Zapatero es, en lo que le llevamos visto, un sonriente temerario que confía más en sus fuerzas -él sabrá las que tiene- que en las estrategias siguientes a un detenido análisis de la realidad y de las fuerzas en presencia. Actúa con complejo de héroe del Far West sin advertir que: a) no estamos en el Far West, b) los demonios familiares han conseguido, desde 1812, romper en España los frágiles intentos democráticos que se han sucedido, c) los separatismos son la expresión de quienes, ni por enjundia ni representación, podrían tener otra y, en consecuencia, resultan inmunes a la razón y muy sensibles a la fuerza de los votos y la presión del entorno económico, d) los Estados, como las personas, se vertebran con su propia dignidad, y e) los grandes males nacionales, como es el riesgo de la desmembración, se combaten con la unión de las grandes fuerzas partidistas convergentes en el principio de la unidad. También aquí la unión hace la fuerza.
Hay más cosas interesantes que leer en el artículo de Martín Ferrand, no dejen de hacerlo
Quien pierde la memoria, pierde el criterio. Quien pierde el criterio, sólo será recordado por sus locuras.
Siempre se ha dicho que hay que tener primero uso de razón para poder dejar ciertas cosas en manos de los niños.
Al Monclovita le ha ocurrido lo mismo. Si a un bebé en la cuna le das un cheque por valor de un millón de euros… se lo lleva a la boca y lo parte en trocitos. Para él es… un papel.
Alá nos pille «confesaos»
CALLE DEL PAN BENDITO Y LA LINEA 11
En la orden de los Capacitantes está prohibido hacer más de un cambio de línea de metro. Esta ley la impusieron sus patriarcas al comprobar que la fuerza que constituye su forma de ser y que da sentido a su grupo social, lo que ellos llaman la Capacitancia, tenía la propiedad de diluirse entre los túneles del metro cuando transitaban a pie por ellos. Decidieron reducir al máximo este tránsito de forma tajante. La forma más sencilla que encontraron es no permitir que ninguno de sus miembros cambie dos veces de línea de metro. Otra medida que tomaron por precaución, y para reducir al máximo la tentación inherente a todo ser humano de probar aquello que está prohibido, fue la de retirarse a un margen de la ciudad. Allí donde sólo se precisase de una sola línea de metro, y que esta línea no interferiese con otras. Así se trasladaron todos a los alrededores del barrio Pan Bendito. Es un barrio populoso, en otro tiempo chabolas y casas bajas. Ahora brotan los bloques de ladrillos al más puro estilo español. Ni en la época soviética comunista se construía de la forma que lo hacemos aquí. Venga toneladas de hormigón hacia arriba. Y encima hay que hipotecarse toda la vida para tener un pequeño espacio vital a 20 metros de altura. Esto no hay quien lo entienda. En otros países la gente vive en casitas. Y las ciudades hasta tienen un poquito de estética. Aquí la última moda en estética la tienen los bancos. Te reciben en amplios salones enmoquetados y en lujosas mesas con sillas tipo repipí. Y ante unas cristaleras que bien las quisiera de repuesto la catedral de León. Toda esta parafernalia no es más que para ofrecerte la última fórmula hipotecaria. Es algo así como meterte un último supositorio de miel antes de celebrar tu entierro… El barrio del Pan Bendito no sigue esta línea bancaria y es un poquitín más humilde. A los Capacitantes no les importaba esta cuestión. Para ellos lo esencial es su cohesión. Es lo único que da sentido a sus vidas. Lo demás no importa mucho. Se trata de estar todos juntos, saludarse todos los días a la mañana, preguntarse por la familia, ir al curro, pasar allí ocho horas y volver a casa con el pan debajo el brazo. Es por eso que también les iba el nombre del barrio. También sus creencias invitaban a bendecir su pan. Pan Bendito es un nombre perfecto. No precisan de más cosas de la gran ciudad. Por eso se retiraron a un lado de Madrid y desde entonces sólo usan la línea 11. Algunos se bajan en Abrantes y otros, los menos, pueden llegar hasta la Plaza Elíptica. Más allá de esos dominios no les interesa. Ahí están los límites de su mundo urbano. El Ayuntamiento les hizo un gran favor con la construcción de esa línea de metro. Era adecuada para su mundo limitado aunque no por ello menos rico que otros. Aplican la filosofía del vendedor de cebollas. El dinero para ellos no tiene más importancia de aquella de ser un simple instrumento de vida. No gastan su tiempo en acumularlo. En las tertulias de las noches de verano siempre sale a relucir la historia de Ramón el mofletudo, a la sazón un comerciante de verduras y frutas en la plaza de Pan Bendito. Dicen que un día aterrizó por allí un pudiente personaje de los alrededores de la Plaza Colón. Quiso poner a prueba hasta dónde era cierto la leyenda urbana de las fuertes convicciones de los Capacitantes. Se acercó al puesto de Ramón el mofletudo. Le preguntó cuánto costaba 1 kg. de cebollas. ‘- 1 euro’, le respondió Ramón. ‘- ¿Y 2 kgs. de cebollas?’, volvió a preguntar. ‘- 2 euros’, dijo Ramón sin inmutarse. ‘- ¿Y 10 kgs.?’. ‘- Pues 10 euros, señor. Basta con hacer la cuenta la vieja’, remató el mofletudo. El de la Plaza Colón lanzó el órdago: ‘- Le compro todas las cebollas y todas las mercancías que tiene Ud. aquí por el precio que Ud. me diga’. ‘- No se las vendo señor. Lo siento’. ‘- Pero, ¿cómo es eso?. ¡Le doy lo que Ud.me pida!’. ‘- Mire señor’, le respondió finalmente Ramón, ‘si Ud. se lleva toda mi mercancía yo habré ganado mucho dinero pero mi día se habrá terminado. Ya no podré saludar a Carmen la salerosa, ni preguntar por sus hijos a Juan el farmaceútico, ni saber cómo va con su espalda Pedro el panadero, ni ver con mis ojos los nuevos zapatos de Petronila la ciempiés, ni disfrutar de la presencia de Cuaresmo el calviche y de sus historias de grandes panzadas, ni de reírme un rato con mi amigo Manolo el montañés y sus problemas con internet…Mi día es único y no puedo perderlo por cuatro monedas demás en mi bolsillo’. Así las gastan los Capacitantes. Los más jóvenes se atreven a irse campo a través hasta la estación de El Carrascal y darse una vuelta entera en MetroSur. Algunos descienden en Leganés Central para asisitir a las clases de la Universidad Carlos III. Y a todos los adolescentes capacitantes les encanta ver esas nuevas e inmensas estaciones repletas de lucecitas de colores en el suelo. A la noche, mientras recargan sus reservas de Capacitancia tomando una taza de café, comentan todos juntos estas simples aventuras, que no dejan de maravillarles. Pero no se dejan deslumbrar por tanta tecnología ni por tanta modernidad ya que saben que no hay barrio más lindo que el de Pan Bendito ni línea que les lleve más lejos que la línea 11.