Escribía El Perdíu en su Liberalismo Abierto un artículo sobre el reciente pacto entre PSOE y UPL según el cual, desde la corporación municipal de la capital leonesa, se han propuesto avanzar en la consecución de una administración autonómica para León. Me voy a permitir un pequeño y nada taimado fisking, estimado Perdíu.
Como buen nacionalismo, el leonesismo no sólo sueña con pasados gloriosos, sino también con la recuperación de los “territorios leoneses” dentro (Zamora y Salamanca) y fuera (Braganza) de las fronteras españolas.
Es malo generalizar. Yo me considero leonesista y, sin embargo, carezco de cualquier aspiración anexionista y no añoro ni un solo minuto glorias que fueron y no son. León es una región española con identidad propia desde el siglo X. Hubo tiempos mejores y peores. Pero de eso se trata: de saber llevar lo mejor y lo peor de la propia historia. Si alguien más dentro de los territorios que conformaron la región leonesa decide unirse a este intento de recuperar el estatus que nos fué ovbio durante más de 1000 años (yo estudié aquello de León: León, Zamora, Salamanca, Valladolid y Palencia) bienvenidos serán. Es una invitación,no una imposición. El día que esto cambie, yo seguiré siendo leonesista, pero no dudaré ni un segundo en criticar duramente cualquier intento anexionista. También seré profundamente crítico con quien, una vez celebrado un referéndum y si el resultado fuese negativo para las aspiraciones leonesistas, se negase a aceptar el resultado de tal consulta.
Lo que esta gente no entiende es que dividir la nada entre dos sigue dando nada. Somos una comunidad pobre y periférica. La creación de una Comunidad leonesa sólo favorecería a las élites locales (más puestos para repartir, que de eso se trata), cuyo discurso al respecto es propio de quien sabe menos de economía que zapatero
Es inexacto. Como no creo que El Perdíu necesite que yo le explique las razones por las que una administración menor es siempre preferible a otra mayor, me ahorro la charla. En una cosa sí tiene razón: los políticos "pofesionales" de la cosa esta llamada "castillayleon" son unos ineptos con muy pocas excepciones. Reducir una administración, minimalizar el estado, para consagrar las prebendas de cuatro gatos y sus allegados no es mi visión del leonesismo. Pero como estoy seguro que es más fácil devolver a León lo que le pertenece -su identidad administrativa- que convertir a los políticos patrios en liberales altruistas, me da que prefiero ser realista y empezar por lo fácil. Ya habrá tiempo de que llegen otros y cambien la Ley Electoral, las políticas impositivas, las competencias de los ayuntamientos y tantas otras cosas que son imprescindiblemente revisables en esta pseudodemocracia que nos ha tocado vivir.
Termino con dos aclaraciones y una pregunta:
– La inmensa mayoría de mis amigos, familiares y conocidos (que votan al PP al PSOE, a la UPL o …) son leonesistas.
– Ninguna lengua puede ser impuesta en el territorio nacional de España. Si lucho contra el monolítico pancatalanismo y el pueblerino pangalleguismo exclusivos, te podrás imaginar, querido compañero de aventura liberal, cómo me pondría si de pronto, en las escuelas de León, el castellano quedase reducido a dos horas lectivas.
– estimado Perdíu, por qué me niegas a mí y a tantos como yo la sensatez que te presupones? Un abrazo!
De verdad, es tarde:
http://www.hispalibertas.com/noticias/2006/10/23/ciutadans-del-santo-grial.html#comment-10401
http://www.libertaddigital.com/noticias/noticia_1276306026.html
http://www.liberalismo.org/bitacoras/5/3464/#49585
Buenas noches.
El word me ha «corregido» los tags:
Para qué quiero yo a España…
…irresponsabilidades…
…disparatados, despilfarradores y dolosos…
Otros habrían elegido enlaces diferentes, personalmente, frente al catastrofismo y al nihilismo, me resisto a mascullar: «Weiss ich nicht und wozu Dichter in dürftiger Zeit».
La “nación” o el “pueblo” es el sentimiento, la conciencia colectiva que sostiene a la legalidad y al estado. Nada más y nada menos. Y como le dije a uno en La Frase Progre, aunque hizo lo imposible para no entenderme, cuando “algo” significa y produce efectos, entonces no es una entelequia; no es el espíritu santo, no es un residuo mítico del antiguo régimen: es parte necesaria del mundo en que vivimos, como el amor de los hijos a sus padres.
La cuestión es sencillamente si nos interesa conservar esos significados y efectos o si preferimos reemplazarlos hacia dentro por un juego a diecisiete bandas que nadie sabe cómo va a acabar y hacia fuera por la más absoluta impotencia. Para qué quiero yo a España, ya se lo expliqué a Gozalbo. A mí me la suda y me la sopla, por decirlo con Savater, ser español, bengalí o tagalo, no me va la vida ni la teología en ello, pero a lo que no estoy dispuesto es a contemplar irresponsabilidades cruzado de brazos.
Hablando de irresponsabilidades dijo Th. Veblen que con excepción del instinto de conservación, la propensión a la emulación probablemente constituye la motivación económica má fuerte alerta y persistente: esta propensión es tan poderosa, arguye, que nos induce a caer en comportamientos disparatados, despilfarradores y dolosos.
Un «pueblo» sólo lo es en la medida en que cada una de sus partes (los individios que lo componen)es consciente de ello, lo proclama voluntariamente y lo recoje como valor esencial en su escala. El concepto de nación o pueblo no es para mí un valor absoluto, o si me apuras, no más alto que la vida y la libertad. Hacer uso consciente de la libertad atendiendo a la beligerancia entre valores a que aludes es la máxima que puedo autoexigirme, que puedo esperar de los demás, pero en ningún modo puedo imponer a nadie. Nos lamentaremos de que se tomen decisiones olvidando los otros (la mayoría) estos y muchos otros factores.
