Interensatísima la discusión surgida alrededor del canibalismo en Red Liberal. Como era de esperar, pronto abandonamos el terreno de lo carnal -nunca mejor dicho- para pasar al de las ideas. Y han surgido varias cuestiones sobre las que me quiero posicionar. Iracundo (el señor Lamas) considera inaceptable -amoral?, antiético?- la defensa del derecho a ser comido (muchos lectores y comentaristas lo confundieron rápidamente con la defensa del derecho a comerse a alguien – nada más erróneo-) por otro y compara el «lassez faire» ancap con la vuelta al feudalismo y la barbarie. Para Linus, corremos el riesgo de caer en el más absoluto de los relativismos morales.
Antes de entrar en la peliaguda materia de la ética, el liberalismo y el relativismo, creo necesario hacer unas cuantas consideraciones.
La primera: yo no soy anarcocapitalista.
La segunda:
El yo absoluto vs. el nosotros absoluto
En estos tiempos en los que la «política» se ha adueñado definitivamente de la bella palabra «social» para blandirla diariamente contra nosotros, atentando de forma dervergonzada y vergonzante contra la libertad y la propiedad de los individuos, lo fácil sería acogerse bajo el slogan «cuanto menos social, más libre» «Social» es lo referido al socio, al prójimo, y encuentra su antítesis en la negación del «otro» y la exaltación exclusiva de lo propio. Tal vez fuera esta una reacción comprensible ante la soberbia de los «políticos», de alguna forma manifestada ya por no pocos con un «déjame tranquilo, ya tengo bastante con lo mío» cada vez que se pretende hablar de «políticas».
Es esta actitud la que caracteriza al «individualismo» como etiqueta ideológica? Supondría semejante reacción de autoexclusión egoísta más libertad?
Sin duda, las proclamas por la libertad van acompañadas casi siempre de la reivindicación de la soberanía individual, de forma que no sería demasiado descabellado asimilar los principios liberales a la actitud de rebeldía descrita más arriba. De hecho, la libertad es reclamada, en primera instancia, allí donde está amenazada (o parece amenazada) por el «otro». El niño experimenta su libertad por medio de su primer «no», su primer «déjame en paz, no quiero ahora!» El liberalismo -con un acento tan claro en la «libertad» que se convierte en ideología – comparte espacio existencial, pues, con el individualismo, donde el «individuo» pone el acento en la exclusividad ideológica.
En realidad estamos utilizando incorrectamente el término ideología, bajo cuyo manto pretendemos elevar a la categoría de absoluto a los ideales. Desde la Ilustración hemos dado la vuelta al sentido etimologíco de la palabra ideología. Ya no hablamos de la «logía» de las ideas e ideales, sino que nos referimos a la percepción monolítica del «logos» desde una idea predeterminada.
En el concepto de individualismo encontramos una «aberración» similar: es preferible hablar de «ciudadanos» que de «individuos». In-dividuo significa indivisible. El individuo es la menor partícula posible de una sociedad. La dinámica de toda sociedad puede ser (es) interpretada mediante la investigación sobre el comportamiento de sus individuos. De nada sirve observar sólo el cerebelo de Fulano y el pulgar derecho de Mengano. Sólo in-dividido es el hombre actor en sociedad, y por ello más que la mera suma de sus partes. De lo que deducimos que, para entender una sociedad, debemos antes entender sus partes: los individuos. La aberración se la debemos a la politización socializante a que han sido sometidos los individuos. El «estatismo» que obliga a la acción social, nos convierte en «dividuos»: de un lado el soberano que vota, del otro (y al mismo tiempo) el «ciudadano» que es parte de la sociedad y deja de ser dueño único de sí mismo, amalgamado en el todo. Así llegamos a la cúspide del politicismo, cuando quienes manejan la política consiguen, mediante la asimilación de los individuos en el todo del colectivo, tansformándolos en ciudadanos de un pueblo, hacer deseable ese grado de masificación enajente necesario para obtener un ciego vasallaje. De este modo, los hambrientos de poder se entregan «generosamente» al ejercicio del mismo, sabiendo que incluso las mayores atrocidades que cometan serán santificadas como «actos heróicos del pueblo» No puedo dejar de mencionar aquí la última moda al servicio del estatismo, ese colectivismo esotérico que nos invita a sentirnos «uno» y en paz eterna con todos los demás y con Gaia. Esta no es la via para alcanzar la libertad
