La psicología social, pese a preceder sus primeras manifestaciones (la psicología popular o völkerpsychologie, sobre la que se publicó la primera revista en 1860) a la psicología general de Wundt, centrada en la mente individual, cuyo primer laboratorio de psicología experimental fundara el mismo Wundt en Leipzig en 1879, ha tenido un largo y tortuoso camino en su desarrollo como disciplina científica, con grandes hitos seguidos de profundas crisis. Una de las razones de que haya sido así es que la aproximación a la complejidad de los hechos sociales parece en principio difícilmente accesible con el método experimental, en el que se aíslan artificialmente en un laboratorio de influencias perturbadoras externas al sujeto y su comportamiento social (que sería en este caso la variable dependiente), para someterle a un estímulo o conjunto reducido de estímulos determinados (que serían las variables independientes) y extraer de ello correlaciones y conclusiones con validez científica. Precisamente porque ningún hombre es una isla, e influyen en su comportamiento social, que es prácticamente todo su comportamiento, tantos factores, contextuales, culturales, históricos y fisiológicos, los experimentos de psicología social de laboratorio siempre ofrecen dudas, y lo que puede parecer una soberbia construcción teórica a partir de los cimientos de un experimento, puede asimismo derrumbarse por pequeñas pero estructuralmente decisivas fisuras en la artificiosidad experimental.
Otra de las razones de la tortuosidad del desarrollo de esta disciplina ha sido el mayor o menor énfasis puesto en los aspectos sociales o cognitivos. La psicología social estudia la mente como un lugar en el que confluyen, no sin conflicto, los estímulos sociales y los impulsos fisiológicos de cada individuo, que resulta conformado como tal por esa fusión. Cada uno de nosotros es único por su constitución biológica (ni siquiera los gemelos homocigóticos son idénticos al 100%) así como por sus experiencias vitales, que se desarrollan en un entorno social formado por grupos, con sus correspondientes estructuras y normas de funcionamiento. Pero el hecho de formar parte de grupos con ciertas normas y valores, unido a nuestra necesidad de pertenencia, algo claramente propio de un animal social como somos, hace que surja en nosotros el nosotros.
En Europa los totalitarismos tuvieron una enorme repercusión psicosocial, y también en su psicología social, ya que por un lado hicieron huir a algunas de las mentes más brillantes de la psicología social a los EEUU, y por otro que, tras la Segunda Guerra Mundial, la psicología social del viejo continente se reconstruyese sobre unos nuevos cimientos que incidían más en las cuestiones grupales que en las individuales. Los totalitarismos permanecían en la conciencia histórica europea como un hecho que debía de ser explicado. En EEUU las cosas siguieron derroteros experimentales y cognitivos, con grandes avances y enormes frutos. De entre los experimentos más impactantes (hitos de la disciplina) podemos destacar los de Asch sobre conformidad, los de Milgram sobre obediencia destructiva, o los de Phillip Zimbardo sobre desindividuación. De los primeros tendremos ocasión de hablar en futuras ocasiones, pero en esta corresponderá dirigir la atención al experimento de Philip Zimbardo, conocido como el experimento de la cárcel de Stanford (1971). En él se recluyó a un conjunto de estudiantes en los sótanos de la Universidad, asignándoles arbitrariamente a cada uno de ellos el papel de carcelero o de preso. Después, supuestamente, la cosa siguió su curso, y los guardianes asumieron el rol de guardianes y los presos el de presos. Zimbardo tuvo que detener el experimento al poco tiempo de haberlo comenzado porque los guardianes habían empezado a comportarse de forma cruel e inhumana con los presos. Parecía como si la división arbitraria en dos grupos a partir de un conjunto inicial de estudiantes, en la que se otorgaba autoridad y poder a uno de ,los grupos formados sobre el otro, condujera inevitablemente al abuso del grupo dominante sobre el dominado. Algo diabólico que sugería en la mente de quien lo observara pensamientos negativos sobre la naturaleza humana..
