El mito de los dos litros de agua diarios

Si eres una persona preocupada por tu salud y a la vez confías mucho en los criterios oficiales del Estado para cuidar de tu cuerpo, ya tienes un motivo de peso para empezar estar no creerte a pie de la letra lo “oficial”. Confiar más en la realidad objetiva y no tanto en las directivas y reglamentos pomposos de sellos ornamentados y centenares de páginas de jerga administrativo-burocrática no sólo es beneficiosa a corto plazo sino que a largo plazo hasta te puede salvar de algún que otro gran disgusto en tu salud.

Es el caso de la, hasta ahora, política del agua potable de la Unión Europea y las interminables campañas de prevención de la deshidratación de la población.  Agárrense que ahora la UE dice todo lo contrario: “el agua NO puede prevenir la deshidratación”. Es la conclusión a la que se llegó tras un macro-estudio europeo. La investigación duró tres años y se llevó a cabo en Italia. En ella, los hallazgos son contundentes y desbancaron por completo la teoría de los 2 litros de agua diaria que necesitamos para no deshidratarnos. Los resultados confirmaron la alerta que había dado la especialista escocesa Margaret McCartney que llevaba ya su particular cruzada contra una famosa campaña en los colegios “Water is Cool in School” -Es guay beber agua en el cole-. Esta médico de cabecera trató multitud de veces de concienciar a las autoridades y a la comunidad médica sobre el exceso de beber agua como consecuencia del fomento de tales prácticas desde las políticas estatales -Escocia, Gran Bretaña- y supra-estatatales -Unión Europea-. Sus investigaciones le merecieron la publicación de su trabajo en el British Medical Journal y otras publicaciones científicas. Ya en el Diario Oficial de la UE del 16 de noviembre de 2011 -fíjense cuántos años atrás- a raíz de una pregunta formulada por los profesores doctores  Moritz Hagenmeyer y Andreas Hahnde, la Comisión Europea tuvo que reconocer la falsedad de tal teoría, teoría que incluso a día de hoy sigue sirviendo de guía para el sector de la salud.

Por qué un hecho ya reconocido por las propias autoridades europeas, como digo, allá por el 2011, sigue sin ser conocido por la opinión pública en general, sino todo lo contrario. Apuesto que hoy todavía si vamos a las consultas médicas 9 de 10 médicos seguirán diciendo que tenemos que beber dos litros de agua diaria y en verano incluso una mayor cantidad para prevenir la deshidratación. Los noticieros seguirán recomendando que no salgamos de casa sin nuestra botella de agua y los nutricionistas clamarán desde los sets televisivos sobre los famosos dos litros de H2O / diarios esenciales para nuestra salud porque no olvidemos, la recomiendan las autoridades nacionales y europeas. Es preocupante desde luego que todavía a estas alturas la implementación de una relativización de esta caduca recomendación oficial ni siquiera se esté haciendo sentir en nuestro sistema de salud pública.

La explicación la encontramos en la maraña de normativas en la que nos encontramos los europeos y de la cual el ámbito de la salud y del agua, en este caso con también víctimas. Sólo de las normativas europeas que traten el tema del agua y su consumo rondan la quincena, según pude repasar en el portal de la Federación Europea de Agua Embotellada al preparar este artículo. Y para mayor preocupación la propia Autoridad Europea sobre la Seguridad Alimentaria -EFSA- tiene como referencia nutricionista a los famosos dos litros de agua diaria por adulto, referencia por cierto que llevan sin actualizar desde 2010. Es pues de sentido común que la EFSA ni siquiera sea capaz de tener en cuenta el efecto nocivo como consecuencia de haber fomentado durante década que los ciudadano bebiéramos agua como cosacos.

Como cualquier exceso, y beber dos litros de agua al día según las últimas investigaciones, se ha demostrado ser un exceso, nos puede acarrear un grave problema de salud. Según nos alerta la doctora McCartney, hay una nueva enfermedad llamada hiponatremía que tiene como efecto la caída en picado de las sales en el organismo y la aparición de un tumor cerebral, además de otros efectos como pérdida de sueño. Esta enfermedad es consecuencia directa de tales abusos en la ingesta del agua. Desgraciadamente, incluso hoy, si consultamos al Ministerio de Sanidad o a nuestro médico de cabecera sobre la cantidad recomendable de agua nos seguirán aconsejando que es bueno para nuestros riñones y para nuestra salud en general beber entre uno y dos litros de agua diarios.