Pero también el individualismo tiene su lado oscuro. Después de todo, es más fácil doblar una rama que un manojo de ellas. La proclamación del individualismo como único valor absoluto oculta la mayor parte de las veces la intención clara de dividir a un colectivo para diluírlo y así mejor disponer de él. Y su lado falaz. El individualista moderno (el que sale a la calle con la pancarta que dice «Tenemos derecho a una vivienda de alquiler», «Tenemos derecho a una sanidad mejor» y en realidad no piensa «tenemos», más bien «Yo tengo») está liberado por completo de la obligación de autorealizarse en el ejercicio de su responsabilidad: los padres en el asilo, los hijos en la guardería, el trabajo gracias a la cuota, el sueldo asegurado por convenio colectivo, la vivienda subvencionada por el estado y casi todas las otras decisiones molestas en manos de los funcionarios. Pero se proclaman independientes, independizados, emancipados.
El culto puro al «yo-individuo» no deja sitio para el cerdo que llevamos dentro, sólo para los muchos que hay ahí afuera. Toda la parafernalia entorno al ego no desemboca ni en la autorealización, ni en la felicidad. Tampoco en la libertad.
Y de libertad se trataba esto de ser liberal. El liberalismo proporciona esa masa crítica de ideas necesaria para, desde la percepción de uno mismo, poder proyectarse en las tareas de un grupo. «La verdadera base del pensamiento liberal es que nadie puede saber quien es el que más y mejor sabe sobre algo, y que el único proceso para averiguarlo es un proceso social espontáneo en el que cada cual intenta lo mejor de sí mismo para ponerlo al servicio de los demás.» Lo dice Friedrich August von Hayek.
Aún no hemos hablado ni una palabra de ética. Pero déjenme que resuma lo que acabo de escribir en mi credo particular:
- Estoy convencido de que mi vida me pertenece a mí y a nadie más
- Prefiero ser yo quien toma las decisiones que a mí me afectan
- Respeto la vida de los otros e intento evitar en todo momento cualquier intento por mi parte que les obligue a ser como yo
- La mayoría (también si yo soy parte de ella) no siempre tiene razón
- Justo es, para mí, tratar a todos de igual manera y reconocer que nadie es igual a nadie: todos los distintos somos iguales ante la ley. Otros son más ricos, más guapos, más inteligentes que yo, pero ninguno es como yo. Por eso no les envidio, ni les odio
- No juzgo las medidas y los sistemas políticos por sus intenciones, sino por sus resultados
- El hombre es per se capaz de vivir en paz. Soy claramente contrario al uso de la violencia. Pero reclamo el derecho de autodefensa!
- Me declaro enemigo de cualquier forma de poder central. El poder debe de estar administrado y controlado lo más cerca posible de las personas
Esto me permite terminar esta primera parte con una pregunta a mis lectores. Depues de leer este post, les parezco un relativistsa moral? Lo son quienes así piensan? Tal vez cambien de opinión tras leer la segunda parte de este «discurso» (Espero que no les esté resultando demasiado aburrido)
Perdona tio, no supe en que momento de la lectura me dormi. Mira nosotros, no somos nada, la vida no es nada, somos energias brutas enclaustradas en carnes, nervios… Etc. La grandeza es el conocimiento y de que manera llegamos a el, para superar los estados «Renaquajicos». La naturaleza-humana y sus cadenas (deseos, ganas de foyar… etc) son los causes por medio de los cuales la sociedad nos amarra, por medio de leyes criterios, etc. Por la humanidad es y siempre sera una simple y sencilla manada de bufalos. Y solo ciertos individuos, poseedores de caracter privilegiados llegan a los nivel «mas puta-madre» de cociencia etc.