Henri Tajfel, psicólogo social polaco afincado en Reino Unido (que escapó al holocausto ocultando su condición de judío), hacía en Bristol por la misma época (un año antes) otro experimento, replicando uno anterior de Muzafer Sheriff (1954) realizado en EEUU (el experimento del parque de Robbers Cave). Separó igual que Sheriff hiciera antes y Zimbardo poco después, a un conjunto de jóvenes, en este caso chicos adolescentes, en dos grupos, en función de si preferían a simple vista las pinturas de Wassily Kandinsky o las de Paul Klee. Esa división arbitraria fue suficiente para que en una serie de pruebas se pusiese de manifiesto la tendencia de los individuos a definir su identidad respecto al grupo del que formaban parte. A partir de este y otros experimentos, Tajfel, junto con su colega John C.Turner, desarrolló la teoría de mayor poder explicativo en el campo de la Psicología Social: La identidad social. Tajfel tuvo que hacerse pasar por no judío para sobrevivir al holocausto, del que ningún familiar suyo escapó. El recuerdo de su camaleónico esfuerzo individual podría haber influido de alguna manera en su predilección por el objeto de su estudio. Replicaba a Sheriff, sí, pero buscaba la naturaleza esencial del proceso psicológico que hacía que los individuos formaran a partir de una división cualquiera, sin fundamento en la cultura, la raza, o alguna otra característica diferencial externa o interna, una división real y observable en dos categorías contrapuestas de individuos en base a una identidad compartida de grupo. Dicha identidad, la identidad social, se entremezcla con la individual. Estamos nosotros y están los otros. Tendemos a considerar más homogéneos y peores a los del exogrupo o grupo externo y más variados, originales y mejores a los del endogrupo o grupo del que se forma parte.
Esta tendencia de nuestra psicología podría considerarse natural por los pocos requisitos que son necesarios para que emerja. A lo largo de nuestra historia como especie vivimos la mayor parte del tiempo en grupos relativamente pequeños de cazadores-recolectores. Probablemente la idea del buen salvaje que convivía en armonía con la tribu tenga más de cierto que la del ser humanitario, capaz de considerar a los miembros de otros grupos como potenciales amigos o colaboradores. El intercambio surgiría no sin grandes dosis de desconfianza y previos tanteos y acercamientos con bandera blanca entre los grupos vecinos (empezaría por ejemplo con regalos como muestras de buena voluntad). Durante miles, quizás millones de años, grupos de homínidos compitieron por recursos y territorios. Y sus movimientos geográficos quizás atestigüen desplazamientos provocados más por presiones de grupos extraños que por un espíritu aventurero. En definitiva, en nuestra mente se desarrolló con facilidad esa dicotomía entre los nuestros y los otros, que ahora es tan fácil hacer emerger poniendo a dos grupos frente a frente y asignándoles un tótem, sea este un gusto pictórico, el nombre de un animal, el color de una camiseta o un escudo o icono cualquiera.
Entre los biólogos y psicólogos evolucionistas hay, basándose en otros argumentos e investigaciones, también una tendencia creciente a considerar el poder del grupo a la hora de moldear los cerebros y las conductas a lo largo de las generaciones en las distintas especies.
Pero ¿qué relación existe entre la identidad social y el liderazgo en la nuestra? Desde el punto de vista psicosocial un grupo de científicos ha realizado nuevos experimentos, procurando evitar en lo posible los errores cometidos en los de mediado el pasado siglo. Trataban de identificar precisamente esa relación. ¿Qué es lo que hace en un grupo de personas que parten como iguales en su condición surja un liderazgo?
