Cualquiera que me conozca o haya leído algunos de mis artículos, sabrá que soy un firme defensor de la cultura popular. No sólo por ser la auténticamente reveladora del espíritu de cada época, sino porque al contrario del, llamémosle, arte académico (que actualmente significa meramente subvencionado y por lo tanto, maniatado), es el que en no pocas ocasiones se suele considerar como clásico pasadas unas generaciones.
Porque nos podemos poner como queramos, pero lo escrito por Virgilio para hacerle la pelota al Primer Hombre de Roma, con todo su mérito (el de Virgilio; bueno, vale, el de Octavio Augusto también), nunca tendrá la fuerza evocadora de la cólera del Pélida de pies ligeros o las astucias de Odiseo, rimadas para ser cantadas ante la hoguera a cambio de cobijo y comida. Y como dije antes, las composiciones de Homero (existiese o no) pasaron a convertirse en la base de la educación y la cultura de una civilización que aún colea, no sé si en sus últimos estertores o para salir del agua y evolucionar. ¿Hablamos de Calderón de la Barca, Lope de Vega, Cervantes, Shakespeare o Stephen King? ¿Por qué no?
De hecho, estoy razonablemente seguro que en un par de siglos, habrá tesis doctorales y sesudos estudios acerca de la diferencia entre las posturas políticas de Reed Richards y Tony Stark (o de Luke Cage y Frank Castle) en la saga de la Guerra Civil de Marvel. Y eso ocurrirá quizás mucho tiempo después de que nadie, fuera de un círculo muy reducido y especializado de historiadores de la política, se acuerde de quién fue Pablo Iglesias o si escribió, dijo o hizo algo digno de mención.
Sobre esto último sí que estoy seguro. Si nadie recuerda quiénes fueron Espartero o Romanones, ya me contarán del pobre Pablo.
Pero lo traigo (no diré a colación, que aunque los términos jurídicos sobre sucesiones entran en mi ámbito profesional, prefiero no repetir la muletilla) aquí, a Pablo Iglesias, no a Romanones, porque es evidente que este personaje sí que entiende la fuerza de la cultura popular y la posibilidad de ser manejada como una herramienta, para explicar conceptos políticos y sociales. O en su caso concreto, para enmascararlos y que pasen por lo que no son.
Todo esto viene a que un experto en titulares de prensa (no puede haber un político con pretensiones que no lo sea) proporcionó uno tras el discurso de Navidad del Rey, en 2017. Resulta que según él, “España no necesita Reyes”.
Y yo, admitiendo ser irrecuperable para la vida social, no pude evitar recordar la escena del concilio de Elrond, en la película que adapta la más famosa obra de Tolkien, en la que un hosco Boromir espeta aquello de “Gondor no tiene Rey; Gondor no necesita Rey”.
Estoy convencido de que Pablo Iglesias, por su parte, no es ajeno a esta escena y hasta cierto punto quizás quiso hacer algún guiño al personal, de la misma forma que viene haciéndolo habitualmente. Y no sólo él. Puede que lo pusiera de moda aquel Zapatero en campaña, pervirtiendo de forma torpe la arenga de “fuerza y honor”.
Pero conscientemente o no, Pablo Iglesias debiera haberse pensado mejor el colocarse en paralelo a un personaje como Boromir. Porque éste, cuando suelta aquella frase, no está clamando por una república democrática, sino que defiende los derechos de su familia (y los suyos como heredero) para detentar el poder absoluto frente a quien ostenta mejor legitimidad. Aunque bien pensado quizás al líder de Podemos le pudo el subconsciente.
Si fue una asociación buscada a propósito, erró la maniobra. Boromir es el personaje sospechoso del grupo. El que no cae bien desde el principio. El que debido a su rencor y a su deseo de poder, sucumbe a las tentaciones del mal. No, que no fue una buena idea a los efectos de imagen, pero ahora que voy escribiendo, no crean ustedes que no va acertada la cosa…
Y sin embargo, Boromir es un héroe trágico. Un hombre que dándose cuenta de su error, trata de expiar su culpa dando su vida, y acaba declarando su lealtad al mismo rey al que negara al principio. ¿En serio, Pablo?
Porque por otro lado, en su titular, escueto y contundente, no deja de tener razón. Es cierto que España no necesita un rey. Como tampoco necesita un Pablo Iglesias, o alguien como yo escribiendo sobre el tema. La triste realidad es que salvo excepciones históricas muy raras, nadie es imprescindible. La vida seguirá con o sin rey, con o sin Pablo Iglesias y con o sin cada uno de nosotros.
De modo que desde nuestra confortable digestión de turrones, debido a las fechas, podemos reflexionar acerca de si Pablo Iglesias, cuando se dirigió a la prensa, trató de compararse de forma errada con un trágico héroe literario, si tuvo más bien intención de expresar su duda existencial acerca de la contingencia de cada ser humano, o en cambio se limitó a soltar simplezas.
Dado el personaje y su «altura intelectual» me inclino por «se limitó a soltar simplezas.»
Es más que probable que sea así.
Gracias por comentar.