Mira la verdad, no se que quiero decir, ves! Me confundi con tanta retorica de cura. Lo que se, es que, a un tio neolitico, se le ocurrio enterrar a otro tio que estaba muerto. Pues, penso que como las plantas su espiritu se levantari… Oztia, nadie se imaginaba que el primer sacerdote de la civilizacion era ese tio.
No Somos Nada!
Nuestra sociedad se caracteriza por rechazar el canibalismo y a todos los que la practiquen sí, pero esto es así debido a mucho tiempo de evolución social.
Ese tipo de acuerdos voluntarios serán válidos porque la propia palabra lo dice, recuerdas, vo-lun-ta-rios, pero da igual, este es un debate sin final. Otra cosa es que los individuos que lleven a cabo estos negocios sean excluidos de la sociedad y con ello se conseguirá, si es lo que se pretende, minimizar los mismos. Una vez más la exclusión social surge como un arma importantísima de autocontrol social espontáneo.
Bueno, ya veo que el tocho ha servido para algo. Poco a poco habeis ido enfocando el tema en uno de los pilares que, a mi modo de ver, sostienen la discusión entre quienes, como Isidoro, piensan que existen valores CULTURALES, derivados de la civilización, que son «principios básicos del derecho propio», irrenunciables (interpreto, corrígeme si me equivoco) y quienes optan por una perspectiva menos lineal y estática. Olvidemos los caníbales, son una mera coartada dialéctica.
El tema es: son los primeros meros conservadores escondidos tras unas citas de Hayek o Mises y los segundos unos relativistas sin más conciencia que la que soporta su egoísmo? Justamente de eso se trata mi segunda entrega y es por ello que no voy a dar ninguna respuesta ahora.
Lo que sí voy a puntualizar son dos cosas:
No es concebible para un liberal negar a nadie la capacidad de transformar sus propias experiencias (o las de el grupo a que pertenece, si el grupo así lo decide) en normas éticas válidas. Hacerlo supondría renunciar a priori a cualquier forma de evolución futura (renunciar al aprendizaje) en el comportamiento social y las normas que lo regulan. La postura civilizacionista quedaría así reducida a mero conservatismo o, como mucho, a un liberalismo incapaz de cumplir su propia esencia: ser capaz de recoger las inquietudes de TODOS los miembros de una sociedad para favorecer su desarrollo en paz y felicidad. Del mismo modo, los que no somos tan civilizacionistas -véase el caso de Alberto y el mío propio-, no podemos perder de vista que el liberalismo no es una ideología puesta exclusivamente al servicio de los individuos y sus arbitrariedades.
No se trata (no para mí) de buscar un término medio. Se trata de encontrar el nexo común. Y ello sólo se consigue desregulando, reduciendo al máximo, en número y extensión las normas pseudolegales de que nos hemos ido revistiendo a lo largo de los últimos siglos. Cuánto? permitamos la discusión abierta. Es el problema del suicidio un problema social? individual? cultural? religioso? Es un problema? Lino, soy menos «yo» cuando estoy deprimido? no es en momentos de derrota, de fracaso, de desesperación cuando deseamos morir? Son momentos de debilidad, si me apuras de cobardía. Pues sería un cobarde el difunto, pero jamás un delincuente. Y el instrumento: la voluntad, cobarde tal vez, enferma como dicen otros, elige una soga. Y si es una inyección? unas pastillas? un salto desde el piso 21? una comilona? El suicida elige su instrumento, en algún caso un vecino. Si el vecino accede será moralmente reprobable (para mí inconcebilbe) pero, será un delito? Y no interpreten sus argumentos en los mios, por favor: no estoy hablando de una persona que quiere matar (comerse) a otra: eso es asesinato y atenta directamente contra el derecho irrenunciable a la vida del agredido.