Alex Haslam, de la Universidad de Exester, experto en psicología de las organizaciones y continuador del trabajo de identidad social de John C. Turner (que a su vez fue quien tomó el testigo de Tajfel) y Steve Reicher, de la Universidad de Saint Andrews, decidieron replicar el experimento de Zimbardo de la cárcel de Stanford. Creían que «la cárcel» de aquel experimento tenían sus grietas, por la que se escapaban variables, y que las conclusiones alcanzadas sobre la crueldad humana tenían un alcance limitado. En efecto, el ser humano es cruel con los miembros de exogrupos en determinadas condiciones (experimentales y, desgraciadamente reales, aunque esto último más bien en la lucha por los recursos), pero el hecho de dividir al azar a un conjunto de personas en dos grupos de presos y carceleros no tenía por que conducir necesariamente al abuso de los que ostentasen la posición de autoridad sobre los subordinados a ella. Por otro lado querían poner a prueba precisamente la relación entre identidad social y liderazgo, es decir, el que un liderazgo efectivo en un grupo solamente puede surgir de que alguno de sus miembros sea capaz de promover o crear una identidad conjunta y unas metas comunes.
Así realizaron lo que se convirtió en un fenómeno no sólo científico sino también mediático: el Experimento de la BBC, realizado para la citada cadena televisiva inglesa. Durante el mismo surgió, en efecto, un liderazgo, el de un preso, que a base de tomar en consideración a todos los demás miembros de su grupo artificialmente formado, escuchando y prestando atención a los aspectos relevantes de su relación con el grupo de carceleros, tomó las riendas de su grupo primero, frente a otro preso que optaba a él, negociando en nombre del grupo con el grupo externo de carceleros y finalmente aunando a presos y carceleros en la demanda de unas mejores condiciones ambientales para el experimento (hacía mucho calor en las instalaciones dónde se desarrollaba) a los propios experimentadores.
Las características que los investigadores encontraron en el nuevo líder, que creen son las originarias de cualquiera que se convierta en tal en cualquier grupo humano, en condiciones naturales o experimentales, son la capacidad de empatizar con los otros miembros del grupo lo suficiente para comprender sus intereses compartidos, la prototipicidad , es decir, el ser visto por los otros como «uno de los suyos», no alguien que mira por sus propios intereses; la defensa, por tanto de los intereses del endogrupo frente a los del exogrupo, la resolución de conflictos dentro del grupo en caso de que surjan y, finalmente, ser capaz de crear nuevas metas para el grupo generadoras de una identidad social renovada . Si además consigue, en su defensa del engrupo, negociar de forma positiva con el exogrupo, o incluso unir a ambos en una causa común (como logró el preso de la prisión de la BBC), su liderazgo podría considerarse plenamente efectivo.
Por debajo de todos estos procesos (porque como señalan Haslam, Reicher y Platow en el libro que han escrito sobre el particular, el liderazgo es un proceso, una acción, no una propiedad del líder) se encuentra la gestión de la identidad social, es decir, el tener la capacidad de influir en los otros (cada uno con su identidad personal respectiva) para que participen de ella, y contribuyan a los objetivos del grupo.
En estos momentos se están produciendo grandes cambios en el mundo por lo que se refiere a la forma de entender los grupos sociales y los liderazgos. Las democracias representativas parecen no representar a nadie (crisis nacionalistas, fracaso de la UE, redes sociales de internet), y los dictadores son depuestos (Egipto) o incluso asesinados (Libia), si es que no tienen la suficiente fuerza para aplastar al pueblo que trata de rebelarse (Siria). Existen infinidad de grupos e intereses, y los recursos están desigualmente repartidos, con independencia de cual sea la razón de este mal reparto. Un liderazgo mundial resulta ilusorio. En cada institución, entidad, grupo religioso, político, económico, social, sería deseable que la coacción y la mentira no prevaleciesen como formas de dominación, más que de liderazgo. Y en el mundo como totalidad debería existir un marco de libertad para que los distintos grupos, adecuadamente estructurados y liderados, interactuasen entre sí alcanzado acuerdos que hicieran viable la convivencia.
