Además del problema que comporta que un gran número de países muy diversos compartan idéntico tipo de interés, cuando sus tasas de ahorro son muy dispares, como vimos en el artículo previo, existe otro gran problema en el euro, que radica también en el BCE.
La Eurozona es una región de 17 países y un Banco Central. Y, como suele ocurrir, los estados, además de recurrir a los impuestos para financiarse, también recurren a la deuda pública. Mientras esta deuda pública no supera el 30-40% del PIB, exista un cierto superávit, y el país sea macroeconómicamente estable, en teoría no debe existir ningún problema.
En otro caso, el coste de la deuda pública para el Estado, en condiciones de plena libertad económica, el coste de la deuda tenderá a crecer en espiral. Por tanto, es condición sine qua non, para que un estado gaste mucho, la existencia de un Banco Central que manipule, reduciendo artificialmente el coste de la deuda para el Estado.
I
Financiación del BCE a los Estados
Salvo contadas excepciones (Luxemburgo, Suiza, Estonia, etc.) este no es el caso de los países europeos; por ello, el BCE utiliza ciertos mecanismos para hacer sostenible, de forma artificial, la deuda pública, de países como Alemania, Francia, España, Italia, Grecia, etc.
El Banco de Inglaterra lo hace comprando bonos de deuda pública de forma directa en el mercado, la Reserva Federal también, el Banco de Japón igual; el BCE, sin embargo, interviene de forma más subrepticia. Veamos en qué consiste.
El BCE ofrece enormes cantidades de dinero al sistema bancario europeo, como cualquier otro Banco Central en su condición de prestamista de última instancia, función necesaria en un sistema financiero de reserva fraccionaria.
Esto lo realiza: o bien para contrarrestar las fugas de capitales (inyectando en los bancos el dinero retirado); o bien expandir el crédito más allá del ahorro (como vimos en el primer artículo de la serie); o bien evitar la caída de los bancos (inyectando las cantidades que le sean necesarias).
Ahora bien, ofrece este dinero a los bancos, a cambio de activos financieros como colateral en sus balances, entre los que se encuentran, y tienen alta prioridad, los bonos estatales. Dicho de otra forma, si un banco compra deuda pública, tendrá altas probabilidades de que el BCE le ofrezca el dinero que ha pedido.
En un principio, sólo se aceptaría como colateral los bonos de deuda pública de los países calificados crediticiamente más allá de la A+; pero, tras la crisis griega, y la calificación de la deuda griega como bono basura, esta política cambió, y se aceptaba como colateral cualquier bono.
Esto no es más que incitar a los bancos a que compren más deuda pública de lo que en un primer momento estaban dispuestos a hacer. De modo que son falaces todas las afirmaciones, que proliferan en estos momentos por todos los periódicos, de que el BCE no interviene y no ayuda a los países a financiarse.
Si lo hace, en grandes proporciones, si bien, no de forma tan descarada, y en tanta proporción, como los países ya citados, donde el Estado se autocompra su deuda, a través del Banco Central, disminuyendo su precio de forma artificiosa, repercutiendo la diferencia al resto de los ciudadanos en forma de inflación.
Algunos economistas y no economistas denunciaban, con cierta indignación, que el BCE diese grandes cantidades de dinero al sistema bancario a un interés del 1% (y ahora del 0,75%, y en el futuro a tipos incluso más bajos), mientras que estados como España lo hacían al 5% (y ahora al 6%, y en al futuro quizá más allá del 7%).
Pero lo que no sabían es que la inyección de dinero en los bancos es una forma de “matar dos pájaros de un tiro”: inyectaban dinero al 1%, mientras que los bancos compraban deuda pública a un 5%, con lo que se aseguraban un 4% de beneficio, recapitalizando a los bancos de forma subrepticia, al tiempo que esta compra por parte de los bancos lograba mantener más bajos los tipos de interés de la deuda.
Como afirma de forma taxativa Philipp Bagus: «La manipulación de la cantidad de dinero sólo tiene un objetivo: financiar las políticas gubernamentales».
II
Cambios de política
Tras la grave crisis de deuda soberana, el BCE cambió de política y decidió comprar bonos estatales en el mercado secundario –en el primario lo tiene prohibido en sus propios estatutos– en grandes proporciones, sobre todo de Italia y España, a fin de reducir aún más artificialmente la presión sobre sus bonos, permitiendo así a los Estados que pudieran seguir gastando, como si las condiciones en sus economías siguieran siendo las mismas. Eliminándose los fuertes incentivos que había hacia los estados de reducir el gasto.
Esto consiguió aliviar un poco la situación de algunos países mediterrános, dándole un poco de tregua, comprando tiempo, y aplazando las reformas y el recorte de gasto de los mismos países. Después de sucesivas semanas de compra de bonos, se abandonó esta política novedosa iniciada por Trichet, hasta el día de hoy. Mañana quizá Draghi vuelva a anunciar la vuelta a esa política.
Pero “el BCE no está para resolver los problemas de financiación de los países”, en palabras del propio Draghi, por lo que la compra de bonos en el mercado secundario, si es, será temporal, limitada y bajo la estricta supervisión de Alemania. Como dice el semanario The Economist: “But that would only buy time. Perhaps not very much”.
Recordemos que Alemania tuvo que cambiar su propia Constitución para poder traspasar la soberanía del Bundesbank al BCE, y para ello se aseguró que el BCE actuará igual que el Bundesbank; los alemanes nunca estarán dispuestos a aceptar una inflación elevada, ni a que el BCE no actúe de forma ortodoxa.
III
BCE: Tragedia de los bienes comunes
Todas las formas que tiene el BCE de financiar a los Estados, de reducir artificialmente el coste de su financiación, comparten un esquema perverso, que está abocado a la destrucción lenta del euro. Los estados más manirrotos, y menos ortodoxos en sus finanzas públicas, requerirán mayor ayuda del BCE; pero, sin embargo, el coste de tal ayuda quedará diseminado por el resto de la Eurozona.
De esta forma habrá fuertes incentivos para que un país sea financiado por el BCE, pues la inflación que este pueda generar recaerá sobre todo el euro. Así, a medida que el BCE vaya tomando más poder y ayudando cada vez más a los estados, los estados tendrán menos incentivos para emprender reformas estructurales que mejoren la economía a largo plazo, y el euro irá perdiendo fortaleza.
De ahí que José Luis Rodriguez Zapatero afirmase el otro día: “Pues bien, ese anuncio debería consistir, en mi opinión, en un programa de compra de deuda soberana en el mercado secundario para estabilizar las primas de riesgo de España e Italia en una horquilla en torno a los 200-300 puntos básicos, así como en una reducción del tipo oficial del dinero. Si esto sucede así, o algo similar, todo podría empezar a cambiar, para ver, al fin, algo de luz al final de este largo túnel. Lo deseo de todo corazón”.
Este diseño que tiene graves errores de definición y defensa de los derechos de propiedad, ya que, en particular, los países pueden aprovecharse del BCE a costa de perjudicar al resto de la comunidad.
Como si un pastizal pública se tratase: los pastores no se contentarán en llevar una oveja a que paste, sino que llevará todas las posibles, porque con ello tendrá grandes beneficios, y esto lo harán todos los pastores, con el tiempo el pasto se habrá acabado y ya ninguna oveja podrá pastar en él. Esto es precisamente lo que ocurre con el BCE y los países menos ortodoxos en sus finanzas, los mediterráneos.
Si gran parte de los países europeos tienen esa deuda pública tan abultada es por algo.