Si, puede que te suene raro, pero está ahí, entre las sombras que forman las hojas de esos árboles del parquecito, informe, impreciso, irreal. Quiere morir, pero te está vigilando porque cree que eres el responsable de todos los males que le aquejan, y quizás no le falte algo de razón.
Llevas un tiempo con la sospecha de que hay algo indecente en tu vida, pero no sabrías decir exactamente que es. Vas al trabajo, haces tus dos o tres cositas, vuelves a casa tempranito, juegas un rato con la consola y luego ves un rato la tele con tu mujer. En las noticias te cuentan lo mal que está el mundo y lo malita que está nuestra economía. El capitalismo feroz y la codicia de los bancos nos han llevado a un crack como el del 29. Eso está claro. Los peces grandes siempre se comen a los peces chicos. Es la ley de la selva del capitalismo.
Eres consciente de que últimamente se roba más que de costumbre en tu barrio, antes tan tranquilo. Entran en las casas cuando los dueños se van a dar un paseo o de viaje. Se ve que los ladrones tienen informantes dentro del barrio. Podría ser cualquier vecino. Es posible que ese drogata del bloque de al lado, del que sabes de buena tinta que cultiva cannabis y vende drogas al por menor. Piensas, por un lado, que es algo perverso, eso de robar, pero por lo menos no entran cuando estás dentro, con la familia. Son ladrones «de guante blanco». Sería terrible encontrarse a uno en plena faena. Y más porque suelen ser ladrones, además, de poca monta. Quizás lo necesiten para sobrevivir. Anteayer le robaron a un vecino del bloque 6 un televisor recién comprado, un portátil y unos 300 euros en billetes. Por algo así no merece la pena morir ni matar. Pero el país va a peor y temes que la cosa vaya a más. Tu principal temor es que los ladrones actúen cada vez más veces, cada vez con mayor decisión, y cada vez valorando más lo que roban y menos la vida o la tranquilidad de aquel a quien roban. Podrían empezar a matar. Quizás hasta se ensañasen con las víctimas, porque ya se sabe que las tarjetas no llevan impreso el número de pin. Putas tarjetas. Puto dinero. Los bancos abren y cierran el grifo a su antojo. Habría que nacionalizarlos.
¿Pero qué has hecho tú realmente que pueda hacerte sentir ligeramente mal, con esa zozobra tan rara? Sacaste tu oposición de profesor a la primera y das clase en el instituto de otro barrio, no muy lejos del tuyo. Encima los políticos de tu Comunidad cada vez os presionan más con los horarios y os hacen trabajar más con menos recursos públicos. Están privatizándolo todo, desde la sanidad hasta la propia educación. Están recortando a lo bestia para que todo acabe siendo mercantilizado, monetarizado. ¿Cuándo van a parar? ¿Van a empezar a despedir a funcionarios, como en Grecia? Eso sería un atropello. Más de una vez has salido a la calle a defender tus derechos, pero el Gobierno de derechas hace oídos sordos. De todas formas tampoco crees que los políticos de izquierda vayan a resolver nada: tienen las manos atadas por la UE, los bancos y los mercados globales. No obstante les votas, porque son los únicos que podrían salvarnos de esta situación. Tenemos que poner freno al liberalismo global, porque este va con el acelerador pisado a toda pastilla atropellando todo lo que se pone por su paso. Quizás Cayo Lara sea la solución, pero parece demasiado buena persona y un poco pardillo para enfrentarse al reto de establecer el socialismo.
Bajas a tirar la basura. Llevas tu bolsa amarilla y la bolsa gris, y dos botellas de cristal. Como buen ciudadano reciclas. Escuchas un rumor entre el ramaje. Está oscuro y te asustas un poco. ¿Es que hay alguien ahí? Aceleras el paso hasta tu portal, abres rápidamente la puerta y la cierras a tus espaldas sintiendo el jadear en tu boca y el palpitar en tu pecho. Te está vigilando. El suicida te está vigilando. Ahora lo comprendes. Quiere morir matando y te ha escogido a ti. ¿Pero por qué? ¿Qué culpa tienes tú de su situación? ¿Cuál es su situación, de hecho? Tú nunca has robado a nadie, ni has injuriado o pegado a nadie, bueno, menos una vez, de borrachera, pero de eso hace ya mucho tiempo y no tuvo mayores consecuencias. Entonces se vivía mejor. Había más marcha, más alegría, más vida en colores.
Con el corazón aún latiéndote fuertemente entras en casa. Tu mujer te nota alterado.
-«¿Alberto, te pasa algo?».
-«No, no, nada, creo que había alguien abajo, en el parquecito de enfrente, espiándome».
-«No seas paranoico, sería algún chaval fumándose un peta».
-«Marta, creo que me están vigilando».
-«¡Anda tonto!» -te dice Marta mientras te da un cálido beso-«¿Sabes que ha ganado Rubalcaba?».
-«Ostias, no jodas, ¡pero si Chacón le llevaba mucha ventaja! Está visto que en el socialismo español los viejos rockeros nunca mueren. Ya va siendo hora de que dejen paso a una nueva generación. Hay que regenerar el país en cuanto recuperemos el poder. Madina sería una buena opción, por ejemplo».
