No lo digo yo. Lo dice este cura. (Ahora ya sabemos que lleva una camiseta de Che Guevara bajo la sotana)
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No lo digo yo. Lo dice este cura. (Ahora ya sabemos que lleva una camiseta de Che Guevara bajo la sotana)
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No digo nada (*), que luego me llaman xenófobo y ultraderechista, como a los suizos.
En el fondo del mar de injusticia universal, es donde vamos a teminar los europeos de todos los grupos sanguíneos.
Detrás de cada atentado de ETA hay un asesino; pero si bien éste es culpable de dicho asesinato, dificilmente se repetiría si detrás no hubiese una ideología nazionalista que a dicho terrorista le legitimara para matar. Más culpable por tanto que el asesino del tiro en la nuca, es el ideólogo nazionalista que le avala. Sin embargo, en el caso del terrorismo vasco no es posible entender su duración en el tiempo, si en paralelo no hubiesen existido los suficientes apoyos religiosos a dicha ideología nazionalista.
En otras palabras, el etarra mata, el nazionalismo vasco avala dichos asesinatos, en tanto que el clero nazional-católico-vasco bendice y alaba dicho terror. O mejor como me lo expresaba un familiar de una víctima mortal de ETA a la cual no se le había permitido su cadaver ser despedido en la iglesia del pueblo en la que fue asesinada: “Mientras que la ETA llena la palangana de sangre y el nazionalismo vasco legitima que dicha sangre fluya, la iglesia con ella se lava las manos”.
Los etarras no son el primero sino el último eslabón de una cadena. Hay asesinos (etarras) porque hay fascistas (nazionalistas vascos), y éstos persisten en el tiempo porque hay alguien dispuesto a bendecirles, sacralizándoles así sus ideas. Cuando estos tres protagonistas se alinean en el tiempo, nos encontramos ante un caso, más que de perversión política, de psicosociopatía colectiva… que no se resuelve sólo venciendo a los dos primeros.
Que cada protagonista agüante su vela, en tanto que cada víctima de ellos y ante ellos, no deje de tener encendida la suya… como grito, como defensa, como recuerdo.
Pablo el herrero
Los etarras son revolucionarios, de siempre: pretenden mediante la violencia imponer un cambio en las estructuras políticas. La palabra revolucionario no tiene un valor positivo por sí misma, como casi ninguna otra palabra. El valor se lo da la percepción que se tiene de las actividades de cada uno: y no, los etarras no luchan por nada que sea mínimamente visible como positivo.
Luis,
ya lo resumió muy bien Ussia: «el obispo de ETA».