Descubrí que Halloween era un acontecimiento social cuando vi a mi sobrino de 8 años disfrazado de Casper y acudir todo feliz a una fiesta en una hamburguesería cuyo nombre no recuerdo. Ya tiene 18 años.
Hasta que no fui un señor que se pagaba la vivienda por sí mismo, no supe de la existencia del Black Friday. Tres semanas de intensa promoción masiva han hecho de algo anecdótico si te gustaba la tecnología y que veías por la web, a una conversación con tu vecina.
Dada la notoriedad de la campaña para que Ivanka Trump convenza a su papá de que las leyes de inmigración que propone para su país no son buena idea (no lo son), es muy probable que las seguidoras locales de Carla Delevigne y otras similares encuentren de modo natural que este mes es el mes del pavo ahora y en el futuro. Vistas las fotos en Instagram de mis amistades con parientes americanos en sus noches madrileñas, la posibilidad de que se vuelva rutinario un thanksgiving internacional, por ridículo que parezca, parece real (por si acaso, la dignificación cultural de la mutación, ya aparece).
Pasear por las calles de Bogotá los días de Halloween, por ejemplo, presenta a toda la población disfrazada en horario laboral. Y atendiendo en las tiendas con antenitas en las cabezas e hilos de sangre pintados. Chocante, ¿cierto?
No, la colonización cultural no me indigna. Los romanos colonizaron y trasladaron sus costumbres a media Europa y eso no lo vemos hoy como una intrusión hortera y absurda (alguien dirá: ¿pero cómo me compara usted a Virgilio con un blockbuster? Relájense: nuestro latin de hoy es el inglés americano, siempre hay de todo). Los musulmanes, aunque no está de moda decirlo ni tiene prestigio ponerlo en valor, contaminaron la vida cotidiana con su arquitectura y seguramente los churros y el gazpacho. Si no es cierto, está bien contado y algún amable lector encontrará casos más certeros.
Sí, el Papá Noel rojo es un invento de Coca Cola y San Valentín debe serlo de los grandes almacenes. Que son dos solemnes tostones para mi, debo admitir, pero un pito que me importan y, como el dinosaurio, cuando desperté a la vida ambos estaban ahí.
Lo que me incomoda es la sensación de ya no pertenecer. A las obsesiones de la gente, a sus fascinaciones. A que contemplo todo esto aisladamente y me entretengo en juegos mentales de otro tiempo,que son los que me dan paz. A comprobar que otro tiempo pasado no fue mejor porque yo lo viví y se desvanece sino que, efectivamente, se desvanece, y hace que mucho de mi entorno no me pueda entender.
Que tiene consecuencias para todo: ¿cómo decirle a mi sobrino que su disfraz de Casper es la mayor gilipollez que vi en mi vida cuando él es – era – feliz hasta el desbordamiento y es su tiempo y su vida? Pero al mismo tiempo, ¿cómo hacerle entender que, en su inclinación semipodemita – eh, una generación que se rebela contra otra: como debe, en cierta forma, ser – cada vez que dice que algo es franquista, tercermundista o nazi no sabe de lo que habla?
El mundo que ibas a cambiar, cambia solo sin ti. Y no puedes con la marea. Refugiado en tus libros y textos sonríes ante la osadía de la inocencia, como otros sonrieron ante la tuya.
No creo que eso deba preocuparnos. Estoy convencido que las generaciones que nos precedieron pensaron lo mismo cuando vieron que nos gustaban los coches. Que nos gustaba viajar por viajar. Que nos gustaban tantas cosas que ellos no tuvieron y no veían necesarias. Pero aquí estamos nosotros, extrañándonos de los gustos de «los que vienen detrás».
Solo me permito recordaros esa cita atribuida a Napoleón III:
– Si marchas a la cabeza de las ideas de tu tiempo, estas te seguirán. Si marchas atrás, te arrastrarán. Si te enfrentas a ellas, te destruirán.
Y quizá solo es lo que dice JJI: Que nos hacemos viejos. Afortunadamente, digo yo.
Ahora uno se vuelve obsoleto mucho más rápido que en otros tiempos….no hace mucho tiempo de esos «otros tiempos» y sin embargo parece una eternidad. Si para Gardel 20 años no eran nada, para cualquiera que viva hoy en este loco mundo ( y cuanto más en el centro del barullo peor) son algo inconmensurable, por lo que se refiere a los cambios acaecidos en la sociedad que afectan directamente a su individualidad. Los acontecimientos se precipitan en un sentido nada figurado. Para cualquiera que esté interesado en la naturaleza humana resulta fascinante comprobar cómo los seres humanos se van adaptando o sucumbiendo al ritmo frenético que su cultura está imprimiendo a sus vidas.
Simplemente te haces viejo. Ya es bastante quehacer.