La ciencia tiene una única virtud. Es capaz de autocorregirse. El método científico exige que los paradigmas y teoremas se cumplan una y otra vez o se revisen, se corrijan o se desechen. El resto no es bueno ni malo. Simplemente es. Las condiciones de contorno que gobiernan nuestro paso por el mundo de los vivos nos pueden parecer bien o mal, bonitas o feas, pero son así, así fueron siempre y así serán, mientras el método científico no las desautorice o un meteorito nos parta la crisma y nos borre de la faz del universo.
Bajo este prisma ineludible solo se puede entender el afán que muchos tienen por cambiar el mundo – a mejor se supone – como una actitud encaminada a proveer de mejores productos o servicios y más comodidades a nuestros semejantes o simplemente por llevar una convivencia lo más pacífica y tranquila posible en sociedad. Sin embargo, no son pocos los que se empeñan que cambiar el mundo intentando cambiar las condiciones de contorno en la que la propia naturaleza nos tiene inclusos. Me choca mucho cuando se les dice a los niños que el león es malo por que se come a la gacela. El león es peligroso porque no puede hacer otra cosa para alimentarse que matar, pero en eso no hay atisbo de maldad. Solo imperativo natural.
De la misma manera que el león se come a la gacela porque no tiene más remedio, las personas somos hombres y mujeres, altos o bajos, feos o guapos y muchas otras cosas que ni la cirugía estética más profunda pueden cambiar. Aun así, estamos rodeados de intentos de lo contrario. Legislación profusa y confusa que no busca ordenar o sistematizar la forma de resolver los conflictos que puedan aparecer si no cambiar realidades. Tanto da que hablemos de la Ley de Violencia de Género como del aumento del Salario Mínimo Interprofesional. El socialismo, el de derechas y el de izquierdas, el estatismo más o menos marxista, más o menos keynesiano se empreña una y otra vez en negar la realidad de lo que las personas somos. Y la realidad, acaba por abrirse paso. Da lo mismo de donde proceda el colectivismo, cual sea su razón de ser y cual el núcleo que comparten todos sus miembros. El resto de características será tan dispar que acabará por hacer que salten las costuras del grupo, más temprano que tarde.
Todos los esfuerzos de Papa Estado van encaminados, cada vez con mayor ahínco, a crear una realidad ajena a la realidad misma. Carriles bici o Madrid Central. El coche eléctrico o el Cambio Climático – antes Calentamiento Global. Pero la realidad es más tozuda que ellos. Más tozuda y duradera y seguirá siendo verdad cuando todos hayamos muerto.
Cada vez que un estatólatra con carné y mando ve algo que no le gusta propone legislar para cambiarlo. Hagamos una ley que evite. Cómo si la ley pudiera evitar algo. La ley no impide. Si acaso resarce. Si acaso. Pero ahí están ellos empeñados en cambiar la realidad a golpe de decreto. La ciencia avanza porque se autocorrige. El Estado colapsará por hacer justo lo contrario.
Hasta hoy en día, todos los modelos económico-sociales que existen y han existido en el mundo, tienen como premisa central y básica el colectivismo, entendido como la absoluta primacía de lo colectivo sobre lo individual, primacía que anula casi por completo las libertades individuales. Sociedades basadas en otra premisa, el altruismo, entendido como el sacrificio por los demás, el abandono del yo por los demás. En consecuencia el sistema Capitalista no llega a desarrollarse en plenitud, siempre está coartado por el intervencionismo estatal. Soy de los que piensan que otra sociedad y otro mundo son posibles: Un mundo donde la libertad individual sea plena (respetando al otro y sus derechos), y donde el Estado esté reducido a la mínima expresión, con funciones muy básicas (la seguridad interna y externa y la justicia independiente), nada más. Libertad y responsabilidad individuales, en vez de coacción gubernamental y violencia hacia las personas.
La historia del mundo, la historia de la civilización es el camino hacia sociedades más individualistas y colaborativas en contraposición al colectivismo coactivo.
Venezuela es justamente un ejemplo de ello, aunque lo peor es que a
pesar del colapso volverán a cometer el error de creer que el Estado los
sacará del pozo en que los metió el Estado, así que ahora es que quedan
por ver Estados fallidos hasta que la humanidad aprenda la lección
Dios perdona siempre, los hombres a veces y la Naturaleza… ¡nunca!
No obstante:
Estando de acuerdo en que las Leyes no pueden cambiarlo todo y que a largo plazo la realidad se impone, no se puede negar que las Leyes sí cambian cosas. Vale, las Leyes no conseguirán acabar con las guerras, con la pulsión de los niños a pintarrajear las paredes o con que los hombres y las mujeres estén muy interesados en aparearse (entre ellos) y luego engañar a la pareja a la que juraste amor eterno, pero sí han conseguido que no se usen los termómetros de mercurio (guardo unos cuantos como oro en paño), pueden acabar con el diesel (una estupidez) y si el siguiente gobierno de Madrid no lo cambia, el centro de Madrid cambiará de forma inexorable.
