Decía Nietzsche que el poderoso no podía permitirse amigos. Esta es una realidad que puede aplicarse tanto a las sociedades guerreras como a las pacíficas. El jefe de una organización empresarial, igual que el de una tribu, no puede entablar relaciones de estrecha camaradería con sus subordinados. Esto es así porque sus decisiones afectan a estos últimos con una valencia cambiante. Si el líder tiene unas metas requiere unos medios, y en esto ha de considerar medios tanto a los recursos materiales y financieros, legales y otros derechos de los que dispone la empresa como a las personas. Los miembros de la organización resultan ser, en cierto sentido, fichas en un tablero de ajedrez. Unos, por disponer de una menor cualificación son peones, y se sacrifican con mayor facilidad que otros, que, sin ser imprescindibles, son más polivalentes o bien tienen una habilidad específica (pensemos en el caballo del juego) que les convierte en ocasiones en piezas clave.
La metáfora del tablero de ajedrez es imperfecta, pero algo que si refleja correctamente es el entorno cambiante. Según se desarrolla la partida el escenario es completamente distinto y las decisiones, las tácticas e incluso las estrategias han de modificarse radicalmente. No hay ninguna línea que lleve del principio al fin. Existen miríadas de rutas alternativas que van transformándose según se desarrolla el juego. Y hablando de juegos también resulta una buena metáfora la del tablero, puesto que este tiene dos bandos enfrentados. En los planteamientos sencillos de Teoría de Juegos, los jugadores toman sus decisiones en función de las decisiones que toman sus adversarios. Cada decisión tomada por su adversario, salvo que haya sido prevista por el jugador al que le toca jugar -y decidir- cambia por completo el escenario. Los escenarios se suceden, las representaciones se suceden, todo cambia en el juego, nada permanece, el río de la vida es el de Heráclito, salvo el fluir mismo del río y el que este esté compuesto de H2O.
Uno de los fallos de la metáfora del tablero es que las piezas se renuevan (con mayores o menores costes). El empresario o el Director Gerente de una Organización empresarial, cambia algunas piezas de su tablero por otras. En el ajedrez las piezas son las que son, hasta el final de la partida. Las que se pierden no se reponen, y las posiciones ganadas pueden llegar a ser definitivas. Al final uno gana y el otro pierde, es un juego de suma cero en el que las «tablas», es decir, el empate, resulta hasta decepcionante.
Pero volviendo a lo que decía Nietzsche, podríamos decir que el poderoso es el jugador, no el Rey u otra pieza cualquiera. Y los empleados son las piezas. Su relación pues con ellos ha de ser la del manipulador de piezas sobre un tablero de ajedrez que persigue, a través de una serie de movimientos, un buen posicionamiento (de mercado) y, a ser posible, una victoria sobre su competencia, que está enfrente y no se deja ganar la partida, e incluso trata de ganarla para sí.
Pero no hay que llevar las cosas a la relación de un Gran Jefe con sus subordinados. Muchas relaciones interpersonales en el mundo de la empresa suponen que una persona utilice a otra como un medio impersonal, sin ira ni parcialidad, sin pensamientos sobre sus sentimientos, sin otro ánimo que lograr el objetivo que se le ha marcado en su tarea, digamos sin una gran calidez.
Ayer me entrevistó una head-hunter. No. No soy un alto directivo. Soy, digamos, un humilde técnico de nivel medio, con potencial para convertirme en un supertécnico e incluso, con el tiempo, en un Gran Jefe, si le dedico el tiempo y las energías psíquicas y físicas necesarias (lo digo sin vanidad, hay muchos como yo, no me considero excepcional en ese sentido). Pero Los head-hunters no se limitan a cazar cabezas de grandes genios de los negocios o tipos que por casualidad han triunfado y lo parecen. Los head-hunters también abren su mercado a gente más humilde, y dejan a las ETTs el mercado medio-bajo. En eso se solapan. Hay un tramo de especialistas y profesionales intermedios que tan bien pueden ser canalizados al mercado de trabajo por una ETT (empresa de trabajo temporal, aclaro) o por un head-hunter. El caso es que yo ayer tuve la suerte -o así lo veo, positivamente (quizás me equivoque porque no conozco a fondo el sector de la captación indirecta de RRHH)- de ser entrevistado por una prestigiosa empresa de head-hunters.
Mi impresión (personal) es que si supero esta primera impresión (ajena), entro a formar parte de una bolsa de trabajo de profesionales de los que se presentan a las empresas clientes del head-hunter una selección de candidatos. Luego la empresa cliente, la empresa última, decide. Puedes no ser elegido, pero el head-hunter te dará otra oportunidad en otras empresas -supongo que no indefinidamente, si tienes pegado en la frente un cartel con «poco del gusto de sucesivos clientes».
