El mercado es un elemento conceptual controvertido. A veces, el mercado se equipara con la economía de mercado y el capitalismo, incluyendo aquí indiscriminadamente otras «cosas» como el favoritismo, el corporativismo y el dirigismo privilegiado. Incluso los defensores del mercado contribuimos a la confusión conceptual cuando usamos «capitalismo» como sinónimo de «economía de libre mercado». El deseo de una expresión más corta y más pegadiza es comprensible, pero el concepto de capitalismo sugiere al lector o al oyente inevitablemente que los beneficios de un sistema capitalista son predominantemente el capital, y que pertenece primariamente a los capitalistas, inversionistas y propietarios… de capital. De esta manera vemos como, una y otra vez, el malentendido según el cual el término «mercado» designa únicamente al sector privado comercial orientado a los beneficios, se convierte en guía de muchas disputas frustrantes. El mercado para muchos economistas de mercado representa la sociedad libre en su totalidad, incluidas las transacciones no comerciales, las organizaciones y las relaciones. En este sentido, las sociedades anónimas, las cooperativas, las asociaciones, las iglesias, las familias y todos los demás grupos voluntarios no gubernamentales son participantes iguales en el mercado, y ninguno de ellos está más orientado al mercado que el otro.
Un concepto alternativo al mercado, que incluye a toda la sociedad libre en interacción voluntaria se me antoja más conveniente. Es cierto que la palabra «mercado» siempre tendrá una connotación comercial, pero lo más importante es entender «mercado» como un espacio, como una plataforma donde interactúan las personas y nunca como un actor, porque el mercado es lo opuesto y no la cara «B» del estado. El mercado no opera, pero ofrece la oportunidad y la libertad de acción, de operar. El estado, por otro lado, es una organización jerárquica en el sentido más estricto y un paquete organizacional centralizado en sentido más amplio y necesariamente operante.
Entendiendo el mercado no como un actor sino como un espacio para los actores -todos nosotros- es más sencillo evaluar los efectos de la intervención del Estado: no sólo invade la esfera privada de los ciudadanos y limita nuestra capacidad de actuar, también deforma, empequeñece, manipula el espacio en el que vivimos -vivir es algo más que nacer y crecer sano hasta morir- hasta convertirlo en inhóspito.
[…] El artículo original se encuentra aquí. […]
Si. Por la Revolución Francesa, con sus luces, sus sombras y su atroz derramamiento de sangre, obtuvimos no obstante, el cambio de súbditos a ciudadanos.
Pero casi 220 años después, los estados, de manera sutil unas veces, y a estacazos otras, nos han vuelto a convertir en súbditos. Súbditos que creemos ser ciudadanos, pero que cada vez lo somos menos, y lo que es peor, con la aquiescencia de enormes masas, que refrendan con su voto, por anticipado, lo que los políticos (todos) les viene en gana hacer, atendiendo solo a sus plazos de corto alcance.