acabar siendo más ricas, y creativas, y mejores, si las personas son más libres … pero eso es secundario. También creo que los principios no existen «por que sí», sino que tienen una base antropológica … pero pedir al dogmático Capella que piense que no lo es, me temo que es demasiado.
Cierto, se puede ser más o menos libre. Lo que no es aceptable para mí es conformarse con un «soy un poco libre, ya está». Si en lugar de la etiqueta liberal discutiésemos la etiqueta «socialista» la discusión sería bien distinta, me temo. A alguien se le ocurre decir que es socialista llevando un programa en el que una de las ideas centrales es la privatización del sistema sanitario o la limitación del derecho a huelga o la eliminación de la legislación laboral? Probablemente no. Sin embargo no nos parece extraño que alguien que lleve en su programa la reinstauración de un estado centralista y fuerte o el reforzamiento de los órganos de seguridad del estado o la limitación de la libertad de contrato se autodenomine liberal porque bajará impuestos y levantará alguna de las trabas para formar empresas nuevas.
Efectivamente, el liberalismo no promete paraísos. El resultado de una sociedad libre puede ser positivo, o no. Son los agentes: nosotros, los que tenemos eso en la mano.
Dice usted:
Sin embargo, en mi opinión hay que diferenciar entre las consecuencias de errores propios, y situaciones sobrevenidas en mayor o menor grado. ¿Tiene una persona responsabilidad por tener una minusvalía congénita, o por contagiarse de una enfermedad, o por sufrir un accidente? ¿Tiene una persona responsabilidad por perder su empleo si su empresa cierra por una mala administración? ¿Hasta que punto son los hijos responsables de las malas decisiones de sus padres, o de su mala suerte?
Estoy de acuerdo en que hay que fomentar el valor de la responsabilidad personal, pero también creo que hay que dar una cierta cobertura a la gente que simplemente tiene mala suerte. E incluso segundas oportunidades a la gente que toma malas decisiones, para que puedan aprender de sus errores. De lo contrario la sociedad se acabaría fracturando en dos, los que nunca han sufrido ningún revés grave y los que sí, sin capacidad alguna de moverse de los segundos a los primeros.
Llevar la situación al extremo, asumiendo que los costes siempre han de ser exhorbitantes, es una falacia lógica de pendiente resbaladiza. Parece claro que los impuestos no deben ser excesivamente altos, pero también me parece claro que al menos algunos impuestos (o algún otro método de ingresos públicos) debe haber para sufragar los gastos comunes. La proporción y la distribución exacta es debatible, y en esa discusión es donde se decidirían los valores de la comunidad. Esa decisión, si en términos democráticos, puede que sea una imposición para una parte, pero al menos es una decisión libre por parte de una mayoría lo más amplia posible, ante la realidad de que tristemente no siempre se puede llegar a un consenso.
A sus preguntas: no, en absoluto, pero …. la tengo yo? Soy yo responsable de la mala educación que unos padres dan a sus hijos? Soy yo responsable de la mala gestión empresarial de otro? Soy yo responsable de los problemas congénitos de un tercero?
Y es ahí donde se aplica el principio de solidaridad. Pero la solidaridad no debe ser obligatoria, pues entonces deja de serlo (solidaria, digo).
El hombre maduro es un hombre adulto, capaz de configurar activamente sus propias dependencias e interdependencias sociales, que accede voluntariamente a compromisos, cierra y cumple contratos, asume su responsabilidad por lo que hace y deja de hacer y convierte voluntariamente el bienestar propio y de los demás en la meta de sus acciones. Después de todo, nadie es feliz en un mundo de infelices. El hombre maduro es solidario.
Ocurre que para ser solidario no basta con usurpar la palabra SOLIDARIDAD y esconderla en los formularios sobre la mesa de un burócrata anónimo, quien ayudado por el aparato de violencia estatal, se asegura de que todos los educados en la inmadurez sean generosos con quienes han sido educados en la dependencia.
Insisto, debemos abandonar la idea de que la imposición de las buenas intenciones es la mejor, la única solución a nuestros problemas y los de nuestros vecinos. Bueno, no es la solución a proponer desde los parámetros de la libertad. No desde el prinicipio de no agresión.
Otra cosa es que la mayoría de nosotros no sepamos hacerlo de otra manera 🙁
Puede que la libertad sea indivisible. Pero también tiene límites, o empezaríamos a entrar en conflicto con los derechos y la libertad de alguien más. En tanto que esos límites sean distintos para diferentes ámbitos de la vida de las personas entiendo que se puede hablar de los distintos «sabores» de la misma, sore todo cuando se puede discutir sobre dónde quedan esos límites en cada ámbito por separado.