Por otro lado se está produciendo un cambio hacia un mayor individualismo, entendiendo esto tanto en sus aspectos negativos, que los tiene, como en los positivos. Los hombres, en el pasado, formaban parte de grupos bastante más homogéneos y, desde luego, reducidos (piénsese en el número de Dunbar, 150) , además de que el número de grupos a los que uno estaba afiliado, casi diríamos atado, se podían contar con los dedos de una mano. Hoy el ser humano tiene ante sí una diversidad de opciones que le permiten satisfacer aparentemente diversas tendencias de identidad social y cubrir, en principio, su necesidad de pertenencia (grupos de amigos, de música, equipos deportivos, políticos, etc). Sin embargo paradójicamente esto provoca una disociación entre identidad personal y social que deja solo al individuo con sus circunstancias, porque la identidad social no es un producto de consumo. El individuo es más individuo, está más solo. Y ante ese hecho ningún liderazgo parece efectivo, faltando el aglutinador de la identidad social. El peligro que acecha en este contexto social es el de la disolución de la sociedad humana en grupos cada vez más restringidos y cerrados, y una guerra total por los recursos, reforzándose las identidades sociales y los liderazgos auténticos, una especie de nueva feudalización, un todos (los grupos) contra todos (los grupos) hobbesiano, o el establecimiento de un sistema de castas informal en el que exista dominación de unos individuos sobre otros dentro de instituciones formalmente libres pero organizadas de forma tal que quien ejerce el poder lo hace en demasiadas ocasiones, presionado por la competencia, de forma autoritaria y tiránica.
Finalmente algunos tenemos el sueño libertario. Acaso con algún poder externo que garantizase ciertas normas elementales de convivencia y el cumplimiento de los contratos, los individuos podrían centrar sus esfuerzos en una organización empresarial y su ocio en aquellos grupos familiares o de algún otro tipo que les reportasen gratificaciones verdaderas, sentimiento de pertenencia, metas existenciales, y salud.
Pero no me pondré agorero ni utópico. Vaticinar el futuro es un arte reservado para unos pocos: los que por pura casualidad aciertan. Al menos en temas sociales, en los que hay tantas variables dependientes e independientes entremezcladas en una maraña inextricable y un caos de fondo que genera extraños juegos fractales.
Alex Haslam ha tenido la amabilidad de responder a las preguntas (cuyo correcto inglés revisó Marzo) que le hemos preparado para La Nueva Ilustración Evolucionista (dónde tienen la entrevista original en inglés) y Desde el Exilio.
1.-Con su experimento de la cárcel de Stanford, Philip Zimbardo nos sorprendió sobre lo que somos capaces de hacer si a un grupo de nosotros se le concede poder arbitrario sobre un grupo de semejantes. ¿Qué nos enseña el experimento de la BBC realizado por usted y sus colaboradores?
Lo primero, creo que nuestro estudio muestra que las implicaciones del experimento de la cárcel de Stanford (SPE) de Zimbardo no son tan directas como él sugiere. En particular, la gente no abusa arbitrariamente del poder, sino que lo hacen sólo cuando se han llegado a identificar con un régimen tiránico y sus líderes. Esto es algo que Zimbardo se niega a abordar en el análisis de su propio estudio, pero está muy claro que él ordenó a sus guardias que se comportaran con brutalidad y trabajó duro para asegurarse de que se identificaran con su liderazgo. No hay ningún sentido, pues, en que la tiranía o el abuso de poder sean «naturales» o «arbitrarios».
2.-La población mundial está empezando a mostrar un hartazgo de sus representantes. Su experimento muestra lo necesario es que los representantes sean prototípicos de sus representados, que logren ser catalizadores de una identidad social, y que propongan metas comunes para el grupo. ¿Hasta que punto es extrapolable este experimento a la sociedad, llena de múltiples organizaciones, grupos e individuos en interacción y en lucha por los recursos?