A estas alturas seguro que no tendrá muchos problemas en reconocer que la forma y el tipo de transición política desde el franquismo, así como el modelo constitucional, la forma de estado, el sistema autonómico, la financiación de las pensiones, el tamaño del sector público y hasta la pertenencia a la OTAN y la UE fueron marcadas desde el poder político mediante leyes. No creo que sea usted precisamente quien se crea el mantra de que lo hemos cambiado todos con nuestros votos. De modo que sí, el Estado y las Leyes tienen una gran capacidad para cambiar cosas.
Por supuesto, todo lo que hace el Estado se derrumbará en un momento u otro porque nada es para siempre (hasta los continentes se juntan y separan), pero eso no significa que lo que hace el Estado sea fútil.
Lo que obviamente no puede cambiar nunca es todo aquello que tiene que ver con la naturaleza humana y de hecho la mejor manera de saber que algo forma parte de la naturaleza humana es que las leyes fracasan en el intento de cambiarlo. Por ejemplo, todo lo que sobrevivió a los 70 años de tiranía de la URSS (y que fue perseguido por ésta), obedecía a causas mucho más profundas de lo que mucha gente está dispuesta a admitir.
La entrada en la OTAN o en la UE o la transición no cambian ninguna substancia, solo regulan el marco de convivencia y el marco de convivencia es cambiante per se. SI esas regulaciones están alineadas con la esencia de las personas a las que regulan permanecen, si están en contra de su naturaleza acaban por desaparecer.
El proceso de civilización es el que va impregnándonos y cambiando las cosas, creando leyes que sí permaneces y probablemente permanecerán (no sé hasta cuando o si siempre) y desechando las que se oponen a la verdadera esencia humana. Por ejemplo, no creo que haya mucha discusión en que no hay que agredir o matar a nadie, sea o no legal, Muchos países con distintas leyes comparten muchas características positivas. Son civilizados por así decirlo. Ese proceso de mejora no está ligado al Estado necesariamente, en España como lo invade todo de manera tan onerosa parece que no pueda ser de otra manera.
La esclavitud hubiera desaparecido más tarde o temprano en USA al margen de Lincoln. Cuando este tomó la decisión de abolirla existía ya la aceptación de la idea en la mayoría de los americanos (al menos de la Unión). Cuando el legislador legisla sancionando algo aceptado y alineado con los ciudadanos permanece, si no acaba por desaparecer.
No lo entiendo. He puesto como ejemplo la OTAN o la UE porque usted me planteaba los carriles bici o las normas sobre el cambio climático. Obviamente no afectan a la naturaleza humana y de hecho no lo pretenden, aunque no negará que afectan de forma muy importante a nuestras vidas y a la forma en la que vemos muchas cosas. Esa era mi objeción a lo que creía que era la tesis de su artículo: que la legislación no cambia cosas. Al parecer lo interpreté mal.
En lo que sí parece que estamos de acuerdo es en que la legislación que sí pretende cambiar aspectos de la naturaleza humana están condenadas a fastidiar mucho y que algunos comportamientos se repriman, pero no que se anulen. Por ejemplo, el cristianismo logró que se reprimiese la tendencia del ser humano de creer en supersticiones y magia pero a la vista de la historia de los últimos 2.000 años y el éxito actual de los que leen el tarot o los curanderos tipo Pamies, homeópatas o pulseras magnéticas, hay que concluir que esa pulsión por lo mágico es parte de la naturaleza humana. O el juego. O la creencia en conspiraciones. Lo mismo se puede decir de la querencia por la propiedad, por la fama, por los hijos, por emparejarse… Me apuesto lo que quiera a que toda las leyes LGTB, feminismo radical, etc conseguirán que esté mal visto decir o hacer determinadas cosas durante un tiempo, pero el ser humano no considerará nunca la homesexualidad como «una opción» sino como una tara y los hombres y las mujeres seguirán queriendo «colaborar» entre ellos y sospecho que la psicología femenina la pone en desventaja en la «lucha de sexos». También sospecho que la esclavitud, una institución que ha existido siempre, si bien no siempre amparada por el aspecto «racial», responde a que al ser humano le gusta esclavizar a otro.
Naturalmente no propugno que quememos al sodimita o esclavicemos al que pierda una guerra pero creo que debemos ser conscientes de que esa es nuestra tendencia y es la civilización (construcción muy frágil) la que impide que hagamos tales cosas. Por eso, radicalismos como las discriminaciones positivas (como si todas no fuese positivas para alguien), «normalizaciones» impuestas o todo lo que tiene que ver con la corrección política, sólo puede traer consecuencias negativas para aquellos que tratan de beneficiar vía ley del péndulo.
Mi tesis es que por mucho que quieran cambiarse las cosas a nivel legal si ese cambio no va en la misma dirección que los seres humanos, desaparece. Sean muy importante o poco. La UE o la ONU, me parecen ejemplos que acabarán por desaparecer si no cambian.
Igual soy yo el que no se explica con claridad 🙂