Isidoro, admiro tu tesón en la defensa de lo que consideras reglas básicas de la sociedad, pero confío en tu criterio para vislumbrar el dinamismo de eso que llamamos humanidad, que sobrepasa de largo mis planteamientosa y los tuyos. Buscar las respuestas juntos es más fácil que enfrentados (y no lo digo precisamente por tí y por mí)
Termino: No es que los acuerdos entre individuos DEBAN subvertir las reglas básicas de la sociedad, es que sólo así PUEDE hacerse. Ese derecho, el de reunirnos y subvertir, replantear, abolir o generar reglas básicas, nos pertenece a todos y es absolutamente irrenunciable. Es inherente a nuestra condición de hombres libres.
Alberto: usted en realidad sabe del orden espontáneo lo que de física cuántica. El orden espontáneo de Hayek no es, ¡precisamente Hayek!, la convalidación de una ética comunal. Un grupo de bandidos podría voluntariamente acordar nuestra liquidación si lo importante es que el acuerdo sea «espontáneo»…
Hay algo muy diferente entre pretender crear de la nada el derecho (constructivismo) y defender los principios básicos del derecho propio, por propia mano y por instituciones. Lo uno no tiene que ver con lo otro. Y no cabe duda de que la prohibición del canibalismo entra entre esos principios básicos de nuestra civilización. No se habla de razas, culturas o atavismos sino de CIVILIZACIÓN. Mostrar indiferencia por dichos principios es precisamente no ser liberal, no ser humanitarista, no ser NADA… de este lado del Rubicón.
Acuerdos «voluntarios» que hagan transacción en temas penales graves, que convaliden la agresión o la conspiración para la agresión, la negación de derechos de otros, la muerte de hombres o el «degustamiento» de hombres NO PUEDEN SER VÁLIDOS por ir en contra de las reglas básicas de nuestra sociedad.
Gracias por dar una cumplida pincelada de su relativismo extremo.
Salud y libre comercio
Dice Isidoro: “Los acuerdos entre individuos no pueden subvertir las reglas básicas de la sociedad”
Si esta es la teoría social que pretendes vendernos es que ni siquiera estás cerca de un liberal moderado como Hayek, quien pasó buena parte de su vida defendiendo justo lo contrario que tú. Isidoro, ¿podrías decirnos a todos cómo se conforman “las reglas básicas de la sociedad” sino es precisamente a través del orden espontáneo en el que intervienen individuos realizando acuerdos entre sí? La cuestión fundamental es que precisamente son esos acuerdos los que crean, modifican y extinguen las reglas básicas de la sociedad que mencionas.
Hola.
Te ha salido un buen tochete, pero me lo he leído de carrerilla (es verdad, en serio). Y estoy de acuerdo en los superficial. El problema, es que a poco que se rasca, salen enormes problemas.
Dices que tus idea, tu cuerpo, tus decisiones, etc, son tuyas y todo eso. Vale, bien, pero ¿es así durante toda tu exsitencia? ¿no puedes encontrarte con momentos de depresión, desorientación, confusión, etc.? ¿y si durante ese tiempo, algún «amigo de la carne ajena» (por seguir un poco con el tema), te convence para que le dejes pegarte un bocadito?
Se trata de la necesidad de establecer unos límites, fijados por la sociedad por supuesto. Por esto es necesario un régimen verdaderamente democrático, ya que de otra forma se vulnerarían derechos (es decir, establecer límites) sin existir un acuerdo social. Ya que se va a vulnerar algo, que sea discutido, debatido, meditado, y acordado, por la sociedad y/o sus representantes.
Saludos
PD: tengo que decir que estoy de acuerdo con Iracundo, en la práctica totalidad.