No estoy muy seguro de lo que entiende por «sus representantes». Sin embargo, si el punto que quieres resaltar es que los líderes deberían ser representativos de los grupos que quieren liderar, entonces, sí, creo que eso es cierto, y que tiene una gran relevancia para la sociedad en general. Esto lo tratamos extensamente en nuestro reciente libro «La Nueva Psicología del Liderazgo» (Haslam, Reicher, Platow).
3.-Alejandro Magno, Rupert Murdoch, Gandhi, Winston Churchill… Los líderes no tienen una esencia común, pero como diría Paul Bloom, el hombre es esencialista por naturaleza y se la atribuiría. Para llegar alto uno tiene que valer, pensamos. Pero uno no llega alto sin el apoyo de los demás. ¿Podría explicarnos la relación entre liderazgo e identidad social? ¿Qué tiene que tener el potencial líder para tener la oportunidad de llegar a serlo?
Esta pregunta es extensa y difícil de responder en unas pocas frases (de nuevo hago referencia a nuestro reciente libro). Sin embargo nuestro principal argumento es que para tener éxito los líderes tienen que comprender los grupos sobre los que quieren influir, de manera que puedan representar las aspiraciones de los grupos y ayudar a estos a que se den cuenta de ellas. Así, una de las razones por las qué no hay una esencia común en el liderazgo, es la de que todos los grupos son diferentes, y el liderazgo tiene que adaptarse a la identidad propia de cada grupo en cuestión.
4.- El sociólogo Émile Durkheim consideraba que debía estudiarse la sociedad holísticamente, sin considerar las interacciones entre sus miembros. La óptica opuesta sería que la sociedad como tal no es más que un constructo teórico para definir las relaciones entre individuos. ¿Dónde se sitúa en este debate?
Nuevamente, es una amplia cuestión, pero la clave en la teorización de la identidad social (en particular en el trabajo de John Turner) es que explica cómo los hechos sociales impactan sobre (y reciben forma de) las mentes individuales. Es la identidad social entonces la que convierte grupos de individuos dispares en colectivos capaces de actuar juntos con la finalidad de cambiar la sociedad. Lo importante, entonces, es que tenemos que mirar tanto a los hechos generales de la sociedad como al funcionamiento de las mentes individuales, pero mostrar cómo cada uno está estructurado por el otro.
5. El profesor Robert Sapolsky, que estudió las interacciones sociales de los babuinos y su relación con el estrés, nos respondía a la pregunta sobre lo que le había enseñado los babuinos: «When it comes to avoiding stress-related disease, it is better to be a socially affiliated male than a high-ranking male.». Entre los humanos los que están en posiciones bajas de la sociedad sufren estrés, pero también muchos de los que la lideran, pareciendo ser más feliz el hombre medio en la escala social. ¿Tiene algún papel la identidad social en todo esto?
Una vez más, esto es algo sobre lo que hemos escrito bastante: mostrando cómo – en particular para las personas que tienen una posición subordinada en los sistemas sociales – la identidad compartida es un mecanismo fundamental no sólo para lidiar con el estrés, sino para librarse de él (a través del cambio) . Sobre esta base, nuestro modelo integrado de identidad social del estrés (ISIS) sostiene que la acción colectiva que hace posible la identidad social es un muy importante basamento para la resistencia al estres (pero es una cosa que aquellos con posiciones altas en el estatus habitualmente prefieren ignorar – ya que pone en peligro el sistema que por lo general pretenden preservar)
6.-Entre nosotros, es, sin duda que hay una cierta diversidad en la búsqueda de estatus. ¿Puede uno convertirse en un líder, en realidad, al menos en el nivel más alto, si él / ella no es un buscador compulsivo de estado?Sí, pero esto depende de la propia definición de estátus. Todos los líderes tienen una cierta forma de estátus que se deriva de su capacidad para influir en los miembros del endogrupo, pero esto no siempre será algo que ellos estén explícitamente (de modo compulsivo) buscando, o ser reconocidos por los demás. Además, se puede ejercer esta influencia sin necesidad de quererlo (por ejemplo, muchos líderes tienen mucha más influencia cuando están muertos que cuando estaban vivos).
