Y si la ley es absurda en sí misma, la trampa resulta rocambolesca, burda, casi bufa. Yo, desde luego, me siento como en la Comedia parisina. A mandíbula batiente leyendo periódicos.
El PSOE, después de imponer con sus socios parlamentarios la llamada «ley de igualdad», que obliga a los partidos a fijar cuotas de mujeres en las listas electorales por tramos y con porcentajes de 60-40 hasta lograr la «paridad», está en cabeza de las vulneraciones de la propia normativa, con un mínimo de 40 casos descubiertos. Además, la Fiscalía se ha empleado en habilitar plazos de subsanación de las listas en todas las instancias judiciales, plazos que no están previstos en la Ley Electoral General. Ahora, el Tribunal Constitucional se ha lavado las manos ante los recursos de amparo que presentó el PP.
Ya ven, unos son incapaces de cumplir sus propios delirios igualitaristas. Otros no tienen empacho alguno en sumar al amigismo y favoritismo que siempre han caracteriterizado la confección de las listas electorales, la discriminación positiva. Para mí, la defenestración definitiva del sistema electoral. Si el mérito ya era antes una cosa «secundaria» en la confección de tales listas, hoy apenas sí juega un papel relevante. Se han preguntado cuántas buenas candidatas no habrán entrado en las listas para dejar paso a hombres sólo por el hecho de pretender cumplir una ley absurda? Y no lo digo con ironía. Ni la más minima. Ocurre que la frase también se puede hacer al revés. Ocurre que la línea que separa a las personas es cada vez más gruesa. No se trataba de conseguir lo contrario?