A cuento de aquello de «mi patria es la libertad», continúo con este quimérico intento de aclarar lo que para mí significan algunas palabras-conceptos.
Libertad. No se me va a llenar la boca:
«La libertad, ese bien que hace gozar de los demás bienes.» Montesquieu.
El hombre nace libre. Su libertad no es su patria, sino aquello que le permite formar una, vivir en ella, amarla u odiarla.
La libertad sólo tiene una ley, una única atadura, un único límite, una única brida: el amor. No son las leyes – si justas, fruto exclusivo de la puesta en común de las libertades de quienes las proponen, promulgan y acatan -, no es el Gobierno de una Nación – mero ejecutor de la libre voluntad del pueblo-, no es la razón – esclava siempre del conocimiento voluntario -; sólo la capacidad de amar del hombre puede poner límites a la libertad. Pues de nuestra capacidad de amar (reconocer al otro en su totalidad) emanan el respeto y la responsabilidad en el uso de la libertad.
Igualdad. Sólo somos iguales en nuestra libertad. En nuestra capacidad de llegar a ser todo aquello en lo que podemos convertirnos. En lo demás, nadie se parece a nadie. La igualdad no es una meta, es el principio. La única igualdad a la que aspiro es aquella que me sitúa al nivel de quien puedo llegar a ser yo. Y sólo los ignorantes y los soberbios renuncian a ello.
Todos somos diferentes y, por ello, todos somos excelentes. Quien renuncia a descubrir su propia excelencia amparado en el igualitarismo es un necio. Quien renuncia reconocer la excelencia en el otro también. En las excelencias de los demás (ojo! no sólo en los excelentes, que también) aprendemos a reconocer nuestras propias virtudes y nuestras limitaciones.
El igualitarismo es la peor forma de totalitarismo, pues niega al hombre como especie toda posibilidad de crecimiento, en tanto que nos mantiene ignorantes de nuestro virtuosismo. Si además está revestido de «solidaridad compasiva» hacia quienes – por el motivo que fuere – no son conscientes de sus propias virtudes, o no pueden desarrollarlas, genera la peor de las desigualdades: la que nace de la imposición por la cual los sujetos de dicha «solidaridad compasiva» sólo son conscientes de su minusvalía.
El descubrimiento de la excelencia en las mujeres, en los discapacitados, en los hombres y mujeres del «tercer mundo» no se consigue por ley, ni por medio de subvenciones. Basta con re-conocerles como lo que son: humanos capaces de llegar a ser todo aquello en lo que pueden convertirse, que siempre será diferente a aquello en lo que yo puedo convertirme y, por tanto, nuevo y enriquecedor. Y no importa que se trate de algo que reconozca como asumible, aprendible, o de algo que considere combatible. ¿No aprendemos de las derrotas? ¿Y de las victorias?
También en esta serie:
Las Palabras I
rishotto, se trata sólo de la segunda entrega de una serie que se anuncia larga. Paciencia, que el blog aún no me da de comer 🙂
Te falta la fraternidad porque sino tienes la «catenaria» solo con las dos «vias», no puede pasar el tren. Solo desde la conviccion de que el hombre forma una gran familia tiene sentido la libertad y la igualdad. Me gustaria que completases un poco el post. Un saludo