Por ejemplo, hay un argumento que le sonará, y sobre el que me gustaría conocer su opinión. La «libertad en el ámbito de la economía» se puede referir a poder hacer con los recursos propios lo que se considere mejor, pero también tiene la otra cara de la moneda: como usted dice, los distintos «tipos» de libertades están interrelacionados, así que también se debería garantizar que la falta de recursos no impida ejercer la libertad en otros ámbitos, como por ejemplo poder decidir sin restricciones económicas entre estudiar o trabajar. Esa igualdad de oportunidades necesita de unos recursos externos, y en ausencia de mecenas privados implica que el estado deba recaudar esos recursos de entre toda la sociedad, poniendo un límite a la primera definición de «libertad en el ámbito de la economía». La alternativa, como hemos visto, es que la situación económica personal constriña otras áreas de la libertad del individuo.
Este es sólo un ejemplo, pero se podría argumentar que, de forma general, la libertad de un individuo condiciona, aunque sea indirectamente, la libertad de otros. Por lo tanto la disyuntiva es si el liberalismo se concibe sólo a nivel individualizado, o si implica no sólo defender la libertad de uno mismo, sino también la de los demás.
Tal y como yo lo entoendo, se trata de la libertad de todos.
Pero no confundamos: privar a otro de su patrimonio para facilitar a alguien unos estudios puede ser bienintencionado, pero en ningún caso un acto de libertad. El acto de libertad es crear un fondo con mi dinero (al que voluntariamente se pueden sumar otros) para ayudar a quien yo creo que necesita ayuda…. si esta la quiere, claro.
En otras palabras, la igualdad de oprtunidades nunca debe nacer de la limitación de las posibilidades de unos, pues entonces pasamos a privilegiar, destrozando la verdadera esencia de la igualdad: iguales ante la ley, no por la ley.
El problema es que nos encontramos con el dilema del freerider: si no hay suficientes mecenas que alimenten ese fondo, no se puede garantizar la igualdad de oportunidades para todos. Que oiga, igual se pueden eliminar todos los impuestos y pagar la sanidad, educación y justicia universal con las aportaciones voluntarias de la gente. Pero si no llega, ¿que hacemos?
No se trata de un acto de libertad. Se trata de una limitación, sin duda. Pero una que puede ser necesaria para evitar que esa libertad se utilice de forma antisocial, como por ejemplo disfrutar de la protección de la justicia, o de vivir en un pais que no esté lleno de analfabetos y enfermos, sin aportar nada a los sistemas que hacen eso posible.
El uso antiosocial de la libertad tal y como usted lo describe es únicamente posible en el marco de un sistema de imposición de valores. En un sistema de libertad, en el que cada uno es responsable de la educación de sus hijos, de su seguro de enfermedad o de la protección de su propiedad, se fomenta precisamente eso con lo que comienza la frase: la responsabilidad. Las limitaciones a la libertad individual, si no nacen de la aceptación voluntaria de quienes sufren esa limitación, nunca dan resultados satisfactorios y fomentan el uso «antisocial» de los propios medios.
en su día había escrito esto:
Cuando la red social estatal asume la responsabilidad de los errores particulares, el individuo carece de toda posibilidad estructural-social para recuperar su responsabilidad. Desde el punto de vista psicológico carece de toda motivación para hacerlo.
Cuando la solución a los problemas vitales particulares ya no es la propia acción, nos dedicamos en exclusiva a “solucionar” las necesidades menos vitales: diversión y entretenimento.
Cuando la red social estatal cubre las necesidades de los otros, desaparece la solidaridad. Dado que los individuos productivos pagan esa red social mediante cargas impositivas enormes (bajo amenaza de uso de violencia si no pagan), la motivación a la generosidad disminuye … o desaparece.
Cuando la responsabilidad última está en manos de la red social, el individuo no puede ser dueño único de sus actos. El abandono de la responsabilidad favorece la aparición de violencia.
Mayor presión laboral, mayor paro. Los costes de la red social estatal acarrean sobre todo un aumento del coste salarial. Los exorbitantes costes laborales fuerzan al empleador a buscar trabajadores de alto nivel, que justifiquen el pago de las altas tasas impuestas por el estado. Los otros individuos caen en el desempleo, lo que aumenta el coste de la red social y, por consiguiente, los laborales.
Acabo de leer un tuit muy descriptivo de lo que comentamos:
dice @manolomillon
Que hoy vivamos en un sistema social que hace cosas posibles, no implica que no pueda existir otro en el que ocurra lo mismo.