Aludes al marco legal y las obligaciones a que ha de estar sometido. Esa circunstacia «a priori» ha sido y es olvidada (conscientemente) por nuestra clase política desde que existe. Todos nos hemos enfrentado alguna vez a esa realidad. Unos reaccionamos con atisbos del rebelde que todos fuimos, otros lo toman como el marco ineludible en el que se debe callar, los más intentan obtener el máximo provecho para sus intereses por encima (o ignorando) los de los demás.
Un pueblo común ññeva implícita una riqueza de valores producto de incontables busquedas y sacrificios, que no es objetivamente sensato destruir, y menos aún si es para atrincherarse frente a los demás en otro «sector público».
Como dice el Yuste, detrás de cada valor existe una cadena de intereses y debemos partir de la premisa de que muy pocos valores sobreviven.
Y tenemos la obligación cívica de saber que compiten, no sirve el eximente de la ignorancia, necesitamos saber que compiten, que indefectiblemente competirán y que el marco legal está obligado a tener bien presente que actúa sobre un contexto de beligerancia.
Cuando las leyes se empecinan en proteger el absurdo, negar los hechos, emergen los peligros; no el peligro cínico del «fascismo», aludiendo a monseñor Cañizares o a mí mismo, ni el peligro del «nazismo», aludiendo al Papa, sino el peligro real del caos.
Para no «demonizar» a nadie, voy a morderme la lengua, es la segunda vez que lo digo pero esta vez lo cumpliré.
El inmovilismo lo que nos lleva es a las unidades de destino en lo universal y creo que no es lo que queremos. Margaret Thatcher decía que no existía tal cosa «la sociedad», que había individuos y familias. ¿Existen los pueblos? Si existen las familias, la agregación de familias es un pueblo (¿pasando por clan?). Seguro que cuanto más lejos de la familia original, menos familia es el pueblo.
El problema de categorizar pueblos como entidades reales es suponer que tienen derechos por sí mismos y no los individuos. Se les ve como seres humanos con brazos y piernas y alimenta el fascismo: puesto que se agrede a un pueblo se me agrede a mí. Puesto que usted no cumple con los requisitos de mi pueblo, usted no es de aquí, ni tiene los derechos colectivos de mi pueblo.
En todo caso, siempre hay formas de comunidad. Yo lo que creo es que en el uso de eso tan imperfecto que es la democracia, las comunidades tienen derecho a decidir su sector público. Sea para independizar un barrio de un ayuntamiento, León de Valladolid o Álava de Euskal Herria. Y puesto que la democracia es imperfecta regquiere de reglas de uso sofisticadas, precisamente para no violar los derechos individuales, los únicos que existen. O debieran existir.
La conciencia es peligrosa, como un alambre sobre el que hay que caminar. Es la necesidad de equlibrar el bien común con el propio, y si te caes, no te mueres, te matas.
Está amenazada, ante todo, por la propia estulticia del agente. Ya se sabe que la verdadera historia del Quijote comienza en el mismo instante en que se extingue el caballero de la triste figura, y su espíritu contagia al de Sancho, a partir de entonces aquijotado caballero andante, cuyas rústicas manos de gañán guiarán todo impulso regenerador dotándolo de sano sentido común…
En fin, aquí tengo un post de página y media sobre el inmovilismo, pero en realidad lo que me apetecería es hablar de mis parientes leoneses, secos e inteligentes, aún más interesantes que los gallegos. He acabado de comer.
H. no me estarás argumentando en favor del inmovilismo, verdad? El presente sienta las bases del mañana, y estas serán más firmes cuanto mayor sea el aprovechamiento del pasado y la resolución a la hora de actuar.
La mayoría (y sólo esta) es la que decide, no la comunidad. No al revés. Nunca. En eso estamos de acuerdo.
Nada más peligroso para los tiranos que el ensanchamiento de los horizonets históricos y nada más ajeno a «la» libertad que la concentración en el presente, como si él fuera la cumbre y el tribunal de la Historia.
O sea que ahora cuentan las comunidades y los pueblos, bueno, cuando en 1918 se proclama la independemcia de Checoslovaquia, 3 millones de alemanes que querían ser austriacos, medio millón de húngaros quu querían ser húngaros y uno número sin determinar de cátólicos eslovacos que hubieran preferido ser húngaros antes que checoeslovaco tienen que tragar con el idealismo de unos extranjeros bien comidos. Primer peligro, confundir la comunidad con la mayoria de la comunidad, que también tendrá derecho a ser su propio centro, digo yo.
Y entre 1938 y 1939, por esas cosas de la vida, el pasado no importa, alemanes, eslovacos, polacos, húngaros y algunos otros van y deciden que no quieren formar parte de esa prodigiosa democracia multinacional… ¡y Churchill decide ir a la guerra! Segundo peligro, el pensamiento mágico es contagioso.
Querido amigo, sabes como pienso. En una democracia real, la historia la escriben los pueblos. Creo dar respuesta con ello a tu comentario y a tu pregunta.
Al final los mil años de historia pintan un pimiento. Lo único que cuenta, o debe contar, es si se decide ser el propio centro o no. Y si eso sirve para algo con tu vida.
Como me gusta provocar, Luis, y tu lo sabes, cabe ahora afirmar por qué León sí puede reclamar su separación de Castilla y no podría plantearse metas más elevadas. ¿Dónde está y quién pone el límite a lo que una comunidad puede plantearse decidir o no?