Construyendo sobre la base de nuestro trabajo sobre el estrés, acaban de concederme una beca para estudiar los vínculos entre la identidad social y la salud, en particular en poblaciones vulnerables. Esto es algo que señalamos en nuestro reciente libro «La Cura Social: Identidad, Salud y Bienestar», y creo que es muy emocionante.
Claro, pero esa cualidad o conjunto de cualidades debe ser en primer lugar su preparación para la tarea. Líderes necesitan los rebaños, las personas no debiéramos necesitarlos, porque como en el caso de Zp se llega a sustituir su preparación por su cara de no haber roto nunca un plato. A mí no me importa que mi jefe sea tonto, gordo, feo, halitósico o lo que sea, lo que quiero es que sepa hacer bien lo que tiene que hacer.
Y curiosamente, en términos generales siempre, cuando uno llega a esa posición por su capacidad, ejerce de director, que es lo mismo que líder pero sin tanta alharaca, de forma natural y según su estilo particular.
Tengo claro que nos entendemos, esta gente no tiene nada que ver con la mercancía que venden en RRHH.
@El Centinela Es bueno tener algún buen referente, alguien a quien emular, incluso imitar, al que seguir, que nos sirva de guía, de cicerone por los torcidos caminos de la vida, de luz, de esperanza, sobre todo en momentos en los que uno se ha convertido en una abigarrada mezcla de nadas fáciles y necias. Líderes necesita el rebaño, que duda cabe, pero todos tenemos a alguien con quien compartimos un sentido de identidad. Y somos nosotros los que convertimos, con nuestra preferencia, como dicen Haslam y colaboradores, a ese alguien en líder, en icono, en bandera, en símbolo, en profeta, genio o maestro. Dado que no nacemos sabiéndolo todo, pero caímos por la arrogancia de tomar la fruta del árbol del conocimiento, necesitamos, nos guste o no, que unos vayan delante y otros detrás. En todos los ámbitos de importancia.
Cuidado pues, porque referirse al liderazgo sin apellidos cualitativos es hacerse partícipe de esta destrucción del sentido común. Porque como bien resaltas más adelante, el liderazgo no es un sustantivo que describa una cosa, no es una foto, sino un proceso, una película. Buena o mala. El liderazgo está muy mal entendido a mi juicio, no hay líderes «a secas» sino líderes en esto o aquello, es evidente que no existe nadie humano que sea líder en todo momento y toda circunstancia, por lo que, según mi opinión, siempre convendría especificar en qué y cuándo concretamente lidera. Es decir, habría que explicitar, dado que es un proceso de una persona hacia los procesos de otros, qué proceso de los liderados es el que lidera. En caso contrario nos encontramos con personajes con el título de líder permanente, buscadores compulsivos de estátus, ejemplo permanente para los demás, mesiánicos, enamorados de sí mismos y por lo mismo inflexibles, tiranos. Ahora no me acuerdo del socialismo completo, sino concretamente del desgraciado Zp. Resumo: Hay que tener muy en cuenta que simplemente con la mención del concepto liderazgo estamos haciendo un gran daño, porque estamos dando gasolina a los que buscan un estatus que se desea poseer sin importar el cómo. Líder es cada uno en unos u otros momentos, y lo importante no es el liderazgo, sino liderar adaptativamente. Aunque esto sea dar pistas al enemigo para tunear su catálogo y vender un «liderazgo adaptativo» que uno se ha inventado, que para eso es líder, ¡qué carajo!
