Pepín era el hijo del presidente del pueblo. Además, como su padre tenía cuartos, su bici era la más chachi de todas. Enrique era hijo de un picador que había llegado desde Jaén a ganarse el pan en las frías montañas de León. No tenía bici, porque, como decía su padre, había que pensar en los tíos de Jaén, que no tenían dinero. Fueron conmigo a la escuela y compartimos el primer pitillo, la primera verbena nocturna, los primeros cubatas y todo aquello que se hace por primera vez desde los 9 a los 15 años.
A los tres nos metieron en un colegio de frailes, no porque nuestros padres fueran especialmente piadosos, pero era el que estaba más cerca. A Pepín el tema de los libros nunca le había gustado y terminó de maestro mecánico en la mina. Enrique y yo decidimos que, a lo mejor, la tabarra progenitora (“mira cómo trabaja tu padre”, “quieres acabar como yo?, no?, pues estudia”) sería menos engorrosa desde la distancia. Hicimos las maletas y nos fuimos a Santigo. A estudiar para ser «hombres de bien». Enrique rige hoy los destinos de un bufete de abogados y yo me abofeteo todos los días con raras estructuras moleculares.
Seguimos siendo amigos, aunque sólo nos vemos en los entierros, las bodas y una vez al año, por el verano, por aquello de que las vacaciones hay que hacerlas en la casa del pueblo. Además, como están cerca el mar y la montaña, pues eso, ideal. Nuestro hijos juegan juntos, nuestras mujeres se han hecho también amigas, lo típico.
Enrique es de los que opina que un español que no va a misa y no protesta por “lo de las autonomías” es poco menos que sospechoso de contubernio. Pepín, lider sindical convencido donde los haya, es de los que opinan que el resurgir del fascismo en España le obligará a llevarse a su familia a Cuba, último reducto de la libertad y el socialismo en el mundo. Yo soy de los que opinan, que a los Enriques y Pepines de este mundo, algo les falta para madurar. Pero son mis amigos, mis hermanos y, espero que no lean esto, les quiero a los dos. Los tres sabemos de nuestras diferencias ideológicas, pues alguna que otra vez, claro, hablamos, comentamos, nos voceamos sobre esto o lo otro. Pero, qué curioso. Jamás oí decir ni a uno ni a otro “éste es un HDP”. Pepín jamás le ha llamado fascista a Enrique, porque un fascista jamás le hubiera prestado los veinte mil duros aquellos….Enrique nunca le ha dicho a Pepín aquello de “oye, y tú por qué no vas a misa?”, sino: ”tranquilo, Pepe, que ya rezo yo por tí, cabr..”
Sigo pensando (me engaño ?) que España es un país de Pepines, Enriques y Luises. Todos nos decepcionamos a todos alguna vez, pero… nos conocemos de toda la vida. Las condiciones socio-culturales del 36 (analfabetismo, pobreza, injusticia social) no son reproducibles en nuestros días.
No tengo miedo, aunque a veces esté preocupado, no tengo miedo. Nos daremos unas voces (que a lo mejor hace falta) y luego nos tomaremos unos cubatas juntos.
Lo que de verdad me preocupa son los cotilleos. Porque los cotillas, los que hacen rodar las bolas de nieve en las laderas, esos sí que pueden hacer daño.