En voz alta y para que quede bien claro.
Cuando YO pongo verde al de enfrente, se trata de mi derecho al ejercicio de la crítica.
Cuando OTRO, preferiblemente uno de esos que no pertenecen al grupo al que creo pertenecer yo, pone verde al de enfrente, entoces se trata de un exabrupto arbitrario y es un intolerante totalitario.
Nada prueba con tanta contundencia lo vergonzoso en las acciones del OTRO como su desfachatez para hacer exactamente lo mismo que YO hago a diario con inigualable maestría.
Repasemos, pues, lo aprendido: situar a un individuo a golpe de adjetivos en un cajón de sastre colectivo para acusarle después de todos los males que le suponemos a dicho colectivo es totalitarismo. Siempre que lo haga el OTRO. Cuando lo hago YO es, … lo adivinan? Correcto: crítica.
Ya veo que nos vamos entendiendo. O no?
Ya sabes que la historia nos dice que en la sociedad existen derechos, obligaciones y…
patentes. Olvidadas las obligaciones nos quedan derechos ‘como el de pernada’, y patentes
‘como la del corso’. Cosas de la democracia que permite existir a lo que creíamos extinto.
Pero no; todo es cuestión de estar en la pomada.
¿Que no es democrático? y eso ¿qué importa? y si le importa a alguien, a este se le repite
tropecientas mil veces que es un tarugo por no ver que eso sí es democrático. Y ya está; a
seguir mamando que la vida es corta.
No todos entendemos de igual manera la verdad, la bondad o la belleza, produciéndose la inevitable colisión entre valores; ni siquiera falta quien niegue la existencia de la verdad, la bondad o la belleza: “la misma mierda son”; y siempre tendremos, al otro lado del espejo, un cínico: el cínico presume de tolerancia pero tolerante es aquel a quien pisas el callo y, pudiendo aplastarte como réplica, lo evita. A veces incluso vestimos el rostro de Robinho y de Pablo Alfaro alternativamente. Mientras tanto, hay cosas óptimas, otras buenas o tolerables o discutibles o intolerables.
En democracia rara vez existe acuerdo definitivo sobre la escala básica de valores que cada cual desea, por eso es necesario el diálogo, además de poner semáforos con el rojo prohibiendo tales conductas y con el verde propiciando tales otras. Peor aún, quienes establecen lo prohibido y lo permitido también pueden equivocarse; ni siquiera el consenso de la mitad más uno es garantía irrefutable de acierto: Fabio Capello estaba en minoría frente a la prensa, pero en lo cierto. En todo caso, dialogar pero no hacer la bicicleta: amago por un lado, amago por el otro, puede que sí, puede que no, lo más probable es que quién sabe. Eso precisamente, dialogar, exige reflexionar y estudiar. Una experiencia cultivada por el estudio es más tuya, más profunda: ciertas gentes intuyen que la cosa publica va tomando color de hormiga, pero votan a los peores tratando de solucionar algo, porque no saben.
Sin embargo la otra persona es igual que uno, aunque haya egresado de la Universidad de Arkham, aunque discrepes de ella e incluso debas oponerte a ella con el debido respeto, si ves que nos está dañando a los demás e incluso a sí misma. Ciertamente, a veces resultaría más cómodo tirar de veteranía, fingir una lesión, perder tiempo, hacer faltas tácticas, callarse, pero hay que defender el valor antes que la comodidad o cobardía, aunque esa defensa acarree problemas: nunca sabes si esa defensa dará sus frutos mañana, cuando no estés delante para comprobarlo. Espacio para citas de Lord Acton.
Mientras tanto, dialogar siempre sin imponer por la violencia o la coacción una escala de valores, precisamente por respeto a la otra persona, porque si uno se abstiene por comodidad, miedito, indiferencia – eternos menosprecios a la democracia, aunque la gente los aplauda y los considere sensatos – está de antemano minusvalorando la capacidad del otro para el aprendizaje y para el posible cambio. Nadie nace enseñado, si hoy defiendo tal conducta es porque en algún momento alguien trató de enseñarme, aunque le hubiera resultado más halagador pasar de largo tratándome como a un intratable.
Quien asume una escala de valores ha de asumir un comportamiento militante, aunque en el intento, incómodo, le vaya mal , al menos que no le vaya mal a los valores, siquiera sea hasta un cierto límite, sin menospreciar la prudencia ni exponer a riesgos destructivos la propia persona. Prudencia y valor son hermanos gemelos y como estoy cogiendo carrerilla, me voy. Otra vez.
Eso es fruto de la falta de cultura democrática y por supuesto, de una arrogancia impropia de cualquier persona formada.
A este respecto he escrito una entrada en mi blog. El titulo,Como ser Liberal y que no te llamen carnicero
http://libreparaelegir.blogspot.com/
Coño, como en el «Tomate».
🙂