Ninguna estadística, ninguna esperanza matemática pueden acabar con la esperanza desesperada de las pobres gentes que sueñan con verse liberadas del yugo de un mal trabajo, un mal paro y, en definitiva, una mala situación económico-existencial. También hay quienes sueñan con tener un algo más para darse un capricho millonario, o simplemente darse ese capricho sin mirar mucho más adelante hacia el futuro. No hay cálculo estadistico -prueba de ello son las colas en Manolita o las cantidades enormes gastadas en boletos- pero tampoco se calcula lo que representa el dinero ganado en el tiempo. Ni siquiera, desde el punto de vista psicológico, como estudiaron los psicólogos Daniel Gilbert y Timothy Wilson, podemos predecir la felicidad que va a producir en el medio y largo plazo un premio de lotería: al pasar un año seguimos siendo igual de desdichados o alegres que antes del premio. Puede incluso que algunos, “gracias” al premio, se divorcien (a fin de cuentas, la familia es una unidad económica), se arruinen más allá incluso de lo que hubieran podido hacerlo antes de ganar el premio al meterse en gastos por encima de sus posibilidades reales, etc. Ejemplos los hay a cientos, a miles, a millones….en cantidades que igualan las de los premios.
En la televisión presentan una imagen sesgada, es decir: ponen lo “bonito”, pero su muestra, desde el punto de vista estadístico, es la peor de todas: muestra preponderantemente a los ganadores y sus sonrisas y gritos triunfantes. Millones de personas tienen un montón de papeles sin valor en sus manos y cara de gilipollas.
Lo que hacen en la tele es, primero, hablar de lo “potito” que es soñar y los grandes “éxitos” del pasado, luego se retransmite la celebración del sorteo, con los niños gritones que se desgañitan soñando ellos, también, con llevarse un pellizco de algún “afortunado” ganador que supersticiosamente les atribuyese parte del “mérito” de un premio debido a un puro azar, y después se acercan con las cámaras a las administraciones que han repartido los grandes premios a grabar a los ganadores y a los locos que se apuntan a las fiestas, sean las que sean, que se han acercado a descorchar botellas de champán y gritar, ellos también, el número y cuatro o cinco topicazos tipicamente supersticiosos.
Que la suerte os acompañe, españolitos. Esta es la Tontería Nacional. Pero aprovechad, aprovechad, que a partir del año que viene el Estado recauda, aparte de la diferencia entre lo jugado y lo entregado en premios, un 20% sobre los premios superiores a 250.000 euros.
A ver si me toca a mí. Creo merecer que me toque porque no creo que me vaya a tocar. Tonto yo.
Es patético el contraste de los mensajes estatales promocionando la lotería con las campañas para redistribuir la renta. Tanto como ver las políticas para subvencionar la producción de azúcar al mismo tiempo que se castiga impositivamente la producción de productos que contengan .. azúcar.
En ambos casos se utilizan mensajes diametralmente opuestos, el único factor común es la justificación de la función del estado y de la necesidad de nutrirlo con nuestros recursos.
Lo patético entra de lleno en el ridículo cuando se sigue utilizando el argumento del «bien común» al mismo tiempo que vemos que TODOS -menos los políticos- estamos mucho peor por el sistema basado en tal premisa.
No, no, Plazaeme, no soy un racionalista que se lamenta de la locura de los demás. Tampoco alguien tan ingenuo para creer que el ingenio no le debe nada a la locura. Pero las manifestaciones extremas de la ineptitud estadística y lo que revelan sobre nuestra naturaleza, nuestra cultura y, en definitiva, lo que somos, me producen cierto rechazo. No debemos confundir a los ilusos con los ilusionados.
Gnomo, en lo que respecta a la felicidad, dudo mucho que podamos reducirla a la compra de unas papeletas y a la espera de la improbable coincidencia de los números que lleva impresos con la de los que salen de un bombo. Por supuesto la compra de lotería es libre, y yo, como liberal, ¡no voy a proponer que la prohiban! Ni tampoco veo mal el juego, dentro de ciertos límites que no perjudiquen seriamente ni a la salud, ni al dinero, ni al amor, ni…a la cordura.
No estoy seguro del nombre del autor que trató de enfocarlo con cierto fuste. Me suena Francis Bacon, pero me extraña, porque sé que los datos eran de París.
Se preguntó: ¿Es razonable jugar a la lotería? ¿Es razonable tomar en consideración la probabilidad de que te toque? Y buscó, por comparación.algo cuya posibilidad ninguna mente sana toma en cuenta. Se le ocurrió que ningún joven de 20 años contempla la posibilidad de morirse en las próximas 20 horas. Si no está mal de la cabeza. Y calculó que la probabilidad de morirte con 20 años en París, en un día, era de 1/ 40.000. En aquella época. Concluyendo: si compras una lotería con una probablilidad inferior a esa, estás más loco que si tienes 20 años, estás sano, y consideras la posibilidad de morirte en 24 horas.
El problema es que, como bien mostró Cioran, la razón pura solo llevaría al suicidio. Y como no nos suicidamos tanto, podemos concluir que sí, que un poco locos sí que estamos. Pero, ¿eso es malo, o es bueno? El caso es que aquí estamos. Y con algún éxito, según se mire.
😉
Tampoco hay que ser así. Si comprar la lotería les hace feliz, que compren.
Es como votar. La probabilidad de que tu voto cambie el gobierno debe de ser absurda (es más probable que te caiga un rayo mientras vas a votar que tu voto sea decisivo), y la gente lo sigue haciendo. Claro que eso es gratis.