El caso del agua es un caso importante porque viene a reforzar la convicción de la necesidad de cuestionar qué papel ha de tener finalmente un Estado sea nacional o supranacional en relación a la sociedad civil, es decir a todos nosotros, quienes residimos dentro de sus fronteras. Como libertaria llevo trabajando y defendiendo la urgente reducción de ese Estado, sea el que sea, ya que más que ayudar nos estorba en el bueno funcionamiento del orden espontáneo natural que los seres humanos generamos al vivir en la sociedad. Lo que ha pasado con el caso de la política del agua diseñadas e impuestas normativa en mano a los ciudadanos, por la administración estatal española y europea es pura ingeniería social. El Estado intervencionista durante décadas se ha gastado auténticas millonadas del dinero extraído al sufrido contribuyente para condicionar al mismo contribuyente una serie de pautas de comportamiento fiel al principio del perro pavloviano. Nos que arrebatado mediante impuestos una gran porción de nuestra propiedad privada que tanto nos cuesta ganar día a día para inducirnos a hacer o en el caso del agua a beber los famosos dos litros diarios porque era en nuestro propio interés. El argumento de la arrogancia estatal  “es por tu propio bien” lo escuchamos por doquier cuando nos topamos con la administración del Estado.

Qué bien estaríamos hoy si no hubiera habido una autoridad nacional y / o europea que marcara una política generalizada sobre los hábitos de beber agua de los europeos. Con total seguridad y por mucho que las empresas del sector del agua hubiesen gastado millones en publicidad, la creencia generalizada sobre los beneficios de tanta agua al día no se habría extendido y arraigado tan fuerte en nuestra sociedad. Tal realidad a la que hoy nos enfrentamos es producto directo de una falta de libre mercado porque la intervención del Estado lo impide.

Qué quiere decir libre mercado: trasladar la decisión de actuar en un sentido u otro a los propios ciudadanos. Somos los consumidores y las empresas junto a aquellos especialistas surgidos porque realmente la sociedad los demanda y sin ningún tipo de sello estatal quienes decidimos lo que consumimos. Seguramente nos seguiremos equivocando, habrá consecuencias como también las hay cuando deciden otros por nosotros, como ocurre en el caso del consumo de agua. ¿Sabéis cuál es la gran diferencia entre decidir por nosotros mismos o dejar que otros decidan en nuestro lugar? Si nos equivocamos cada uno, como mucho, los efectos de esos errores serán en todo caso muy limitados, y su impacto al resto de la sociedad no será masivo ni muy duradero en el tiempo. Sufriremos quienes hayamos decidido y algunos a nuestro alrededor pero nuestros errores no se extenderían cual mancha de chapapote en el litoral gallego hasta infectar a toda una sociedad. Al no disponer de todo el entramado del hiper-Estado y sus arterias de expansión masiva de políticas erróneas, nuestra sociedad estará a salvo. Cosa que no ocurre hoy, en el modelo actual del Estado intervencionista. Cuando el Estado se equivoca, es decir, cuando los políticos -hombres y mujeres como todos nosotros- se equivocan, sus errores nos afectan a todos con absoluta seguridad. La política sobre el consumo del agua nos demuestra sin lugar a dudas que quienes abogamos por reducir el papel del Estado en las decisiones de los ciudadanos tenemos razón y que es urgente contener el papel desbocado que hoy desempaña la administración estatal en nuestras vidas. Sin medias tintas, como sigamos con la misma dinámica actual, sin apostar por las reformas libertarias que demuestran racionalización y una mayor eficiencia en la gestión pública, la ruina de nuestra sociedad está asegurada y con ella la de nuestra salud. Y recordemos, igual que con el alcohol, beber en exceso, lo que sea, incluida, el agua, perjudica seriamente la salud.