-«Ya vendrán tiempos mejores, no te preocupes. Por lo menos tenemos los puestos asegurados, aunque la derechona nos congele los sueldos. En el Ayuntamiento, gracias a Pedro, yo ya estoy fija, los del PP no me pueden echar, y tú eres funcionario con todos los honores, con tu oposición superada».
-«Si. Es verdad. Pero lo que me preocupa es el clima social. Hay cada vez más paro, y ahora cuando decreten el despido libre se va a ir mucha más gente a la calle, y no vamos a estar seguros».
-«Anda, tonto, sírvete una cerveza y vamos a ver la tele un rato».
Entras en la cocina. Se escuchan voces en la calle, a través del tendedero abierto. Te acercas a la ventana para escuchar. Dos voces hablan:
Voz 1: -«¿Es aquí dónde vive?»
Voz 2: -«Si. Se llama Alberto».
Voz 1: -«Es profesor de secundaria, ¿no?».
Voz 2: -«Si, lo es».
Voz 1: «De acuerdo entonces, sube y dale la carta».
De pronto «suena» el silencio. Ese sonido sordo, penetrante, profundo. Sientes una punzada dolorosa en tu corazón. Suena después, como un gong gigantesco, el timbre de la puerta. Marta se dirige a abrir pero te interpones antes de que lo haga.
-«Espera» -ella te mira incrédula.
Miras por la mirilla. Es un tipo con un mono verde con pinta de mensajero.
Abres desconfiadamente.
-«Hola, buenas tardes, ¿el Sr, Alberto Rueda?»
-«Sí, dígame, ¿qué desea?».
-«Traigo una carta para usted».
Han pasado varios días. La carta sigue sin abrir, encima de la cómoda de tu habitación. Estás de baja por enfermedad común. Tienes un ataque de ansiedad. Estás tomando varias medicinas. Tu mujer ha pedido unos días para asuntos propios y te acompaña, en parte lánguida y en parte preocupada, pero impaciente por saber lo que te ocurre. Seguramente piense que estás del todo loco, que eres un esquizofrénico. Entra y sale de la casa y de la habitación, cuando está en la casa, a menudo. Te mira con insistencia, esperando que tomes la decisión. De cuando en cuando te pregunta si oyes voces. Tú lo niegas. Estás en el lecho yaciendo como fulminado por un rayo y a un tiempo desquiciado, electrificado por el mismo rayo que te ha dejado de piedra. Marta no puede soportarlo más, así que contra tu voluntad se levanta y coge el sobre.
-«No lo abras, Marta, no es para ti»
-«Tengo que saber qué demonios te pasa, Alberto. Y tengo que saberlo ya».
Se escucha el sonido del papel rasgado, y un folio plegado sale lentamente del sobre llevado por la mano de Marta a las alturas, donde ella lo sujeta mientras te mira desafiante.
-«¡¿Esto? ¿Es esto lo que te preocupa?!»
Asientes pesadamente con la cabeza, lívido, en silencio, como un condenado que escuchara una sentencia de muerte.
Marta despliega la carta. Empieza a leerla. Sus pupilas se dilatan, su gesto se contrae en una expresión de horror, se asfixia, lleva sus manos al cuello como tratando de quitarse algo que lo constriñe fuertemente, durante unos instantes, y cae al suelo a plomo. La ves, sabes que ha muerto, la has matado, te levantas sobre el colchón de tu cama, tomas impulso, y te lanzas contra el cristal de la ventana que da a la calle.
Frente a la casa una sombra con forma humana es proyectada por una farola del parque contra un muro sucio. De pronto la sombra desaparece.
Nadie se explica la muerte de esos dos vecinos del Barrio. Eran buena gente, amables, simpáticos, siempre saludaban al cruzarse con uno. Parece que fue un caso de violencia de género. Ella había sido estrangulada y él se suicidó arrojándose por la ventana tras cometer el crimen, incapaz de soportar la culpa. Nunca nadie les había visto discutir.
Lo bueno y lo malo de esa carta, OrcishOzu, es que su contenido es desconocido. Por otro lado también podría ser irrelevante, y tratarse del delirio de un protagonista esquizofrénico que estrangula a su mujer. Pero hay un trasfondo de sentimiento de culpa inconsciente que le corroe. Él sabe que sus vidas no están bien. Y con independencia de lo que diga la carta, su mente no soporta la tensión entre el monstruo que inconscientemente ya ha reconocido y su yo consciente sociable, amable, pacífico, bienintencionado.
Yo creo que la carta le decía que en realidad su vida depende de él mismo.
Que no puede depender de las decisiones que tome por él unos «responsables» políticos, y necesita tomarlas él. Que el resto de la sociedad no puede financiar su vida y privilegios. Que el valor de su trabajo no alcanza para pagar su sueldo. Que debe pagar lo que le subvencionaron de su VPO.
Que su vida depende de él.
Creo que la carta decía algo asfixiantemente angustiante. Aunque muy bien pudiera no decir absolutamente nada. Por cierto que casi muero de risa con lo que enlazas. Menos mal que no sé alemán.
😉
El juez Garzón se ha sumado al club de amigos de DE. Eso pasa por publicar estas cosas tan raras.
Uno tiene que tener amigos hasta en el infierno. ¿Y no es acaso el Infierno un exilio del Paraíso?
¿Qué decía la carta?
A mí, para serte sincero, este relato me ha traído a la memoria aquel famoso gag de Monty Python, el chiste más gracioso del mundo.