@El Centinela
Si alguien llega al poder, en el ámbito que sea, ha de tener alguna cualidad que le permita convencer a los demás de su idoneidad para asumirlo, al menos frente a quienes compiten con él por el mismo. Pero dicha cualidad o conjunto de cualidades existen en muchas personas, y tienen que ver con rasgos de personalidad. Luego entra en la ecuación el azar, ese agente causal tan denigrado por los adoradores de los diversos ídolos sociales y socializantes.
En cuanto al pestiño del liderazgo, es otro de los astragantes buzzwords perennes coreados lamentablemente no sólo por los miembros de la mainstream dominante, afortunadamente ya quemado tras el desinflado de la burbuja new age, autoayudista, coachinguiana y adláteres; es un concepto que suele tomarse por virtuoso en sí mismo cuando en realidad no lo es en absoluto. En el caso del Experimento de la BBC, surgió un liderazgo positivo, adaptativo, mientras que en el experimento precedente el liderazgo fue negativo, recesivo. Pero de eso no se habla nunca, el producto que se vende es la «formación para el liderazgo», «hágase líder resonante» «conviértase en líder mundial en diez minutos y ligue a cascoporro», que aportan las herramientas para supuestamente liderar y Santas Pascuas y buena suerte, que cada cual se lo guise y se lo coma. Entre otras cosas porque no se tiene ni idea de qué es realmente un liderazgo positivo, jubilados ya Dios y el Diablo, antiguos líderes esenciales. Ni se quiere saber. Lo que importa es la sensación de poder sobre los demás típicamente sociópata. Y así nos va, con un puñado de directivos que se creen algo no porque hacen bien su trabajo, sino porque son líderes de los demás. ¡Puaf! Vaya trampa sutil para egos débiles.
@El Centinela
El experimento de Zimbardo refleja un aspecto de nuestra naturaleza, pero yo prefiero ver en este otro de la BBC la complementariedad a la hora de explicar nuestra naturaleza más que una alternativa o una refutación. De todas formas lo que estudian es el liderazgo, cómo surge en los grupos y, lo que ellos teóricamente defienden es que el liderazgo no es algo que emane de líder, como si de un ser divino se tratara, sino algo que surje de los seguidores y su identidad social compartida, que el líder sabe gestionar, en unas circunstancias dadas. Lejos este planteamiento de los libros que en los estantes de las librerías ofrecen recetas para ser el mejor y triunfar, con recetas para el liderazgo. Haslam y sus colaboradores son en esto tan escépticos como tú y yo.
«Parecía como si la división arbitraria en dos grupos a partir de un conjunto inicial de estudiantes, en la que se otorgaba autoridad y poder a uno de ,los grupos formados sobre el otro, condujera inevitablemente al abuso del grupo dominante sobre el dominado.» No sé por qué esta frase me recuerda al socialismo.
Lo que no me cuadra es la frase, demasiado manida últimamente y afortunadamente abocada a pasar de moda: «La capacidad de empatizar con los otros miembros del grupo lo suficiente para comprender sus intereses compartidos.» Para comprender no hace falta empatizar ni no empatizar, ni empatizar mucho ni empatizar poco, ni bien ni mal, lo único que hace falta es la razón. Para comprender bien sólo hace falta tener las facultades de comprensión en buen uso. Si no se comprende, y vuelvo a recordar al socialismo, entonces uno tiene que empatizar, como hacen los animales no humanos, precisamente porque no tienen capacidad de comprender, porque no tiene otro recurso que dejarse guiar por el otro, rendirse al otro.
@El Centinela ¿Dije empatizar? jejejeeje Bueno, si no se abusa del palabro y en este caso en su forma verbal, no tiene porque ser malo. Pero estoy de acuerdo contigo -como siempre- en que hay mucha ñoñería con la Inteligencia Emocial, la empatía, el buen rollito, la hermandad universal y el imagine there is no heaven.
@El Centinela Tengo que añadir que a mi juicio la Psicología Social, muy especialmente la europea, tiene un marcado sesgo socializante, de izquierdas, vaya.