Jamás podré olvidar aquellas mañanas montañesas en las que cargados de mochila y abrigados cual esquimales cantábamos en el patio de la escuela el «Himno Nacional» y el «Cara al Sol». Don Agustín era uno de aquellos maestros que gustaba del protocolo al uso en la época y nos colocaba, lleno de fervor matinal, en filas prietas sobre la grava reviviendo quizás los momentos de gloria militar de su juventud. El resultado de tal condicionamiento doctrinal no pudo ser peor en mi caso. Algunos años más tarde era expulsado de la OJE por negarme (junto con otros «revolucionarios») a asistir a la izada de bandera nada menos que en el campamento de Covaleda. Corría el año 1974 y desde entonces no he vuelto a cantar ningún himno con verdadera devoción.
Han tenido que pasar muchos años desde la muerte del dictador (la muerte de Francisco Franco es el verdadero punto de inflexión de la historia reciente de este país, pues con ella acaba la dictadura fascista) para que nos asalte de nuevo la necesidad de cantar himnos y amar patrias. De nuevo creemos necesitar la unión de voces, el coro, para encontrar algo que nos resulte común a todos. No escondo mi tierna, casi dadaísta relación emocional con León y, por ende, con España. Pero la cabeza me dicta el peligro que esconde la necesidad de los himnos y las banderas.
Tal vez me equivoque, pero creo estar asistiendo a los últimos estertores de un moribundo, consciente de que su tiempo se acaba. Agarrado a los suyos, a la vida que fué y ya no es, implorando bendiciones y recogiendo entre las manos el objeto de culto que pretende resumir su historia. Una cadena, un libro, otra mano. España, la que cantaba himnos guerreros (pues todos lo son) antes y después de cada batalla, huérfana de guerras y conquistas juega al fútbol, lanza canastas, envía voleas y toma curvas a 200 km/h pero no canta. Y los «eruditos» han decidido acabar con la mudez de nuestros deportistas poníendole de nuevo letra a la Marcha de Granaderos. Es un grave error.
En esta España cada vez más polarizada por el hooliganismo político se me antoja imposible encontrar una letra que canten TODOS. Pocos seremos los que no cantemos por considerarlo falaz y cosmético. La mayoría de los que seguirán mudos lo hará por no poder sentirse identificado con lo que «el jurado de sabios» proponga. El «la, la, la, la» unía en la voluntad de todos por cantar. Cualquier texto que se proponga desunirá por el significado de lo cantado.
Yo seguiré fiel a la decisión tomada aquel verano en Covaleda: no cantaré.
Así es, si dentro de un orden de posibilidades opta y ad opta por tal o cual figura de existencia es porque quiere, porque quiere esto o lo otro o su contrario. Pero del querer nadie puede prescindir por libérrimo y razonabilísimo que se estime, del verbo “estimar”.
Los antiguos chinos, que son todos, construían una esfera de marfil que contenía otra más pequeña y otra más pequeña aún y así toda una serie de esferas cada vez menores hasta la última, casi imperceptible, la cual tenía en el centro final una pequeña mujer de marfil capaz de dar sentido a todo y explicar su significado: eso es la patria o, mejor, el patriotismo.
Pues con eso hay que superar el presente negro poniendo manos a la obra y abriendo brecha en el futuro que ha de venir. Primero entenderán quienes compartan y entiendan, luego compartirán quienes entiendan y compartan, pero el primer paso tiene que ser la fuerza de ejemplaridad que, nacida de una convicción interior, mueve después a los demás hacia la acción compartida. ¿Qué ejemplo dan ustedes?
S. Agustín decía: da lo que ordenas y ordena lo que das. Ordenar sin avasallar, claro, ordenar razonando, eso – o nada – va a ser lo que, más allá de las trampas y las excepciones tan caras a nuestros ultras haga posible la universalización de una voluntad moral, de un comportamiento ético ejercido en libertad racional.
La hidra estepaisana tiene tantas cabezas que es posible que se devore a sí misma. Ya ocurrió en el s. VIII. Una vez has terminado de enfrentarte con una, has de domeñar a otra y así sucesivamente. Es más fácil deprimirse que trabajar. No merece la pena.
La oferta de ayuda? En base a mi voluntad. Luego dependerá de la suya si la acepta o no. Pero antes de eso dependerá de su criterio decidir si, y qué intereses quiere compartir conmigo. Como soy perfectamente consciente de mis limitaciones, probablemente resulte que mi ayuda será mas bien pobre o nula. Pero eso nunca se sabe a priori.
¿En base a qué?
Sus intereses? Usted en primera instancia. Luego, si me los plantea y está de mi mano, no dude en contar con mi ayuda 🙂
Como excesos producen defectos, así también prisa desperdicios; cuando se acentúa la ausencia a costa de la presencia amenaza el fantasma depresivo.
Desencanto, hipocondría, tristeza, hipotonía y similares hablan de un perfeccionismo invertido, incapaz de aguantar en el dorado palo del deseo la mojada vela de la tormenta.
Así que atormentados, pero asumiendo el broncíneo fragor de los timbales, no poco lograríamos dando a nostalgia acomodo junto a humor, su univitelino gemelo.
PS.- Ustedes los liberales invitan a viajar por las estrellas pero la ultraderecha periférica se empecina en reivindicar el angosto huerto de la infancia abonado por boñigas de la vaca diferencial. ¿Quién vela por mis intereses?
Se ha intentado poner letra otras veces y no ha cuajado, ahora tampoco.