Una de las causas de la penosa situación en la que nos encontramos recae, sin duda, en el profundo relativismo que nos asola. La ausencia de un marco absoluto propicia que cada observador vea las cosas según su propio prisma y carezca, además, de la «fórmula» para poder cambiar de un sistema de referencia a otro (que ya fue dada por Galileo, por cierto). Si a esto unimos una buena dosis de wishful thinking, la receta se convierte en desastrosa. El wishful thinking consiste en comportarse acorde a cómo crees que debería ser el mundo, actúas según tus deseos, pero obvias por completo la realidad que te rodea. Así, si yo creo que la gente debe ser eficiente y ahorrar energía, propondré que los problemas energéticos del mundo pueden arreglarse mediante la eficiencia y el ahorro porque en mi mundo ideal así sería. La realidad es que nadie ahorra y la eficiencia es muy compleja y cara. Pero me da igual, yo lo creo, es mi wishful thinking y actuaré en consecuencia. Esta forma de pensar es especialmente destructora cuando se traslada al ecologismo (que no ecología) radical y se mezcla con su mantra «piensa global, actúa local». Como creen que las renovables son la solución, proponen un mundo 100% renovable y, además, lo «demuestran» con números y estudios. Luego resulta que el mundo va por otro sitio y la culpa es de los malvados humanos ególatras y derrochadores que no se adhieren a la causa común y deben ser reeducados. Eso en el mejor de los casos, porque puede que se encuentre usted con un Malthusiano que le sugiera, directamente, que en la Tierra somos muchos y usted sobra (curiosamente ellos no sobran nunca).
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