Sí, en efecto, pongo «Los Ofendidos» en el título, con mayúsculas, para poder subrayar que no voy a hablar aquí del acto como tal de ofender a alguien (algo que es, por otra parte, inevitable), sino que voy a escribir sobre lo que ya se ha convertido en una clase social.
Ya dijo Lichtenberg en su momento que «Como todos los agentes corrosivos, el humor y el chiste han de usarse con la mayor prudencia», y es un hecho innegable, véase como prueba que las bromas se desgastan por el mero hecho de usarlas y lo que otrora provocaba risa, de pronto se hace agotador. Pero supongo que en su escolio, Lichtenberg también englobaba a las gracias en relación con las personas, y es que hay ciertas normas sociales respecto a esto cuyo incumplimiento puede llevar a herir a otros seres humanos ya que el humor es una recreación de lo trágico, es decir, el humor toca cuestiones que nos provocan enfado, tristeza o incomodidad precisamente para darles la vuelta y evadirse así de la tragedia humana. Los límites del humor son absolutamente personales, no existen unos baremos inamovibles que estipules qué debe o qué no debe hacer gracia del mismo modo que tampoco puede decirse que el rosa es más bonito que el verde y sostenerlo rígidamente. El humor está apartado de la norma social porque no es algo puramente social, sino que depende principalmente de la forma de ser, y además por lo que he mencionado de recrearse en lo trágico, es muy susceptible de tocar cuestiones que la norma social rechaza, de ahí que la línea que separa lo humorístico de lo socialmente inconveniente sea tan delgada.
A nivel de relaciones interpersonales es lógico que debamos andar con pies de plomo a este respecto, pero he aquí la cuestión que quiero tocar, y es que al contar un chiste en un escenario o en internet la broma no va dirigida a nadie a título personal, sino que se extrapola a cualquiera para que el objeto de la misma sea algún tipo de generalidad.
Antes de continuar ha de aclararse que el humor busca lo ya mencionado antes. Esto qué quiere decir: quiere decir que un humor que lo que busca principalmente es herir y no superar lo trágico, NO es humor, podría compararse con tirar una piedra y esconder la mano. Esto sería lo mismo, porque lanzar un «oh, pero no te ofendas, es humor» en el caso de una broma dirigida claramente a algo personal de un tercero con objeto de la humillación pública y esconderlo tras el pretexto humorístico, es poco menos que repugnante. El problema de esto es que un chiste hiriente no tiene por qué buscar la humillación real, sino que ésta es meramente un recurso cómico, pero como he dicho la línea es delgada, y nada puede garantizar que alguien del público no se ofenda o no se sienta aludido por una broma tomándola como humillación real. Aquí es donde aparece la clase social de la que quiero hablar hoy: Los Ofendidos.
Los llamo clase social a modo de sátira ya que pretenden ejercer una presión jerárquica. Los Ofendidos, incapaces de asumir la naturaleza trágica del mundo, buscan su redención mediante el llanto o la rabia, y el resultado es la búsqueda de la obtención del derecho a veto. Prohíbo tal chiste porque ofende a tal colectivo. Creo que la gente no es realmente consciente del fascismo que se oculta tras la prohibición de un chiste, y es que la persona que lo condena está en su derecho a hacerlo, pero aquella que busca la abolición del humor a título genérico, por de muy mal gusto que sea, busca imponer unos patrones a toda la población en pro de su superioridad moral. Esto es un una apropiación de privilegios, y no hablo de esos «privilegios» abstractos que se ha puesto tan de moda denunciar, sino de hechos a nivel legislativo y burocrático: porque esta nueva casta con frecuencia consigue que el Estado se haga cargo de la gente que ejerce el humor o en su defecto permita el linchamiento público (véanse los casos de Zorman, Jorge Cremades, Cassandra Vera, al que sea que le toque semanalmente ser linchado en Twitter, etc).
Ya haré más artículos acerca de diversos aspectos de este estamento, ya no sólo porque quiero tocar el tema desde varias perspectivas, sino porque quiero ahondar en la problemática que he abordado a tan grandes rasgos aquí. Continuará.
Yo dudo mucho que los Ofendidos lo estén tanto como dicen, y que sean tantos como aparentan.
La excusa de la ofensa se ha convertido en una nueva forma de censura, pretexto para marcar a opresores y oprimidos, y de paso limitar el uso del humor como arma contra estas actitudes.
Porque en estos casos el humor es algo más que chistes, la sátira ha sido una forma de crítica de toda la vida, y actualmente es la única forma de tratar con esos personajes que no reconocerían el sentido común aunque les bailara sobre la cabeza. Dar crédito a lo que esta gente llama argumentos sería rebajarse a su nivel ¿qué nos queda entonces? La burla.
Así dejaron los de Podemos de usar la palabra “casta”, cuando se convirtió en un chiste y perdió el efecto que ellos buscaban.
Por eso hace falta el humor.
Además es muy sano reírse, y gratis.
Esos supremacistas prohibicionistas son los descendientes de aquellos que en Mayo del 68 se manifestaban y llenaban las paredes de ¡¡¡PR0HIBIDO PROHIBIR!!!.
Solo que ahora son ellos los que tienen la sartén por el mango … y el mango también.