«Iracundo (el señor Lamas) considera inaceptable -amoral?, antiético?- la defensa del derecho a ser comido (muchos lectores y comentaristas lo confundieron rápidamente con la defensa del derecho a comerse a alguien – nada más erróneo-) por otro y compara el «lassez faire» ancap con la vuelta al feudalismo y la barbarie»
Primero: el canibalismo es antiético en nuestro entorno cultural (y en casi todos) pero no siempre fue así. Yo creo que es justo y digno luchar porque semejante costumbre no se restaure. ¿Por qué? Porque creo en que el canibalismo es repulsivo y genera una repugnante inseguridad jurídica. Además estimo que quien no ve problema en que un hombre devore a otro es para mí un amoral. Las razones para pensar esto, además de la ya aducida, serían las mismas que para no tolerar la transacción privada en casos penales (usted mató a mi familiar y yo acepto que «aquí no ha pasado nada» si me da tales bienes o tal cantidad de dinero). Los acuerdos entre individuos no pueden subvertir las reglas básicas de la sociedad ni pueden hacer comercio con una justicia que por fuerza ha de ser común a todos si desea continuar siendo justa (y desea desincentivar el crimen).
Segundo: el anarcocapitalismo excede con mucho las barreras del conocido «laissez faire». Tal modelo de mercado, sin muchas trabas, se ha dado en la historia y conocemos sus problemas y virtudes. El modelo ancap nunca se ha dado en la historia. Las virtudes del ancapismo suelen ser meramente sentimentales o dramáticas (claman por una ética inviable al grito de «pecadores», como toda religión) y los propios teóricos anarquistas de esta corriente admiten sin demasiado rubor que las consecuencias de su tinglado son imprevisibles e, incluso, puede que desastrosas. Afirmar que en tal sistema cada uno haría lo que le saliese de las narices como punto de enganche para que nos entusiasmemos por él en realidad sólo contribuye a aumentar las dudas dado que toda ideología 100% promete algo para nuestros bajos sentidos. Eso sí: la ancapía es mucho menos atractiva para tales sentidos inferiores que el comunismo. Sin embargo, como en el caso comunista, los ancaps creen en la lucha de clases; esto es: no saben nada de la sociedad «ni quieren saberlo». Los ancaps no se identifican con el laissez faire decimonónico aunque disfruten contándonos historietas sobre el período. No. En realidad no quieren ninguna forma de estado (lo cual era impensable incluso para los partidarios del laissez faire) con lo que afirmar que defienden la vuelta al feudalismo, como fenómeno histórico más semejante a la ausencia de estado, es acertado. Lo es más aún cuando comprobamos hasta qué punto la isonomía hasta en lo más esencial a estos muchachos les es simplemente indiferente. No sé si son partidarios de la barbarie (desde el punto de vista político tal acusación no va desencaminada en absoluto) pero desde luego son favorables a un (des)orden de cosas en el que la defensa de la civilización resulta imposible y la civilización como tal no es valorada o no puede ser valorada. Las acusaciones son, por tanto, del todo justas.
«El niño experimenta su libertad por medio de su primer «no», su primer «déjame en paz, no quiero ahora!»»
El niño también señala cosas que no le pertenecen pero que le gustan o llaman la atención y dice «mío», peleando con otros niños (tal vez sí poseedores legítimos del objeto) por su control. Se dice que la edad más violenta del ser humano es precisamente esa, con muy pocos años. La sociedad modera estos comportamientos mediante la proscripción del robo y el ostracismo del criminal (sabemos bien que en España estas cosas no están precisamente bien logradas). Tanto la educación del entorno directo como la amenaza del derecho penal moderan y hacen evolucionar a los niños desde esa posición inicial de desconocimiento del valor de la propiedad y los derechos del otro. No es cosa pequeña esta porque en realidad viene a demostrar hasta qué punto la coacción o las instituciones no son una mera imposición clasista o una «anomalía» histórica.
«De nada sirve observar sólo el cerebelo de Fulano y el pulgar derecho de Mengano.»
No creo que haya consenso en esto último. Hay quienes hablan de embriones y cigotos como si fuesen personas. Por supuesto no tienen razón sino que son partícipes de una teoría hilemórfica inasumible como criterio de demarcación (de ahí que muchos acaben por condenar el sexo con preservativo, reproducción asistida, etc). Para mi en tales cuestiones no hay problema: el cuerpo conformado equivale a persona (con las salvedades por deformidad u otras que se quieran hacer). El individuo será por tanto todo humano.
Espero su segunda parte.