Yo, de pequeño, actuaba en el grupo de teatro de la escuela. Dónde puedo firmar? Hay más manifiestos por ahí sueltos?
Nos cuenta Martín Ferrán:
ENRIQUE Jardiel Poncela se preguntaba, con fundada desconfianza, si hubo alguna vez 11.000 vírgenes. Siguiendo su ejemplo debemos preguntarnos hoy si hay en España 3.500 intelectuales. Muchos parecen a la vista del caldo de cerebro que se nos ofrece en los diferentes envases de la industria cultural, pero ese es el número de los que con su nombre avalan el recién aparecido «Manifiesto por la convivencia, frente a la crispación». Como marca la liturgia vigente, el escrito fue presentado en el Círculo de Bellas Artes de Madrid, uno de los escenarios que, para bien parecer ante los que no le votan, el alcalde Alberto Ruiz-Gallardón cedió a los rabadanes que orientan el ámbito cultural que, con sus propias acuñaciones, alimenta el poliédrico imperio que tiene por buque insignia el diario «El País».
Quienes tenemos más pasado que futuro sabemos mucho de manifiestos. ¿Quién que tenga cumplidos los cincuenta años no ha sido abajo firmante en alguno de los pliegos que, más para el desahogo que para la conquista, circulaban en los años del franquismo? Eran pellizcos de monja sobre la piel del dinosaurio; pero, en las más diversas direcciones y tendencias, nos hacían sentir vivos y, desde el extrarradio del sistema, creernos actores de un cambio que, tarde y limitado, culminó en la Transición. El único punto en común de aquellas piezas, algunas notables, era su crítica al Gobierno, la reivindicación de la libertad y los derechos que la dictadura hurtaba a los ciudadanos.
La originalidad de los nuevos abajo firmantes, el último grito en manifiestos, es dirigirlos contra la oposición y no, como marca el clasicismo contestatario, contra el poder. Rosa Regás, Ángel Gabilondo, Pilar Bardem y su troupe, Suso del Toro, Nicolás Sartorius… y demás firmantes de tan rejuvenecedor alegato consideran inadmisible hacer del terrorismo «el eje de la oposición» y, sin referirse al terrorismo como eje de la política gubernamental, cargan contra el PP, sin citarle, y animan a acudir a las urnas en apoyo y refuerzo del PSOE.
Los firmantes de tan original documento, alguno desde el despacho que ocupa por designación gubernamental, hacen muy bien en lanzarlo a los cuatro vientos. Lo inquietante es que, como hace cuarenta y cincuenta años, vuelva a ser la calle, la hojilla volandera, un sistema de expresión necesario. Viene a demostrar que sus 3.500 actores no se sienten (suficientemente) representados en los numerosos Parlamentos de la Nación, ni su voz se proyecta diáfana a través de los medios de comunicación que le son más próximos. Algo grave ocurre en una democracia en la que los intelectuales no tienen voz y, cuando la fuerzan, es para señalar «las exageraciones y manipulaciones» del partido exclusivista de la oposición. De ahí a la propuesta de canonización de José Luis Rodríguez Zapatero sólo hay un paso.
Es siempre la misma canción
Muchas gracias por la referencia a mi abuelo. Un saludo.