 

Autora: Roxana Nicula, presidenta de la Fundación para el Avance de la Libertad -FUNDALIB-, la primera fundación libertaria en España que fomenta estudios y un vivero de tejido asociativo -Liberty HUB Spain- a favor de las ideas de la libertad en la sociedad civil.

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5 comentarios

  1. Si fuera solo cosa del agua sería hasta divertido, al igual que sería mucho más sencillo todo si el malo fuera un único agente (en este caso el Estado) y no una fuerte colusión de intereses de profesionales, industrias y sí, también, organismos públicos.

    No hay más que ver las periódicas recomendaciones nutricionales de la FDA americana o los medicamentos que autoriza (que son referencia en el mundo entero) para comprender que los grandes beneficios de sus políticas no son para nuestra salud, sino para las arcas de farmacéuticas y empresas alimentarias (Big Pharma y Big Food)….de hecho nuestra salud sale perjudicada.

  2. A partir de un problema de salud publica el articulo nos da una dosis de «Estado cac., cul., ped;, pi.». Por ejemplo yo no veo muy claro en que un organismo privado (suponiendo que un organismo privado pueda encargarse de algo que no lo es: para empezar quien lo financia?) hubiese sido mas reactivo.

    Yo veo aqui mas bien un problema de inercia y también de mandamases que no quieren dar su brazo a torcer/quedar en ridículo/perder su influencia. En el siglo XIX los profesores de medicina de Viena no quisieron escuchar a Semmelweiss cuando les advertía de que después de una disección había que lavarse las manos con agua de cal. El resultado es que miles de parturientas murieron de fiebre puerperal. En cuanto a Semmelweissse volvió loco. Pues bien en esa historia el Estado no aparece por ninguna parte

    Por lo demás siempre me ha parecido ridículo: tenemos un regulador llamado la sed y la hiponatremia por haber bebido demasiado puede causar trastornos serios e incluso la muerte (hay que beber muuuucha agua pero es posible) al interferir en el proceso de ósmosis que nutre las células.

  3. Y entonces ¿hay una ingesta recomendable? O m ejor no tener excesos: un vaso de agua, uno de cerbeza, uno de vino, uno de wiskey, uno de ginebra, uno de vodka… vamos, sin abusar de ninguna cosa
    ¿de ve ras alguien se bebía dos litros de agua a la fuerza?

  4. Bueno, mayormente yo sólo he bebido cuando tengo sed, pero el detalle político de la entrada es la crítica del Estado, que es verdad, puede hacer mucho daño cuando se equivoca, gracias a su omnipresencia, pero también es verdad que puede hacer mucho bien, por la misma razón, cuando acierta. La conclusión es que el Estado no debería abrir la boca sin estar seguro, por los medios que sean, de que está en la razón.

    Para mí, al final, como con cualquier servicio, es una cuestión de coste y eficacia. El Estado sería excesivo cuando su coste, en relación a sus servicios, fuera excesivo. O dicho de otra manera, si alguien puede ofrecer lo mismo, o mejor, a menor precio, el Estado no debería existir en ese terreno, y si hubiera manera de controlarlo, no existiría. Así que para mí, en este asunto, lo que más me preocupa, como ciudadano, no es la crisis, ni el paro, ni la inmigración, ni la corrupción, ni Cataluña, sino la falta de poder de control del ciudadano sobre los políticos. Todo lo que se haga en esa dirección cuenta con mi apoyo. Claro que no encuentro dónde apoyar, porque no veo que a nadie le preocupe arbitrar medios. Es mucho más cómodo criticar. Contra algo se vive mejor. Y más cómodo que haciendo.

    • Completamente de acuerdo.
      Por mi parte, bastaría que los servicios que presta el Estado (con excepción de justicia y defensa exterior), se sometieran al mismo tipo régimen de libre competencia que rigen para el resto de la sociedad.
      Creo que con eso, que consiste en acabar con el monopolio estatal sobre tantísimos asuntos (los más obvios educación y sanidad) el país funcionaría mucho mejor.

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