En fin, esto me ilusiona, y me siento agradecido a la labor de esta empresa de RRHH intermediaria del mercado de trabajo. La persona que me entrevistó difícilmente pudo ponerse a pensar en mi como ser humano, como un fin en mí mismo, como diría Kant. Esas ilusiones, que en la izquierda son más habituales, no se las puede permitir un contratador o un seleccionador. Busca su pieza o conjunto de piezas. No puede ser tu amigo. No puede abrazarte como miembro de su tribu, ni siquiera cuando te admite en su grupo. Todo es más impersonal. No entras en una familia. Entras en una organización, entras en el tablero. Y, a diferencia de nuestro tablero ideal, las piezas pueden «elegirse» a si mismas, ser peones, alfiles, torres o incluso damas. O Reyes que pegan el culo al asiento hasta que es demasiado tarde.
En el pensamiento de la gente, especialmente muchos de aquellos que se consideran de izquierdas, la idea que expongo inicialmente y atribuyo a Nietzsche, aunque quizás Maquiavelo o algún otro la dijera antes, es chocante. ¿Por qué un líder no puesde tener amigos? Bueno, ya, sabemos lo del nepotismo, el amiguismo y esas cosas, pero eso está en nuestra naturaleza. ¿Cuál es el problema? ¿No sería lo ideal que el líder fuera no más que uno entre pares, uno entre iguales, que tuviera algo más de influencia por su sabiduría platónica, y que caminásemos todos juntos hacia un mismo objetivo? Si, sería ideal. Pero somos competitivos, algunos por le puro placer de competir, no se puede negar (serpientes con corbata, entre ellos), y otros, los más, la gente corriente, por el bajo pero poderoso afán de sobrevivir y estar bien. Nuestro cerebro está programado, querámoslo o no, para buscar nuestro bienestar y nuestra supervivencia, y, lo que es más importante en esta sociedad humana en la que a veces se ven artificialmente disociados, la supervivencia de nuestro bienestar, que es un fiable indicador de la supervivencia diferencial, sobre todo para nuestras mentes planificadoras que se adentran en el futuro con tanta antelación. Queremos mantener nuestros derechos, en ocasiones privilegios, nuestro estatus adquirido a base de esfuerzo o enchufes- eso es lo de menos- y consideramos perverso a aquel que de pronto nos llega con que somos un medio, de que podemos cambiar de posición en el tablero o ser sacrificados, de que no somos unos iguales a otros, en definitiva, que no formamos parte de una gran familia, de una gran tribu, y que cada uno persigue sus propios propósitos, y los de la organización de la que forma parte, con mayor interés e ímpetu que los de una artificial sociedad global de hermanos y hermanas, con algún que otro padre platónico y político benevolente y sabio.
Así, por ejemplo, cargar contra los bancos otra cosa que no sea dinero en cuentas corrientes o depósitos, para gastos corrientes, constituye abonar no en cuentas corrientes, sino en el terreno infértil de una sociedad permanentemente sin medios financieros, una sociedad pobre, una sociedad hobbesiana, violenta. Tampoco tiene sentido culpar al capital, así en su conjunto. Vale, ya sabemos que Marx adoptó el término, y suena bien, pero capital en realidad no es algo valioso que unos tengan y atesoren, sino un conjunto de medios para la producción dentro de los cuales se pueden perfectamente incluir, y de hecho se incluyen, a las personas, en forma de capital humano. Y es precisamente ese capital humano el más difícil de valorar, y el más difícil de cuantificar y en «sumas cuentas» de contabilizar. ¿Cuánto vale un buen gestor de riesgos? ¿Cuánto una secretaria eficiente? ¿Cuánto un operario dinámico?…..etc. Pero en contabilidad y finanzas capital es lo que los inversores ponen de su dinero en las empresas. Esa renuncia a su liquidez inmediata realizada con el fin de obtener una ganancia legítima con el crecimiento de una organización empresarial que ofrece sus productos en mercados abiertos.
Seamos amigos, tengamos amigos, tendamos redes sociales, formemos tribus, grupos, asociaciones. Todo eso está genial. Y es la salsa de la vida. Empezando en muchos casos por la familia, cuando está estructurada. Pero no extrapolemos a la sociedad. Seamos también conscientes de que al igual de que para los nuestros somos un fin en sí mismo, piezas claves, esenciales, fundamentales, a veces hasta el extremo de que algunas personas mueren de tristeza si pierden a otras, para ese gran conjunto de otros que también tienen sus redes, amistades, tribus, asociaciones y grupos somos en cierta manera extraños, otros, y que nos juzgan con otra vara de medir. No nos dejemos seducir por nuestra biofilia. La naturaleza virgen es mucho peor que este entramado tan complejo que hemos creado. ¡Precisamente por eso lo hemos creado! ¿Qué te da más miedo, amigo, un head-hunter de una multinacional o un head-hunter de un Amazonas global?
Sepamos que si estamos como estamos, con estos niveles de desempleo, se debe en gran medida a que hemos creído que entrar en una empresa era como entrar en una familia, o peor, que formar parte de una sociedad le convertía a uno en poseedor de unos derechos que van muchos más allá de los inalienables indicados en la constitución de los padres fundadores de EEUU. Sepamos que el trabajo (y la economía) no pueden sacarse adelante prácticamente solo con tecnologías y el empujón de millones de manos, sin que medie el esfuerzo, mucho intelectual, de muchísimas personas en permanente interacción y sin que se produzcan de continuo cambios, empezando por la misma tecnología.
Yo ahora estoy en paro. No sé por cuanto tiempo. Lo que tengo claro es que ni la banca, ni el capital ni ningún perverso lobby de plutócratas, con sus fríos cálculos financieros, me ha puesto en esta situación. No me siento identificado con masas amorfas y grupos de presión políticos aparentemente espontáneos y amiguista-universalistas que montan tenderetes en medio de las ciudades. Las cosas son más complejas. Esas dialécticas de la dialéctica, valga la redundancia, de opresores y oprimidos son profecías que se autocumplen: cuanto más lo creen las personas más hacen -inconscientemente, claro está- porque se hagan realidad.
Y es que la caída del Muro, con todas sus piedras, símbolo de un sistema de opresión calculado, parece ser más bien una piedra en la que hemos tropezado solo una vez mas que algo que ayude al historiador a ilustrar al resto de los humanos sobre como impedir que se repita la historia. La única forma de que el poder vuelva a las personas es a través del intercambio libre, del mercado. Y controlar a los políticos votando por aquellos que apuesten más por la libertad y la reducción del Estado. ¿Y esto último, hasta qué punto? A mi juicio lo suficiente para que se crease un clima favorable a la empresarialidad, es decir, favorable a que las personas tomen las riendas de sus vidas y ganen con ello autonomía y, muy probablemente, dinero y riqueza. El Estado tiene también sus funciones.
Me parece una gran reflexión y transmito mi modesta felicitación al autor por su profundidad y a su vez por lo fácil que hace su «digestión». Los 3 últimos párrafos los envuelvo para llevármelos a casa y enmarcarlos… Gracias
Lo que tiene que lograrse es una fusión perfecta entre esas dos ramas de la psicología: la evolucionista y la social, ya que el hombre es un animal social
Me alegra que coincidamos. Yo me apoyo parcialmente en las evidencias de la psicología evolucionista y la social, aunque en este artículo ni las haya mencionado. Nuestra psicología nos mueve al altruismo, pero no indiscriminadamente. Incluso hay experimentos en psicología social que ponen de manifiesto que cuando a una persona se le pide el máximo esfuerzo en una tarea, si la realiza sola lo hace mejor que si lo hace acompañado de otros.
Pero también nuestra psicología nos mueve al odio al extraño, que, afortunadamente se ha podido mitigar en gran medida con el desarrollo económico, que hace que la lucha por los recursos sea más suave. Ahora lo que preside las relaciones interpersonales entre extraños es una indiferencia, de la que sólamente nos puede sacar el otro con referencias a objetos o sujetos de nuestro interés compartidos que nos hagan formar, mentalmente, parte de un grupo.
Buena reflexión: «Ahora lo que preside las relaciones interpersonales entre extraños es una indiferencia, de la que sólamente nos puede sacar el otro con referencias a objetos o sujetos de nuestro interés compartidos que nos hagan formar, mentalmente, parte de un grupo». Yo añadiría que a medida que la tecnología nos lo ha idos permitiendo, los humanos hemos pasado de relacionarnos de manera estrictamente presencial a cada vez más de manera virtual. Tanto para lo bueno, como puede ser intercambiar idea, como para lo malo como puede ser agredirnos físicamente. Yo soy de los que opinan que puesto que en el fondo de todo nos gobierna la biología, independientemente de que el escenario sea presencial o virtual, al final lo decisivo a la hora de relacionarnos con los «otros» es justo lo que indicas: que mentalmente nos sintamos parte de un grupo y en virtud de ello decidamos si el «otro» forma o no parte del mismo. Por eso soy tambien un apasionado de la sicología evolutiva: porque me ayuda a comprenderme mejor a mí mismo y a mis semejantes que otras teorías alternativas.
Impecable. He tenido que, casi, alcanzar a los 50 para llegar a esa mismas conclusiones. Me ha costado media vida encontrar una forma coherente de representarme como funcionamos realmente los humanos a nivel personal y por extensión a nivel colectivo: sean familias, empresas, partidos políticos o países y a partir de ahí hacerme una ligera idea de cuáles son las decisiones acordes para maximizar las posibilidades de éxito. Y mi conclusión es tal cual lo has descrito.